Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Se suponía que el «Acuerdo del siglo» era el boleto de Netanyahu para su reelección y para librarse de la prisión. Puede que ya no sea suficiente.
No se esperaba que fuera así. Cuando el primer ministro Netanyahu se paró con orgullo en la Casa Blanca junto al presidente Trump hace solo tres semanas, parecía convencido de que nada podría descarrilar su reelección. El «Acuerdo del siglo» de Trump parecía como si el propio Netanyahu lo hubiera escrito (que resultó no estar muy lejos de la verdad) y se suponía que la anexión inminente sería el jaque mate del primer ministro contra sus rivales políticos.
Se suponía que la presentación del acuerdo aseguraría dos componentes necesarios para la reelección de Netanyahu: presentarlo como el tipo de líder que dicta su cosmovisión política a la superpotencia más grande del mundo y realizar la tercera ronda de elecciones israelíes en menos de un año sobre ideología en lugar del juicio por corrupción de Netanyahu, que comenzará dos semanas después del día de las elecciones. En lugar de «Bibi, sí o no», el primer ministro quiere que estas elecciones giren en torno a «Gran Israel, sí o no».
Netanyahu tenía todas las razones para creer que este sería su camino más seguro hacia la victoria. Después de todo durante los últimos 20 años, desde que Ariel Sharon ganó las elecciones en 2003 con su bloque de derecha ganando 69 escaños en la Knéset, el concepto común ha sido que Israel se está moviendo inexorablemente hacia la derecha. Netanyahu estaría en lo cierto al suponer que su fracaso para lograr una mayoría parlamentaria similar a Sharon en las últimas dos elecciones está relacionado con sus escándalos de corrupción, su ataque al Estado de derecho y su alianza con los partidos ultraortodoxos.
Se suponía que el regreso de la visión política-ideológica de Netanyahu -y si los votantes apoyarían o se opondrían a un plan que supuestamente cumpliría los sueños más ambiciosos de la derecha- ocultaría los escándalos que asolaban al primer ministro. También se suponía que debía hacer que el público israelí, que aparentemente es de derecha, apoyase al único candidato que puede ejecutar las ambiciones de la derecha de anexar las colonias y afianzar el dominio israelí exclusivo del río al mar.
Manifestantes palestinos sostienen fotos del presidente Donald Trump y del primer ministro Benjamin Netanyahu en una manifestación contra el Acuerdo del siglo, Khan Yunis, sur de la Franja de Gaza, 3 de febrero de 2020. (Abed RahimKhatib / Flash90)
Uno podría sospechar que el propio Trump, que ve a Netanyahu como un aliado importante en su coalición nacionalista global, estaría feliz de apoyar la causa. De lo contrario sería difícil entender por qué el presidente insistió en revelar el acuerdo cinco semanas antes de las elecciones israelíes, cuando de hecho estaba finalizado meses antes. El interés bastante menor de los medios estadounidenses en el llamado «Acuerdo del siglo», incluidos los medios de derecha, es un testimonio de que el objetivo principal de Trump era salvar a Netanyahu en lugar de ganar el apoyo del público estadounidense.
Pero tres semanas después de la ceremonia en Washington y dos semanas antes de las elecciones israelíes se puede decir con seguridad que el acuerdo no dio los frutos que Netanyahu esperaba. Ni una sola de las 60 encuestas publicadas desde septiembre muestra que el bloque de derecha de Netanyahu alcanzará los 61 asientos de la Knesset necesarios para formar una coalición. En un artículo publicado en ForeignPolicy, Dahlia Scheindlin de + 972 descubrió que las encuestas muestran que la derecha sigue rezagada con respecto a la no derecha.
Esto no significa que el 2 de marzo una victoria de Netanyahu sea imposible, sin embargo hay pocas posibilidades de que el 100 por ciento de las encuestas estén equivocadas. Si tenemos en cuenta que en las últimas dos elecciones las encuestas predijeron resultados mucho mejores para la derecha de los que realmente tuvieron, entonces esa posibilidad se reduce aún más.
Entonces, ¿por qué la anexión no ha tenido éxito, al menos actualmente, en convertirse en la carta ganadora de Netanyahu? Uno puede proporcionar varias explicaciones. La primera es la farsa de la anexión inmediata. En los días previos a la presentación los partidarios de Netanyahu en los medios declararon que la Administración de Trump había dado luz verde a la anexión inmediata del Valle del Jordán y quizás de todas las colonias en Cisjordania. No solo eso, anunciaron que el Gobierno israelí decidiría la anexión en una reunión celebrada solo cinco días después de la ceremonia de la Casa Blanca, sin la necesidad de la aprobación de la Knéset. El propio Netanyahu confirmó que el Gobierno estaba avanzando con la anexión.
Eso no sucedió. De hecho, incluso se podría decir que ocurrió exactamente lo contrario. Después de unos días de informes contradictorios, Jared Kushner, quien efectivamente escribió el plan de Trump, aclaró que no habría anexión antes de las elecciones israelíes y que esperaría el establecimiento de un Gobierno israelí y una comisión conjunta estadounidense-israelí para prepararse mapas detallados para la anexión. No está claro si Netanyahu sabía de antemano que esta era la posición de la Administración y por lo tanto mintió al público o si la Casa Blanca cambió de opinión debido a la presión interna y externa. De cualquier manera, exactamente una semana después del «momento histórico» de Netanyahu, se vio obligado a admitir que la anexión tendría que esperar a después de las elecciones. Es decir, si él gana.
¿Ideología u oportunismo?
Cuando el movimiento procolonial «Mujeres de Verde» comenzó a publicar su revista «Ribonut» (Soberanía) en 2013, la noción misma de anexión todavía se consideraba marginal, incluso para la derecha. Es cierto que el movimiento Gran Israel se estableció inmediatamente después de la guerra de 1967, pero incluso cuando Menachem Begin, que creía en un Israel desde el río hasta el mar, llegó al poder 10 años después, no hizo ningún movimiento para aplicar la soberanía israelí sobre Cisjordania. Inmediatamente después de la guerra su sucesor, Yitzhak Shamir, quien ciertamente no era más moderado que Begin, tampoco hizo nada para promover la anexión.
Uno puede discutir si Netanyahu es un ideólogo de derecha dedicado al Gran Israel o simplemente un oportunista que está utilizando el discurso de anexión para ganar las elecciones. El hecho es que incluso en su primer mandato en 1996 como primer ministro, y durante los últimos 10 años de su Gobierno, no ha promovido la anexión de Cisjordania. No hay duda de que Netanyahu hizo todo lo posible para aplastar el nacionalismo palestino y poner fin a cualquier discusión real en Israel y en todo el mundo sobre un Estado palestino. Pero lo hizo manteniendo fervientemente el statu quo. La anexión progresiva, la toma gradual de la tierra palestina a través de medios legales y extralegales y el borrado de la Línea Verde son obra de Netanyahu, pero no creía que aplicar oficialmente la soberanía israelí fuera la medida correcta.
Incluso el campo nacional-religioso, más estrechamente asociado con el movimiento de los colonos, no impulsó la idea de anexión. Mafdal, el histórico partido nacional-religioso que finalmente se transformó en Hogar Judío, aceptó la idea de un Gran Israel a fines de la década de 1960, pero nunca convirtió la anexión en una condición para ingresar a ninguno de los sucesivos Gobiernos a los que se unió. Incluso cuando Naftali Bennett estableció Hogar Judío y comenzó a hablar sobre su llamado «Plan de estabilidad» y la anexión del Área C de Cisjordania (que ya está bajo completo control israelí), no fue visto como una demanda política tanto como un truco de relaciones públicas. Después de todo ha estado en todos los gobiernos desde 2013 y ha hecho poco para promover su visión.
Algo ha cambiado en los últimos años. Se necesita un análisis más profundo para explicar el cambio. Tal vez sea la frustración de que los colonos no puedan trasladar su éxito en una realidad cambiante, el surgimiento de la derecha global, la debilidad de los palestinos y la agitación que ha envuelto al mundo árabe. Pero no hay duda de que la campaña de anexión que se originó en la franja derechista ha entrado en la corriente principal israelí.
Netanyahu fue el último en subirse al carro de la anexión. En el período previo a las elecciones de abril de 2019, la anexión apareció repentinamente como parte de su plataforma. Esto probablemente se deba a sus problemas legales. La anexión es la moneda que Netanyahu paga al colono y al flanco hawkish del Likud para continuar ganando su apoyo a pesar de las investigaciones contra él. A medida que las investigaciones se transformaron en una acusación, su dependencia de la derecha solo aumentó. Incluso después de que quedase claro que no habría anexión inmediata, siguió siendo su promesa electoral clave.
Una de las principales razones por las que la anexión se mantuvo al margen, incluso entre la derecha, fue la suposición de que la comunidad internacional no la permitiría. Se suponía que el plan de Trump para Oriente Medio impulsaría ese objetivo. Sin embargo, incluso el documento en sí no incluye el consentimiento estadounidense para la anexión unilateral de las colonias. Se suponía que el reconocimiento de Trump de que las colonias permanecerían en territorio soberano israelí tendría un efecto drástico en la opinión pública israelí.
Eso solo funcionó parcialmente. Azul y Blanco, que se presenta como un partido de centro derecha, no podría oponerse al plan de Trump. Así es como, al menos en el papel, más de 90 miembros actuales de la Knesset ahora apoyan abiertamente la anexión de todas las colonias. Netanyahu estaba destinado a montar esta ola hasta la victoria.
Una victoria pírrica
Y todavía no funcionó. Junto con su apoyo al plan Trump, el presidente de Azul y Blanco, Benny Gantz, agregó una advertencia: se opone a la anexión unilateral. Avigdor Liberman reiteró su apoyo a la anexión inmediata del Valle del Jordán, pero es difícil decir que el tema ocupa un lugar destacado en su lista de prioridades en esta campaña electoral. Liberman dice que estará listo para sentarse en el Gobierno con el Laborismo y Meretz, dos partidos que ciertamente no anexarán las colonias, al menos no unilateralmente.
Las encuestas no nos proporcionan una imagen clara del apoyo a la anexión. Una encuesta publicada pocos días antes de la ceremonia de la Casa Blanca mostró que un tercio de los israelíes apoyan la anexión del Valle del Jordán. Después de que se publicase el acuerdo, cuando pareció que la anexión ocurriría a la mañana siguiente y con el apoyo estadounidense, ese número aumentó al 51 por ciento. Pero después de que quedase claro que los estadounidenses pidieron posponer la anexión, el apoyo a la idea disminuyó significativamente.
Si los israelíes son tan de derecha, ¿por qué no apoyan de todo corazón la anexión? Es posible que esto se deba a que la creación de colonias ha sufrido una especie de «normalización», gracias al proceso de Oslo y la división de Cisjordania en las áreas A, B y C, que ha dado a muchos israelíes la impresión de que la anexión ya tuvo lugar y las colonias son parte de Israel. Es posible que los líderes de derecha ya no crean en Netanyahu y que los votantes se preocupen por diferentes temas como la corrupción, el Estado de derecho, las relaciones entre judíos religiosos y laicos, etc.
Existe una posibilidad adicional que se ignora en gran medida, incluso entre la izquierda, y es que los votantes israelíes son menos derechistas de lo que podemos pensar. El titular del artículo de Scheindlin es «¿Ha alcanzado su punto máximo la derecha israelí?». Los resultados de las rondas electorales anteriores sugieren que la respuesta puede ser afirmativa. El bloque de derecha, incluido Liberman, obtuvo 67 escaños en las elecciones de 2015. En las elecciones de abril de 2019, ese mismo bloque ganó 65 escaños. En septiembre de 2019 cayó a 63.
Si eliminamos a Liberman, el comodín del bloque de la derecha, esa caída es aún más pronunciada. En 2015 el bloque de derecha, incluido el partido centrista Kulanu de Kahlon, consiguió 63 escaños. En abril de 2019 se redujo a 60 asientos y en septiembre se hundió a 55. Esta disminución debería ser aún más sorprendente a la luz del hecho de que la demografía debería estar del lado de la derecha. Según los datos publicados por el Centro Taub, un instituto de investigación socioeconómica israelí no partidista, la población ultraortodoxa se duplica cada 17 años, la población nacional-religiosa se duplica cada 26 años y la población laica y masorti (judíos no estrictamente observantes) solo cada 30 años. Se suponía que esto aseguraría una victoria eterna a la derecha.
Eliminar a Liberman de la ecuación no es del todo arbitrario. Si bien es cierto que cuando se trata de odiar a los árabes Liberman es profundamente derechista, no encaja en el denominador común más fuerte del campo de la derecha en Israel: la identidad religiosa judía de sus votantes. No está claro si Liberman, un laicista y nacionalista acérrimo, tiene alguna forma de regresar a un campo cuya identidad judía ha sido casi monopolizada por los ultraortodoxos y los ultraortodoxos nacionalistas.
Bajo la presión de los colonos y su próximo juicio, Netanyahu convirtió estas elecciones en un referéndum nacional sobre la anexión. Si su campo no recibe los 61 asientos necesarios, la anexión puede desaparecer de la agenda pública en un futuro previsible. Además, una pérdida de Trump en noviembre puede ser un golpe del que el campo de anexión tendrá problemas para recuperarse. La apuesta de Netanyahu por la anexión como una panacea que le traerá más votantes podría muy bien poner la idea en un punto muerto.
Este artículo fue publicado por primera vez en hebreo en Local Call. Léalo aquí.
Meron Rapoport es editor de Local Call.
Fuente: https://www.972mag.com/the-empty-promise-of-annexation/
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