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El profesor de derecho de Harvard que participó en un panel de selección de objetivos de asesinatos israelí

La Yihad de Alan Dershowitz

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Si discutir bien es el máximo objetivo de la ley, el profesor de derecho de Harvard Alan Dershowitz ha convertido esta habilidad en un arte sorprendente. En casos destacados, como el de O. J. Simpson, el doctor Dershowitz, sirve de avezado abogado, hábil en el manejo de los medios, determinado a defender al «culpable». Es menos conocido, sin embargo, que este Mefistófeles de la defensa prospera mediante la invención de excepciones al derecho internacional impopulares, totalmente insensibles e incluso injustas. Es algo que normalmente no enseña. Estas excepciones -relacionadas entre ellas en sus propias órbitas- permiten la tortura de terroristas, los asesinatos de sus dirigentes y la demolición de las casas de sus familias. Lo que es más fascinante es el desdén que Dershowitz siente hacia la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y por su actual presidente (el juez chino) al que califica de delincuente, dejando de lado el lenguaje de la cortesía profesional.

Intrigado por sus incendiarios puntos de vista expresados atrevida, y a veces groseramente, en libros y en las columnas de periódicos, solicité una entrevista con Dershowitz, la que me otorgó rápida y generosamente. Los dos grabamos la entrevista, yo, sin otro motivo que para guardarla como recuerdo. Salí de la entrevista con la clara impresión de que – dejando de lado las preocupaciones por las libertades cívicas que informan su retórica en la defensa penal – Dershowitz trama esas excepciones no sólo para embellecer su torre de marfil sino para defender por anticipado, y a veces para conformar, las políticas israelíes en Palestina ocupada.

Por ejemplo, el desprecio de Dershowitz por la CIJ se ha profundizado desde el momento mismo en que la Corte decidió legislar sobre la legalidad del muro de separación de Israel. Comparando a la CIJ con un tribunal de Mississippi de los años 30, Dershowitz arguye que la CIJ es un tribunal creíble para el resto del mundo pero no para Israel, exactamente como el de Mississippi era sólo un tribunal para blancos, pero no para negros. Este argumento, en toda su barbaridad analógica, presenta a la CIJ como un organismo excepcionalmente contrario a Israel. Además, Dershowitz pone en duda la neutralidad de los jueces de la CIJ, argumentando que son desvergonzados portavoces de sus gobiernos. Cuando se le pide que comente si tiene el mismo punto de vista sobre los jueces británicos y estadounidenses en la Corte, Dershowitz da marcha atrás para distinguir entre la Corte y sus jueces, diciendo entonces que la CIJ es prejuiciada, pero que muchos de sus jueces no lo son. Para mí, esa distinción no tiene sentido, ya que todos los jueces en la Corte, con una excepción, consideraron que el muro de separación es ilegal.

La excepcional defensa de Israel por parte de Dershowitz no se limita a críticas académicas a la CIJ (o a la Cruz Roja Internacional o a Naciones Unidas). En la entrevista, Dershowitz, que se opone a la pena de muerte, reveló que participó en el comité de asesinatos israelí que revisa la evidencia antes de que se identifique a los terroristas como objetivos y se les asesine. Esta audiencia de «proceso debido» está diseñada para reducir la acusación misma de que los asesinatos auspiciados por el Estado son descaradamente ilegales. Dershowitz está a favor de asesinatos selectivos de dirigentes terroristas «involucrados en la planificación o la aprobación de continuas actividades asesinas». Bajo este estándar proteico, no se sabe si los dirigentes espirituales y políticos que están a favor de la violencia terrorista, pero que no participan materialmente en actos terroristas específicos, pueden también ser asesinados. Dejando de lado semejantes detalles, la idea de que un profesor de Harvard participe en un comité de asesinato de un Estado ocupante, sería bastante desconcertante para muchos en el mundo académico legal.

Lo que más conduce a sus numerosos críticos a perder la calma, sin embargo, es la novedosa excepción que Dershowitz elabora para la Convención contra la Tortura (1987). La Convención prohíbe todas las formas de tortura y no hace excepciones. En realidad, la prohibición contra la tortura ha llegado al estatus jus cogens – las perentorias normas del derecho internacional que no pueden ser abandonadas o alteradas. Dershowitz confiesa que sabe todo esto. Pero presenta un argumento empírico para labrarse una excepción. Ya que la tortura no puede ser eliminada en el mundo real, arguye: «Ay, creo que es así, ‘hasta que la experiencia cambie mi opinión'»- Dershowitz propone que el sistema legal regule la tortura estableciendo que los funcionarios del Estado deben obtener una orden judicial antes de cometer torturas. A pesar de las conexiones y de la influencia de Dershowitz, Israel se negó a lanzar la orden de tortura propuesta, aunque aceptó la idea de la excepción a la Convención que había firmado. Sin embargo, cuando más de un 90 por ciento de los detenidos de seguridad palestinos comenzaron a ser torturados, la Corte Suprema israelí puso fin a la nueva excepción.

Impertérrito ante semejantes rechazos judiciales, Dershowitz continúa fabricando excepciones legales para apuntalar las prácticas israelíes condenadas universalmente, como la destrucción de casas de las familias de presuntos terroristas. Lo califica de daño de propiedad, y evidentemente descarta la inviolabilidad, la intimidad, y los recuerdos que representa la casa de una familia, la casa de la familia de cualquier persona. Como si la demolición de casas de familia fuera un castigo menor, Dershowitz está dispuesto incluso a arrasar hasta las «aldeas de atacantes suicidas» completas. Piensa tal vez que se requiere una aldea para criar un atacante suicida. Así es. Cuando toda su aldea ha sido tomada por el cuello y estrangulada, es seguro que algún niño (un «terrorista») llegue a sentir una cólera ilimitada.

A pesar de su yihad legalista por la seguridad de Israel y a pesar de su empleo en la Escuela de Derecho de Harvard que le da la talla necesaria para proponer dudosas excepciones al derecho internacional, Dershowitz no echa totalmente por la borda el sentido de los límites. Por ejemplo, se opone a Nathan Lewin, destacado abogado de Washington y candidato a juez federal, que argumenta descaradamente, en contra de los sentimientos populares de la comunidad judía, que los miembros de las familias de los atacantes suicidas deberían ser ejecutados.

Dershowitz no es de ninguna manera un ideólogo incorregible ni un ciego moral. Es casi seguro que su interpretación del derecho internacional es defectuosa y que necesita «asentarse en sus estudios». Sin embargo, su honradez intelectual, está más allá de toda duda. Es lo que piensa. No evita los temas difíciles. Y lo hace con una capacidad inagotable para tragar contradicciones. A fin de cuentas, sin embargo, cuando se han presentado todos los argumentos, cuando se ha terminado con todas las excepciones, y cuando la nación que lanzó mil misiles ha sido defendida, Dershowitz afloja la tensión con un sentido del humor encantador, manifestado mediante el uso de chistes ajenos. En su libro «Why Terrorism Works» (2002), por ejemplo, cuenta a sus lectores como él, cuando era niño, reflexionaba sobre difíciles guiones hipotéticos como éste: «¿Si estuvieras hasta el cuello en un tarro con vómitos de gato y alguien te lanzara a la cara un montón de caca de perro, te agacharías?»

Será posible gustar de Dershowitz por su ingenio, sólo para asombrarse ante las cosas ilegales que permite.

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<>Ali Khan es profesor en la Escuela de Derecho de la Universidad Washburn en Kansas. Su libro «A Theory of International Terrorism» será publicado en 2005. Su correo es: [email protected]
http://www.counterpunch.org/khan09302004.html
30 de septiembre de 2004