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Las cartas torcidas de Oriente Medio: el régimen sirio o la sinrazón

Fuentes: Rebelión

Lo hemos dicho ya en alguna otra ocasión: estos regímenes árabes son tan lerdos y adolecen de tal gravamen de corrupción, tanto moral como intelectual, que nunca aprenden de sus errores. Entre otras cosas, porque a sus yerros los llaman aciertos; o porque, simplemente, no realizan una labor mínima de análisis de las barrabasadas que […]

Lo hemos dicho ya en alguna otra ocasión: estos regímenes árabes son tan lerdos y adolecen de tal gravamen de corrupción, tanto moral como intelectual, que nunca aprenden de sus errores. Entre otras cosas, porque a sus yerros los llaman aciertos; o porque, simplemente, no realizan una labor mínima de análisis de las barrabasadas que llevan cometiendo desde hace décadas. De otra forma, se percatarían de que, en política, las medidas adoptadas son como ciertos medicamentos que no ejercen el mismo efecto antes de comer que después. O que hay que leerse el prospecto, siempre, para conocer las contraindicaciones de todo. O que los placebos no dependen de su fórmula intrínseca sino de lo que nosotros pensemos que puede llegar a hacer. El sirio, como el tunecino, el egipcio y el libio antes, no ha sido capaz de leer la realidad ni, peor aún, reciclar la nueva situación en que se halla el mundo árabe. De ahí que siga emitiendo mensajes opacos con renglones torcidos que pocos entienden, pues pocos se preocupan ya de leer entre unas líneas difusas de sandeces y bravuconadas. Algunos mensajes sí se reciben, pero el contenido es tan burdo que produce en el receptor un efecto no deseado. Ora indignan, ora divierten, ora pasan desapercibidos. Curiosamente, sin que las movilizaciones hayan roto con fuerza en Damasco y Alepo -las dos grandes ciudades del país- ni se haya producido una deserción en masa de sus cargos políticos, diplomáticos y militares ni haya una intervención externa en marcha ni los rusos y chinos hayan cejado en su sostén a los Asad, todo el mundo los da ya por finiquitados e, incluso, determinados gobiernos occidentales hablan de la «nueva Siria» (como antes hablaron de la «nueva Libia») y la etapa posterior al clan de los Asad. La gente que sigue manifestándose en Homs, Hama y Deir el Zor, y tantas ciudades sirias, no ven sin embargo dónde están las trazas de esta nueva nación. La tortura, los asesinatos, las violaciones, las mentiras gubernamentales y el desprecio absoluto por la condición humana siguen ahí, como desde hace cincuenta años, con mayor virulencia y vesania ahora, pero siempre, la violencia, como marbete inconfundible del régimen. Un régimen que desde la aplicación de las sanciones de la Liga Árabe y el inicio de las apuestas sobre-cuánto-va-a-dura- al-Asad ha redoblado su cosecha sangrienta hasta dejarla en una media de, por lo menos, 30 muertos diarios.

En esencia, los mensajes torcidos del régimen sirio, desde los tiempos del padre, Hafez al-Asad (1970-2000) hasta los del hijo, (2000-¿…?) se han caracterizado por ir muy pocas veces destinados a su propia población. En realidad, a esta se le ha reservado una consigna básica, tácita y asumida por contrato: hay que aguantarse. La sintonía de fondo siempre ha sido la misma: cuerpos de seguridad por todas partes, ambiente de delación y control absoluto de cuanto se dice y hace. De vez en cuando, si no se escucha bien el hilo musical, introducimos un tachán (detención por aquí, muerte accidental por allá); y si no se enteran, la traca: bombazos y represalias masivas, como en Hama en 1982, o ahora, en 2011. Es tal el desprecio que han mostrado siempre por el sirio de a pie que los responsables del aparato represor, hoy, han pensado que lo mejor era repetir la fórmula de las tropelías cometidas a principios de los ochenta. ¿No funcionó entonces? Pues también va a hacerlo ahora. El problema: no tienen plan B. Los sabbiha (matones a sueldo que se sacan en un par de días el equivalente al salario mínimo), los policías, los soldados y los agentes de los servicios secretos, militares y civiles -es tal el cosmos de organismos y secciones dedicados a la represión que muchos sirios los confunden- se pasan el día azotando, pateando, arrancando los pelos del bigote del mujarrib (saboteador) a manotazos (oh, los más finos lo hacen con pinzas), desgajando uñas y pisoteando a la escoria que grita cosas terribles contra el presidente y su familia y he aquí que no se callan. Se ha matado a niños y a ancianos, se han devuelto sus cuerpos desfigurados, mutilados; a este activista le han sacado los ojos, al otro lo han degollado y arrancado, literalmente, la garganta para luego arrojar los cadáveres, así se vean y sirvan de escarmiento (más mensajes contundentes); pero he aquí que esta chusma no reflexiona. Será que, como dice el opositor Haizam al-Maleh, los sirios han traspasado el umbral del miedo y ya no hay vuelta atrás. Tiene que ser así: quien tenga un mínimo de conocimiento de cómo se las gastan los servicios represivos del clan Asad sabe que participar en una manifestación, u ocultar a un prófugo o guardar octavillas o imágenes comprometedoras o hablar con la prensa extranjera, son osadías que nunca salen gratis. Antes, bastaba un porrazo, y en los casos más graves, una o varias muertes tras horas o días de torturas, para que la gente tomase nota. Hoy algo ha pasado. ¡Funcionó en 1982 y ha salido siempre bien, por qué no ahora! ¿Qué está fallando? No es el método, se responden, sino la intensidad: más madera, pues. Dejaos de consignas, mensajes y señales; grabad de nuevo en las reses la marca del temor y la sujeción. Pero el problema de esta gentuza es que se les han acabado los hierros candentes.

Pero como al pueblo sirio nadie ha tenido la costumbre de escribirle cartas ni deslizarle «billetes», como se decía antiguamente, en los pliegues de la ropa, la manía de redactar mensajes se reserva para un público externo. Los Asad llevan practicando el género epistolar foráneo desde hace mucho tiempo. Destaquemos alguna de sus cartas más logradas: en 1976 entraron en Líbano para poner coto al avance de la izquierda libanesa y la resistencia palestina, que un año después de iniciada la guerra civil habían comenzado a dominar al Frente Libanés, encabezado por las Falanges. Como era habitual, nadie explicó a los sirios qué objeto tenía tal intervención a favor de un bando en teoría opuesto a la ideología de la Siria panarabista, socialista, propalestina y proclive al bloque soviético. Los falangistas y aliados, por el contrario, eran de derechas, prooccidentales, sospechosos de afinidad con el régimen de Tel Aviv y, lo peor de todo, les salía urticaria cuando se les decía «sois árabes». Pero al-Asad se metió allí, desarboló a las milicias palestinas y las facciones izquierdistas, sirvió de cobertura a matanzas como la del campamento de refugiados palestinos de Tell al-Zaatar y eliminó o coadyuvó a hacerlo a destacadas personalidades de la izquierda libanesa. El propio al-Asad explicó en sus discursos, con esa maestría tan suya para la retórica y las cabriolas semánticas, que sus tropas habían entrado en el país vecino para evitar una radicalización de la escena política libanesa que habría servido, a su vez, de excusa para Israel para invadir el país y poner fin a la resistencia palestina. Qué cosas: para preservar la causa palestina hay que lanzar los tanques contra los milicianos de la OLP y sus aliados comunistas, socialistas y panarabistas libaneses, los cuales no habían tenido a bien prestar atención a los consejos de Hafez («no seáis tan radicales ni tan excluyentes con los «cristianos», etc.). De paso se trataba de preservar a las minorías libanesas, en especial a los cristianos, amenazados por la islamización de unos partidos que en teoría eran… laicos. Lo más curioso de todo, además de la supuesta tendencia anti-confesionalista de al-Asad, es que todavía por aquella época los maronitas cristianos, en cuya comunidad se concentraba el grueso de los líderes políticos llamados «aislacionistas» por el izquierdista Movimiento Nacional, constituían el grupo confesional mayoritario en el susodicho País del Cedro. También sostuvo que fueron los dirigentes de Falanges, Fuerzas Libanesas, Guardianes del Cedro, etc., quienes invocaron su ayuda; pero estos lo negaron tajantemente. Tamañas peculiaridades a Hafez le traían al pairo, porque el mensaje estaba claro, y no iba destinado ni a libaneses ni a sirios sino a Washington, que ha sido el principal destinatario por lo general de los erráticos mensajes asadianos, y Tel Aviv. De hecho, los estadounidenses le dieron el visto bueno y convencieron a sus subalternos israelíes de que el arreglo era positivo. Al-Asad se comprometería a meter en cintura a los palestinos y sus aliados a cambio de que se garantizase la seguridad de su entramado político y militar. El régimen de Tel Aviv ya había venido percibiendo desde 1973 la efectividad de Hafez a la hora de garantizar la seguridad de sus fronteras, ya fuera en el Golán ocupado o en la linde de separación entre Siria y la Palestina ocupada. Desde luego, en los ochenta y noventa, no tuvieron motivo de queja: los territorios sirios ocupados no registraron ni intifadas ni nada parecido, fueron anexionados sin que Damasco hiciera nada excesivo en 1981 y ni desde ellos ni desde el resto de los territorios sirios se registraron incursiones de fedayines, al contrario de lo que ocurría en Jordania, cuyo rey, tenido siempre por agente de la CIA y sujeto a los acuerdos de paz con el régimen de Tel Aviv, no pudo evitar incursiones esporádicas de combatientes palestinos. Una efectividad portentosa la del sistema político sirio en araas de la integridad territorial israelí, a pesar del peso de su propaganda antisionista y de contar con cientos de miles de palestinos refugiados en su territorio. La estratagema salió bien a medias: al-Asad tenía su espacio de maniobra regional y su política exterior panárabe, pero sus supuestos aliados de compromiso se rebelaron bien pronto y exigieron la retirada de Damasco. Aquí empezó uno de los capítulos más densos del galimatías en que terminó convertido el conflicto libanés, con las tropas sirias realineándose con la izquierda contra Falanges y compañía, azuzando de paso a unas facciones palestinas contra otras y recreando una guerra interpuesta con el régimen de Tel Aviv en la que el ejército de éste entraba y salía de Líbano cuando quería y los combatientes palestinos e izquierdistas y, después, la resistencia islámica, se enfrentaban a las hordas israelíes y llevaban a cabo acciones en Palestina. Ante las innumerables incursiones israelíes, que ocasionaron centenares de bajas en las filas sirias, Damasco no solía hacer otra cosa que confirmar su apoyo incondicional a la resistencia, que fue a la postre quien consiguió sacar a los ocupantes israelíes en 2000.

Conviene recordar el contenido de este mensaje primero de Hafez al-Asad porque sólo así podremos entender el quid de las misivas que sus herederos llevan remitiendo desde las vísperas del inicio de la revuelta siria, allá por marzo de 2011 (sirva también de invitación a tanto ignorante que tenemos por aquí para que se informe mejor de las claves de la política exterior del «bravo combatiente socialista» que fue Hafez y parece ser es su hijo Bashar). Pero entre uno y otras hay que reparar en el inmenso mensaje que dejó para la posteridad Hafez en 1991, con motivo de la denominada Segunda Guerra del Golfo u operación Tormenta del Desierto contra el ejército de Saddam Husein (otro tiranuelo que también escribía a su manera). Hoy, que está tan de moda por ciertos pagos pensar que la revuelta siria se debe a un cúmulo de conspiraciones externas entre las que destaca la saudí, debe destacarse que a lo largo de los noventa Damasco compuso junto con Riad y El Cairo -gobernado entonces por Mubarak- el tripartito político que, tanto en la Liga Árabe como en el entorno regional, proporcionó a los regímenes de Washington y Tel Aviv sus periodos de mayor estabilidad y medro en Oriente Medio. La participación del ejército sirio en aquella coalición internacional animada por Mubarak y los Saud para expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait, en contradicción de nuevo con las soflamas nacionalistas y antisionistas, era otro mensaje claro, dirigido siempre al exterior puesto que la postura de la opinión pública siria, decididamente contraria a la intervención, se la pasó Hafez ya pueden suponerse por dónde. La moraleja, evidente: el régimen estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para salvaguardar su propia existencia, aun a costa de unos presupuestos ideológicos que no dejaban de ser, como en el caso del común de los regímenes árabes, una maniobra dialéctica.

Sí, conviene traer a colación la implicación de Damasco en la guerra de 1991 y las consiguientes sanciones impuestas a Iraq (que tanto criticó después la prensa oficial siria) porque tanto su hijo Bashar como su sobrino Rami Majluf se dedicaron, sobre todo el segundo, durante los primeros meses de 2011, a recordar a occidente qué podía pasar en Siria si se producía un cambio de régimen. Majluf, primo materno de Bashar y el hombre de negocios del clan familiar, deslizó a un periódico estadounidense la idea que Israel (y occidente) deberían guardarse de apoyar revueltas populares en Siria si sabían qué convenía de verdad a la «estabilidad» regional. Qué patán estuvo ahí, Rami, decirlo así, con tan escasa sutileza. El régimen adujo que se habían sacado de contexto las declaraciones del muchacho, al que se relevó de la primera línea informativa de defensa del emporio familiar. Empero, por si acaso, poco después, con motivo de las conmemoraciones en mayo de la Nakba o desastre de 1948, un grupo de ciudadanos palestinos y sirios se manifestó, por primera vez en ¡44 años! frente al Golán ocupado para reclamar la liberación de Palestina. Algunos, incluso, se adentraron en el territorio ocupado, después de haber sido reclutados en los campamentos de refugiados de Damasco, controlados por uno de los servicios de seguridad especializados en el seguimiento de los «hermanos» palestinos -unos servicios que habían impedido durante décadas que los activistas palestinos hicieran algo de ese tenor-. Otro mensaje del que el ejército israelí, después de abrir fuego contra los manifestantes, tomó nota: el régimen de Tel Aviv lleva meses pidiendo a sus aliados occidentales que no ejerzan demasiada presión sobre Damasco ni propicien un cambio brusco. Que la descomposición interna siga su camino sin que haya una manifiesta implicación del exterior. La mayor satisfacción de la gran multinacional que es el sionismo sería ver a una familia Asad debilitada al máximo y dispuesta a hacer todas las concesiones posibles. Para eso le serviría el sacrificio de miles de sirios, la inmensa mayoría de profundas convicciones antisionistas. Pero el problema es que la necedad de los Asad y compañía es tan enorme que todo el mundo, enemigos y amigos, se está poniendo visiblemente nervioso. Y un Oriente Medio lleno de gente nerviosa es impredecible -justo la palabra que aterra a la intelligentsia sionista-.

El más nervioso, por descontado, es el propio régimen, que sigue ametrallando a propios y extraños con mensajes zafios. A los turcos, a los que acusa de cobijar a la oposición armada, les ha enviado misivas en forma de acciones puntuales del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), cuyos dirigentes han mostrado su apoyo a los Asad a despecho de las manifestaciones organizadas por los kurdos sirios en las regiones del norte; a los países europeos diciendo por boca de su ministro de Exteriores que «Europa quedaba borrada del mapa», en respuesta a las sanciones aprobadas por la UE; a varios países del Golfo y Turquía permitiendo que cientos de personas irrumpiesen en sus embajadas (muchos sirios se preguntan por qué unos sí pueden manifestarse ante las legaciones extranjeras sin que les pase nada y a otros, en Damasco por ejemplo, los corren a hostias en cuanto corren al centro a pedir más libertad); a Jordania y la oposición en Líbano asomándose a las fronteras y tiroteando a grupos de sirios que tratan de huir a los estados vecinos… Pero los demás también están nerviosos: el gobierno de Irán porque ve que su principal aliado en la zona, además de sangriento, es un perfecto imbécil, incapaz de sacar de vez en cuando la zanahoria (como haría cualquier régimen con dos dedos de frente, una reunión con la oposición por aquí, una manifestación permitida por allí, entrada controlada de prensa extranjera acullá). Por eso permite a su vez que se irrumpa en la embajada británica en Londres. Los estados del Golfo, porque ven que la pervivencia de la revuelta siria, que ni va hacia adelante ni hacia atrás, constituye una espada de Damocles sobre sus propios sistemas corruptos y dictatoriales. Hezbolá, porque su apoyo incondicional a Damasco le ha valido la pérdida de buena parte del crédito que tenía ganado en la opinión pública árabe y, además, lo ha debilitado frente a sus contrarios políticos en el interior. Israel, porque ya tiene bastante con la caída de Mubarak en Egipto y no está dispuesto a quedarse sentado viendo cómo, a lo mejor, una facción del clan Asad -una que ellos no puedan dominar- se decide a dar un golpe de estado interno mientras los estadounidenses siguen jugando al pañuelo con la oposición siria -te digo un número y te coges el pañuelo, pero dame lo que quiero- tratando de arrancarles concesiones que nadie está dispuesto, aún, a empeñar. Y los turcos, porque los kurdos se revolucionan y la imagen de Erdogan como valedor de las revueltas árabes se distorsiona y unos presionan en favor de una región de exclusión y los otros en pro de que no se haga nada o todo, la invasión directamente, y mientras Teherán recuerda que Turquía alberga bases de la Otán, y por aquí uno habla de una guerra regional si alguien se atreve a tocar a Siria y otro de esto y aquello si los sirios siguen siendo tiroteados en las calles de Hama, Homs, Deir el Zor… Un juego de estrategias y coaliciones en el que el principal pagano es, como siempre, la gente.

Pero Damasco sigue con sus mensajes torcidos, exasperando a los mismísimos rusos y chinos, que no saben ya cómo justificar su apoyo a los Asad, y creando un clima de inseguridad total en toda la región. La Liga Árabe, conformada mayoritariamente por regímenes autoritarios y corruptos, como el sirio pero en fino, está asombrada: la vacua soberbia de los representantes sirios les ha facilitado la tarea, hasta el punto de que ya no se sabe si estaban deseando apretar a Damasco o ha sido ésta la que se aprieta sola. Más aún, parece que el régimen de Damasco estuviera pidiendo a gritos una intervención militar, Su única baza mediática pasaba por promover las tan aireadas reformas políticas, pero ni siquiera se ha tomado en serio los mensajes que él mismo había elaborado, quizás porque iban dirigidos al consumo interior. Y su opinión pública, ya lo saben, vale lo que cuestan los equipamientos de sus servicios de seguridad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.