El gabinete de Tel Aviv está a punto de naufragar en un mar donde el iceberg inevitable parece ser la Comisión Winograd, que ha responsabilizado al primer ministro, Ehud Olmert, y al titular de Defensa, Amir Peretz, de los «múltiples errores cometidos en la guerra del Líbano», algo que, para la mayoría de los […]
El gabinete de Tel Aviv está a punto de naufragar en un mar donde el iceberg inevitable parece ser la Comisión Winograd, que ha responsabilizado al primer ministro, Ehud Olmert, y al titular de Defensa, Amir Peretz, de los «múltiples errores cometidos en la guerra del Líbano», algo que, para la mayoría de los ciudadanos, se traduce como: perder a tiros y tener un gobierno pusilánime.
Claro, si la percepción popular, interpretada de esa guisa por analistas como Rafael L. Bardají (El Corresponsal de Medio Oriente y África), suele presentarse desnuda de retórica, entre estadistas y funcionarios el lenguaje se viste de eufemismos, por relativamente severo que se proyecte. «El liderazgo político y militar de Israel fracasó en el manejo de la crisis que provocó Hizbolá (Partido de Dios) en julio de 2006, al matar a ocho soldados israelíes y capturar a otros dos como rehenes», en paradero aún desconocido, ha dicho el hombre al mando del grupo investigador.
Frase con la cual el ya famoso Eliyahu Winograd resumió magistralmente -no por su condición de ex juez, sino por su proverbial síntesis- un informe parcial de quienes están dedicados a analizar las razones del descalabro del Tsahal (Ejército sionista) en su arremetida contra el llamado País de los Cedros. De aquellos que, al establecer que Olmert, Peretz y el dimitente jefe del Estado Mayor, Dan Halutz, son los tres principales culpables del entuerto, han atizado no solo la pérdida de fe en el Gobierno, como reflejan las encuestas, sino un clamor vivo por la «abdicación» del premier y por elecciones anticipadas. Clamor proveniente sobre todo de… la derecha, como hace notar Moisés Saab, de Prensa Latina.
Por su parte, Olmert se ha aferrado al sitial de premier con pasión inusitada, abroquelado en la contradicción (¿aparente?, ¿verosímil?) de una pesquisa que, mientras se proclama imparcial, en la práctica viene a engarzarse muy bien con las presiones de fuerzas como el ortodoxo Likud. Y si solo fueran los chicos del Likud. Lo más preocupante para Olmert es el virtual motín que se gesta dentro de su propio partido, el sharoniano Kadima, defensor del «desenganche» unilateral de Gaza. Varios diputados kadimenses se pronuncian sin reticencia alguna por su renuncia, y hasta la canciller, Tzipi Livni, artista en el silencio cauto, ha declarado que debe irse. Una Livni atrevida al extremo de comenzar a sopesar el apoyo a su propia candidatura.
O sea, que la consigna corriente resulta la clásica «Sálvese quien pueda». Y no es para menos. Agudos observadores vaticinan que, aunque Ehud logre capear el temporal, difícilmente podría sobrevivir al informe final del iceberg, de la Comisión Winograd (fijado para el próximo agosto), el cual, a todas luces, recomendará la dimisión del Uno y de su ministro de Defensa, si estos no se apean antes del carro de Gobierno.
Cosa, lo de renunciar, no tan probable, porque el empecinado Olmert parece haber apostado a que solo una minoría de los parlamentarios está interesada en una elección en que podría abortar el sueño de la canciller de un Kadima triunfante sin el actual premier, y arrasar en el sufragio el ex primer ministro Benjamín Netanyahu, con niveles de popularidad de alrededor del 30 por ciento. Porcentaje que, trasuntado en votos de legisladores, traería aparejado una futura coalición de Gobierno probablemente inestable.
Sí, quizás esto haya gravitado sobre la decisión de aferrarse al poder contra viento y marea, mostrada por Olmert. Y mire usted que el viento es huracanado y la marea de leva. Las protestas públicas, las manifestaciones masivas, las declaraciones que exigen la renuncia de los dos mosqueteros, hacen rememorar el movimiento que derribó al gabinete de Golda Meier, en 1974, días después de publicadas las conclusiones de la Comisión Agranat, la cual investigó los fracasos durante la guerra de Yom Kippur, en octubre de 1973. A ello se suman los rumores de conspiración interna en Kadima. Entre gente convencida de que, ante la disyuntiva de conservar el cetro sin el actual premier o de un nuevo reinado de Netanyahu y el Likud, se debe sacrificar un peón llamado Ehud Olmert.
Medias tintas
Ahora, como señalan varios analistas, incluso aunque fuere un mero ejercicio catártico para aliviar a una sociedad impregnada de narcisismo místico -tal la define Moisés Saab- del trauma que significa el fiasco de uno de los ejércitos más poderosos del orbe, el informe Winograd ha servido de detonante a una puja por el poder que involucra otro dilema: el de reanudar o no las pláticas de paz con los palestinos. La eterna encrucijada sionista.
Coincidimos plenamente con el colega citado en el párrafo anterior. Deviene sintomático el hecho de que el reporte aparezca en momento más que favorable para provocar la debacle de un Gobierno que, a contrapelo de una más rancia derecha, «coqueteaba» con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, enfrascado en la búsqueda de contactos negociadores.
Aquí vendría la consabida táctica: ante la posibilidad real de conversaciones, una crisis coartadora, cuyo adalid sería el duro de Netanyahu, negado a «pasarle una» al rival árabe, papel que ha ejercido con delectación desde que se desenvolvía como canciller del primer ministro Yitzhak Shamir.
Y es que la clase política hebrea no consigue ocultar que teme a enemigos tan sólidos como el chiita Hizbolá, la Hamás palestina, a una Siria consecuente con su actitud antisionista, y a Irán, país que ha emergido como potencia regional tras la paradójica aniquilación por los Estados Unidos de un régimen, el de Saddam Hussein, que durante largo tiempo sirvió al propio imperio de contrapeso político, militar, a los ayatolás.
¿Qué harán los dirigentes israelíes? Bueno, a corto plazo, o bien mentir, o bien silenciar parte de la verdad. Porque ni el descarnado informe de marras ha osado admitir que los combatientes de Hizbolá se crecieron en la táctica guerrillera frente a la descomunal maquinaria bélica del Tsahal, a la cual causó casi 120 bajas fatales. ¿Por qué el texto no ha hurgado en que la correlación de fuerzas entre los beligerantes hacía teóricamente remota la posibilidad de victoria de los libaneses? ¿Qué sucede, señor Winograd?
Pero la contraofensiva de sionistas y gringos no hace mutis por el foro, no. Del sentido común de los palestinos depende que no triunfe una cruzada dirigida a desunir las filas de la liberación nacional. El cese de los sangrientos encontronazos entre elementos de la laica Al Fatah y la islámica Hamas -la segunda desplazó a la primera en unas elecciones que refulgieron por su acendrado democratismo- se erigiría en el mejor aporte a la causa común.
Ojalá la perspectiva histórica eche por tierra un más que maquiavélico plan occidental que apunta, en última instancia, al control de los recursos petrolíferos de la zona y a la defensa del guardián supremo de estos, el Estado judío. Plan que incluye el aislamiento del gabinete de Hamas, al que se le ha torpedeado la acción política, matando y secuestrando a sus miembros; la estrangulación de la economía, para que la población reniegue de los líderes por los que votó; el consiguiente robo de los impuestos que Israel debe liquidar mensualmente a la ANP; la cancelación de la ayuda internacional…
Todo ello, acompañado de una tendenciosa propaganda, que presenta a una facción como anuente al proceso de paz y a la otra como renuente, como si el debate entre ambas no se centrara, principalmente, en cómo deberán gestionarse las negociaciones con Israel. Mientras la dirección de Al Fatah apuesta por el camino iniciado en Washington el 13 de septiembre de 1993, conocido como Proceso de Oslo, Hamas propone la alternativa de un cese del fuego que estipule la retirada israelí de los territorios ocupados en junio de 1967 como principio del itinerario hacia la convivencia.
Creando la imagen de un Hamas bárbaro y belicista a ultranza, a todas luces el régimen sionista y sus máximos postores, los Estados Unidos, se desentienden de tratar con los «empecinados» pero no logran camuflar el que la política doméstica israelí depende también de un contexto regional en que agentes como un Hizbolá firme y unos palestinos avenidos a un imprescindible entendimiento contribuyan a que cualquier Gobierno sionista (lo mismo de Kadima que de Likud) se vea obligado a abstenerse de arrebatos invasores. Porque la paz solo llegará en andas de la unión de los justos y del empuje de las ideas encarnado en una resistencia sin cuartel y, por tanto, vencedora.