La historia y la vida palestina fue difícil. Solo un parámetro permitió comprender la tragedia. Desde el primer mártir palestino Jesús hasta el mártir Yasser Arafat, el pueblo palestino no logró respirar la brisa de libertad sobre su tierra. «Y combatieron los hijos de Judá a Jerusalem y la tomaron y pasaron a sus habitantes […]
La historia y la vida palestina fue difícil. Solo un parámetro permitió comprender la tragedia. Desde el primer mártir palestino Jesús hasta el mártir Yasser Arafat, el pueblo palestino no logró respirar la brisa de libertad sobre su tierra.
«Y combatieron los hijos de Judá a Jerusalem y la tomaron y pasaron a sus habitantes a filo de espada y pusieron fuego a la ciudad» (Jueces 1:8). Desde aquella primera invasión hebrea a Palestina por Jericó en 1020 aC, hasta la actual ocupación israelí, su tierra fue usurpada, maltratada y dañada por cuanto poder colonial llegó a esa dorada llave mediterránea que une tres continentes.
Durante su historia, en Palestina vivieron y compartieron una misma tierra y un solo país los judíos, cristianos y musulmanes con su única identidad de palestinos. A diferencia de otras partes del mundo, el palestino judío no solo no sufrió persecución y discriminación por los otros palestinos, sino, fue una parte inseparable de las otras dos religiones con el respeto a sus instituciones y sus lugares sagrados.
Como testimonio. El italiano judío David dei Rossi, llegó en 1535 como inmigrante a Palestina, bajo la ocupación del imperio Otomano, y se sorprendió al observar que los judíos ocupaban puestos incluso en el gobierno, algo que resultaba inesperado en Europa, expresando: «Aquí no estamos en el exilio, como en nuestro país. Aquí… los guardianes de las aduanas y los peajes son judíos… No hay impuestos especiales para ellos».
Diametralmente opuestos a los palestinos judíos, en Europa, los sectores del establishment judaico acoplados a la política sionista suspiraron por un sueño colonial. Aventajados por un mundo envuelto en dos guerras mundiales y el holocausto que acabó con la vida de 55 millones de personas, las presiones y chantajes del lobby sionista dentro de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña y sobre los victoriosos gobiernos de Europa, sumaron el deseo de éstos de sacarse de encima la cuestión judía.
Las teorías del padre del sionismo, el húngaro Theodor Herzl, de crear un Estado judío en la lejana tierra de Palestina estimuló y se enraizó en el pensamiento europeo: «Colonizar Palestina; federar y judaizar a los judíos; reafirmar el sentimiento nacional y gestionar la suficiente presión sobre los gobiernos para alcanzar el objetivo sionista» (Theodor Herzl, 1896).
La estrategia no tenia ética, ni reparo. Así como estrecharon sus contactos con los regímenes europeos pos guerra, anteriormente, lo hicieron con el fascismo italiano y el nazismo alemán. Entre los notables judíos de Europa, Vlademir Jabotinsky, admirador del fascismo de Benito Mussolini, expresó: «¿Qué queremos?, queremos un imperio judío, al igual que Italia».
Según la agencia de noticias fascista Avanti Moderno, en 1935 el Congreso Sionista Revisionista logró el apoyo de Mussolini. Durante ese año, el líder italiano le hizo saber su deseo al Gran Rabino de Roma Israel Zoller (Eugenio Zolli): «Las condiciones necesarias para el éxito del movimiento sionista es poseer un Estado judío… Hay una persona que conoce esto muy bien y es el ciudadano fascista Jabotinsky».
En medio de la persecución a los judíos, Mussolini, ayudó logística y económicamente a Jabotinsky organizar la juventud revisionista (luego partido Likud) y los escuadrones judíos Betar, luciendo camisas negras al igual que las filas fascistas. Sucedido por el sionista Menahem Beguin (luego premier israelí en 1977 por el Likud), prefirió cambiar el negro por la vestimenta marrón-pardo del movimiento hitleriano.
En relación. Vale recordar, entre otros, dos hechos que detonaron la conciencia. El primero: cuando en 1933 la Federación Sionista de Alemania envió una carta de apoyo al partido Nazi, resaltando: «… la fundación del nuevo Estado, nazi, el cual ha establecido el principio de raza, deseamos así adaptar nuestra comunidad dentro de la estructura total, en la esfera a nosotros asignada, es posible una actividad fructífera por la patria…» (Zionism in the Age of the Dictators, Wesport. L. Brenner 1983:48). El segundo: pese al sufrimiento judío en la Alemania Nazi, existió una complicidad sin tapujos entre el sionista Arthur Hagen, Director de la Judenreferat (oficina de Asuntos Judíos de la SS) y Adolf Eichmann, miembro de la SS y director del Judenreferat (secuestrado por la Mossad en la Argentina el 11/5/1960 y ejecutado en Israel). Ambos, de manera abusiva en octubre de 1937 viajaron juntos a Palestina. Al prohibirles la ocupación británica su descenso en el puerto de Haifa por la presencia del militar nazi, se dirigieron al Cairo para reunirse con los referente sionistas sembrados en la región.
Los sucesores y seguidores de los espurios temperamentos fueron los padres fundadores de Israel, y de estos recientes dos últimos liderazgos israelíes de Ariel Sharon y Ehud Olmert, los que levantaron su espada herodiana contra el pueblo palestino. Entre los fundadores, también jugó un rol fundamental el laborismo sionista-socialista (partido Laborista), encabezado por David Ben Gurión, Golda Meir y Shimon Peres, como la cara socialista del movimiento obrero sionista. Sin embargo, la contradicción golpeó en un insólito socialismo que aspiró y colonizó por las armas una tierra ajena y habitada. Sus acciones y declaraciones compitieron con los sectores más reaccionarios y racistas: «No hay nada que puede llamarse palestinos, ellos simplemente no existieron» (Golda Meir, The Sunday Times, 15/6/1969).
Con poderes fluctuantes, conciencias
dormidas y silencios cómplices el sionismo
encontró su especial madriguera para elaborar su plan
Frente al concierto de iniquidades. La tierra se desgarró. Los milicias sionistas desembarcaron a finales de la década del ’30 en Palestina con el aval de la fuerza ocupante británica y organizaron clandestinamente los grupos terroristas del Irgun Tzavai Leummi, Stern, Palmaj y Haganah (luego Tzahal ‘ejercito israelí’). Su violencia sembró el terror en las indefensas poblaciones palestinas y luego arremetieron contra sus propios socios británicos obligándolos a retirarse, sin antes haberles cedido por decisión británica todo sus armamentos pesados. Yizthak Shamir, como premier israelí en la década del ’90, conmemorando el 51 aniversario de su agrupación Stern, «Justificó el terrorismo para la fundación de Israel», y admitió que » los judíos extremistas que él contribuyó a fundar y dirigir hicieron bien en apelar al terror para establecer el Estado de Israel» (Clarín, Buenos Aires, 5 sept. 1991).
Sin respetar la esencia, la raíz y la milenaria presencia del semita pueblo palestino sobre su propia tierra, las Naciones Unidas con extralimitadas facultades y apresurados desempeños con su pluma de la partición, certificaron en 1947 rasgar la tierra palestina y asolar a su pueblo. Como consecuencia. Sobre 418 ciudades y aldeas arrasadas; kilómetros de ricas tierras agrícolas quemadas; olivares, frutales y cactus arrancados; montañas, llanuras, aguas, ríos y mares usurpados, y su nativo pre-bíblico pueblo diezmado con el 60 por ciento de su población echados al mar y convertidos en refugiados, los lideres terroristas sionistas en voz de David Ben Gurión, declararon unilateralmente en mayo de 1948 la creación del Estado judío sobre la mayor parte de la tierra de Palestina y lo llamaron Israel. Estados Unidos, y minutos más tarde, la Unión Soviética, lo reconocieron inmediatamente, como un ejemplo a seguir por los países partidarios de los dos poderosos bloques de la Guerra Fría.
Pecar por omisión. Con el nuevo orden internacional de Yalta; choques de poderes y entrecruzados lobby económicos y políticos, los sionistas junto con su nuevo socio estadounidense, fueron los responsables de arrastrar premeditadamente a la ONU para cometer un doble error por omisión. Primero: el ejecutar una partición sin el consentimientos de sus ciudadanos y sobre una tierra totalmente habitada para la creación de otro Estado, por ende, la llegada masiva de gente ajena al lugar y el recambio de un pueblo por otro. Lo segundo: haber resuelto oficialmente una partición para un Estado judío (55%) y la continuidad de Palestina como Estado, incluyendo a Jerusalem internacionalizada (45%), y luego, violando su propia resolución jurídica 181, reconoció en 1949 al Estado de Israel con el 78 por ciento de la tierra (20,796 Km2), incluyendo el sector occidental de Jerusalem, es decir, un 23 por ciento más de lo asignado, y no reconoció al mismo tiempo, el estatus jurídico del Estado de Palestina y sus líneas fronterizas por ellos demarcada. Como resultado. El no reconocimiento del Estado palestino hasta la fecha, es el principio y la continuidad del sangriento conflicto palestino-israelí y la debilidad de la ONU para resolverlo sobre sus propias leyes.
Frente al tsunami de injusticias, es imposible soslayar responsabilidades. El armisticio firmado entre los países árabes e Israel entre 1948/49 y el no haber exigido antes de la firma el inmediato reconocimiento del Estado árabe palestino, le permitió a Israel entrar por la puerta grande de las Naciones Unidas como un país amante de la paz (principal consigna de la ONU), mientras, la situación palestina pasó a ser una mera cuestión de refugiados.
La fortaleza militarista del nuevo Estado y la belicosa metodología utilizada, los alejó de la ética religiosa judía y lo convirtió en un estado sionista, tal como lo denunció en reiteradas oportunidades el Rabino Moshe Hirsh, líder de la agrupación rabínica Nuterei Karta: «Israel no es un Estado judío, sino un Estado sionista», entre otras de sus declaraciones, recalcó: «…Este lugar se llama Palestina. Los judíos vivían aquí perfectamente hasta que llegaron esos que se aprovecharon de la cuestión judía para sus propios intereses, los sionistas«. (El Mundo, España 24/4/2004). Por su parte, el humanista científico alemán-judío Albert Einsten, rehusó la oferta sionista de ser presidente de Israel, alegando: «Mi naturaleza esencial del judaísmo se resiste a la idea de un Estado Judío con fronteras, con un ejercito y con cierta cantidad de poder temporal».
Al respecto, los históricos vaivenes contradictorios de los liderazgos americanos sobre la cuestión, se reflejaron en el perfil del actual presidente George Bush, tibiamente favorable a un Estado palestino, pero avalando en el silencio de la práctica los asentamientos, el muro, los crímenes israelíes y el inhumano boicot contra el pueblo palestino por sus democráticas elecciones del 2006. Oportunamente, la actitud política del entonces presidente Henry S. Trumman, apoyando enfáticamente la creación de Israel sobre tierra palestina, no coincidió con su gnosis personal redactada en 1947 en su diario: «Los judíos son muy, muy egoístas…A los judíos no les importa cuántos estonios, finlandeses, polacos, yugoslavos o griegos son asesinados o maltratados, siempre que los judíos reciban un trato especial. Sin embargo, cuando tienen poder físico, financiero o político y cuando llegan a la prosperidad, son pocos los que recuerdan su condición pasada» (The Washington Post – Estados Unidos, Rebecca Dana y Peter Carlson, julio 2003).
Sus líderes pasaron rápidamente
del terrorismo al terrorismo de Estado
El director general del ministerio de Defensa, Shimon Perski (Shimon Peres), se convirtió en el arquitecto del plan nuclear. Entre las décadas del ’50 y finales de los ’60, Israel desarrolló su poderoso programa atómico con la ayuda financiera-logística de Francia, instalando bajo la supervisión de Peres, el reactor nuclear de Dimona en el desierto de Bersheba, convirtiéndose en el quinto mayor arsenal mundial de bombas nucleares.
El hábil enriquecimiento de uranio hallado en el Neguev palestino, más el alto poder destructivo acumulado en más de dos centenares de ojivas nucleares listas para ser disparadas sobre mísiles tiera-tierra, agitó la preocupación del científico israelí Mordachei Vanunu, que se fugó a Londres denunciando con pruebas palpables, que: «Israel tiene un poder nuclear capaz de volar la región en segundos» (The Sunday Times,1986). Con la mayor de las impunidades y los posibles graves riesgos para la región, Israel, nunca permitió la entrada de observadores y es el único país que no firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear. Mientras con su agresiva política regional, bombardeó la Central Nuclear de Irak en 1981; más recientemente, en el 2007, destruyó el material nuclear norcoreano en una base secreta de Siria y amenazó constantemente con bombardear el programa nuclear de Irán.
La indiferencia internacional, la permanente provocación israelí a los países árabes fronterizos, esencialmente contra Siria y Egipto, la necesidad de expandirse y la rutina de enfrentamientos se tornó en guerra. El general Yizthak Rabin ya había ordenado la movilización durante el mes de mayo. En menos de tres horas a partir de la madrugada del 5 de junio de 1967, la fuerza aérea israelí destruyó 286 aviones de guerra egipcios que no alcanzaron a tomar vuelo, 13 bases aéreas y 23 estaciones de radar, mientras sus fuerzas terrestres, acorazadas y aéreas invadieron los territorios árabes en los cuatro frentes de Palestina (bajo control jordano-egipcio), Siria, Egipto y Jordania. El primer día ocuparon Gaza y al mediodía del tercer día cayó la ciudad vieja de Jerusalem.
Por la falta de coordinación militar árabe y el complot interno sufrido por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, los israelíes ocuparon en seis días la totalidad de la tierra de Palestina, es decir, el 22 por ciento restante de 1948, incluyendo el sector Este de Jerusalem (6.213 Km2); el Golán de Siria (1.115 Km2), la península del Sinai egipcio (61.175 Km2 – devuelto) y un pequeño sector de Jordania. Naciones Unidas en su resolución 242, exigió la retirada de los «territorios árabes ocupados». No solo no fue acatada por la potencia ocupante, sino, fue victima de la semántica conflictiva ante la interpretación y falta de la palabra «todos los territorios árabes ocupados». Los israelíes sacaron sus propias ventajas.
Ungido de la probeta de la ONU, Israel, continuó con su política de tinta sobre papel e hizo caso omiso a todas las resoluciones, a las leyes jurídicas internacionales, los artículos de la Convención de Ginebra de 1949 y se mantuvo en los territorios árabes.
Palestina terminó de perder toda su tierra
y su capital Jerusalem
Aunque el ministro de Defensa Moshe Dayan, uno de los responsables de la invasión, al entrar junto con Rabin en 1967 a la vieja ciudad de Jerusalem, exclamó: «…entramos a esta ciudad para quedarnos para siempre», varios años después, no ignoró el daño impuesto al pueblo palestino y fue de los pocos militares sionistas que se arrepintió: «Llegamos a este país que ya estaba poblado por árabes, y estamos estableciendo aquí un estado hebreo, es decir judío… aldeas judías fueron construidas reemplazando aldeas árabes… No hay una sola comunidad en el país que no haya tenido antes una población árabe… Ante los propios ojos (de los palestinos) estamos apoderándonos de la tierra y de las aldeas en las que han vivido ellos y sus antepasados… Somos la generación de los colonizadores, y sin un casco de acero y sin el cañón de un fusil no podremos plantar un árbol ni construir una casa» (Pecados Originales).
Apenas 19 años -1948/1967-, la milenaria tierra palestina quedó erosionada, borrada de los mapas y los Atlas. Dejó de ser Palestina para ser llamada Cisjordania o Ribera Occidental (West Bank) y Gaza. Peor aún, los israelíes la llaman «Samaria, Judea y Gaza». Desde ese entonces y hasta la actualidad, la tierra de la tuna, la miel y la leche; de los grandes sabios, de la poesía y los agricultores; de los olivares, la vid y las cabras, se convirtió en una tierra militarista, con sonido nuclear, tambores de guerra, olor a pólvora y muerte; de extremistas, asentamientos ilegales y muros de apartheid.
Impusieron su plan. La profecía del Herzl en aquel primer Congreso Sionista de Basilea en agosto de 1897, quedó plasmado: «Si tuviera que resumir el Congreso de Basilea en una frase -cuyo pronunciamiento público he de evitar- sería esta: en Basilea fundé el Estado judío». (Theodor Herzl, de su diario personal).
Batalla de Al Karameh, 40 años
Exiliado en países árabes, el comandante Yasser Arafat erigió el santuario de la lucha nacional. Organizó las fuerzas revolucionarias palestinas de Al-Fatah en la década del ’50 y el 1° de enero de 1965, la revolución imprimió su primera presencia publica al dinamitar la ilegal central de bombeo israelí de Aílabun, utilizada para la usurpación del agua palestina,
Embebido de soberbia por el triunfo sobre tres países árabes en seis días de guerra, Moshe Dayan ordenó terminar con el grupo palestino instalado en la aldea jordana de Al Karameh (dignidad en árabe). Durante la noche del 21 de marzo de 1968, la poderosa fuerza israelí entró en la aldea y su sorpresa fue la resistencia palestina. Arafat, logró hacerle saborear al colonialismo israelí su primera derrota. Luego de tres días de encarnizados combates, huyeron abandonado su muertos y todos sus armamentos pesados. Israel comprendió la lección. No pudieron aniquilar a los palestinos, y los palestinos comenzaron a soñar con el retorno a su tierra perdida.
La revolución con la batalla ganada y las piedras de la Intifada de 1976 en Galilea, de 1987 en Jabalya, Gaza y de 2000 en Jerusalem, fue para la potencia ocupante demoledor. Pese a su retórico mito de acusar la resistencia palestina de «terrorismo», no logró reducirla.
El terrorismo de Estado de Israel, con su fuerza motriz se constituyó como tribunal, juez y verdugo, cometiendo desde 1965 una flagrante limpieza étnica para frenar la revolución y cualquier posibilidad palestina de alcanzar su independencia y la restitución de su Estado, asesinando de manera masiva y selectiva a miles de palestinos y sus referentes. Entre los muchos miles de mártires, se encuentran: Ghassan Kanafani, portavoz del Frente Popular para la Liberación de Palestina-FPLP, asesinado por un coche bomba el 8 de julio de 1972 en Beirut. Mahmoud Al-Hamshari, miembro de Fatah-OLP, fundador de la Fuerza 17, asesinado el 4 de mayo de 1975 con explosivo en el teléfono de su casa de París. Khalil al Wazzir (Abu Jihad), líder de Fatah-OLP, asesinado el 16 de abril de 1988 en su casa de Túnez, por un comando israelí dirigido por el ex premier Ehud Barak. Salah Khalaf (Abu Iyad), líder de Fatah-OLP, muerto el 14 de enero de 1991 en Túnez. Fathi Al-Sheqaqi, secretario general de la Yihad Islámica, asesinado en octubre de 1995 en Malta. Abu Ali Mustafa, líder del FPLP, asesinado 27 de agosto de 2001 en su oficina de Ramallah. Sheij Ahmed Yassin, lider espiritual de Hamas, asesinado el 22 de marzo de 2004 a la salida de la Mezquita en Gaza. Abdel Aziz Rantisi, líder de Hamas, asesinado el 17 de abril de 2004 en Gaza. Y el Padre de la Patria, líder de la revolución, premio Nobel de la Paz, presidente Yasser Arafat, envenenado por Sharon en Ramallah, murió el 11 de noviembre de 2004 en el hospital militar Percy de París y fue enterrado transitoriamente en Ramallah, hasta el retorno a su lugar de nacimiento Jerusalem. Todos los mártires tuvieron un solo principio: vivir y morir por la tierra de Palestina.
Día de la Tierra Palestina
Desde la lectura de la tragedia, sobraron fundamentos para instaurar el Día de la Tierra a partir de 1967. Sin embargo, esa fecha surgió en 1976 desde las raíces de la tierra palestina y su pueblo dentro de la línea de Israel.
Los que permanecieron luego del ’48 aferrados a sus poblados de Galilea, Acre, Safad, Haifa, Jaffa y Nazareth, entre otros, resistieron los desalojos, la usurpación, los maltratos, las humillaciones y la discriminación. Israel, buscó todos los medios para judaizarse, aunque no lo logró. En 1952, implementó la «Ley del Retorno», beneficiando a los judíos de cualquier parte del mundo a convertirse automáticamente en ciudadanos israelíes e instalarse en tierras quitadas a los palestinos. Su Parlamento promulgó decenas de leyes sobre expropiaciones. Entre las mismas, figuró la «ley de propietarios ausentes», que le permitió al gobierno israelí apoderarse con un complejo mecanismo legal y burocrático de las tierras, cosechas y casas de palestinos que fueron deportados o obligados a huir. El 22 por ciento de la población israelí son palestinos y solo el 2,5 por ciento de la tierra es propiedad de los mismos.
En el tabernáculo de la injusticia y la violación, nunca respetó la resolución 194 de la ONU de 1948, que exigió el retorno de los refugiados palestinos, expulsados de sus tierras y sus casas. Hasta la fecha millones de exiliados, muchos de ellos en situaciones caóticas, esperan su regreso frente a la negativa y la indiferencia israelí.
El Día de la Tierra Palestina coronó años de lucha popular. Entre 1948 y 1976 solo en Galilea usurparon 100 mil hectáreas de tierras cultivables, encendiendo el 30 de marzo de 1976 la chispa de la Intifada (levantamiento popular). La brutal represión israelí asesinó a sangre fría a 7 jóvenes palestinos. La incrementada sublevación se extendió desde Galilea al triangulo del norte y al Neguev. Coordinadamente, fue además, el repudio contra el trabajo esclavo, la falta de derechos sociales y la educación impuesta a los niños, prohibiéndoles literaturas e historia palestina para extirpar sus conciencias y su idioma árabe.
El golpe contra la arrogancia en Galilea, frenó la usurpación y la deportación. Los palestinos conquistaron su derecho de libre movimiento sin ser victimas de la ley de propietarios ausentes, el derecho al voto y la llegada al Parlamento, la formación de sociedades civiles e institucionales y el trabajo digno sin explotación y con las asignaciones sociales.
Sin dignidad la libertad
carece de sentido
La tierra sigue siendo el vital alimento de la raíz palestina, para su dignidad y su libertad. Sin embargo, Israel mantuvo la sistemática política de carcomer el territorio ocupado desde 1967, robando tierras mediante el cáncer de los asentamientos ilegales, habitados por más de 450 mil colonos extremistas, fundamentalmente, en torno a Jerusalem Este. Violando las leyes internacionales establecidas en la Convención de Ginebra, las Regulaciones de La Haya, los Acuerdos de Oslo, el Mapa de Ruta y las Resoluciones 446, 452, 465 y 471 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Entre sus odiosas estrategias, desde junio de 2002, con el fatídico slogan de la «seguridad», Sharon, comenzó la construcción de un Muro de Apartheid para la protección de los asentamientos edificados en territorio palestino y el arrebato recóndito del 58 por ciento más de la tierra, dividiendo las ciudades y aldeas en cantones y sin continuidad territorial. La Corte Internacional de Justicia condenó la construcción israelí en julio de 2004 y la ONU con el voto de 144 países, en su resolución A/ES10/L18-2004, exigió congelar, demoler y resarcir a los perjudicados. Israel ignoró la preocupación internacional. Hasta el momento construyó más de 780 kilómetros de longitud…y sigue.
Luego de 60 años de la pérdida de la tierra, Israel, la potencia nuclear ocupante, mantiene su deliberada torpeza de ignorar los cimientos del derecho internacional, los principios básicos de los derechos humanos y el derecho legitimo del pueblo de Palestina a su independencia y a su tierra.
(*) ex Embajador del Estado de Palestina en la Argentina / marzo 2008
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