Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
«No sólo invadieron nuestro hogar, se apoderaron de nuestro espacio vital expulsándonos, también me arrestaron y me llevaron a la maskubya (comisaría). Me metieron en la celda número cuatro y allí me dejaron durante mucho tiempo. Después, un hombre alto y grande, un oficial de policía, entró para interrogarme. Estaba sola y empecé a temblar de miedo cuando cerró la puerta y empezó a mover cosas por la habitación y a examinarme de pies a cabeza. Me sentía aterrorizada y mi corazón latía a toda velocidad. Sus ojos taladraban mi cuerpo mientras abría cajones como buscando algo. Luego salió de la habitación y volvió cinco minutos después sosteniendo una caja. Sacó de ella un par de guantes de plástico azul y se los colocó en las manos mientras me miraba y decía: «… Ven aquí…» Debo decirles que cuando asaltaron mi casa y nos echaron me asusté muchísimo. Que me sentí también muy angustiada cuando arrestaron a mi hijo. Pero mis miedos a ‘ya saben qué’… a que abusara de mí, a que me violara con sus grandes manos azules y más… fueron los momentos más aterradores de mi vida . [1]»
Estas fueron las palabras de Sama, una mujer palestina de treinta y seis años que había perdido el espacio físico íntimo familiar de su hogar para pasar a experimentar nuevos terrores ante la amenaza de abusos sexuales. La narrativa de Sama no es infrecuente porque las mujeres colonizadas que viven bajo graves condiciones de privaciones y desposesión están sometidas a ataques directos contra su sexualidad y los derechos de sus cuerpos. La violencia sexual es fundamental en la estructura global del poder colonial, en su maquinaria de dominación de carácter racial y en su lógica de eliminación. Esto se ve de inmediato en la historia de los contextos colonizadores, donde la maquinaria de la violencia se dirige explícitamente contra la sexualidad de las mujeres nativas y la seguridad de sus cuerpos, considerándolas como «enemigos internos» de orden biológico, al ser quienes producen la siguiente generación.
El colonialismo como «estructura, no como suceso» actúa a través de la «lógica de la eliminación« tratando de erradicar la presencia indígena de un territorio específico («elemento irreducible» de los asentamientos coloniales). El colonialismo de asentamientos «destruye para reemplazar». La invasión del territorio indígena busca borrar la presencia indígena sobre la tierra de forma permanente, para sustituirla con una nueva sociedad y un sistema de gobierno de colonos. Los expertos sostienen que la lógica de la eliminación utilizada por el colonialismo de asentamientos puede culminar en el genocidio indígena. En sus formaciones europeas, tanto el colonialismo de asentamientos como el genocidio han «empleado la gramática organizadora de la raza«. Desde sus comienzos, el Estado judío ha estado incrustado por una lógica colonial de carácter racial. Esta lógica presenta al palestino como un ser peligroso en oposición al sujeto blanco/judío y a la polis blanca/judía. Como han señalado numerosos autores, esta configuración racial se articula a través de los pensadores sionistas de la ideología orientalista que presentaba al pueblo judío como mantenedor de la civilización europea frente a una región y a un pueblo culturalmente atrasados. Tal proyecto «modernizador» o misión «civilizadora» se apoyaba en un imaginario sionista de trabajo exclusivamente judío cultivando una tierra vacía y yerma, haciendo que «el desierto floreciera». Los primeros dirigentes sionistas intentaron actualizar el mito fundacional sionista de una «tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» mediante una limpieza étnica sistemática de los palestinos indígenas en 1948. La entidad sionista continúa expulsando hoy en día a los nativos palestinos. Las masacres en Gaza de julio y agosto de 2014, y las políticas represoras «de puño de hierro» contra los jerosolimitanos palestinos en el momento de escribir este artículo, son modos contemporáneos de expulsión colonial de los nativos palestinos.
Sostenemos que la agresión a los cuerpos y sexualidad de las mujeres palestinas es estructural en la lógica de eliminación de carácter racial del proyecto de asentamientos coloniales de Israel. La violación y otras formas de violencia sexual contra las mujeres palestinas han conformado siempre uno de los elementos de los intentos del estado de asentamientos coloniales para destruir y eliminar de su tierra a los indígenas palestinos. Además de la violación y otras formas de violencia sexual, la lógica racial de la violencia sexual activa el imaginario y proyecto mismos de conquista y cultivo de la tierra palestina para transformarla en la polis judía. De ahí que nuestra discusión sobre la violencia sexual esté incardinada no sólo en las prácticas y políticas sexualizadas del Estado sionista, también en la naturaleza misma de la violencia de los asentamientos coloniales.
Como feministas palestinas, afirmamos que el imaginario del movimiento sionista de conquista y colonización del cuerpo palestino es inseparable del proyecto de conquista y colonización de la tierra palestina y erradicación de la presencia indígena. Aquí nos apoyamos en la afirmación de la estudiosa Andrea Smith de que la lógica de la violencia sexual colonial «establece la ideología de que los cuerpos nativos son intrínsecamente violables y, por extensión, que las tierras nativas son también intrínsecamente violables». Es en la lógica de la violencia sexual de los asentamientos coloniales en la que nos centramos para nuestro análisis de la continua Nakba a la que está sometido nuestro pueblo. Rastreamos la lógica de la violencia sexual en su contexto histórico y actual como maquinaria, oculta y evidente, del patriarcado colonial contra las comunidades indígenas en Palestina. La lógica de la violencia sexual intenta fragmentar la familia palestina y la vida comunal a la vez que amputa la conexión con la patria palestina. El proyecto sionista está intrínsecamente basado en la destrucción de los cuerpos y la tierra nativos palestinos, lo cual no puede separarse de la lógica colonial de la eliminación. La violencia sexual no es simplemente un subproducto del colonialismo sino que «el colonialismo está en sí mismo estructurado por la lógica de la violencia sexual«.
La violencia sexual y el genocidio palestino a partir de la Nakba
Para poder entender los incrementados ataques contra los cuerpos de las mujeres palestinas en unos momentos en los que el régimen de asentamientos coloniales intensifica su acoso, es necesario llevar a cabo un análisis feminista. Tal análisis toma la Nakba como punto de partida analítico. Israel se levantó sobre las ruinas de la patria palestina, sobre su territorio, dolor y desplazamiento. Se construyó sobre la destrucción de nuestros lazos sociales comunitarios, a partir de la violación e invasión de nuestros hogares y cuerpos. Violar y matar a las mujeres palestinas era un aspecto fundamental de las sistemáticas masacres y expulsiones llevadas a cabo por las tropas israelíes durante la destrucción de los pueblos palestinos en 1948. Por ejemplo, durante la masacre de Deir Yasin:
«Dieron la orden de que todos los habitantes se encaminaran a la plaza del pueblo. Allí, les alinearon contra un muro y les dispararon. Un testigo dijo que a su hermana, que estaba embarazada de nueve meses, le dispararon en la nuca. Sus asaltantes le abrieron después el vientre con un cuchillo de carnicero y le sacaron el feto. Cuando una mujer árabe trató de recoger al bebé, le dispararon… A las mujeres las violaron ante los ojos de sus niños antes de matarlas y arrojarlas a un pozo.»
David Ben Gurion, al igual que otros dirigentes sionistas, habló abiertamente sobre la violación y tortura sexual de las mujeres palestinas en las anotaciones que hizo en su diario durante 1948. Al mismo tiempo que abogaba por la matanza de mujeres y niños palestinos, les representaba como una amenaza para la política de asentamientos coloniales judíos y premiaba a todas las madres judías cuando tenían su décimo hijo. Ben Gurion se aseguraba de que la Agencia Judía, no el Estado, administrara esos incentivos a la natalidad para garantizar la exclusión de los árabes [2]. La fetichización de la fertilidad ha convertido a los palestinos, especialmente a las mujeres, en objeto de la retórica nacionalista que politiza profundamente su reproducción. Para los sionistas, las mujeres palestinas han sido siempre, y así continúan siendo como hemos visto en los últimos ataques contra Gaza, objetivos de la maquinaria de matar sionista.
Las investigadoras feministas han sugerido también que el Estado sionista moviliza la violencia contra los cuerpos y la sexualidad de las mujeres palestinas a fin de reforzar las estructuras patriarcales indígenas y ayudar a expulsar a los palestinos de su tierra. Los abusos sexuales por parte del ejército israelí han sido rampantes bajo la ocupación israelí. El Estado israelí y sus fuerzas militares han explotado la amenaza de la violencia sexual contra las mujeres palestinas y las percepciones patriarcales de sexualidad y «honor» para «reclutar a palestinos como colaboracionistas» durante los períodos de levantamientos y disuadir así de los intentos de resistencia organizada. Esta práctica ha sido históricamente tan prevalente que ha conseguido tener su propio término en la lengua árabe: isqat siyassy, que significa abuso sexual de los palestinos por razones políticas. El aparato de la seguridad estatal prosigue utilizando las identidades sexuales palestinas y las concepciones orientalistas de la «cultura árabe» para reclutar colaboradores y fragmentar la sociedad palestina. Recientes revelaciones de la Unidad 8200 de la inteligencia militar secreta de Israel han puesto de nuevo de relieve este hecho. La «violación» literal y figurada de los cuerpos de las mujeres palestinas, concebidos como intrínsecamente violables por la entidad sionista, está inherentemente estructurada por la misma lógica de violencia sexual que anima la violación y continuada confiscación del territorio nativo palestino del proyecto de asentamientos coloniales.
Desenmascarando la lógica de la violencia sexual
El silencio sobre el uso de la violencia sexual contra las mujeres palestinas [3] y sus comunidades por parte de la maquinaria sionista ha quedado aún más patente desde el inicio de las operaciones militares más recientes del Estado. La lógica de la violencia sexualizada, que estructura el proyecto de asentamientos coloniales de Israel, se ha hecho más visible durante el último período de la invasión militar. Eslóganes como «Muerte a los árabes» y «Árabes fuera» se han vuelto más utilizables y tolerables en la esfera pública israelí, revelando la deriva necropolítica contra los nativos palestinos en el núcleo mismo de la supuesta democracia judía.
El 1 de julio, justo después del descubrimiento de los cuerpos de los tres jóvenes colonos judíos que habían desaparecido en la Cisjordania ocupada, el profesor israelí Mordechai Kedar, del Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos, subrayó en la radio pública: «Lo único que puede disuadir a… quienes han secuestrado a los adolescentes israelíes y les han matado, la única vía para detenerles es que sepan que van a violar a su madre y hermana cuando las cojan… esa es la cultura del Oriente Medio». Sus comentarios sugerían que violar a las mujeres palestinas era la única forma de disuasión frente a la resistencia y el «terrorismo» palestinos.
A nosotras, como feministas palestinas, no nos sorprendió oír a Kedar defendiendo la violación como antídoto frente a la resistencia anticolonial. Al hacer esos comentarios en la radio pública, en abierto, donde iba a escucharle un amplio público judío israelí, tanto mujeres como hombres, incluidas las feministas judías israelíes, refleja la mentalidad y socialización del colono hacia los palestinos. Hablar de la violación de las mujeres palestinas como estrategia militar por parte de un supuesto académico de una de las universidades importantes de Israel revela el modo en el que los colonizadores retratan a las mujeres colonizadas. La presentación de un discurso orientalista sexualizado coloca a los palestinos como culturalmente «atrasados», esos Otros no-humanos.
En caso de que los discursos sexualizados que Kedar activó parezcan una aberración, es importante señalar que no fue el único actor en este reciente teatro de violencia sexualizada. Los soldados israelíes que se aprestaban a matar palestinos en Gaza leían eslóganes de apoyo preparados por sus compañeros civiles israelíes judíos que afirmaban: «Id a machacar a sus madres y regresad con vuestra madre«. Los judíos israelíes se congregaban en lo alto de las colinas para observar y dar vivas cuando el ejército arrojaba bombas sobre Gaza. Una joven judía publicó en Facebook un mensaje sobre el placer sexual que se sentía contemplando el linchamiento colectivo: «¡Qué orgasmo ver a las Fuerzas de Defensa de Israel bombardear edificios en Gaza con niños y familias dentro. Boom, boom!» Incluso el Primer Ministro Netanyahu recibió un correo, que circuló ampliamente por las redes sociales israelíes, en el que se mostraba a una mujer velada, desnuda de cintura para abajo, con un cartel que ponía «Gaza» y el siguiente mensaje: «¡Bibi, acaba dentro esta vez! Firmado: Ciudadanos a favor de un ataque terrestre». Esto además de la declaración pública de la diputada de la Knesset Ayelet Shaked que dijo que había que matar a las madres palestinas.
La violación de la tierra, al igual que la violación de los cuerpos de las mujeres, ha pasado a primer plano en los más recientes ataques de eliminación de Israel contra el pueblo palestino. Mientras proseguía la masacre del pueblo palestino en Gaza, la naturaleza sexualizada de la invasión israelí y el terror racial contra los nativos palestinos se pusieron también al frente de la política y discusiones nacionalistas en la esfera pública dentro de Palestina. Las mujeres palestinas tomaron las calles con sus comunidades a través de la Palestina histórica para manifestarse contra las continuas masacres en Gaza. Las manifestaciones públicas adoptaron un giro de carácter sexual, mientras los llamamientos de las muchedumbres de «Muerte a los árabes» se transformaron rápidamente en el grito de «¡Hanin Zoabi es una zorra!», en alusión a una diputada palestina del parlamento israelí que defendía el derecho a existir de su pueblo. La policía israelí atacó los cuerpos de las mujeres palestinas, también los cuerpos de sus compañeros, y les arrastraron fuera de las protestas en Haifa y Nazaret, donde fueron arrestados o golpeados por muchedumbres racistas. Destacadas personalidades religiosas y militares a sueldo del Estado emitieron edictos religiosos en los que se afirmaba que en tiempos de guerra estaba permitido bombardear a los civiles palestinos a fin de «exterminar al enemigo». El consejo municipal de Or Yehuda, un asentamiento en la región costera de Israel, colgó una pancarta en apoyo de los soldados israelíes en el que se sugería la violación de las mujeres palestinas: «¡Soldados israelíes, los vecinos de Or Yehuda estamos con vosotros! ¡Machacad a sus madres y volved sanos y salvos a casa con vuestra madre!» [4].
Sostenemos que la lógica de la violencia sexual exhibida durante los ataques contra los nativos palestinos por toda la Palestina histórica, tanto a lo largo de la historia como durante las últimas agresiones israelíes, impregna tanto el Estado de asentamientos israelí como la sociedad colonial. En efecto, el Estado y la sociedad colonial son entidades inseparables, conectadas a través de un imaginario visceral psicológico y político que supera la división habitualmente enmarcada entre Estado/sociedad civil. Como Lorenzo Veracini señala, los colonos «llevan su soberanía con ellos». Tanto los aparatos estatales (incluyendo los funcionarios electos y las instituciones académicas y militares) como la sociedad colonial (incluyendo el público israelí, situado a lo largo del continuo de la ideología sionista) encarnan la maquinaria de la violencia de los asentamientos coloniales. Así pues, no resulta sorprendente que tanto los aparatos oficiales del Estado como las esferas no oficiales de colonos hayan estado exhibiendo graves ataques contra la sexualidad, cuerpos y vidas de las mujeres palestinas en el contexto de las últimas invasiones contra nuestro pueblo en Gaza, en los ataques que a diario se están produciendo actualmente en Jerusalén y a través de toda la Palestina histórica.
Las políticas y la incitación represiva de las autoridades israelíes contra el pueblo palestino para empoderar y envalentonar a la sociedad de colonos israelíes encarnan el poder del Estado y la brutalidad de los ataques a los palestinos. Esto se muestra claramente en los ataques a los cuerpos de las mujeres palestinas que se producen estas últimas semanas en Jerusalén dentro de la mezquita de Al-Aqsa, tanto por parte del público de colonos, empoderado por la protección militar estatal, como por los miembros de las fuerzas de seguridad estatales. Un reciente ejemplo de escenario de violencia sexual es la actuación de la policía de fronteras israelí golpeando y arrestando violentamente a Aida, una mujer palestina de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Le arrancaron el hiyab y se la llevaron agarrada por el pelo, mientras seguían golpeándola a través de las calles de la Ciudad Vieja hasta meterla en el furgón policial. Fue conducida a la comisaría, donde fue violentamente interrogada, golpeada de nuevo y acusada de atacar a un oficial de la policía. La brutalización y violación del cuerpo de Aida por las fuerzas de seguridad y los intentos de estigmatizarla como alguien inherentemente criminal son una forma de violencia sexual y de género. La legalización de esas formas de violencia caracteriza el mismo sistema legal israelí como profundamente incardinado en la maquinaria de eliminación del proyecto colonial de asentamientos.
La brutalización y violación de las mujeres palestinas por el estado colonial de asentamientos adopta también formas más mundanas. Cuando Samira fue arrestada por participar en una manifestación en la ocupada Jerusalén Este, las autoridades decidieron que su liberación estaba condicionada a que llevara a cabo lo que denominaron «servicio comunitario». El «servicio comunitario» de Samira le exigía fregar los baños de una instalación para los soldados y policía de fronteras israelíes. Así nos lo explicaba:
«No podía permitirme pagar una multa tan enorme y necesitaba que me dejaran libre para poder volver con mis niños. No tenía otra opción que la de fregar sus baños… Pero al estar allí, en los baños de los hombres, en estado de constante terror, temiendo ser víctima de abusos sexuales, temiendo que me utilizaran como si fuera el papel higiénico de los baños…»
Las palabras y el análisis de Samira ilustran los aspectos de violencia sexual y de género de la compleja maquinaria de la violencia de los asentamientos coloniales. No obstante, como Samira concluía: «Algunas veces siento que era su esclava pero otras veces me digo a mí misma que no, esto es resistencia, esto es sumud, esto es poder… Lo que necesitaba era volver con mis niños, sin que me tocaran ni violaran sexualmente… sí, es duro, es complejo… nuestra situación es compleja». Incluso frente a tan violenta inscripción de la violencia de los asentamientos coloniales, los actos diarios de resistencia y supervivencia de las mujeres palestinas demuestran su poder y sumud o resolución.
En resumen, la violencia sexual y de género no es una mera herramienta de control patriarcal, el subproducto de la guerra o de la intensificación del conflicto. Las relaciones coloniales son en sí de género y de carácter sexual. Sostenemos que la violencia sexual, una lógica incrustada en el proyecto israelí de asentamientos coloniales, sigue dos principios contradictorios que actúan de forma simultánea: invasión/violación/ocupación y supremacía/purificación/demarcación. Es decir, la invasión, violación y ocupación del proyecto sionista colonial de asentamientos de los cuerpos, vidas y tierra de los palestinos nativos están íntimamente entrelazadas con su demarcación de los límites físicos y geográficos de carácter racial entre la ciudadanía judía y los nativos palestinos, al igual que los intentos de «purificar» el organismo nacional judío del organismo palestino, al que se define como contaminante a nivel biopolítico. Es así como la lógica de la violencia sexual incrustada en el régimen sionista vigoriza los ataques históricos y continuos contra las vidas y cuerpos palestinos.
Por tanto, nuestra lucha como feministas por la soberanía indígena dentro del activismo anticolonial se sitúa necesariamente en la protección de la seguridad corporal y de la sexualidad de las mujeres palestinas, de la familia y del derecho comunal a la vida. Es una lucha contra el hipermasculino ejército sionista y los aparatos coloniales que sitúan a las mujeres palestinas como las Otras, intrínsecamente amenazantes y racializadas, cuyos cuerpos deben ser violados y destruidos como enemigos internos y «reproductoras de palestinos». Esta lógica es inseparable de la lógica de eliminación del colonialismo de asentamientos.
Como feministas preocupadas por la seguridad de los cuerpos y las vidas de las mujeres, la continuidad de nuestro pueblo y de nuestras generaciones futuras, hacemos un llamamiento local e internacional a las feministas para que se unan a nuestra lucha, desafíen la cultura de impunidad de los asentamientos coloniales y alcen sus voces contra los crímenes en curso del Estado israelí.
Notas:
[1] Esta cita se tomó de un grupo de discusión con mujeres palestinas celebrado en 2104 en Jerusalén.
[2] En la década de 1950 de Ben Gurion, el primer ministro de Israel convirtió la cuestión de la fertilidad de las mujeres en una prioridad nacional, sosteniendo que «aumentar la tasa judía de natalidad era una necesidad vital para la existencia de Israel» y que «una mujer judía que no trae al mundo al menos a cuatro hijos está defraudando la misión judía». Véase Sharoni, s. (1995): «Gender and the Israeli-Palestinian Conflict: the Politics of Women’s Resistance». Syracuse University Press. Véase también Davis, U & Lehn, W. (1983): «And the Full Still Lives: The Role of the Jewish International Fund in the Determination of Israel’s Land Policies», Journal of Palestine Studies, Vol. 7 (4), pág. 3, pár 4-6 (1978).
[3] Aunque centramos nuestro análisis en las mujeres palestinas, también señalamos el uso de la violencia sexual por parte del Estado sionista como táctica para frenar la «amenaza demográfica» de algunos cuerpos de mujeres judías, incluidas las mujeres judías negras (de la comunidad etíope) y las mujeres judías pobres, una práctica que analizamos está conectada con proyecto racial de frenar la reproducción y vida palestinas, Israel ha buscado al mismo tiempo aumentar el nacimiento de judíos de origen europeo mediante prácticas modernizadas como la compra de óvulos a mujeres pobres de Europa del Este para clonar la reproducción humana. Además, el Estado israelí sugirió que la ley para impedir la clonación reproductiva de seres humanos (1999) había expirado y que muchos médicos, políticos e investigadores sociales de Israel están abrazando está práctica como una estrategia más para mantener la ventaja demográfica judía sobre la tierra palestina.
[4] Además de los mensajes y declaraciones contra las madres palestinas, las mujeres y chicas judías animaban a los hombres para que se enrolaran en las Fuerzas de Ocupación de Israel enviándoles fotos pornográficas con chicas semidesnudas como expresión de amor y apoyo (véase: http://www.pitria.com/israeli-girls-support-zahal).
La Dra. Nadera Shalhoub-Kevorkian, nativa palestina, es desde hace mucho tiempo activista feminista antibelicista y académica. Ocupa la cátedra Lawrence D. Biele de Derecho en la Facultad de Derecho-Instituto de Criminología y la Escuela de Trabajo Social y Bienestar Social en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sus investigaciones se centran en el feminicidio y otras formas de violencia de género, en los crímenes por abusos del poder en los contextos de los asentamientos coloniales, vigilancia, securitización y control social, y trauma y recuperación en zonas colonizadas y militarizadas. El libro más reciente de la Dra. Shalhoub-Kevorkian es: «Militarization and Violence Against Women in Conflict Zones in the Middle East: The Palestinian Case Study», publicado por Cambridge University Press, 2010. Su próximo libro es: «Security Theology, Surveillance and the Politics of Fear,» que publicará asimismo Cambridge University Press.
Sarah Ihmoud está realizando estudios de doctorado en antropología social en la Universidad de Texas, Austin. En estos momentos centra sus investigaciones en los temas de sexualidad, intimidad y asentamientos coloniales en Palestina/Israel. Con anterioridad, había investigado formas de organización de las mujeres para impedir el feminicidio y otras formas de violencia de género en el período posterior a la guerra en Guatemala.
La Dra. Suhad Daher-Nashif es profesora e investigadora en Al-Qasimi College for Education and Oranim College for Education. Tiene un doctorado en Antropología social y médica por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sus actuales investigaciones se centran en prácticas de muerte dentro de la sociedad palestina, incluyendo el feminicidio y el suicidio, y en las experiencias de las mujeres palestinas en Israel respecto a la educación superior, participación en el servicio civil y acceso a la justicia. Una de sus más recientes publicaciones es «Femicide and Colonization: Between the Politics of Exclusion and the Culture of Control» (2013), publicado en Violence Against Women con la Dra. Shalhoub-Kevorkian .
La Dra. Shalhoub-Kevorkian , la Dra. Daher-Nashif y la Sra. Ihmoud escribieron este ensayo en colaboración con el Programa para Estudios de Género de Mada al-Carmel, el Centro Árabe para Investigaciones Sociales Aplicadas de Haifa.