Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Si Dios lo quiere, incluso un palo de escoba disparará. Es un viejo dicho popular Yiddish. Uno podría añadir ahora: Si Dios lo quiere, incluso Olmert a veces puede decir la verdad.
La verdad, según el testimonio del Primer Ministro ante la Comisión de Investigación encabezada por el juez Vinograd, que se filtró ayer a los medios de comunicación, es que (la invasión de Líbano) no fue una reacción espontánea a la captura de los dos soldados, sino una guerra planeada hace mucho tiempo. Es justo lo que nosotros dijimos desde el principio.
Olmert dijo a la comisión que inmediatamente después de asumir las funciones como Primer Ministro interino en enero de 2006, consultó con los mandos del ejército sobre la situación en la frontera norte. Hasta entonces, la doctrina que prevalecía seguía la decisión de Ariel Sharon -lógica desde su punto de vista- de no responder con la fuerza a las provocaciones en el norte, para que el ejército israelí pudiera concentrarse en combatir a los palestinos. Pero esto le permitió a Hezbolá acumular una gran reserva de existencias de cohetes de todas clases. Olmert decidió cambiar esa política.
El ejército preparó un plan de dos puntos: una operación sobre el terreno destinada a eliminar a Hezbolá y una ofensiva aérea destinada a la destrucción de la infraestructura libanesa para ejercer presión sobre la población, que a su vez la ejercería sobre Hezbolá. Como dijo el Jefe del Estado Mayor, Dan Halutz, al principio de la guerra: «Vamos a atrasar el reloj de Líbano 20 años» (un objetivo bastante modesto comparado con la famosa propuesta de un colega estadounidense: «Bombardear Vietnam hasta hacerlo retroceder a la edad de piedra»). La aviación también se empleó en destruir el arsenal de misiles de Hezbolá.
Pero hoy día ya no es apropiado atacar un país sin una razón convincente. Ya antes de la Primera Guerra de Líbano, los estadounidenses exigieron que Israel atacara únicamente después de una clara provocación que convenciera al mundo. La justificación necesaria se la proporcionó en el momento oportuno la banda de Abu Nidal que intentó asesinar al embajador israelí en Londres. En el caso reciente se decidió de antemano que la captura de soldados israelíes constituiría semejante provocación.
Un cínico podría defender que esta decisión convirtió a los soldados israelíes en el cebo. Se sabía que Hezbolá quería capturar soldados israelíes para forzar un intercambio de prisioneros. Las patrullas del ejército israelí regular a lo largo de la valla fronteriza eran, en cierto modo, una invitación permanente a Hezbolá para llevar a cabo su malvado plan.
La captura del soldado Gilad Shalit por los palestinos cerca del muro fronterizo de Gaza encendió una luz roja en Israel. Olmert dijo en su testimonio que a partir de ese momento estaba convencido de que Hezbolá estaba a punto de intentar llevar a cabo una hazaña similar.
En ese caso, el Primer Ministro quizá debería haber ordenado al ejército quitar las patrullas a lo largo de la frontera norte o reforzarlas de tal forma que disuadieran a Hezbolá. Eso no se hizo. Los pobres miembros de la patrulla fatal partieron a su destino como si fueran de excursión.
El mismo cínico podría aducir que Olmert y los jefes militares estaban buscando un pretexto para llevar a cabo sus planes de guerra. Estaban convencidos, sin embargo, de que los soldados serían devueltos a casa enseguida. Pero como dice el lema real británico, Honi soit qui mal y pense (Que se avergüence el que mal haya pensado).
Sin embargo Hezbolá atacó, capturó a los dos soldados y las operaciones planeadas deberían haber empezado a rodar como una seda. Pero no fue eso lo que pasó. La guerra ciertamente estalló, como estaba previsto, pero desde aquel momento casi nada sucedió según el plan. Las consultas fueron apresuradas, las decisiones confusas, las operaciones indecisas. Ahora resulta que el plan todavía no ha finalizado.
Se supone que la comisión Vinograd hallará las respuestas a algunas preguntas difíciles: Si la guerra fue planeada con tanto tiempo de antelación, ¿por qué no estaba el ejército listo para la guerra? ¿Cómo es posible que el presupuesto militar estuviese reducido? ¿Cómo es que los arsenales de emergencia estaban vacíos? ¿Por qué las fuerzas de la reserva, que eran las que se suponía que llevaban a cabo las operaciones sobre el terreno, fueron movilizadas únicamente cuándo la guerra ya iba a todo ritmo? Y después de que finalmente fueran desplegadas, ¿por qué recibieron órdenes desconcertantes y contradictorias?
Todo esto demuestra que Olmert y los generales fueron rematadamente incompetentes al tomar sus decisiones militares. Y les faltó también la más elemental comprensión por parte de la escena internacional.
Hasan Nasralá ha admitido abiertamente que cometió un error. No entendió que había habido un cambio en Israel: en lugar de Sharon, un caballo viejo de la guerra que no estaba buscando ninguna acción en el norte, había llegado un nuevo hombre, un político inexperto que quería guerra. Lo que Nasralá tenía en mente era simplemente otra ronda de lo mismo: la captura de algunos soldados y un intercambio de prisioneros. En cambio, estalló una guerra hecha y derecha.
Pero el error de Ehud Olmert fue todavía más grande. Le convencieron de que Estados Unidos bendeciría el camino y le permitiría vagar a voluntad por Líbano. Pero los intereses estadounidenses también habían cambiado.
En Líbano, el gobierno de Fuad Siniora ha tenido éxito uniendo a todas las fuerzas pro estadounidenses. Han llevado a cabo fielmente todas los órdenes de Washington: han echado a los sirios y han apoyado la investigación del asesinato de Rafiq Hariri, lo que equivale a proporcionar a los estadounidenses un pretexto para un ataque masivo contra Siria.
Según las filtraciones de Olmert, Condoleezza Rice lo llamó inmediatamente después de estallar la guerra y le transmitió las órdenes estadounidenses actualizadas: ciertamente se deseaba que Israel le diera un aplastante golpe a Hezbolá, enemigo de Siniora, pero se prohibía absolutamente hacer algo que hiriera a Siniora, como bombardear infraestructuras libanesas fuera del territorio de Hezbolá.
Eso castró los planes del Estado Mayor. La idea principal fue que si se hacía bastante daño a la población civil de Líbano, ésta presionaría al gobierno para que actuara decididamente contra Hezbolá y liquidara la organización o, por lo menos, la desarmara. Es muy dudoso que la estrategia hubiese tenido éxito de haberse llevado a cabo pero, debido a la intervención de Estados Unidos, la estrategia no se ejecutó.
En lugar del bombardeo masivo que hubiera destruido instalaciones e industrias básicas, Halutz tuvo que conformarse -después de la llamada telefónica de Condoleezza- con bombardear las carreteras y puentes que sirven a Hezbolá y a la población chií (incluyendo las líneas de aprovisionamiento de armas sirias a «Hezbolandia»). El daño fue enorme, pero no suficiente para poner a Líbano de rodillas si es que eso es, de alguna forma, posible. Aparte de eso la aviación tuvo éxito destruyendo algunos misiles de largo alcance pero no afectaron a los de corto alcance y fueron éstos los que causaron estragos entre la población del norte de Israel.
Sobre el terreno, las operaciones fueron todavía más desconcertantes. Sólo durante las últimas 48 horas de guerra, cuando ya estaba claro que el alto el fuego estaba a punto de entrar en vigor, se puso en marcha la mayor ofensiva, en la que murieron 33 soldados israelíes. ¿Para qué? En su testimonio, Olmert afirma que era necesario para cambiar a favor de Israel algunos puntos de la resolución de la ONU. Hoy sabemos (como dijimos en su momento) que estos cambios no tenían valor y quedaban sobre el papel.
La intervención de Condoleezza Rice en el comportamiento de la guerra también es interesante en otro aspecto. Arroja luz a una pregunta que ha estado atrayendo a los expertos desde hace algún tiempo: en la relación entre Estados Unidos e Israel, ¿dominan los intereses estadounidenses a los israelíes o es al contrario?
Esta discusión llegó al punto crítico cuando los profesores estadounidenses Stephen Walt y John Mearsheimer publicaron su documento de investigación según el cual Israel impone a Estados Unidos una política que es contraria al interés nacional estadounidense. La conclusión molestó mucho a quienes creen lo contrario: que Israel no es sino un pequeño engranaje de la máquina imperial estadounidense. (Yo me permití defender que ambas versiones son correctas: el perro estadounidense menea su cola israelí y los meneos de la cola israelí mueven al perro estadounidense).
Cuando Condoleezza Rice animó a Israel a ir a la guerra pero vetó una parte esencial del plan de guerra, parece que demostró la equivocación de los dos profesores. Verdaderamente Olmert consiguió el permiso de Estados Unidos para su guerra que servía a los intereses estadounidenses (la eliminación de Hezbolá, que se oponía al gobierno pro estadounidense de Siniora aunque pertenecía oficialmente a él), pero con limitaciones severas (para no herir al gobierno de Siniora).
El mismo principio está funcionando ahora en el frente sirio. Bashar al-Assad ofrece negociaciones de paz a Israel sin condiciones previas. De esta manera espera alejar un ataque estadounidense de su país. Como los dos profesores, cree que el lobby israelí gobierna Washington.
Casi todos los expertos importantes de Israel están de acuerdo en que la oferta siria es seria. Incluso en los «círculos de seguridad» algunos están instando a Olmert a agarrar la oportunidad y lograr la paz en el norte.
Pero los estadounidenses le han puesto a esto un veto absoluto que Olmert ha aceptado. Se ha sacrificado un interés vital israelí en el altar estadounidense. Incluso ahora, cuando Bush ya está entrando en algún tipo de diálogo con Siria, Estados Unidos nos prohibe hacer lo mismo.
¿Por qué? Muy simple: los estadounidenses nos usan como una amenaza. Nos mantienen en la línea como un perro de ataque y le dicen a Assad: si no haces lo que deseamos, soltaremos al perro.
Si Estados Unidos alcanza un acuerdo con los sirios y usa, entre otras, esta amenaza, serán los estadounidenses quienes acapararán los beneficios políticos de cualquier acuerdo que nosotros alcancemos al final con Siria.
Eso me recuerda los hechos de 1973. Después de la guerra de octubre, las negociaciones de alto el fuego egipcio-israelí empezaron en el kilómetro 101 (de El Cairo). En alguna fase, el general Israel Tal ocupó el cargo de jefe de la comisión israelí. Mucho después me contó la historia siguiente:
«En cierto punto el general Gamasy, representante egipcio, se acercó y me dijo que Egipto estaba ahora dispuesto a firmar un acuerdo con nosotros. Lleno de alegría, tomé un avión y me apresuré a llevarle a Golda Meir (la Primera Ministra) las felices noticias. Pero Golda me dijo que lo parara todo inmediatamente. Me dijo: Le he prometido a Henry Kissinger que si llegamos a un acuerdo, le transferiremos todo el asunto y él atará los cabos sueltos».
Y eso es lo que, por supuesto, sucedió. Se detuvieron las negociaciones en el km 101 y Kissinger tomó el control de la escena. Fue él quién alcanzó el acuerdo y Estados Unidos se llevó los laureles. Los egipcios se volvieron seguidores fieles de los estadounidenses. El acuerdo egipcio-israelí se pospuso durante cinco años. Lo logró Anwar Sadat, que planeó su vuelo histórico a Jerusalén a espaldas de Estados Unidos.
Ahora puede pasar lo mismo en el frente sirio. En el mejor de los casos. En el peor, los estadounidenses no alcanzarán un acuerdo con los sirios, nos impedirán lograr un acuerdo a nosotros y miles de israelíes, sirios y libaneses pagarán el precio en la próxima guerra.
Original en ingles: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1173578966/
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate . Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.