La situación política y social en Egipto dibuja un futuro oscuro para el país, abocado a la deriva en manos de un eterno poder militar que también se la juega. Mientras, Occidente intenta mantener distancias para ver cómo transcurre el devenir de la crisis y asegurarse un aliado en un futuro en una zona convulsa […]
La situación política y social en Egipto dibuja un futuro oscuro para el país, abocado a la deriva en manos de un eterno poder militar que también se la juega. Mientras, Occidente intenta mantener distancias para ver cómo transcurre el devenir de la crisis y asegurarse un aliado en un futuro en una zona convulsa históricamente. El pueblo egipcio nunca ha dispuesto de poder legislativo decidido por él mismo. De carácter popular, la cúpula militar siempre ha sabido mantener la imagen de «aliada del pueblo». Aunque los Hermanos Musulmanes insisten en su metodología pacífica para «derrocar al Gobierno golpista», el viernes muchos de ellos llevaban armas, incluso Kalashnikov. Los gobiernos occidentales condenan la masacre, piden la vuelta de la democracia lo antes posible, pero ninguno reclama la vuelta de Morsi, el presidente que sí fue elegido democráticamente.
Después de la matanza de más de 600 civiles islamistas que protestaban en Rabaa Al-Dawiya, el Gobierno interino ha quedado al descubierto. Después de la detención de Morsi, el propio Al Sissi y el juez convertido en presidente interino, Adli Mansur, negaron que fuera un golpe de Estado. Muchos países occidentales pidieron la pronta reinstauración de la democracia en el país sin reclamar la vuelta del presidente legítimamente elegido por el pueblo: Mohamed Morsi. Los militares y políticos afines a ellos utilizaron palabras como revolución, segunda transición, libertad, etcétera, palabras que fueron utilizadas por los tamarroud (rebeldes egipcios al régimen de Mubarak). Se apoderaron de esa dialéctica popular para conseguir más apoyo a su «plan político». Sin embargo, los movimientos de los últimos días y, sobre todo, la mano dura que ha mostrado el general Al-Sissi con cualquier movimiento que no comulgue con los postulados militares ha dejado ver lo que muchos ya sabían. Que esto es un golpe de Estado en toda regla.
Con la dimisión del premio Nobel de la Paz El Baradei, el Gobierno interino puesto por la cúpula militar acrecienta ante la opinión pública el carácter dictatorial de los militares egipcios. Después de perder a su aliado más firme para poder perpetuarse en el poder, Hosni Mubarak, los militares vieron una amenaza en los poderes que se autoasignaba el derrocado presidente Morsi. Poderes y «derechos» como participar activamente en la vida política del país les eran arrebatados por ley.
Sin embargo, y llegados a este punto, hay que aclarar qué significan los militares en el país del Nilo. Desde la época de los faraones, el pueblo egipcio nunca ha sido autogobernado, nunca ha dispuesto de ningún poder legislativo decidido por él mismo. Colonizada o manejada por países extranjeros, las fuerzas armadas eran el único reducto en que la sociedad veía a sus compatriotas con algo de poder. De carácter popular, la cúpula militar siempre ha sabido mantener la imagen de «aliada del pueblo egipcio», desde la época de Nasser hasta la post-Mubarak. El nacionalismo egipcio pasa por apoyar a los militares. Si actuaron en contra de la sociedad en algún momento, la gran mayoría del pueblo siempre ha sabido perdonarles.
El cambio en esa imagen de institución popular y garante de las libertades y el bienestar del pueblo puede venir con los hechos ocurridos el miércoles. La indiscriminada matanza de manifestantes pacíficos deja en entredicho ante gran parte de la sociedad egipcia el papel de los militares. Según el experto en política egipcia Hasni Abidi, «si los políticos egipcios se encuentran en una fase crucial en cuanto a su imagen se refiere, los militares también están en un punto muy importante en su historia».
La sociedad ve cómo los tentáculos del poder militar se extienden cada vez más a todos los sectores de la política. Con un papel decisivo en los últimos acontecimientos, y ya con El Baradei fuera del Gobierno, el poder de los militares ensombrece cualquier movimiento social. Lo que antes era visto, por los contrarios al régimen, como un garante de que en Egipto no solo iban a gobernar los Hermanos Musulmanes puede convertirse en lo contrario a aquello a lo que aspira Sissi.
Estado de emergencia
Con el estado de emergencia impuesto en todo el país, los militares asumen aún más el papel de auténticos gobernadores en la sombra. El presidente les ha otorgado prácticamente cualquier poder sobre la nación para «garantizar la seguridad y la libertad». Esta posición enfurece aún más a los seguidores de los Hermanos Musulmanes, que ven cómo su libertad queda sometida a los designios de los socios del general Al-Sissi. Prometen salir a la calle a expresar su ira. Tampoco descartan volver a acampar, pero esta vez no solo en Cairo, sino por todo Egipto.
La división reinante en el país puede desembocar en guerra civil según muchos expertos. Aunque los Hermanos Musulmanes insisten en su metodología pacífica para «derrocar al gobierno golpista», en las manifestaciones que se llevaron a cabo anteayer muchos de los manifestantes exhibían armas de fuego, incluso Kalashnikov, y dispararon contra edificios gubernamentales. Movimientos extremistas islamistas que en los últimos años habían perdido gran parte de su apoyo, como Yamaa al Islamiya, parece que están volviendo a recobrar la fuerza que antaño tuvieron.
Estos grupos extremistas religiosos abogan por alcanzar el poder mediante las armas. Con la victoria de Morsi en las elecciones, muchos de sus seguidores abandonaron esa rama violenta viendo que con las urnas podían alcanzar el poder y de manera totalmente pacífica. Pero el golpe de Estado de los militares ha generado en muchos seguidores de la rama extremista del islamismo una desconfianza total en las urnas. Todo indica que multiplicarán los focos de tensión, como está sucediendo desde hace unas semanas en la península de Sinaí. Los ataques también crecerán según lo visto en los últimos días, y ya no solo en El Cairo o ciudades grandes.
Ante esta escalada de la violencia está por ver el papel que jugarán los militares y el estado de emergencia decretado. Su imagen en Egipto quedará en entredicho si no son capaces de reinstaurar la paz como han prometido. Tendrán que evitar la implosión que todo el mundo espera.
Está radicalización ha llevado a que grupos extremistas estén quemando iglesias de los cristianos coptos. Fuentes a las que este diario ha podido preguntar aseguran que son más de 20 las iglesias que han ardido desde que los militares asaltaran Rabaa Al Dawiya. Bajo el pretexto de ayudar a los golpistas, los coptos se están viendo acorralados como en épocas anteriores.
Para muchos analistas la situación se asemeja mucho a la vivida hace un par de décadas en Argelia. En este país, en los 90 los islamistas llegaron al poder gracias a las urnas, pero un golpe militar y el apoyo del Frente de Liberación Nacional los llevó a la clandestinidad más absoluta. El movimiento se radicalizó y vivió una guerra de guerrillas. Aún hoy día el movimiento salafista es una de las grandes amenazas de la zona para la seguridad y se ha aliado con Al Qaedda en el Magreb Islámico. En el caso de Egipto, parece que la ayuda vendría de los salafistas libios que lucharon contra Gadafi, quienes estarían dando armas a los radicales islamistas.
La región y el mundo
Ante el abismo que se abre para la sociedad egipcia las declaraciones en los gobiernos occidentales no se han hecho esperar. Todos ellos condenan la masacre, piden la vuelta de la democracia lo antes posible. Pero ninguno reclama la vuelta de Mohamed Morsi, el presidente que sí fue elegido democráticamente.
El Ejecutivo de Obama anunció la cancelación de ejercicios militares que se iban a celebrar en fechas próximas. Sin embargo, pocas semanas antes el Gobierno de Estados Unidos anunciaba una ayuda de casi cien millones de dólares en armas al Ejército egipcio en cumplimiento de acuerdos firmados en la época de Mubarak. Lo que casi nadie cuenta es que las leyes internacionales prohíben cualquier ayuda militar a países donde se esté llevando a cabo un proceso de golpe de Estado.
La Unión Europea, más preocupada por sus intereses económicos en la zona que en el bienestar de la sociedad egipcia, se limita a tibias declaraciones de repulsa de lo que está pasando. Israel, sin embargo, no parece tan preocupada. Con el cambio de gobierno egipcio sabe que a los palestinos se les va un aliado muy importante, Morsi y los Hermanos Musulmanes, y será cuestión de horas que vuelvan a cerrar a cal y canto la frontera de la cárcel más grande del mundo, Gaza (si bien en los últimos días ya ha permanecido cerrada).
Lo que más preocupa en estos momentos a la ONU es que la violencia en Egipto traspase las fronteras. Evitar que la implosión se convierta en explosión. El primer ministro turco, Erdogan, ha pedido una reunión de urgencia. Así que el Ejército podría verse perjudicado a nivel internacional si no deja de inmiscuirse en asuntos políticos.
Lo único que queda claro de todo esto es que Egipto vive una situación de transición. Pero la pregunta salta cuando uno se pregunta hacia dónde les lleva ese proceso, y la respuesta nadie la sabe de momento.
Egipto es un país rico en gas. Con unas reservas parecidas a las de Argelia, sus exportaciones a Europa y a otros países de la zona son una de las principales fuentes de ingreso de que dispone, junto con el turismo. Con la exportación de gas a terceros, Egipto se asegura el 41% de su PIB. Europa es uno de los mercados más importantes para la economía de la nación.
En la época de Mubarak, el precio del gas era decidido en gran parte por sus socios colaboradores occidentales, que le ayudaban a mantenerse en el poder. Así, estos se aseguraban un precio barato de dicha materia. Pero con las revueltas el precio se disparó. Con la llegada de Morsi, el valor del gas dejó de decidirse en el extranjero y fueron los propios egipcios los que intercedían en el valor en el mercado. Debido a esta política de precios y la utilización de este elemento como arma para presionar a países consumidores, a mediados de 2012 Egipto dejó de exportar gas a Israel, uno de sus mayores compradores.
Si esto fuera poco, aún dispone de más recursos, como puedan ser los petrolíferos y los mineros (fosfatos, hierro, etcétera). Todo esto hace del país de los faraones un importante factor a tener en cuenta en los mercados internacionales.
Hay más factores. Su posición geoestratégica como puerta de África y Oriente Medio le asigna un papel de gendarme entre dos mundos. No podemos olvidar que el Canal de Suéz le otorga un papel dominante en el tráfico marítimo hacia Europa de productos chinos y del sudeste asiático, así como Japón. En definitiva, una auténtica golosina para intereses extranjeros.
Fuente original: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130818/418340/es/La-transicion-sin-rumbo