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Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (y III)

«La tendencia catalana a rebelarse ante el poder arbitrario constituye quizá la más gran virtud de nuestro país»

Fuentes: Rebelión

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013. Leer también: Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (I) «Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario, en todo […]

Xavier Diez es un historiador catalán especializado en anarquismo. La conversación se centra en la última de sus aportaciones, publicada por la editorial Virus en 2013.

Leer también:
Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (I)
«Es evidente que Cataluña no posee el monopolio de haber tenido un gran movimiento libertario, en todo el estado hubo núcleos relevantes»

Entrevista a Xavier Diez sobre L’anarquisme, fet diferencial català (II)
«La resistencia más seria que tuvo el anarquismo en Cataluña, y en España, provino del movimiento libertario»

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Si se miran las cifras que usted mismo da en la página 73, la incidencia de los objetores e insumisos es mayor en otros lugares de España -Euskadi, por ejemplo, pero también Galicia, Asturias o Madrid- que no en Cataluña. ¿No es el caso en su opinión?

Yo también me sorprendí bastante cuando mi editor, Patric de San Pedro, un histórico de la insumisión, me suministró esos datos. Mi impresión previa era que parecía que (con la excepción de Euskadi, con motivaciones más complejas), Cataluña y Madrid habían mantenido el liderazgo en el antimilitarismo. Los datos objetivos relativizan mi información. Pero, precisamente esa impresión venía producida por esa «transversalidad» catalana. En Galicia o Asturias existió mucha contestación, pero a diferencia de Cataluña, tengo la impresión subjetiva, la cosa era mucho más militante, y sin soportes o complicidades de diferentes sectores políticos y sociales. Aquí reconozco que voy a ser poco riguroso y muy fundamentado en la subjetividad, pero pienso que el rechazo al servicio militar era casi una obligación. Tenías que ser muy «friki» para que te gustara llevar armas. En otros territorios del estado, tenías que ser muy militante para hacer frente a la presión social que cuestionaba tu virilidad a quienes entendíamos que la mili era una absurda y alienante pérdida de tiempo.

Perdóneme pero no era cuestión de ser friki, como usted dice, y no era un tema de gusto ni pulsión militar. Nada de eso. Yo mismo hice el servicio militar, negándome a hacer milicias universitarias. ¿Por qué? ¿Era un friki de los setenta? No lo sé, tal vez. Pero te la jugabas, no iban en broma, y en mi caso personal, estaba más seguro en aquellos momentos como soldado que como militante perseguido y escondido. Además, en la mili hacíamos trabajo político. Los comités de soldados existieron. ¿Por qué cree que arraigó tanto el espiritismo en algunos colectivos anarquistas?

Pienso que esto es uno de los aspectos que hace tan indigerible el anarquismo a quienes necesitan establecer categorías y análisis rígidos. Quienes razonan desde una izquierda de matriz marxista, solamente vale lo material. Aspectos como la religiosidad acaban siendo interpretados como superstición o una especie de primitivismo.

Pero los anarquistas, no son (por lo menos no exclusivamente) materialistas. Como cualquier individuo, tienen sus «necesidades» espirituales, su necesidad de conectar con la transcendencia y el más allá. A diferencia de la religión institucionalizada, que ofrece verdades prefabricadas, muchos anarquistas desean conectar con ese «más allá» desde una perspectiva libre e igualitaria. El espiritismo es una manera directa, democrática, libre, sin ningún tipo de intermediarios, de conectar con las dimensiones espirituales, con los muertos, con lo desconocido. Es, por tanto, una religiosidad laica o no organizada.

Por supuesto, también existe una cuestión de contexto. El espiritismo no es anarquista, aunque muchos anarquistas sean espiritistas. Surge a mediados del XIX como una fórmula alternativa de relacionarse con esa dimensión desconocida. En mi libro hago alguna mención, pero sin duda, quien más ha trabajado sobre el tema (y quien ha reivindicado este hecho poco conocido) es mi colega Gerard Horta.

¿De dónde la influencia de la filosofía de Nietzsche en algunos colectivos anarquistas catalanes?

No soy un experto sobre la cuestión, pero en el caso de Cataluña, a lo largo de los años de la década de 1890, y hasta poco después de la Semana Trágica, en 1909, existe una confluencia entre núcleos intelectuales modernistas, hijos rebeldes de la burguesía catalana, y un movimiento obrero con inquietudes culturales profundas, buena parte de ellos linotipistas, periodistas y aficionados al teatro, y que adaptan a Ibsen como autor de referencia (de hecho, muchas de las obras del autor noruego serán representadas antes en Barcelona que en París). Es en esta época en la que se difunde el pensamiento de Nietzsche, y a través de éste, de Stirner. Es lo que, historiadores de la literatura como Joaquim Molas denomina la convivencia entre la «bohemia rosa», la de los jóvenes rebeldes de clases acomodadas, y la «bohemia negra», de aquellos que, de procedencia trabajadora, tratan de evitar el trabajo asalariado viviendo infructuosamente del arte, la conspiración nihilista, o de lo que surgiera. Esto no es algo que se limite a Cataluña, se trata de una experiencia en la que también habrá confluencias con los intelectuales de la Generación del 98, pero sobre todo, de los ambientes bohemios de París, donde surge un anarquismo individualista, de matriz muy filosófica, como la representada por teóricos como Émile Armand o Han Ryner, con una amplia difusión en Barcelona. Posteriormente a la Semana Trágica, los buenos hijos de la burguesía, asustados ante la deriva revolucionaria de matriz anarquista y por la brutal represión militar y policial desencadenada por el estado, acabarán abandonando los ambientes bohemios-revolucionarios, pero los debates intelectuales entre grupos ácratas, menos dados al sindicalismo, persistirán en muchos grupos de afinidad.

El último capítulo de su libro se titula: «Cataluña será libertaria o no será…»¿De verdad? Tal como están las cosas, ¿no corremos el riesgo de que Cataluña deje de existir dada la influencia no mayoritaria del anarquismo en el país de Salvat Papasseit, Federicha Montseny y José Arnal Cerezuelo (asesinado por cenetista en mayo de 1939)?

El epílogo del libro se recrea en su ánimo provocador al parafrasear a Torras i Bages (autor de la frase «Cataluña será cristiana o no será») quien consideró al catolicismo como elemento fundamental de la identidad catalana. El título de esta última parte pretende, en contraposición, reivindicar el legado libertario de nuestro país como elemento irrenunciable de nuestro pasado, escamoteado en la narrativa oficial, pero a la vez, y como conclusión final, trata de considerar como elemento identitario propio una historia en la que hombres y mujeres, en distintas épocas, desde perspectivas y finalidades diversas, y desde adjetivos diferentes, han tendido a rebelarse contra la injusticia, la opresión y la desigualdad. Y es esta tendencia al inconformismo, a la búsqueda de la libertad y la igualdad en un contexto político adverso la que ha mantenido la identidad propia. O, explicado de otra forma: nuestra rebeldía ante una sociedad autoritaria, arbitraria y desigual es la que nos define como nación. Más que la lengua, más que las tradiciones, más que la historia común, lo que nos une es nuestra voluntad de ser… libres. Por ello, la única forma de mantener nuestra identidad como nación depende de cómo estemos dispuestos a continuar resistiendo ante las diversas formas de opresión: de aquí la expresión «Cataluña será libertaria o no será», porque si deja de serlo, perderá su principal motor (permítame que resucite el término) espiritual.

Con ello no quiero decir que la existencia del país esté en peligro sin un movimiento anarquista organizado. En esta entrevista he hablado suficientemente de los conceptos de anarquismo implícito y explícito, de la diversidad de corrientes que confluyen ante una cosmovisión común, en base a unos pocos pero claros principios, que pueden aparecer bajo formas diferentes. Ayer este ánimo se podía expresar en la CNT, en personajes como Federica Montseny o la rebeldía poética de Salvat Papasseit. También podría hallarse en los payeses de remensa rebelados ante el feudalismo, a los segadores en armas contra la monarquía o a los artesanos y trabajadores que, al destruir los telares mecánicos, se oponen a la burguesía industrial del XIX. Hoy puede captarse este espíritu en movimientos como la PAH, en discursos de carácter moral como los de Ada Colau, en los entramados neocooperativistas del La Ciutat Invisible, en tipos dispuestos a desafiar a los bancos como Enric Duran o donde exista un ánimo de combatir un sistema, el capitalismo, injusto y perverso en su lógica superficial y profunda.

¿Por qué su libro es una respuesta al clásico de J. Vicens Vices, Noticia de Cataluña?

Creo haberlo sugerido a lo largo de la entrevista.

Tiene razón, perdone que insista.

Vicens Vives, como agente de la burguesía catalana colaboracionista con el franquismo (a mí me gusta hablar del «Vichy Catalán)», trata de apropiarse del país, generando una narrativa propia, un relato de Cataluña tamizada a través de los valores tradicionales y retrógrados que, más que burgueses, acababan resultando ser los del Opus Dei. Lo que ocurre es que se trata de un historiador con un extraordinario talento, meticuloso, metódico, brillante, que además escribe fantásticamente, de manera que su obra «Notícia de Catalunya» acaba influenciando en profundidad a la intelectualidad catalana, y su libro todavía posee un gran influjo entre el conjunto de la historiografía actual. Mi «Anarquisme, fet diferencial», desde un ámbito académico, pero también cívico, advierte de las trampas intelectuales utilizadas por el historiador gerundense; la reconstrucción y radiografía de su discurso, sus motivaciones, sus objetivos, sus recursos y trucos. Una vez realizado ese trabajo de deconstrucción, trato de transmitir que Cataluña no es la nación apropiada por una única clase social o corriente ideológica. Que nuestro país posee una larga trayectoria de rebeldía, y que uno de los aspectos que resultan ser más determinantes en nuestra historia es la del papel ejercido por el anarquismo. Una historia, como ya he dicho, ignorada por la mayoría ciudadana, en parte gracias al trabajo de Vicens, quien se ocupó de minimizar el fenómeno. Vicens Vives contabiliza hasta once revoluciones en la convulsa historia de Cataluña, y que explica la dificultad de nuestro país de relacionarse con el «Minotauro», es decir, el poder. Eso lo considera uno de los peores defectos nacionales. Yo, desde mi modesta posición disidente, le doy la vuelta al argumento, y considero que es precisamente esta tendencia catalana a rebelarse ante el poder arbitrario lo que constituye quizá, la más gran virtud de nuestro país, un ejemplo de resistencia y determinación.

La historiografía del anarquismo catalán se renueva cada día sostiene usted. ¿Qué parte de esos estudios le resultan a usted de mayor interés? ¿De dónde ese incremento del interés por colectivos que han sido esenciales en la historia contemporánea de Cataluña?

Es cierto, y he publicado un par de artículos académicos sobre ello. Hasta los años noventa, los historiadores se preocuparon bastante por historiar el «anarquismo institucional», especialmente las organizaciones obreras (CNT, FAI, la Internacional,…) y fijar algunos episodios de violencia (la era de los atentados de 1890; la época del pistolerismo, la participación de algunos anarquistas en las patrullas de control en la retaguardia republicana,…). En menor medida, también existía algún estudio sobre ideología, cultura o medios de comunicación. En buena parte se trata de trabajos realizados por historiadores académicos que (quizá con las excepciones de Miquel Izard, Josep Termes o Pere Gabriel), realizan una mirada superficial y a menudo desacreditadora.

A partir de finales de los noventa, la situación cambia. Emerge una nueva generación de historiadores, que habiendo recibido una formación académica convencional, muchos de ellos ajenos a las clases dominantes y sus discursos, de manera que abordan nuevas temáticas sin apriorismos ideológicos. Empieza a redescubrirse la dimensión cultural y periodística del anarquismo (como los trabajos de Javier Navarro y Francisco Madrid); la aplicación de criterios antropológicos a la sociabilidad libertaria (Dolors Marín y Chris Ealham), el estudio, ya citado, de la espiritualidad (Gerard Horta), investigaciones sobre naturismo y urbanismo libertario (Eduard Masjuan, Josep Maria Roselló y José Luis Oyón); las relaciones exteriores del movimiento (Teresa Abelló y Jason Gardner), el pensamiento económico (Antoni Castells), el modelo cooperativista (La ciutat Invisible) el teatro (Francesc Foguet), el ateneismo y la cultura (los hermanos Aisa), la cuestión del feminismo (Dolors Marín y Eulàlia Vega),… podríamos seguir, y me estoy dejando a un montón de gente brillante y frentes de estudio. Lo que quiero reafirmar es que, por primera vez, se estudia a un movimiento complejo y poliédrico, desde la complejidad y desde diversas caras, de manera que tenemos una radiografía mucho más precisa que hace veinte años sobre algo difícil de estudiar y comprender. Y lo que descubrimos, trabajo tras trabajo, es que el movimiento anarquista estaba estrechamente imbricado en la sociedad catalana. El desconocimiento de la historia anarquista en Cataluña está vinculada a un negacionismo por parte de las clases dirigentes actuales (también las académicas).

Y es precisamente ese negacionismo (se niega, desde los discursos institucionales que la mayoría social de la población estuviera organizada en una contrasociedad alternativa) en un contexto de grave crisis de legitimidad del sistema, que mucha gente busque inspiración en un pasado. Un pasado poco glorioso, pero en el que la gente buscaba soluciones concretas y respuestas pragmáticas a problemas reales. Y eso era lo que hacían unos anarquistas bastante menos idealistas y mucho más pragmáticos de lo que nos han intentado vender.

La última, ha sido un abuso: ¿qué autor anarquista catalán tiene para usted mayor importancia histórico-cultural? ¿Qué activista, qué político, fue el más destacado en su opinión?

Me temo que voy a tener que negarme a contestar este tipo de pregunta del más puro estilo americano en base a ránquing, excelencia y culto a la personalidad y el liderazgo.

Lo siento, siento haber caído en este mal lugar común.

Una de las cosas que sucede con el anarquismo es que, a priori, no existen clases. Que no se sacraliza la figura del intelectual, que no existe un canon cultural o filosófico. Que quien habla está al mismo nivel que quien escucha, y quien escribe, al mismo nivel de quien lee. Que quien es protagonista, será el acomodador o el personaje secundario, y al revés. El mejor autor anarquista es aquel que es capaz de expresar con habilidad las inquietudes de la gente. El mejor activista es aquel anónimo que hace lo necesario en el momento oportuno. El mejor político es aquel que actúa desde la base, neutralizando cualquier vedetismo, evitando una separación entre quien piensa y quien trabaja. Al fin y al cabo, el anarquismo es individualismo, es libertad, pero también es un igualitarismo radical. A mí me gusta una frase de Ricardo Mella que trata de definir en qué consiste eso del anarquismo: La libertad como base, la igualdad como medio, la fraternidad como fin.

Gracias por su amabilidad.

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.