Durante la guerra civil, sobre todo en 1938, se hizo notar, por parte de ciertos intelectuales desperdigados por Europa, un “movimiento político” con la pretensión de mediar en el conflicto español y obtener así una paz que diese origen a una Tercera España, y ello como superación de las dos Españas que, supuestamente, luchaban entre sí en la contienda bélica.
Ese término, el de Tercera España se atribuye a Salvador Madariaga y a Paul Preston, entre otros. Sin embargo, el primero en utilizar dicho término fue el ucraniano Boris Mirkine y, poco después, lo hizo su amigo Niceto Alcalá Zamora, ya como expresidente de la II Republica. Y lo hicieron en dos medios franceses.
B. Mirkine era conocido por los republicanos españoles de Madrid, en cuya universidad impartió en 1933 tres conferencias acerca de los regímenes democráticos en Europa.
Ni como término, ni como movimiento fue, como se dice, un invento de los neutrales o de los católicos que se rebotaron contra la maniobras de la Jerarquía católica y del astuto cardenal Isidro Gomá, sino fruto sinérgico de una corriente ideológica que, fiel a la II República, creía en los valores democráticos que esta había traído a España y que había que recuperar perfeccionándolos mediante un acomodo ético y político, derivados de una paz negociada y asumida por el pueblo español, como tempranamente dijo Manuel Azaña, a quien no se nombrará jamás.
En esta Tercera España hubo muchos más de los que habitualmente se nombran, como ya señaló José M. Margental en la revista El Ciervo (Nº 663, junio de 2006).
Finalmente, el término Tercera España acabaría secuestrado por el franquismo, utilizándose como “superación o síntesis hegeliana”, como dijo con cara dura el golpista Wenceslao González Oliveros, de las dos supuestas Españas que venían helando el corazón de los españolitos.
Pero, con todo, lo más interesante de este “ambiente creado” a favor de la mediación internacional por la paz por parte de estos creyentes en la Tercera España, fue, sin duda, la reacción feroz de la Jerarquía episcopal y del régimen golpista militarista contra ella.
Las tres “P” del discurso de Manuel Azaña
O lo que es lo mismo: paz, piedad y perdón. Son las tres palabras claves del discurso que el presidente Manuel Azaña pronunció el 18 de julio de 1938 y cuyo mensaje principal era una llamada al fin de la guerra y dar paso a la paz, el perdón y la reconciliación entre los españoles. Junto con ella, el discurso desplegaba un análisis, más que político, ético, de las terribles repercusiones de la guerra en el plano nacional e internacional, buscando la mediación europea como medio determinante para terminar con la catástrofe de la guerra (1).
Manuel Azaña Díaz pronunció este discurso en el Ayuntamiento de Barcelona. Allí se encontraba el doctor Negrín, presidente del consejo de ministros y Martínez Barrio, presidente de las Cortes republicanas. También lo escucharon diplomáticos europeos, el gobierno -entre ellos el ministro de Estado, Álvarez del Vayo, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Vicente Rojo, numerosos diputados y el gobierno de la Generalitat.
Como quiera que el discurso puede escucharse en YouTube no me extenderé en desarrollar su contenido. Solo decir que fue el mejor de todos los pronunciados por Azaña, a decir del historiador Javier Tusell, además del más brillante y más emotivo de todos los que se oyeron durante la guerra: “condensa la lucidez emotiva y desolada del líder republicano. Es el legado de Azaña. Donde está él entero”.
Azaña reflexiona sobre el absurdo de la guerra como solución al problema de España, mejor dicho, de las dos España, el separatismo y la identidad nacional, nunca resuelto; especialmente, porque siempre se enfrentan esencias inefables, pocas veces nunca comprensión del patriotismo como causa ética, basada en el consenso de la diversidad y no como el eterno refugio de canallas y de chupatintas utilizando la demagogia y abstracciones.
Para Azaña la base de este absurdo procedía de un pensamiento dogmático cual era “excluir de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico, al que opone la verdadera base de la nacionalidad y del sentimiento patriótico: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”. Un principio antagónico a los militares golpistas apoyados y justificados por una jerarquía eclesiástica que había vendido su verdad evangélica por un plato de lentejas.
Azaña quiere crear un determinado estado de ánimo ante el que las conciencias ilustradas y democráticas españolas y europeas se sintieran aludidas, éticamente hablando. En definitiva, su desesperada intención era que la opinión pública de España y de Europa optaran por la paz inmediata y se iniciase un proceso de mediación internacional para terminar con la guerra. Todo ello “para sustituir la gloria de la siniestra y dolorosa de la guerra por la gloria duradera de la paz. Entonces se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”.
Apelaba a la “musa del escarmiento” para que, una vez terminada la contienda, aprendan “la lección de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”.
Su discurso no era un discurso político, sino ético. De ahí que su mensaje no lo aceptase ni la izquierda española, ni los golpistas; tampoco, las denominadas democracias europeas, Reino Unido y Francia, en las que Azaña había depositado con contenido escepticismo su confianza y que, tampoco, respondieron a su esperanza.
El Socialista, todo un síntoma
Desgraciadamente, las reacciones al discurso tanto de las izquierdas como de las derechas confirmaron que el pesimismo de Manuel Azaña estaba más que fundado. Ya lo decía él: “No tengo el optimismo de un Pangloss (2)«. Menos todavía al comprobar que sus compañeros de viaje en el gobierno y las derechas participaban de la misma idea: no a la paz.
La respuesta de ambos bandos en litigio no pudo ser más desastrosa para la paz, demostrando así, no solo su obcecación política, sino una ceguera ética absoluta.
Sería sintomático que el semanario del PSOE, El Socialista, cuando reproduzca el texto de Azaña, suprima de él la palabra “paz» (3).
Para los políticos, la paz, caso de llegarse a ella, tendría que ser con la rendición de los otros. Luego, vendría “la piedad” y “el perdón”. En el caso que nos ocupa, no hubo ni perdón ni piedad , y la paz sobrevenida fue la paz de los cementerios.
Durante más de cuarenta años.
Las fuerzas políticas, integradas en el Frente Popular, consideraban que la victoria militar del gobierno republicano era factible en julio de 1938, a dos años de la contienda. Así pensaban los socialistas, comunistas, los anarquistas y los trotskistas. Y en esa misma interpretación coincidían Juan Negrín y los generales republicanos. Su esperanza se cifraba en dar una batalla definitiva que diese un vuelco a la guerra y permitiese esas negociaciones de paz, gracias a la mediación inapelable de Francia y de Reino Unido.
La mediación internacional que proponía Azaña, fue rechazada porque suponía reconocer la legitimitad del bando rebelde y a eso no estaban dispuestos los socialistas y conmilitones bélicos. Negrín era enemigo de todo espíritu capitulacionista considerando que la población no toleraría una rendición ante los rebeldes. Probablemente, tenía razón, pero su eslogan de “resistir es vencer” solo trajo amargura y muerte.
A este espectáculo “cainita”, Azaña ya se había adelantado con esta reflexión: “En una guerra civil no hay vencedores ni vencidos, no puede haberlos, porque quien pierde es la Nación, y la reconstrucción de España solo es posible con hombres libres”. No había, pues, argumentación política explícita, sino una apelación contundente a la conmoción ética que deriva del sufrimiento.
Era evidente que, entre el presidente de la República y el Presidente del Consejo de Ministros, se daba una falta de entendimiento en este sentido. Tanto que, en más de una ocasión, Azaña se planteó forzar una crisis de gobierno para apartar a Negrín del Gobierno.
La batalla en la que habían puesto sus esperanzas Negrín y los militares no llegó. Bueno, sí. La batalla del Ebro, la más sangrienta de la guerra civil, tuvo lugar el 25 de julio y la perdieron los republicanos. Fue el principio del fin. Para remate, el 30 de septiembre de 1938 se firmaría el pacto de Munich entre Reino Unido, Francia, Italia y Alemania, en el que las supuestas “potencias democráticas” dieron su brazo a torcer ante el expansionismo nazi sobre la región de los sudetes en Checoslovaquia. Fue un tremendo varapalo para los deseos de mediación de la II República representada por Azaña.
Sus intentos buscando apoyos internacionales para un armisticio, basado en tres cuestiones fundamentales -la salida de las tropas extranjeras de España, cese inmediato de hostilidades y búsqueda de una paz sin vencedores ni vencidos en la que el pueblo español decidiera en un plebiscito sobre su futuro-, se esfumaron de la noche a la mañana. Reino Unido y Francia prefirieron la paz que les ofreció Hitler a la de Azaña. Y, después, luchar contra el comunismo fue más prioritario que hacerlo contra el fascismo. Y así pasó.
Es verdad que, aunque las izquierdas hubiesen actuado al unísono ético y político, tampoco, habrían conseguido lo que buscaba el discurso de Azaña. Porque, además de la resistencia a esta mediación internacional por parte de las potencias democráticas, hubo una feroz oposición entre los contendientes a cualquier tipo de paz, concordia y perdón. Solo contemplaban la derrota de los otros. Solo que la doctrina de los golpistas de este rechazo superaría cualquier doctrina que contemplase un mínimo de piedad y de perdón, como tendremos ocasión de comprobar; una base doctrinal e ideológica que los vencedores aplicarán bárbaramente a los vencidos: la denominada base moral de la guerra que, incluso, el ministro de educación golpista, Pedro Sáinz Rodríguez, deploró.
Si El Socialista reprodujo el texto de Azaña, mutilando su palabra clave, Paz, la actitud de los golpistas fue como cabía esperar: no reprodujo ni una palabra del discurso en ninguno de los periódicos afectos al Glorioso Movimiento Nacional, ni el nombre del presidente de la II República.
La Tercera España de Mirkine
Fue el ucraniano Boris Mirkine Guetzevich, vicepresidente del Instituto Internacional de Historia Constitucional, quien acuñó la expresión de Tercera España, en la revista francesa L´Europe Nouvelle (20.2.1937), con un artículo titulado precisamente La Tercera España.
Era miembro de la Academia de Ciencias Morales y Política y bien conocido en los ambientes de izquierdas de Madrid. En abril de 1933, fue invitado por la facultad de Derecho de la Universidad de Madrid para pronunciar en abril una serie de conferencias sobre el régimen parlamentario en las democracias modernas, tal y como anunciaron los periódicos madrileños Luz, El Sol, El Imparcial, Heraldo de Madrid…
Todos ellos se hicieron eco positivo de sus conferencias. El presidente del Gobierno, Niceto Alcalá, lo recibiría en audiencia personal.
Por el contrario, los periódicos derechistas, Acción Española y El Siglo futuro arremeterían contra las posiciones políticas democráticas expuestas por Mirkine» (4).
En cuanto al artículo de la Tercera España, publicado el 20 de febrero de 1937, Mirkine se pregunta: “¿Qué victoria será conforme con los sentimientos y con los principios democráticos europeos? ¿Qué victoria servirá para la causa de la tranquilidad internacional? ¿La de Franco o la de Caballero?”.
Como Azaña, sostendrá que “el terror es un problema moral y las estadísticas comparadas de cadáveres entre los bandos no tienen, en realidad, gran importancia”, mientras no se descubra por quienes dirigen la contienda esa perspectiva ética.
Sin embargo, para Mirkine, “la política exige soluciones inmediatas, no morales”. Y aquí empiezan los dilemas a los que el político debía dar una respuesta: “Deberá hacer una elección entre dos terrores, entre dos violencias, entre dos perspectivas”. Terrible elección. Porque si se elige la victoria de Franco, ello traerá el triunfo del hitlerismo, la amenaza militar para Francia y la dictadura para España, porque “el régimen de Franco no puede “evolucionar”. El modelo de Franco no es el de aquel dictador humano, el del general “alegre” llamado Primo de Rivera. Para sostenerse en el poder, Franco se apoyará en los Alemanes y en los italianos, y reinará mediante el terror”.
¿Y si ganan los gubernamentales? Mirkine apuntaba que la estabilización del régimen actual se iría a pique, toda vez que tanto “comunistas y anarquistas habían impuesto unas condiciones patológicas bélicas”. Y, una vez Franco vencido, la guerra civil terminada, el pueblo español no toleraría, “creemos, el terror del comunismo y de los anarquistas, lo que llevará a otra guerra”. Mirkine concluía que “la victoria de Franco excluye toda transición hacia la democracia, pero la victoria de Madrid comporta eventualidades inseguras de este retorno”, y que nadie puede imaginar a qué precio.
Por tanto, la conclusión estaba clara. No era cuestión de elegir entre dos perspectivas nefastas. Ni la Victoria de Franco, ni la victoria de Madrid, eran garantía de una paz seria y de una vuelta a la libertad y a la independencia internacional.
Más que una elección moral, lo que se imponía era una elección política que se impusiera a las dos perspectivas anteriores. Según Mirkine, la no intervención internacional facilitaría la desaparición de Franco, pero, también, la de los anarquistas y comunistas, dando origen a la llegada de la tercera España, “la única que asegurará la libertad de su pueblo.”
La tercera España de Alcalá Zamora y los católicos
La colaboración de Alcalá Zamora con periódicos franceses venía de antiguo. Ya en el periódico centrista L’Intransigeant aparecieron una entrevista, tras su destitución, y varios artículos firmados en los día 15, 17, 18 y 27 de agosto y el 1 de diciembre de 1936. Todos ellos, escritos tras la destitución de Alcalá Zamora como presidente de la II República (5).
Sería el 12 de mayo de 1937, cuando Niceto Alcalá Zamora usase la misma expresión en la revista francesa L’Ère Nouvelle, donde reconoce que sigue “la expresión y la idea tan querida para los hispanófilos, y notablemente entre ellos mi amigo, el distinguido colaborador de L´Ère nouvelle, B. Mirkine -Guetzevitch”, a quien conoció en Madrid siendo Alcalá presidente de la II República y con motivo de unas conferencias que el ucraniano dictó en la Universidad en el mes de abril de 1933.
El artículo titulado La Tercera España, definía ésta como “constitucional y parlamentaria, cordialmente igualitaria, emanada de la justicia social, católica en su mayoría, pero sin formar un partido confesional”. Y continuaba: “La guerra civil significa la derrota por adelantado de la Tercera España, esa España deshecha, esparcida, la única esperanza de renacimiento de la vida nacional que se les puede asegurar y permitir a todos los españoles”. Su desengaño vital era muy superior al ejército de los decepcionados que participaban de la desilusión, ya lejana, de Ortega con su “No es eso, no es eso”.
Niceto Alcalá Zamora veía una España incompatible con la dictadura roja o negra y derrotada o victoriosa por los extremismos. De forma un tanto ingenua, pedía la creación de un ambiente favorable para esa solución de la tercera España. Ingenua, porque ese ambiente sería difícilmente conseguido sin la participación de las potencias democráticas de Europa. Y Niceto Alcalá lo tenía muy complicado. Era un exiliado, para mover dichos resortes diplomáticos.
En dicha colaboración, afirmaba: “Si las otras dos Españas se empeñaban en preparar la Guerra Civil, la tercera tenía la misión de impedirla y librar así a los españoles de “su debilidad moral”. Luego añadía: “Cuando en 1931 fue derribada la reacción, la tercera España tomó la delantera. Eso explica que los días 12-14 de abril fueran las fechas de una revolución pacífica y fecunda. El 10 de mayo de este año fue una provocación imprudente de la derecha extrema, aprovechada, “no sin una minuciosa preparación”, por la extrema izquierda, que empujó hacia los incendios y el desorden. Ante esos acontecimientos, las derechas se inhibían y las izquierdas no fueron leales con los partidos republicanos moderados. Provocaron la elección de una Cámara constituyente, donde la tercera España era aplastada; y ocurrió lo mismo en las Cortes ordinarias, como resultado de un método electoral absurdo e injusto”.
De un modo pesimista, declaraba que “la guerra civil desencadenada significó la derrota por adelantado de la tercera España”. Sufrió odios en “las espantosas operaciones de retaguardia. Tuvo que someterse a los jefes de cada zona, sin poder elegir. Sus dirigentes vivían pobremente en el exilio. Para que la tercera España realice esa esperanza de renacimiento se necesita un cambio en la conciencia de los españoles, que juzgue locura las soluciones extremistas” (6).
¿Y las izquierdas españolas? Ya lo dije. Se les hizo la boca agua con el “no pasarán” y así pasó. Sus orejas no estaban preparadas para los cantos de sirena de una tercera España y similares propuestas, aunque con distinta terminología. De hecho, en un acto organizado por Socorro Rojo Internacional cuya finalidad era despedir con todos los honores a la escritora argentina María Luis Carnelli, en Madrid, María Teresa León, calificaría la Tercera España como la “España de “de los indiferentes, la de los egoístas y criminalmente neutrales, mil veces más despreciables que nuestros evidentes enemigos» (7).
Triste y agónico destino de esta Tercera España. Los “rojos” abominaban de la Tercera España y, también, los golpistas.
Proclamas de los golpistas
No se sabe bien de dónde surgió la idea, pero consta que fue el ministro de la Gobernación, Ramón Serrano Suñer, a quien se le ocurrió la idea de tramitar una especie de encuesta dirigida a diversas personalidades civiles y eclesiásticas para recabar su opinión acerca del concepto de la mediación/negociación de la paz como medio para terminar con la guerra. Serrano Suñer marcó la tendencia: “La contienda solo puede quedar terminada con las luces del triunfo y las voces de júbilo y los cantos de victoria de nuestros combatientes”.
Pedro Sáinz Rodríguez, futuro ministro de educación del gobierno faccioso, fue quien reconoció que “la autoría de una campaña periodística contra la mediación, fue hecha no para salir al paso de ningún propósito serio europeo de mediación, sino para demostrar a la opinión pública nacional cuál es el ambiente de la España nacional”. Es decir, demostrar a la opinión que “la España nacional” no estaba por la mediación. Claro que al pueblo no se le preguntó jamás qué es lo que deseaban, sino a figuras ilustrísimas que se encontraban ya más que instaladas en el futuro establishment fascista/franquista.
En su opinión, lo más importante era condenar lo que “los rojos tratan de desvirtuar con sus habituales campañas de mentiras y de falsa propaganda”. De ahí, y para que quedase clara su idea fundamental para determinar lo imposible de dicha mediación, Sáinz Rodríguez se apresuraba a decir que “para que se pueda discutir una fórmula transaccional con la España roja, nosotros exigimos como cuestión previa que asistan a la deliberación nuestros únicos representantes: Calvo Sotelo, José Antonio, Pradera, Maeztu, Onésimo Redondo…” (8).
En ninguna de estas intervenciones veremos nombrar el discurso de Azaña, ni de Alcalá Zamora. Lógico. Azaña no era rojo, ni traidor. Sencillamente, no existía. Alguna vez, cuando algún periódico se refiera a él, lo llamará “aquel insensato Manuel Azaña”.
La prensa golpista atribuyó la iniciativa por la mediación para conseguir la paz a los comunistas, al soviet internacional. Pero ni comunistas, ni socialistas estaban por explorar esa vía. Recordemos que la palabra “paz” la había censurado El Socialista. De hecho, la prensa golpista abundaba en echar sal gorda a la llaga de la división de las izquierdas diciendo que “los dirigentes de Barcelona parecen partidarios de un armisticio, pero Madrid preconiza la guerra a todo trance» (9). Pero ni siquiera esos dirigentes de Barcelona eran todos partidarios de ese armisticio.
Donde no hubo ningún tipo de fisuras en este campo lo fue en los líderes golpistas. La futura paz llegaría tras la derrota de la “horda roja” en la contienda. Y no mostraban ninguna duda de que la victoria estaba de su lado.
Empecemos por el dictador. Sus “opiniones” aparecían cada día en cada uno de los periódicos golpistas. Esta fue una de ellas: “No pueden invocar la Patria los incendiarios de Eibar, los destructores de Guernika, los anarquistas de Cangas de Onís, y los de tantos otros modestos pueblos de nuestras tierras cantábricas, lo mismo que más tarde asolaron en el Pirineo aragonés todas sus aldeas y simultáneamente en las mediterráneas poblaciones de Nules y Burriana dejaron un campo sembrado de ruinas» (10).
En otra entrevista se le preguntó acerca de cuál era su posición sobre la mediación. La respuesta fue la siguiente: “Cuantos deseen la mediación consciente o inconscientemente sirven a los rojos y a los enemigos encubiertos de España. La guerra de España es la lucha de la Patria contra la antipatria, de la unidad con la secesión, de la moral con el crimen, y no tiene otra solución que el triunfo de los principios puros y eternos sobre los bastardos y antiespañoles. Los que piensan en mediaciones propugnan una España rota, materialista, dividida, sojuzgada y pobre; en que realice la quimera de que vivan juntos los criminales y sus víctimas; una paz para hoy y otra guerra para mañana. La sangre de nuestros gloriosos muertos y la fecunda de tanto mártir caería sobre quienes inspirasen tan insidiosa maniobra» (11).
Luego, los editoriales completaban estas intervenciones con su aportación más o menos clónica. Así fue el cierre de los carlistas de El Pensamiento Navarro a las palabras de su “Jefe”: “A quienes torpemente están maniobrando en torno a la guerra de España habrá que decirles que la convivencia entre ambos bandos es imposible» (12).
La Gaceta del Norte, periódico derechista, al igual que sus homólogos fascistas, dejó clara cuál era la actitud a tomar de este modo excluyente: “Hicimos la guerra, por imposibilidad de convivir”.
Y se extendería con ideas repetidas una y otra vez. La mediación era una maniobra marxista. La guerra tenía ya un fin determinado: “la rendición sin condiciones de los rojos. La mediación era incompatible con la sangre de nuestros héroes muertos.” Luego, recordaba unas frases del Dictador: “Impondré la paz con la victoria”, que lo que hemos ganado con sangre y esfuerzo no se puede escamotear con papeleo y discursos retóricos y zancadillas masónicas. Si la manera roja de mediación persistiera, si a medida que la llegada del invierno les presenta el cuadro terrible de su impotencia absoluta para proseguir la guerra insistirán en sus afanes de arreglo, la decisión inexorable definitiva de España se manifestará más recia, más rotunda cada vez”.
Conclusión inapelable del periódico: “La voz de Franco lo exige a todos los vientos del mundo. Y la voz del Caudillo -no lo olviden los rojos ni sus valedores más o menos encubiertos- es voz de Dios, de España y del Imperio» (13).
Personajes del franquismo
La campaña orquestada contra la mediación por los golpistas tuvo su momento más espectacular con la aparición de distintas intervenciones de los gerifaltes del fascismo, incluidos “ministros”, obispos, “intelectuales”… a quienes, selectivamente, se les envió un cuestionario elaborado por Serrano Suñer y Sáinz Rodríguez.
Fernández Cuesta, ministro de Agricultura y secretario general del Movimiento, sostuvo: “La mediación en la guerra española es una imposibilidad, no solo material, sino de orden metafísico. No cabe mediación entre el bien y el mal, entra la nada y el ser. Como no cabe entre dos mundos diametralmente opuestos: el del materialismo marxista y el predominante espiritual que nosotros defendemos. (…) habría que hacer recíprocas concesiones que traerían por resultado una España híbrida, gris, sin ilusión alguna y mucho peor que la que teníamos.”
Sobre La tercera España añadió: “La mediación la desean los enemigos exteriores, los dirigentes marxistas, la llamada tercera España. La tercera España constituida por liberaloides, populistas, dispuestos a pactar con Dios o con el diablo, conforme a su teoría del mal menor, sin más Patria que sus intereses. La victoria absoluta del Caudillo y la implantación de la doctrina de la Falange Española Tradicionalista con su contenido humano, social y nacional, es el camino único para llegar a la convivencia entre todos los españoles no envenenados por el virus marxista o masónico y que buena fe quieren una España mejor”.
Ni una palabra sobre los católicos que se encontraban detrás de esa aspiración.
Esteban Bilbao, futuro ministro de Justicia y presidente de las Cortes fascistas: “La mediación sería uno de los mayores crímenes con ser tantos y tan espantosos los cometidos en nuestra desventurada España. Un atentado al derecho de gentes, un agravio al honor nacional y el máximo ultraje a las víctimas. La humanidad civilizada, si se atreviera a soportarla, no se vería libre el sonrojo de tamaña injusticia. Un fraude escandaloso. Entre el antiteísmo y la fe, entre el materialismo marxista y el espiritualismo cristianos, entre el sentido feroz de la lucha de clases y el humano criterio de una serena justicia social, entre el separatismo disgregador y el espíritu unitario de una patria grande, entre la sumisión servil del imperio de las internacionales proletarias, masónicas o judaicas y el anhelo dignificador de una España libre no hay acomodos posibles que no lleven grabado el signo de la demencia o el estigma de la traición”.
Conde de Rodezno, entonces ministro de Justicia: “La España auténtica lucha por las fórmulas eternas de la civilización contra la barbarie anárquica y antihumana. No caben componendas con quienes solo practica el crimen y no cabría más unidad que dentro de las normas de justicia y moralidad que nosotros propugnamos”.
Andrés Amado, ministro de Hacienda: “La mediación es absurda, porque implica la convivencia con los asesinos de la zona roja. No cabe admitir diálogo con los traidores a la Patria”.
Pedro González Bueno, ministro de organización y acción sindical, observaría: “La mediación es absolutamente imposible entre espiritualidad y barbarie, Patria y Antipatria, verdad y mentira. La mediación supondría que nosotros admitamos que en la zona roja se defiende algo que puede merecer algún respeto, y este supuesto es absolutamente falso y por nadie compartido”.
El capítulo representado por los militares no variará un ápice este discurso; incluso se hará más radical.
El comandante García Morato: “La unidad de los españoles solo se obtendrá con la sumisión absoluta y ferviente a la voluntad de nuestro providente caudillo y con la educación de las juventudes, basada en los grandes ideales de Religión y de Patria.
Almirante Juan Cervera, Vicealmirante Jefe del Estado Mayor de la Armada: “Es imposible tratar con fiera salvajes; preciso sería domesticarlas y aun así habría que cuidar sus felonías. La horda no puede convivir con sus víctimas”.
General Queipo de Llano: “La mediación no podrá jamás conseguir la unidad entre los que se interponen ríos de sangre inocente”.
General Kindelán: “Sería un crimen de lesa Patria. Parlamentar, un error y una traición. Hemos granado la guerra y al vencedor corresponde imponer las condiciones.
General Jordana. A quien quiera que sea el rojo o protector de rojos que habla -donde sea-, de intentar una mediación entre el Soviet de Levante y nosotros, debiera bastarle con saber que el Generalísimo Franco y con él todo el pueblo español, ha dicho reiteradamente que no puede haber sino victoria por las armas, llevada la guerra hasta el final, o RENDICION SIN CONDICIONES. No debiera haber -ni la hay-, necesidad de más notificaciones. ¡A pelear, a vencer…! ¡Y el enemigo soviético a rendirse!”.
General Carlos Asensio: “La mediación es imposible por algo que me atrevo a calificar de insuperable: la pérdida de la fe de los españoles en su Patria. Por esta fe se mantiene el espíritu católico que Dios concedió a los españoles”.
La Delegada nacional de Auxilio Social, Mercedes Sanz Bachiller: “Las mujeres de esta obra nacional sabemos de los mayores sacrificios, de las pérdidas más entrañables, pero nuestro dolor no puede quedar escarnecido por una traición a la voluntad de vencer de nuestros caídos”.
Católicos, Iglesia y mediación
El grupo de católicos -intelectuales y políticos exiliados-, que no comulgaban con los autoritarios gestos de la Jerarquía eclesiástica -manifestados en la Carta Colectiva de los obispos (1937)-, no permanecieron callados durante el tiempo de la contienda, aunque la prensa no les dio voz ni voto. Ninguno de ellos figuraría en la lista de los intelectuales entrevistados por el ministerio de gobernación fascista.
Desde 1934, existía el Grupo Español de la Unión Católica de Estudios Internacionales. Entre ellos, figuraban Pedro Sangro y Ros de Olano y Alfredo Mendizábal (14) En enero de 1937, se publicó un llamamiento dirigido a los católicos protestando, “con toda la fuerza de nuestras convicciones, contra un acto tan detestable como el bombardeo, diariamente repetido, de nuestro querido Madrid, capital de la República española” (15). En febrero, un Appel espagnol firmado por Alfredo Mendizábal, Juan Bautista Roca, Ricardo Marín y Víctor Montserrat (seudónimo del sacerdote Josep Tarragó), “lloraban a todas las víctimas inmoladas al furor fratricida, y sobre todo a la multitud inocente de los no combatientes” y ofrecían que se permitiera “al pueblo (al conjunto del pueblo del que ahora solo pueden oírse los elementos más violentos) elegir por sí mismos su destino: libremente, serenamente y por procedimientos regulados”, único camino para alcanzar una paz “sin vencedores entregados a la venganza, ni vencidos entregados a los vencedores” (16). La consulta al pueblo era toda una novedad.
Desde Francia, se creó un Comité pour la paix civile et religieuse en Espagne, y que, según, Hilari Raguer, “introducía la exigencia de paz religiosa como condición de la paz civil cuestión a la que era particularmente sensible Jacques Maritain, presidente del comité francés.” (17) El escritor francés dedicó un prefacio en agosto de 1937 al libro de Mendizabal, Aux origines de la tragedie espagnole, que gustó a Azaña, y produjo en la prensa católica un persecución crítica sañuda contra Maritain. Lógico. Negaba que la guerra fuese santa y justa, sino otra cosa muy distinta: “la guerra que se libra en España es una guerra de exterminio» (18). Maritain sería crucificado por la prensa golpista.
A todo ello hay que señalar las maniobras del cardenal primado Isidro Gomá en su intento de paralizar cualquier movimiento español o francés en la dirección de los católicos. Cuenta Santos Juliá que, “desde febrero de 1937 circulaba por la denominada secretaría general del Jefe del Estado, un borrador de manifiesto de intelectuales católicos dirigido a contrarrestar campañas de prensa contra el Movimiento Nacional en el extranjero, definiéndolo “por su oposición irreductible al comunismo en su doble pretensión de aniquilar toda religión y de socializar toda la vida humana” (19).
Las maniobras en la retaguardia del cardenal Gomá no se quedaron ahí. Su militancia fascista contra la paz la llevaría al Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, celebrado a fines de mayo de 1938. En él, el cardenal de lo que menos habló fue de Eucaristía. Lógico, asistió a él nada más y nada menos que “en representación del gobierno español” ante el gobierno fascista de Hungría, regido por Miklos Horthy, amigo de Hitler. Gomá, junto con el general Moscardó, “habló de España y de la guerra santa que se libraba contra el comunismo, repitiendo una y otra vez que no había más posibilidad de paz que el triunfo total de Franco”.
A pesar de ello, los proyectos de estos católicos a favor de la mediación no terminaron ahí. A ellos se sumó Salvador de Madariaga quien, en los días 30 de abril y 1 y 2 de mayo de 1938, presidió en Paris una Conference privée internationale des comités pour la paix civile et religeuse en Espagne. Sus conclusiones más importante se recogerían en un documento que contemplaba las “condiciones que podrían facilitar un armisticio como primer paso hacia la paz y la conciliación” y una resolución “Pour la suspension des hostilités et le rétablissement de la paix en Espagne” (20) en la que incitaban a la opinión universal y a los gobiernos de Francia y Gran Bretaña (21) acerca de la necesidad urgente de intervenir ante las dos partes españolas en conflicto.
Paralelamente, el cardenal Vidal i Barraquer, desde el exilio, escribirá a Franco, a Negrín y a los principales jefes de gobierno europeos con la misma intención. Lo mismo hará en sus cartas a la Secretaria de Estado del Vaticano. Hará ver que el triunfo de Franco traerá una represión masiva, a pesar de lo cual, y paradójicamente, no ocultaba su deseo que los golpistas ganasen la guerra, opinando que “cualquier proyecto de paz tenía que pasar por Franco”. En lo que se mostraba inflexible era en que la Iglesia no debía identificarse con ningún bando y que sin una intervención de las potencias europeas, Franco se habría de mostrar cruel.
Tanto la acción de los católicos desperdigados por Europa como la postura del cardenal Barraquer descompuso al Dictador quien solo imaginaba una victoria total. Así que para hacer frente a esta campaña, solicitó a los obispos, al igual que lo hizo en 1937, su apoyo. La máquina episcopal, dirigida por Gomá, no tardó en ponerse en marcha. Distintas declaraciones episcopales aparecieron en la prensa y mostrarían una vez más la absoluta identificación de la Iglesia Jerárquica con los postulados del fascismo. Ningún obispo se manifestó a favor de dicha mediación.
El obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay, afirmó que “la mediación significaría una transacción y componenda en ideales y principios”, declarándola “absolutamente inadmisible” por cuatro razones: “primera, por el desconocimiento que los posibles mediadores tendrían del “espíritu de nuestra Cruzada”; segunda, porque era imposible conciliar los principios de la revolución francesa, cuya consecuencia extrema era el marxismo, con la política tradicional; tercera, porque transigir con el liberalismo democrático, careta encubridora del tiránico absolutismo marxista, sería traicionar y escarnecer a los mártires; y cuarta, porque se frustraría para todo el mundo el ejemplo de salvación que Dios le depara por medio de España”.
Tal transacción “entregaría el Poder público a los indignos logreros que no han sabido estar a la altura de esta hora heroica de la Patria, mientras el Caudillo y sus abnegados seguidores quedarían relegados y equiparados a los monstruos rojos”.
Terminaba su iracunda respuesta preguntándose: “¿Nueva mediación? ¿Nueva componenda? ¡Jamás! Las madres españolas no consienten que se reserve a sus nietos la trágica suerte que un siglo de suicidas transacciones ha deparado a sus hijos”.
Obispo de Salamanca Pla y Deniel, futuro cardenal primado: “Para la mediación encuentro tres supremas dificultades. Que repugna a los españoles nacionales; que haría estéril en gran parte tanta sangre generosamente vertida y que no evitaría el peligro de nuevas revoluciones e intentos comunistas.
Cardenal Primado Isidro Gomá: “¿Mediación? La gloria del martirio no amengua la infamia de los verdugos”.
Arzobispo de Burgos, Teodoro Cardenal Fernández: “Es preferible que todos muramos en la guerra a ver los males y las destrucciones de nuestro pueblo”.
El jesuita José Agustín Pérez del Pulgar, físico y fundador del Instituto Católico de Artes e Industrias, “el único sentido del Movimiento nacional y la razón única de la sangre derramada y de los sacrificios para sostenerlo es la convicción adquirida en los largos años de vejaciones y tiranías sin limites de la imposibilidad de conciliar la ideología, el concepto de la vida social, patriótica, religiosa y moral de nuestros pueblos y civilización cristiana y española con el marxista-judeo-masónico que encarnaba los Gobiernos del Frente Popular y sostenedores internacionales y el fracaso de todos los intentos realizados para obtener dicha conciliación por la vías legales”.
A tal convicción se añadía la “absoluta y definitiva de que aquellos gobiernos al entregarse a organizaciones internacionales abdicaron de hecho de una autoridad que habían logrado fraudulentamente y lejos de ser representantes de España son una pandilla de asesinos y ladrones. De modo que si lo que se pretendía con la mediación era una transacción, una reconciliación por medio de pactos entre el Gobierno de Burgos y el llamado Gobierno de Barcelona, entonces la mediación supondría un reconocimiento de que los hombres de Barcelona son un gobierno legítimo y no –repite el buen padre Pérez del Pulgar- “una pandilla de ladrones y asesinos”.
Fray Justo Pérez de Urbel: “Militarmente sería una necedad, pues es indiscutible la superioridad de la España Nacional; políticamente, una locura; la mediación se convertiría en mediatización, religiosamente, una prevaricación, pues significaría la renuncia a nuestro ideal de una España católica y tradicional, no puede haber sociedad entre la luz y las tinieblas; moramente una traición, a nuestro programa, a nuestros mártires, a nuestros caídos y al porvenir de España. Diplomáticamente, una ingenuidad y una ignorancia, pues no se conseguiría más que aplazar los problemas dejando intactas las raíces de la discordia. No hay más mediación posible que la rendición de los rojos a la generosidad del Caudillo”.
El sociólogo Severino Aznar, colaborador de Gomá: “¿Mediación? Morir antes. Basta en los rojos rendición y lo demás lo dará la generosidad de Franco. Para las ideologías causantes de la tragedia española solo podemos tener inexorabilidad. Han soltado sobre España cataratas de crimen y ruina. Han puesto la tea y la pistola en las manos, el odio en el corazón y ferocidad de fieras de la selva en las multitudes. Que ganen la guerra si pueden y que nos aniquilen como pretendían”. El hombre sería, con el tiempo,
calificado de demócrata.
Recapitulando
¿Qué hubiese sucedido si aquella campaña por la mediación internacional hubiera prosperado? ¿Qué hubiese sucedido si la Jerarquía eclesiástica no habría fallado de nuevo al pueblo español y hubiese optado por la mediación internacional que algunos católicos defendieron?
De haber sido así, uno sueña con que ni la represión después de la guerra hubiera podido ser tan feroz, ni la reconciliación hubiera sido tan dolorosa… caso de que esta haya llegado a buen puerto, que, a la vista, de lo que sucede hoy en España, parece que estamos muy lejos de haberla conseguido plenamente en alguna ocasión.
Lo dicho hasta aquí no significa que ninguna de las supuestas Españas, republicana y golpista, tuvieran ambas la razón o no la tuvieran. Y que la tercera España, como quería la paz, era la España buena, y las dos anteriores malas, muy malas. Tal descripción, además de no corresponderse con la verdad, sería una ignominia. Todas esas Españas querían la paz, pero no de la misma manera.
Y, dense las vueltas que se quiera, terminológicas y conceptuales, pero la razón política estuvo siempre en quienes defendieron la II República y no de quienes intentaron acceder al poder mediante un golpe de Estado. El golpe de Estado deslegitimaba políticamente al régimen advenido como fruto de dicho golpe, tanto es así que nunca fue un Estado de Derecho. En términos políticos, no hubo dos bandos malos. Solo hubo uno, el golpista. Por dos razones fundamentales. Primera: Porque acceder al poder político mediante un golpe de Estado siempre repugnará a cualquier razón democrática y constitucional, es decir, republicana. Segunda: la paz que trajo el golpe de Estado nunca fue paz.
(1) Para un estudio de la intervención de la diplomacia internacional, considerada en principio como mediación cordial o moral y no jurídica, véase el trabajo diacrónico de Antonio Marquina, Planes internacionales de mediación durante la guerra civil, Unisci, Nº 11 mayo, 2006. https://www.ucm.es/data/cont/media/www/pag-72530/UNISCI11Mar2.pdf; Enrique Moradiellos: Un triángulo vital para la República: Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética ante la guerra Civil española. Universidad de Extremadura. 2001; Documents Diplomatiques Français (DDF), 1932-1939, 2ª serie, t. IV, doc. 39. Acerca de los católicos repartidos por Europa y su intención de crear una tercera España, véase “Imposible Tercera España”, epígrafe añadido al libro de Santos Juliá Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2015.
(2) Pangloss es un personaje de la novela Cándido, de Voltaire. Pangloss -todo lengua-, suele utilizarse como sinónimo de la idea de que vivimos “en el mejor de los mundos posibles”. Puro optimismo ingenuo. Voltaire hizo con este personaje la caricatura de del filósofo y matemático Gottfried Leibniz, a quien se le debe el cálculo diferencial junto a Newton, y del sistema binario, sin el cual los ordenadores y teléfonos actuales no funcionarían. Leibniz es el autor de la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, tal y como escribió en su Teodicea, un tratado sobre Dios.
(3) Cuando Antonio Marquina haga referencia al texto de Azaña dirá que este pedía piedad y perdón, burlando de nuevo la palabra paz. Lógico, si solo había leído el texto de El Socialista.
(4) Acción Española (16.4.1933) y El Siglo Futuro (22.4.1933).
(5) Véase “Cinco artículos olvidados de Niceto Alcalá Zamora y Torres olvidados en la prensa francesa (1936)», Miguel Ángel García de Juan, Stud. Hist. Hª Contemporánea, 2019. Ediciones Universidad de Salamanca. En Internet pueden bajarse los cinco artículos del citado periódico, L´Intransigeant.
(6) “Confesiones de un demócrata”, “La tercera España”, L’Ére Nouvelle, 12 mayo 1937. N. 2000., págs. 36-41. Los artículos de Alcalá Zamora en dicha revista fueron numerosos. Hay que recordar que el Tribunal regional de Responsabilidades Políticas de Madrid lo condenó el 28 de abril de 1941 a una multa de 50 millones de pesetas, la incautación de todo su patrimonio, le quitaron la nacionalidad española y se le acusó de haber difamado en sus escritos al “Glorioso Movimiento Nacional.
(7) Abc, Madrid, 26.9.1938. También en La Libertad, 27.9.1938.
(8) Diario de Navarra, 18.10.1938.
(9) Diario de Navarra, 12.7.1938.
(10) Diario de Navarra, 19.7.1938.
(11) Ibídem.
(12) El Pensamiento Navarro, 11.8.1938.
(13) La Gaceta del Norte, 11.10.1938.
(14) Para estos avatares véase el texto de Santos Juliá.
(15) La Vanguardia, 27 de enero de 1937.
(16) “Un appel espagnol”, L’Aube, 1 de junio de 1937.
(17) Hilari Raguer, La pólvora y el incienso. La Iglesia y la Guerra Civil española (1936-1939), Barcelona, 2001, pp. 281-283. Véase, también, La Iglesia y la represión en la guerra civil española, en la web.
(18) Maritain sería vilipendiado e injuriado una y otra vez por la prensa golpista. Uno que se destacó en este ataque fue Ameztia, director de Diario de Navarra, que seguía muy de cerca lo que se publicaba en la prensa francesa.
(19) Sobre los avatares de este borrador, escrito por Juan Zaragüeta, y revisado bajo las órdenes de Gomá, se pueden leer diferentes versiones en la correspondencia cruzada entre Zaragüeta, Aznar y Gomá, en Archivo Gomá, Documentos de la Guerra Civil, Madrid, Docs. 3-157, 3-221, 4-75 y 5.211.
(20) Jacques et Raïsa Maritain, Oeuvres Complètes, vol. VI, 1935-1938.
(21) Véase Alfonso Botti: Alfonso Botti: Con la tercera España. Luigi Sturzo, la Iglesia y la guerra. Alianza Editorial, 2020.