Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
El país que alberga un arsenal nuclear gigantesco y no declarado y que durante decenios ha cometido todo tipo de brutalidades no está en situación de dar lecciones al Líbano
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu dirigiéndose a la Asamblea General de la ONU en Nueva York el 27 de septiembre de 2018 (AFP)
Con una puesta en escena claramente ridícula, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu aprovechó su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas del 27 de septiembre para informar al mundo de las supuestas actividades de su archienemigo transfronterizo favorito: el Hezbolá libanés.
Según el llamativo diagrama que utilizó como apoyo visual, Hezbolá cuenta actualmente con tres emplazamientos secretos en las cercanías del aeropuerto internacional de Beirut, en donde, siguiendo órdenes de Teherán, antiguos misiles convencionales estarían siendo convertidos en misiles de precisión. En otras palabras: el aeropuerto y cualquier ser humano que se encuentre en las abarrotadas cercanías del mismo estarían en peligro en caso de producirse un inminente conflicto.
En respuesta a dichas alegaciones, el ministro libanés de asuntos exteriores, Gebran Bassil, acompañó a un variado grupo de diplomáticos y periodistas extranjeros en una visita a las supuestas instalaciones de misiles, haciendo hincapié en que Israel simplemente trata de «justificar otra agresión» hacia el Líbano, un análisis bastante valido dado su historial de invasiones, bombardeos y ocupaciones de su vecino del norte.
Limpieza étnica
La visita tuvo lugar el 1 de octubre y, como era de esperar, no produjo ninguna evidencia del proceso de transformación de los misiles.
Ese mismo día, el ejército israelí tuiteó su opinión de que «#Hezbolá es experto en ocultar verdades inconvenientes y luego llevar de visita a la zona a autoridades extranjeras» -una afirmación realmente descarada viniendo de un país que ha pasado las últimas siete décadas ocultando el hecho de estar inmerso en políticas de limpieza étnica y masacres.
En cuanto al asunto de llevar de visita a autoridades extranjeras, es inevitable que nos venga a la cabeza la realidad del arsenal nuclear «no tan secreto» de Israel, el cual, me atrevo a decir, que supone una amenaza ligeramente más apocalíptica que los misiles de Hezbolá, sean o no de precisión.
El tuit del ejército israelí iba acompañado por un video de 46 segundos en el que se nos recordaba que «hace tres días, el primer ministro israelí mostró las instalaciones [de Hezbolá] próximas al aeropuerto internacional de Beirut».
El video mostraba algunos ejemplos de todo lo que puede hacerse en el curso de tres días: dar una vuelta alrededor del mundo, escalar el Monte Meru en Tanzania, darse un atracón de 60 episodios de Netflix, ordenar y recibir un paquete de Amazon, leer un libro, viajar a pie de Berlín a Praga, y así sucesivamente.
Obviamente, el mensaje es que tres días es tiempo más que suficiente para desmontar una fábrica de misiles de precisión en Beirut, «invitar a embajadores extranjeros y confiar en que el mundo se lo trague».
Olas de propaganda
En cuanto a lo que el Estado de Israel es capaz de hacer en tres días, aparte de inundar Internet de propaganda, podríamos traer a la memoria cierta masacre de tres días orquestada por Israel, en la que fueron asesinados miles de civiles en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, en Beirut, en 1982. Ese mismo año, una invasión especialmente sangrienta de Israel al Líbano acabó con la vida de 20.000 personas, civiles en su inmensa mayoría.
Y, adivine qué: fue precisamente esa invasión la que dio lugar a la creación de Hezbolá, el grupo del que ahora Israel debe «defenderse» continuando con su antagonismo criminal del Líbano.
Un palestino coloca una corona de flores en Beirut, el 11 de sept. de 2007, a las afueras del cementerio donde están enterrados decenas de palestinos asesinados enlas masacres de Sabra y Shatila de 1982 (AFP)
Aunque puede que no todo el mundo «se trague» el tedioso mantra de la «autodefensa» de Israel, Estados Unidos si lo hace y lo regurgita, y es un aliado de confianza con el que se puede contar para, por ejemplo, enviar cargamentos de bombas al ejército israelí cuando se dedicaba a pulverizar el territorio libanés en julio y agosto de 2006.
Aquel ataque de 34 días acabó con la vida de unas 1.200 personas en el Líbano. Entre los objetivos de Israel estaban desde un grupo de niños que viajaba en una furgoneta hasta carreteras nacionales, puentes y el aeropuerto internacional de Beirut. Por tanto, no resulta claro por qué, desde 2006, las autoridades israelíes se sienten obligadas a decir que no van a hacer distinción entre el Líbano y Hezbolá en cualquier enfrentamiento futuro.
La obsesión de Netanyahu por el aeropuerto-instalación de misiles solo tendría sentido en el supuesto de que dicha distinción volviera a ser efectiva.
El «complejo de combate» de Shaqra
Esta no es la primera vez que los israelíes despliegan diagramas mostrando supuestas instalaciones terroristas en territorio libanés. En 2016, el antiguo embajador israelí ante la ONU, Danny Danon, presentó al Consejo de Seguridad un mapa de la aldea del sur del Líbano Shaqra: perdón, del «complejo de combate» de Shaqra, según decía la imagen.
Las marcas multicolores que destacaban entre escuelas, mezquitas y cementerios señalaban supuestamente multitud de depósitos de armas, plataformas lanzacohetes, posiciones antitanque y otros emplazamientos, ninguno de los cuales fui capaz de descubrir en mi deambular por sus calles, a pesar de las diversas visitas que realicé a esa aldea diminuta. Eso sí, en esas ocasiones encontré numerosos escolares, peluquerías, granjas, panaderías, un establecimiento de Botox, un lugar llamado «Tierra mágica» y un mural del Che Guevara.
Como ya sabemos por el comportamiento de Israel en la Franja de Gaza, donde miles de civiles palestinos han sido asesinados solo en el último decenio, los árabes solo poseen dos tipos de identidad: o son terroristas o son escudos humanos. La muerte de cualquier escudo humano a manos de Israel es automáticamente culpa de los terroristas.
Olvidemos a los escolares y la «Tierra mágica»; el hecho de presentar la zona como el «complejo de combate de Shaqra» elimina la posibilidad de que cualquier persona allí presente que pueda considerarse «civil», con lo que exonera de antemano a Israel de potenciales crímenes de guerra.
Es evidente que sacar a colación la última inquietud de Israel respecto a Hezbolá no supone que neguemos que Hezbolá tenga armas; las tiene, y con razón según muchos, dado el modus operandi de su vecino predador.
Un Estado basado en la violencia
El mes pasado, el líder de Hezbolá Hassan Nasrallah incluso alardeó de estar en posesión de misiles de precisión, lo cual, repetimos, podría parecer una media lógica de prevención contra la beligerancia israelí.
Lo más destacable, en todo caso, es que el país que alberga un gigantesco arsenal nuclear no declarado y que durante los últimos 70 años ha practicado todo tipo de violencia y brutalidad convencional no está en situación de dar lecciones a nadie sobre nada, con diagramas o sin diagramas.
En su tuit-video sobre las supuestas instalaciones de producción de misiles, el ejército israelí planteó la cuestión (abreviada): ¿Quizás esta vez se pregunte por qué situar las fabricas de misiles tan cerca del aeropuerto #internacional en el corazón de #Beirut?, seguida por el hashtag «#quizaseaverdadestavez».
Evidentemente, se podrían hacer muchas más preguntas provocadoras, como por qué Israel ha utilizado fósforo blanco (que abrasa la piel) sobre civiles, por qué ha masacrado a manifestantes y personal sanitario y por qué ha aprovechado cualquier oportunidad que se le presentaba para provocar nuevos baños de sangre.
En todos los casos, la respuesta breve es que el propio proyecto israelí está basado en la violencia; esa es la imperecedera verdad.
Belén Fernández es autora del libro The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso. Es editora de la revista trimestral Jacobin, con sede en Nueva York y que difunde ideas socialistas y anticapitalistas
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