Traducido para Rebelión por LB
A eso de la medianoche los soldados israelíes rodearon su casa. Mohammed Abu Arkub, de profesión barbero, se despertó asustado cuando oyó que aporreaban su puerta y exigían a gritos que la abriera. Abu Arkub salió disparado a abrir y los soldados israelíes lo hicieron salir ordenándole que sacara inmediatamente de la casa a todos los miembros de su familia. Su esposa Lubna y sus dos hijas pequeñas dormían junto con las dos hermanas pequeñas de Lubna, que viven con ellos. Las despertó a todas y les dijo que salieran afuera. Su hermano, Rami, que vive solo en la casa contigua, también recibió órdenes de salir.
Noche del 19 de marzo, aldea de Wadi al-Shajneh, en las Colinas del Dur de Hebrón, al sur de la ciudad de Dura. La familia permaneció fuera durante cerca de 10 minutos, medio adormilada en medio del frío relente nocturno, y a continuación los soldados israelíes les ordenaron entrar en la cabaña de Rami. Dos soldados se apostaron junto a la puerta vigilando que la familia no saliera. Los demás soldados del destacamento entraron en casa del barbero y su esposa y comenzaron a registrarla. Abu Arkub pidió estar presente durante el registro, pero los soldados israelíes se lo impidieron. La rutina de la ocupación.
A los soldados les siguieron mujeres soldado con perros, mientras que la familia permanecía hacinada en la habitación de Rami. Los soldados israelíes registraron la casa durante cerca de hora y media, tras lo cual sacaron a todo el mundo al patio. Mohammed pidió que le dejaran coger algunas mantas para cubrir a sus hijas pequeñas, pero los soldados israelíes se lo impidieron. Un comandante del ejército israelí se llevó a Mohammed a un lado y lo interrogó. Buscaban armas en la casa. El barbero le dijo que en su casa no había armas.
«Mientes«, le dijo el oficial israelí, pero Mohammed le replicó: «Habéis registrado y no habéis encontrado nada«. Dice que el oficial israelí lo golpeó. Su familia siguió en el exterior durante otra media hora, y de nuevo los encerraron en la habitación de Rami, aunque esa vez cerraron la puerta. La cosa siguió así hasta casi las 2 de la madrugada.
Cuando Mohammed pensó que los soldados ya se habían ido, abrió al puerta y salió fuera. Él y su esposa se abalanzaron al interior de su casa, que se halla justo al lado de la de Rami, donde habían permanecido retenidos. Encontraron sus enseres domésticos esparcidos por el suelo. La televisión y el ordenador estaban destrozados, igual que algunos aparatos y recipientes de cocina. Lubna se precipitó hacia el cofrecito donde guardaba sus joyas de oro y los regalos que recibió de Mohammed en su boda, celebrada cuatro años antes. En todos los hogares palestinos hay un cofrecito similar. La caja estaba arrojada en el piso. La bisutería barata de Lubna estaba desparramada, pero las joyas de oro habían desaparecido. Collares y brazaletes procedentes de la boda que constituían sus más valiosas posesiones habían desaparecido. La familia buscó y rebuscó, pero no encontraron nada.
Mohammed aún conserva el antiguo recibo de la joyería Sharha de Hebrón: 200 gramos de oro que le costaron entonces 23 dinares jordanos por gramo. Al precio actual, unos 5.000 euros. Rami, un joven fornido que trabaja para un cantero, montó en cólera. Quiso salir y perseguir a los soldados. Mohammed trató de detenerlo, pero no lo consiguió. Rami descendió corriendo el sendero en dirección a los cuatro jeeps del ejército, que seguían estacionados en la aldea. «¡Nos habéis robado el oro!«, gritó Rami a los soldados y pronto se inició una pelea. Rami se sentó dentro del jeep y anunció que no pensaba moverse de allí hasta que los soldados israelíes devolvieran el oro a sus propietarios. Quiso llamar a la Administración Civil, pero no le dejaron. Los soldados israelíes lo sacaron a empellones del jeep y abandonaron el lugar. No lo arrestaron, como suele ser lo habitual, por el delito de atacar a los soldados. Mohammed apuntó la matrícula de uno de los jeeps: al costado tenía pintado el número 252126, y en la matrícula la cifra 4760.
La hija mayor se llama Yakut, que significa ‘piedra preciosa’ en hebreo. Cuando los soldados israelíes se marcharon Mohammed telefoneó a la oficina palestina de enlace civil y pidió registrar una denuncia. Lo reenviaron a la oficina de enlace israelí. Se presentó también en la central de la organización B’Tselem en Hebrón, donde le dijeron que denunciara el hecho ante la policía de Kiryat Arba. Sobreponiéndose a su temor, el 23 de marzo se presentó en la comisaría de policía de Kiryat Arba. Llegó al cuartel policial a las 09:30, pero solo le dejaron entrar tras humillarlo con cinco horas de espera.
Aquel día nos encontrábamos en Hebrón y pudimos oír su desesperada voz mientras hablaba por teléfono con el investigador de B’Tselem Musa Abu Hashhash, a quien llamaba constantemente rogándole que lo ayudara a entrar en la comisaría de policía. «Quédate junto a las cámaras de la entrada para que puedan verte«, le aconsejaron. Pero no le dejaron entrar hasta las 14:30 horas.
El investigador de la policía Yaakov Barzani de hecho se disculpó por la espera alegando que desconocía que Mohammed estuviera esperando fuera, y procedió a poner por escrito su queja. Mohammed dice que el investigador se mostró amable y le dijo que los soldados estaban arruinando el prestigio del ejército israelí. También le dijo que él, el investigador Barzani, había participado en la confiscación de millones de shekels de las oficinas de cambistas de Hebrón -una operación de la que dimos cuenta en esta columna hace unas semanas- y que jamás tocó ninguna de las ingentes cantidades de dinero que pasaron por sus manos.
Finalmente, el policía Barzani entregó a Mohammed un documento: «Confirmación de registro de entrada de denuncia por el caso 116812/2000«. Todas las casillas del formulario se rellenaron con letras mayúsculas: nombre del denunciante, lugar del incidente, fecha, etc. Solo quedó sin rellenar el espacio donde debía constar el motivo de la denuncia. El formulario no recogía ni una sola palabra referente al motivo de la denuncia presentada por Mohammed Abu Arkub. Pero concluía con la siguiente observación: «Este documento no debe considerarse prueba de la veracidad de la información en él contenida.» ¿Qué información? No se escribió nada. Firmado, Distrito de Hebrón, Investigaciones.
Danny Poleg, portavoz del Distrito Policial de Judea y Samaria [Cisjordania, en argot israelí. N. del T.]: «En el Distrito de Judea y Samaria interrogamos a los sospechosos en su lengua materna. Por consiguiente, en casos en los que existen numerosos denunciantes, el período de espera puede alargarse sensiblemente debido a nuestro empeño por proporcionar un servicio de calidad a cada denunciante. En cualquier caso, a resultas de esta denuncia, al día siguiente repasamos los procedimientos relacionados con los períodos de espera. Con respecto al formulario entregado al denunciante, está informatizado y el investigador es incapaz de añadir o borrar nada en él. Dado que la denuncia se dirige contra un soldado, el caso se remitió a la Policía Militar«.
El barbero de Wadi al-Shajneh no es el único. En las oficinas de B’Tselem se han acumulado cerca de una docena de relatos de palestinos que denuncian el robo de oro o dinero en sus hogares en el transcurso de registros realizados por el ejército israelí, y en un caso un investigador del servicio israelí de seguridad Shin Bet, Ronen Shimoni, director de coordinación de datos de B’Tselem, envió varios de esos relatos a Haaretz: miembros de la familia Zarkat de Kafr Tapuah, miembros de la familia Rehal de Silat al-Dahr, miembros de la familia Antar de Barqin, los Dendis de Halhoul, los Demieri de Hawara, los Adaili de Beita, los Asus de Jenin, y miembros de la familia Ziadat de Bene Naim. Ellos y otros han denunciado la desaparición de joyas y dinero. En algunos casos la Policía o la Policía Militar ha abierto una investigación.
Veamos, a modo de ejemplo, el testimonio de Sayel Ziadat, vecino de Bene Naim, también situada en las Colinas del Sur de Hebrón, acerca de lo que ocurrió en su casa el 5 de marzo, dos semanas antes del registro en la casa de Abu Arkub. Las similitudes entre ambos registros son sorprendentes:
«A eso de las dos de la madrugada me despertó el ruido de piedras arrojadas contra las ventanas de mi casa. Deduje que eran soldados israelíes. Pensé que si no les abría quizás se marcharan. Pero 10 minutos más tarde, después de que hubieran destrozado varias ventanas, abrí la puerta y vi a cinco o seis soldados. Me ordenaron que me levantara la camisa y me diera la vuelta, y luego me dijeron que sacara de la casa a toda mi familia. Hacía frío y les pedí que me dejaran coger mantas para arropar a mi anciana madre, pero los soldados israelíes no me lo permitieron.
«Varios soldados entraron en la casa para registrarla. Pedí acompañarlos pero se negaron. Me esposaron las manos a la espalda y me vendaron los ojos. Durante cerca de dos horas registraron mi casa y la casa contigua donde vive mi hermano, y a eso de las 04:30 el oficial bajó las escaleras acompañado por dos soldados. Los tres se reían. Su risa me dio mala espina. Tenían en las manos mi teléfono celular y un álbum de fotografías. Arrojaron al piso el álbum y el teléfono. Me quitaron las esposas de plástico. Les pregunté: ‘¿Por qué me habéis esposado?’. Y ellos respondieron: ‘No te importa’. Les pregunté: ‘¿Por qué habéis destrozado mis ventanas?’, y los soldados israelíes respondieron: ‘Como se te ocurra arreglar las ventanas regresaremos para destrozártelas otra vez’.
«Cuando se marcharon mi esposa se apresuró a recoger los objetos de la casa que estaban desperdigados por el suelo y fue corriendo a examinar el cofrecito de las joyas. Los 189 euros en metálico y las joyas del mohar [dote] que guardábamos allí habían desaparecido. Era todo lo que teníamos, todos nuestros ahorros. Incluso cuando yo estaba en la cárcel y mi esposa carecía de fuentes de ingreso, conservamos intacto el oro de nuestra boda«. También Ziadat denunció el robo a la policía.
Entramos en el dormitorio de la familia Abu Arkubs en Wadi al-Shajneh. Pesadas cortinas, una colorida alfombra que se extiende de pared a pared, urnas de cristal llenas de floreros y objetos de vidrio, una cama y mesillas de noche con acabado en laca púrpura. En el patio yacen reducidos a chatarra los restos del ordenador y la televisión. Lubna muestra el cofrecito del tesoro, con sus tiradores y espejos. La bisutería barata, que reluce desde lejos, se quedó en el cofre. Solo se llevaron, dice, el oro.
Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=976077