Por lo general, se acepta como algo inmutable que la mujer tiene por objetivo esencial el de ser madre de familia y de permanecer en casa. Esta visión machista (patriarcal) es compartida, defendida y hasta promovida por algunas mujeres, estableciendo de antemano entre todos (hombres y mujeres) que así lo dispuso Dios y no se […]
Por lo general, se acepta como algo inmutable que la mujer tiene por objetivo esencial el de ser madre de familia y de permanecer en casa. Esta visión machista (patriarcal) es compartida, defendida y hasta promovida por algunas mujeres, estableciendo de antemano entre todos (hombres y mujeres) que así lo dispuso Dios y no se puede hacer nada contrario. Quizás en ello prive cierto sexismo, sustentado en el hecho biológico irrebatible de que las mujeres son quienes procrean y no los hombres. Por eso, al hablar de la emancipación femenina no se puede caer en el terreno banal de los esquemas dualistas, planteándose nada más que la contradicción biológica entre mujeres y hombres, simplificándola e ignorando adrede la multidimensionalidad del patriarcado o machismo, expresado -según el sociólogo y politólogo chileno Joaquín Mires- «microfísicamente, anidado en diferentes lugares, instituciones, personas, hábitos, culturas e, incluso, al interior del alma de muchas mujeres». De ahí que la emancipación femenina deba plantearse en muchos campos y no circunscribirla a lo económico o lo cultural, sin dejar de hacerlo, como ya lo avizoraron los primeros teóricos socialistas, desde Marx y Engels, puesto que -volviendo a Mires- «si las ideas feministas se imponen definitivamente alguna vez, tendría lugar una de las revoluciones más profundas de la historia, pues no solo afectaría determinados órdenes económicos o políticos, sino además la estructura socio-cultural de hombres y mujeres».
Siendo así, la lucha por la liberación de las mujeres, al contrario de lo que presuponen algunos (y algunas), ha sido parte elemental de la ideología y de los combates emprendidos por el socialismo. Aunque se reconoce a la Revolución Francesa como uno de sus primeros escenarios al proclamarse las reivindicaciones derivadas de la libertad, la igualdad y la fraternidad, lo cual hizo que surgieran algunas ideólogas feministas, como Mary Wollstonecraft, quienes pregonaron que las mujeres también tenían derecho a la libertad. Estas primeras propuestas fueron ampliándose a medida que lo hacía el rol de la mujer en el engranaje de la producción capitalista; por ello, sus primeras reivindicaciones nacieron al calor de las luchas socialistas del siglo XIX, aunque no de modo uniforme y lineal, ya que algunos hombres socialistas pensaban igual que sus enemigos de clase. Sin embargo, mujeres revolucionarias como Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo o Louise Michel desarrollaron una perspectiva revolucionaria propia sobre la liberación femenina que se extiende hasta nuestros días, a pesar de todo el boato con que se celebra el Día Internacional de la Mujer, precisamente propuesto en la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas que tuvo lugar en Copenhague, Dinamarca, el 27 de agosto de 1910, por Clara Zetkin y Kathy Duncker (miembros del Partido Socialista Alemán).
No obstante, el reconocimiento general de los derechos civiles de las mujeres, de su rol político y de su independencia jurídica y financiera, aún está pendiente su verdadera emancipación, cosa que no tendrá lugar mientras subsista la sociedad capitalista «porque la opresión de las mujeres -como lo refiriera Lindsey German- es inherente a la existencia de la sociedad clasista». Sin embargo, pocas de ellas se han adentrado en la comprensión de esta realidad que las domina con cadenas invisibles, aun aquellas que se consideran a sí mismas como revolucionarias y socialistas, algunas por haber alcanzado alguna posición de poder, pero sin distinguirse demasiado de sus congéneres varones. Otra cosa a tomar en cuenta es que la igualdad alcanzada ante la ley no significa realmente igualdad de hecho y esto implica, entre otras cuestiones, su liberación final del trabajo doméstico al cual está atada desde tiempos inmemoriales.
Al respecto, Lenin afirmaba en 1919 que «independientemente de todas las leyes que emancipan a la mujer, ésta continúa siendo una esclava, porque el trabajo doméstico oprime, estrangula, degrada y la reduce a la cocina y al cuidado de los hijos, y ella desperdicia su fuerza en trabajos improductivos, intrascendentes, que agotan sus nervios y la idiotizan. Por eso, la emancipación de la mujer, el comunismo verdadero, comenzará solamente cuando y donde se inicie una lucha sin cuartel, dirigida por el proletariado, dueño del poder del Estado, contra esa naturaleza del trabajo doméstico o, mejor, cuando se inicie su transformación total, en una economía a gran escala». Esta sigue siendo una parte fundamental de la lucha femenina, aunque no la única. Por ello, habría que recordar lo escrito en sus Memorias por Louise Michel, la indoblegable rebelde de la Comuna de París, cuando advierte «cuidado con quienes hacen ondear por toda Europa la bandera de la libertad, y cuidado con la más pacífica hija de Galia que duerme hoy en la profunda resignación de los campos. Cuidado con las mujeres cuando se sienten asqueadas de todo lo que las rodea y se subleva contra el mundo viejo. En ese día nacerá el mundo nuevo». Esto es algo que merece debatirse en profundidad, sin que sea exclusivo de las mujeres, de manera que se haga una verdadera revolución, la última y necesaria, por el bien de toda la humanidad.