Las grandes cuestiones sobre el futuro de las revoluciones árabes giran en torno a los centros egipcio y sirio y muestran grosso modo que el proceso de cambio histórico aún está en los albores de su materialización. Estas cuestiones también muestran la necesidad de que se materialice una conciencia política que saque a la revolución de […]
Las grandes cuestiones sobre el futuro de las revoluciones árabes giran en torno a los centros egipcio y sirio y muestran grosso modo que el proceso de cambio histórico aún está en los albores de su materialización. Estas cuestiones también muestran la necesidad de que se materialice una conciencia política que saque a la revolución de sus dilemas, y la ponga en el camino de la construcción de su nuevo proyecto político, social y cultural. En Egipto el primer resultado de las elecciones presidenciales ha venido a mostrar tres factores:
1. La victoria de las dos autoridades tradicionalmente opuestas que representan al régimen anterior; es decir, el éxito del Ejército y los Hermanos en la primera vuelta de las elecciones, aunque por poca diferencia. Parece que el régimen egipcio cuya cabeza derrocó la revolución sigue en el poder. La dictadura del ejército la representa el equipo de Shafiq frente a la posibilidad de que se produzca una dictadura de los Hermanos representados por Muhammad al-Mursi. Este éxito indica que hay dos fuerzas organizadas en Egipto que han logrado utilizar las elecciones presidenciales para afirmar su poder. Se trata de una afirmación que conlleva muchos riesgos, desde la posibilidad del estallido de las diferencias hasta la posibilidad de que se cree una alianza cuyos rasgos aún son extremadamente ambiguos, pero que ambas partes han intentado por medios poco claros desde que se encendiera la mecha de la revolución.
2. La total ausencia de candidatos liberales serios, porque el señor Amr Musa no ha podido llenar el vacío que dejó la ausencia de Baradei de la escena electoral ya que su imagen como candidato no podía ocultar su imagen como parte del régimen anterior. Del mismo modo, el antiguo régimen ha decidido finalmente entrar en la lucha con un general de verdad y no con la máscara civil de un general. Baradei, que parecía al principio de la revolución capaz de crear una alianza revolucionaria amplia que incluyese a liberales e izquierdistas, escondió su voz y se retiró de una lucha que le pareció ambigua, salvaje y difícil.
3. La salida de las fuerzas de la revolución de la competición en la segunda vuelta. Hamden Sibahi, el naserista civil, quedó tercero y Abd al-Monem Abu-l-Futuh, el islamista civil, quedó cuarto. Fracasaron todos los intentos de reunir a los dos en una lista presidencial única, como para que uno fuera Presidente y el otro Vicepresidente. Este fracaso no puede atribuírsele al egoísmo y la personalización solamente, sino que expresa también la opacidad de la postura política e intelectual de ambos. Sibahi es naserista y populista; Abu-l-Futuh es un islamista moderado y abierto al liberalismo. Pero parece que las características de los candidatos no se han materializado en dos proyectos políticos claros. A Abu-l-Futuh lo malograron los salafistas con su apoyo y Sibahi parecía un candidato objetor más que alguien con un proyecto político nuevo. Sin embargo, el mapa que ha dibujado el resultado cuasi-oficial de la primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias, indica por otro lado que Egipto ha entrado en una nueva era y que el monopolio del poder ya no puede pertenecer a nadie: el equilibrio salido de las elecciones no es entre dos, sino entre tres partes: el Ejercito, representado por Shjafiq, los Hermanos con Mursi y las plazas de la revolución con los votos que se llevaron Abu-l-Futuh y Sibahi. El juego de los cuarteles del poder intenta borrar este tercer elemento y sacarlo de la ecuación. Será entonces cuando tenga lugar la verdadera lucha. Pero la capacidad de las plazas de la revolución de quedarse y resistir depende hoy de la materialización de un proyecto político diferente de los otros dos. Solo así podrán imponer la lógica de que la presidencia fue una mera vuelta y que los nuevos horizontes de Egipto nacen fuera de los dos cuarteles del despotismo.
En Siria, la cuestión parece más complicada tras teñirse el país con la sangre de las víctimas dado que el régimen ha seguido su método salvaje de quema de ciudades y pueblos y de convertir a Siria en un gran cementerio. Por otro lado, tras la salvaje masacre de Al-Hawla el régimen se adentró en el infierno y proclamó su disposición a ir a una guerra abierta en la que usaría todas sus armas, comenzando por el arma sectaria.
Para enfrentarse a este salvajismo, la escena siria muestra la extraña contradicción entre la escena popular y la escena política. Mientras el pueblo sigue su revolución convirtiéndola en una epopeya heroica que abre el siglo XXI hacia la posibilidad de la libertad, parece que las élites políticas opositoras están tristemente fuera del marco.
El novelista Jaled Jalifa[1] es detenido y le rompen las manos antes de soltarlo, el CNS es incapaz de materializar su proyecto político y se pierde en luchas internas sin sentido, mientras que el Comité de Coordinación Nacional sigue perdido buscando en Moscú una salida que el Presidente ruso se niega a aceptar si no es adecuada para su aliado el dictador sirio.
Esta separación entre la revolución política en la que entra el pueblo y la política de la revolución que intentan llevar a cabo las élites de la oposición, indica que la crisis de las fuerzas revolucionarias en Siria se parece a la crisis revolucionaria en Egipto, con la enorme diferencia representada por el papel del ejército y los Hermanos en Egipto, país que ha mantenido la estructura del Estado mientras que el régimen dictatorial en Siria lo está destruyendo.
El régimen dictatorial sirio no se ha conformado con destruir Siria, sino que ha intentado e intenta generalizar la experiencia de destrucción a toda la Siria histórica (el Bilad al-Sham). Si ha fracasado hasta ahora en hacer estallar sectariamente a Líbano, no dejará de intentarlo, considerando que aún puede hacer de la destrucción generalizada tanto su puente a las negociaciones con las fuerzas occidentales que temen el fundamentalismo, como un medio para tranquilizar a Israel. La dictadura en los centros sirio y egipcio vive su último dilema, y, a pesar de lo que pueda parecer, está en su ocaso final. Ni el asesinato criminal en Siria ni el baile de la lucha entre los dos despotismos en Egipto lo sacará de su atolladero.
En lo que se refiere a la revolución, esta está viviendo ahora los dolores del parto y el parto es difícil y duro, y exige la creación de una nueva conciencia y una visión política clara, que ya es hora de que comience a materializarse en pensamiento y organización sobre nuevas bases. Ello es responsabilidad de los activistas e intelectuales de la revolución.
Notas:
[1] Conocido por su libro «Elogio del odio» (Madih al-Karahiyya), en el que cuenta cómo afecta a una familia la batalla entre los Hermanos Musulmanes y el régimen sirio.
Publicado por Traducción por Siria
Fuente original: http://traduccionsiria.blogspot.com.es/2012/05/las-cuestiones-de-las-revoluciones.html