Traducido para Rebelión por LB.
¿Estamos ante la tercera Intifada? Esta pregunta la han formulado esta semana una serie de expertos de seguridad israelíes. Pero no sólo ellos: sus colegas palestinos están casi tan perplejos como ellos.
En toda Cisjordania jóvenes palestinos lanzaron piedras contra los soldados israelíes. Los 5.500 palestinos presos en las cárceles israelíes participaron en una huelga de hambre de tres días.
La causa inmediata [de las protestas] es la muerte de un joven palestino durante un interrogatorio del Shin Bet. La autopsia no mostró ninguna causa objetiva de muerte. No hubo ataque cardíaco, como alegaron al principio (y automáticamente) las autoridades israelíes y sus lacayos, los llamados «corresponsales militares». Así pues, ¿se trató de un caso de muerte por tortura, como creen casi todos los palestinos?
Luego están los cuatro presos en huelga de hambre (mitigada por infusiones) desde hace ya 150 días. Dado que casi todas las familias palestinas tienen – o han tenido – al menos uno de sus miembros en prisión, esta huelga genera mucha excitación.
Así pues, ¿ha estallado ya la Intifada?
La incertidumbre de los agentes de seguridad israelíes deriva del hecho de que tanto la primera como la segunda Intifada estallaron de forma inesperada. Tanto a los israelíes como a los dirigentes palestinos ambos alzamientos les pillaron por sorpresa.
La sorpresa israelí fue, digamos… sorprendente. Cisjordania y la Franja de Gaza estaban, y siguen estando, rebosantes de informantes palestinos al servicio de Israel. Décadas de ocupación han permitido al Servicio de Seguridad [israelí] reclutar a miles de informadores palestinos vía soborno o chantaje. Entonces, ¿cómo es que no lo vinieron venir?
El liderazgo palestino, a la sazón en Túnez, estaba igualmente in albis. Tuvieron que pasar varios días antes de que Yasser Arafat se percatara de lo que estaba pasando y comenzara a alabar a los «Niños de las piedras».
La razón que explica la sorpresa es que ambas Intifadas fueron completamente espontáneas. Nadie las planeó. En consecuencia, ningún chivato pudo advertir de ellas a sus jefes.
El detonante de la primera Intifada fue un accidente de tráfico. En diciembre de 1987 un conductor israelí mató a varios trabajadores palestinos cerca de Gaza. Se abrió la caja de los truenos. La segunda Intifada la encendió una deliberada provocación israelí tras el fracaso de la conferencia de Camp David del 2000.
El ejército israelí no estaba en absoluto preparado para la primera Intifada. El ministro de Defensa Yitzhak Rabin lanzó entonces su famosa consigna («¡Rompedles los huesos!»), que algunos comandantes interpretaron literalmente y ejecutaron escrupulosamente. Una gran cantidad de brazos y piernas palestinos acabaron machacados a culatazos.
La segunda Intifada también estalló de forma inesperada, pero esa vez el ejército israelí estaba preparado para cualquier contingencia. Las tropas habían sido entrenadas con antelación. Esa vez no se rompieron huesos, pero los israelíes colocaron a francotiradores al lado de los oficiales al mando de las unidades. Cada vez que se acercaba una manifestación no violenta el oficial israelí señalaba al líder del grupo y el francotirador lo mataba. Muy pronto la revuelta no violenta se transformó en otra de carácter extremadamente violento.
No sé lo que el ejército israelí ha planeado para la tercera Intifada, pero podemos estar seguros de que incluso si se inicia como una protesta masiva no violenta no seguirá siéndolo por mucho tiempo.
Hace dos semanas el Canal 10 israelí emitió un documental sobre la forma como Ariel Sharon manipuló la segunda Intifada.
Todo comenzó cuando el primer ministro Ehud Barak autorizó al líder de la oposición Sharon a visitar el Monte del Templo acompañado por cientos de policías. Sharon era un ateo porcófago, de modo que no había ninguna motivación religiosa en aquella visita. Fue una provocación pura y dura.
Cuando Sharon se acercó a los santuarios musulmanes lo recibieron a pedradas. La policía israelí disparó fuego real contra los lanzadores de piedras y los mató. Y así es como nació la segunda Intifada.
Desde sus lejanos cuarteles tunecinos, Arafat no tuvo nada que ver con aquello. Ahora bien, cuando la Intifada estalló se adhirió a ella. Los cuadros locales de Fatah tomaron el mando.
Poco tiempo después Sharon llegó al poder e hizo todo lo posible para atizar el fuego. En el documental se entrevista en profundidad a sus más cercanos colaboradores y éstos revelan que Sharon hizo eso de forma totalmente deliberada.
Su objetivo era provocar un levantamiento general que le diera un pretexto legítimo para reconquistar Cisjordania después de que algunas partes del territorio cisjordano habían sido entregadas a la autoridad palestina en los acuerdos de Oslo. Y, efectivamente, numerosos ataques suicidas y atentados de diversa índole le proporcionaron la necesaria legitimación nacional e internacional para desatar la operación Muro Defensivo, en la que las tropas israelíes volvieron a entrar en todas las ciudades de Cisjordania sembrando a su paso muerte y destrucción. En particular, los israelíes saquearon sistemáticamente las oficinas de la Autoridad Palestina, incluidas las instalaciones de los ministerios de Educación y de Servicios Sociales. Arafat fue rodeado y aislado en la Mukata (Recinto) de Ramallah y fue mantenido virtualmente como prisionero durante años, hasta que murió.
En el documental, los asesores de Sharon reconocen abiertamente que éste ni siquiera contemplaba la posibilidad de una iniciativa política para poner fin a la Intifada: su único objetivo era derrotar a la resistencia palestina utilizando la fuerza bruta. Durante aquella Intifada murieron 4.944 palestinos frente a 1.011 israelíes (la anterior Intifada costó la vida a 1.593 palestinos y a 84 israelíes.)
Los israelíes piensan que los brutales métodos de Sharon fueron un gran éxito. La Segunda Intifada expiró.
¿Habrá una tercera Intifada? Y si la hay, ¿cuándo estallará? ¿Ha comenzado ya, o más bien los últimos acontecimientos solo han sido una especie de ensayo general?
Nadie lo sabe, y menos que nadie nuestras fuerzas de seguridad. No existe información fiable procedente de los agentes. Una vez más, todo es espontáneo.
Una cosa está clara: Mahmoud Abbas, el heredero de Arafat, le tiene mucho miedo a la Intifada. Aguardó varios días y luego, cuando tuvo claro que no se trataba de un alzamiento generalizado, ordenó a sus fuerzas policiales entrenadas por los Estados Unidos que intervinieran y acabaran con las manifestaciones.
Más aún: condenó públicamente los estallidos y acusó a Benjamin Netanyahu de provocarlos deliberadamente.
Uno de los motivos en los que fundaba esa sospecha es que el viernes la policía israelí no impidió a los jóvenes palestinos acceder al Monte del Templo («Haram al-Sharif»), como hacen frecuentemente a la menor sospecha de posibles disturbios.
Formulé la pregunta a un círculo de amigos: suponiendo por un momento que Abbas estuviera en lo cierto, ¿cuál podría haber sido el motivo de Netanyahu?
Uno respondió: Netanyahu teme que en su próxima visita a Jerusalén Barak Obama exija la reanudación del «proceso de paz». Netanyahu le dirá que, en vista de la nueva Intifada, tal cosa es imposible.
Otro sugirió: Netanyahu le dirá al presidente Obama que Abbas ha perdido su autoridad y que, por lo tanto, no es un socio viable.
Un tercero aventuró: Netanyahu le dirá a la opinión pública israelí que estamos en una situación de emergencia y que ello nos obliga a formar inmediatamente un Gobierno de Unidad Nacional. Todos los partidos sionistas deben ser empujados a participar por parte de sus votantes.
Y así sucesivamente.
Sea como fuere, la pregunta pertinente es si un estallido espontáneo está al caer o no.
Francamente, no lo sé. Dudo que alguien lo sepa.
La ausencia de una iniciativa de paz genuina hace probable que en cualquier momento estalle otra Intifada. ¿Cuánto tiempo puede continuar la dura ocupación sin provocar una seria contestación?
Por otra parte, no parece que la gran masa del pueblo palestino esté mentalmente preparada para la lucha. En los territorios ocupados ha surgido una nueva burguesía que tiene mucho que perder. Bajo los auspicios de los EEUU el primer ministro palestino Salam Fayyad ha conseguido estimular algún tipo de economía en la que prospera un buen número de gente.
La perspectiva de una nueva ronda de violencia no seduce a esas personas, ni tampoco a la gente pobre, que bastante tiene con tratar de sobrevivir cada día. Para conseguir que estas personas se alcen tendría que producirse un acontecimiento extremadamente provocativo, algo que lo mismo puede ocurrir mañana por la mañana, dentro de algunas semanas o meses, o nunca.
Abbas acusa a Hamas de fomentar los disturbios en Cisjordania, gobernada por Fatah, mientras que la propia Hamas mantiene al mismo tiempo el alto el fuego en su propio dominio, la Franja de Gaza. En realidad, a ambos regímenes, cada uno en su propia parte de Palestina, les interesa la tranquilidad al tiempo que acusan al otro de colaborar con la ocupación.
(Hace siglo y medio Karl Marx denunció los esfuerzos de su adversario socialista Ferdinand Lassalle para establecer cooperativas de trabajadores. Marx afirmó que desde el momento en que los trabajadores tuvieran algo que perder ya no se levantarían más. «Cuanto peor, mejor», dicen que dijo Lenin.)
Cuanta más gente en ambos lados hable de la Tercera Intifada , menos probable es que ocurra. Como decían los alemanes, las revoluciones vaticinadas no suceden.
Pero si la ocupación prosigue sin visos de acabar nunca, entonces algún día la Tercera Intifada estallará súbitamente, justo cuando nadie hable de ella y todo el mundo a ambos lados esté pensando en otras cosas.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1362138215/