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La victoria de Hezbola transformó Oriente Medio

Fuentes: The Guardian

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Mientras en Líbano se despeja el humo del campo de batalla de la guerra de 34 días, sería erróneo evaluar su coste únicamente en casas derruidas y tumbas recientes. Todo ha cambiado, ha cambiado completamente, por la derrota que ahora está discutiendo todo Israel, desde el gobierno hasta los amargados reservistas ante los puestos de falafel, pasando por la prensa. Prácticamente la única persona en el mundo que afirma que Israel ha ganado la guerra es George Bush, y todos conocemos bien qué entiende por las palabras «misión cumplida».

Las noticias de que el dirigente de Hezbola, Hassan Nasrallah, lamentaba esta semana el haber subestimado la respuesta israelí a la captura de sus dos soldados eran erróneas. De hecho Nasrallah agradeció a Dios que el ataque se produjera cuando el movimiento de resistencia estaba preparado ya que él estaba convencido de que si no Israel habría invadido más tarde en ese año en el momento que eligiera.

Si la feroz barrera de la resistencia iraquí impidió que la guerra de Bush se extendiera a Siria entonces la extraordinaria victoria de Hezbola seguramente he hecho que el mundo piense otra vez en un ataque a Irán . Pero el principal -y quizá el mejor recibido- giro en el paradigma que ya dura 40 años del conflicto israelo-árabe es el desmoronamiento de la creencia en una permanente e imbatible superioridad militar israelí sobre sus vecinos y la hubris que esto ha provocado en los dirigentes israelíes, desde el acicalado Shimon Peres hasta el trastabillante cargo Mr Magoo de primer ministro de Ehud Olmert, pasando por el alborotador Benyamin Netanyahu.

El mito de la imbatibilidad es un soufflé que no puede montarse dos veces. Durante la semana pasada estuve andando con mucho cuidad por entre los escombros de Dahia en el centro de Beirut, que ahora parece el East End londinense en lo más duro de los bombardeos alemanes de 1940-41, y por el sur de Líbano en ciudades como Bint Jbeil cuyo centro parece que hubiera sufrido un terremoto. Los restos de armas prohibidas yacen ahí como una legal bomba de relojería -prueba de crímenes de guerra denunciados por Naciones Unidas y Amnistía Internacional que en un genuino sistema de justicia internacional llevarían a Israel al banquillo de La Haya. Esto, junto con la paliza que Israel ha recibido en la opinión pública internacional, es el daño colateral sufrido junto con la humillación militar.

Israel anunció varias veces que había tomado Bint Jbeil, pero en realidad nunca tomó la ciudad -ni en realidad ningún otro sitio. A pesar de la lluvia de miles de toneladas de poderosos explosivos sobre casas, escuelas, hospitales, carreteras, puentes, ambulancias, puestos de Naciones Unidas, depósitos de petróleo, centrales eléctricas y prácticamente casi cada gasolinera en el sur de Beirut (parecía que los bombarderos tenían una sed demente de gasolineras mientras que decían al mundo que estaban invitando cortésmente a los residentes del sur del Líbano a entrar en sus coches y abandonar temporalmente sus casas), cuando llegaron los israelíes recibieron un fuerte vapuleo por parte de los combatientes de Hezbola.

Paradójicamente, algunos creen que esto ha abierto una ventana a través de la cual es posible vislumbrar la posibilidad de un acuerdo global de conflictos que duran casi un siglo y que subyacen en esta última guerra. Ahora que ha sido erradicado el status quo anterior puede que incluso veamos emerger un momento FW de Klerk en Israel (y entre sus indispensables partidarios internacionales).

El dirigente de las tribus blancas del apartheid en Sudáfrica esperó hasta que la masa crítica de oposición amenazara con aplastar la posición de la antes invencible minoría y vendió la transferencia de poder sobre la base de que más adelante, bajo una coacción más fuerte, un acuerdo sería menos favorable. La trayectoria de Israel se está encaminando ahora a este momento.

Por supuesto un acuerdo global ahora se parecería mucho a lo que lo ha sido durante décadas: la retirada de Israel de los territorios ocupados en 1967, respeto del derecho legal de los refugiados al retorno, la emergencia de un Estado palestino real con Jerusalén como su capital -un Estado contiguo con una frontera árabe, sin asentamientos sionistas ni carreteras militares, y con un control palestino, garantizado internacionalmente, sobre su tierra, mar y aire. A cambio habría reconocimiento árabe, normalización y, con el tiempo, la aceptación de Israel en Oriente Medio como algo diferente de una plaza fuerte del occidente imperialista.

Igual que no se puede estar un poco embarazada un acuerdo no puede ser un poco global. Los intentos -como el de Oslo de hace más de una década – de confundir, recortar y esculpir este paquete hasta el punto de hacerlo irreconocible fracasarán en la nueva realidad.

El mundo árabe está tomando conciencia de su poder potencial. Ha visto a los iraquíes frustrar los intentos británico-estadounidenses de recolonizar su país, la inquebrantable -sea cual sea el coste- resistencia palestina y ahora, el éxito de Hezbola. Si no hay acuerdo habrá guerra, guerra y más guerra hasta el día en que sea Tel Aviv la que esté en llamas y la intransigencia de los dirigentes israelíes haga caer todo el Estado sobre sus cabezas. Israel no es el único que pagará el precio de que continúe el conflicto: la larga injusticia de la desposesión palestina ya ha envenenado las relaciones entre occidente y los musulmanes, y ha contribuido a que se extienda la violencia y el odio a nuestras calles. Aún estamos a tiempo de elegir la paz. Pero, no nos quepa la menor duda, con la victoria de Hezbola ha nacido una terrible belleza.

-George Galloway es diputado británico de Bethnal Green and Bow www.georgegalloway.com

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