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Sobre la entrada de IU en el Gobierno de Andalucía

Las lentejas de Esaú

Fuentes: Rebelión

La entrada de IU en el Gobierno de Andalucía merece una reflexión reposada y serena que, sobreponiéndose al malestar y estupefacción generados entre la militancia y los votantes a causa de las primeras medidas acordadas, saque las conclusiones para un futuro, si es que éste es aún viable. A modo de introducción haré dos consideraciones […]

La entrada de IU en el Gobierno de Andalucía merece una reflexión reposada y serena que, sobreponiéndose al malestar y estupefacción generados entre la militancia y los votantes a causa de las primeras medidas acordadas, saque las conclusiones para un futuro, si es que éste es aún viable. A modo de introducción haré dos consideraciones previas.

La primera consiste en separar conceptualmente dos situaciones que aparentemente sinónimas pueden -sobre todo en el caso andaluz- no serlo. Ser integrante de un gobierno no es otra cosa que formar parte de un equipo de Ministros o de Consejeros. En la situación andaluza se manifiesta así: IU-CA con un 27´4% de peso específico en el Consejo de Gobierno, administra el 4% del Presupuesto. Gobernar, en el sentido general del término no es otra cosa que el conjunto de medidas tomadas por un Ejecutivo en orden a aplicar total o parcialmente el Programa de Gobierno con el que reclamó el voto de la ciudadanía.

Pero en todo programa no sólo hay un conjunto de propuestas para desarrollar, sino también unos compromisos en torno a aquellas políticas que son consideradas como opuestas y en consecuencia totalmente rechazables; son las líneas rojas que no pueden ser traspasadas. En la campaña electoral el hoy Vicepresidente primero de la Junta, explicitó con rotundidad algo que es difícil no compartir: «Nos opondremos igualmente a la derecha y a las políticas de derechas».

Apelando al juicio de los lectores, pregunto ¿Cuál es el núcleo de las políticas de derecha: el principio general de acabar con el déficit vía reducción del Gasto Social y las Transferencias hacia la Comunidad Autónoma o la aplicación concreta de esa política en aspectos concretos, medibles y cuantificables? Trasladada esta cuestión a la acción de gobierno, se formula así ¿Cómo puedo estar contra una política de derechas si asumo y justifico en lo concreto sus consecuencias y aplicaciones?

Cuando el Vicepresidente primero reconoce que las medidas son injustas pero que se acatan «por imperativo legal» (expresión chusca, por sacada de contexto,) no está haciendo otra cosa que hacer suyo el principio general al que dijo oponerse en la campaña electoral ¿Cómo pensaban hacer oposición? Y ello resulta menos entendible en la medida en que nada obligaba a IU-CA a participar en el Gobierno. Su entrada en el mismo fue libremente aceptada y sancionada por la militancia en referéndum. ¿Previó la dirección de IU-CA el escenario que se ha presentado? ¿Qué opinan ahora sus dirigentes tras el resultado del referéndum asturiano?

La conclusión que se saca de estos hechos es obvia: IU-CA está en el Gobierno aunque no gobierna; renunció a hacerlo cuando aceptó formar parte de un Ejecutivo que se vería forzado a aceptar las políticas de Rajoy (que son, corregidas y aumentadas las de Zapatero) o enfrentarse a ellas. IU-CA optó libremente por no gobernar en nombre de su programa o lo que es peor, por gobernar aplicando la política tan denostada en la campaña electoral.

La segunda cuestión a la que quiero referirme no es otra que la sempiterna confusión y ambivalencia con la que IU-CA aborda su discurso político. Hay momentos en los que nuestra fuerza política marca con claridad y hasta con solemnidad su línea de actuación opositora; ya lo he manifestado antes: «contra la derecha y contra las políticas de derechas». Claro está que la formulación obedece en el fondo al miedo que produce en nuestra organización llamar a las cosas por su nombre. Se piensa que existe una derecha esencial y otros agentes políticos innominados que pueden hacer políticas de derechas, aunque no le sean. Se olvida con notoria e interesada ofuscación que con el tiempo el hacer determina, configura y clasifica al ser.

El caso es que en el desarrollo político diario o en las campañas, el PSOE es el aludido por IU cuando se refiere a las políticas de derechas (imputación por otra parte bien fundamentada a la luz de los hechos y la memoria). Esa alusión queda reducida a una simple referencia a siglas, las del PP, cuando aparece en el horizonte la constitución de las instituciones y con ella la erótica del cargo. Y es que se olvida, por ligereza, interés o improvisación que tanto en la vida como en política hay momentos en los que se impone el acuerdo, el pacto o la colaboración, pero con dos condiciones que impidan la confusión derramada sobre la ciudadanía: que dicho acuerdo sea en cuestiones inexcusablemente necesarias para el bien común y que no cambiemos de concepción (por simple rigor político) sobre nuestros coyunturales aliados. Ninguna de estas dos condiciones se da en el caso andaluz. El «programa» pactado no pasa de una lista de buenas intenciones sin plazos, asignaciones presupuestarias y previsibles apoyos sociales; un programa para esta coyuntura hubiera exigido (por estricta garantía de seriedad) de unos tiempos, unos trabajos y unos equipos de interlocución menos constreñidos por los plazos. Por otra parte, hablar de Gobierno de izquierdas con este discurso gubernamental, estas prácticas y estos argumentos es cuando menos un alocado exceso de incontinente facundia.

Cualquier fuerza política, sindical o colectivo ciudadano que vuelque su labor sobre la sociedad no está exento de cometer errores de estrategia, táctica o simplemente de orientación en la coyuntura. Pero el caso que nos ocupa es algo más que un error, es el de la inconsciencia con que una fuerza política puede provocar su propia voladura y lanzar un torpedo sobre su línea de flotación. Al grito de «hay que parar a la derecha,» IU-CA cual kamikaze político, se autoinmola en la tarea de impedir que gobiernen unas siglas, las del PP, para a continuación aplicar la tan denostada política que se le imputa en exclusiva. El jugador no ha pasado pero el balón sí ha entrado en la portería propia.

La sociedad andaluza, como la española, denota una tónica generalizada de resignación e inhibición. Desconfía de la Política, recela de las instituciones y considera que en el fondo todo es igual, todo es lo mismo. A veces se producen conatos de irritación o manifestaciones de protesta que no acaban de generalizarse, de extenderse cuantitativa y cualitativamente. Y esto es más trágico en la medida en que para salir de esta situación de postración es imprescindible, como condición sine qua non, la galvanización de la conciencia ciudadana en torno a profundos cambios económicos, sociales, políticos, culturales y de valores. No existe ni una sola fuerza política, sindical o de otra índole capaz de sustituir o asumir en exclusiva esa labor. Y de la misma manera no existe ninguna propuesta económica que desde una imaginaria pizarra y en función de ecuaciones, estadísticas o desarrollos numéricos pueda, también en exclusiva, detener esta sangría de puestos de trabajo, derechos sociales y dignidad cívica. ¿Qué pueden hacer entonces las formaciones políticas, sindicales o culturales? ¿Cual sería entonces su papel en esta hora? Más adelante volveré sobre la cuestión.

La formación social que denominamos España está gravemente afectada por una gangrena que se extiende a los tres Poderes del Estado y alcanza a las más altas magistraturas del mismo. Ese cáncer es la corrupción que como una metástasis se extiende ya a casi todo el cuerpo social y provoca en el mismo un generalizado encallecimiento de la conciencia cívica. Los ladrones convictos son indultados, los incursos en investigación por delitos contra el erario público ven sus causas anuladas, los directivos de empresas, bancos y cajas de ahorros responsables de agujeros que luego se tapan con dinero público, marchan de los lugares que esquilmaron con jugosas y escandalosas pensiones, las instituciones encargadas de velar por el correcto funcionamiento de las entidades económicas miran a otra parte y permiten la escalada de quiebras, pufos y activos tóxicos; los encargados de administrar los fondos públicos para socorrer empresas en dificultades y trabajadores en las puertas del paro, medran con esos recursos, y el poder político balbucea excusas como si con él no fuera la cosa ¿Para cuándo la comisión de investigación sobre los Eres?

La Constitución, producto de los consensos de la Transición, está como ésta, agotada en su impulso, incumplida, falseada y arrumbada en el desván de este inmenso casino de tocos mochos. Y a esta situación se le añaden una crisis económica producida por los propios poderes del sistema, una crisis de la civilización occidental que está basada en el capitalismo y la democracia representativa, una crisis del camelístico proyecto europeo representado por Maastricht y el euro. El paro aumenta y se eterniza, la pobreza se intensifica, la juventud carece de horizonte y la tan invocada recuperación se demora cada día a un año más.

Y es ahora cuando cobra su exacto sentido la calificación de disparate para lo hecho por IU-CA. Si es cierto que la respuesta a la situación debe ser masivamente ciudadana, también lo es que la ciudadanía necesita de referencias personales y colectivas que les puedan servir de impulso, de concreción en los deseos y aspiraciones, de brújula, de ejemplo en definitiva. IU-CA ha remontado electoralmente tras unas épocas de estancamiento. Una buena parte de ese ascenso electoral se ha debido al hastío hacia las dos fuerzas políticas mayoritarias (tan coincidentes en tantas cosas) y otra buena parte a quienes creían haber encontrado una referencia de ética con otras formas de hacer política y otras conductas en el ejercicio de la representatividad conseguida en las urnas. Desde ahí se podía haber hecho una labor inmensa en el sentido que la necesidad social demanda. Pero se ha vuelto, una vez más, al alicorto, interesado e inmediatamente rentable ejercicio del «realismo político».

¿Qué abanico de opciones tenía ante sí IU-CA? La primera, al menos para mí, era la de negociar con el PSOE las contrapartidas al voto de Investidura: inmediata Comisión sobre los Eres y cuatro medidas cuantificadas, presupuestadas y comprometidas a favor de los sectores más desfavorecidos de Andalucía. Hecho esto se debía haber pasado a la oposición y, desde allí, negociar cada ley, cada presupuesto, cada proyecto.

La segunda opción, el acuerdo de Legislatura, sería posible si después de haber sustanciado la primera, el PSOE la demandara. En este caso y tras los pertinentes trabajos analíticos, presupuestarios y programáticos podría verse esa posibilidad pero sin las prisas que tanto daño hacen al trabajo serio.

La tercera, que es la escogida, era la única que no podía ser tenida en cuenta so pena de arrostrar las consecuencias que se han producido.

Y además, en todos y cada uno de los casos el acuerdo, si lo hubiere, tenía que ser explícitamente apoyado por las direcciones nacionales de cada fuerza.

¿Qué impelió a la dirección de IU-CA a tomar, desde antes de la noche electoral, el camino del pacto de gobierno? Solamente veo tres posibles razones. La primera es hija del miedo escénico que le entra a IU cuando se ve en la tesitura de ser fiel a sus militantes y a sus votantes o a la opinión publicada: escrita, radiada o televisada, que de manera interesada recurre siempre a la unidad de la izquierda cada vez que el PSOE pierde la mayoría. Una opinión publicada que a fuer de reiterada y machacona, termina por hacerse notablemente pública y que cuando PP y PSOE pactan la continuidad de la Ley Electoral, la reforma de la Constitución según el catecismo Merkel, coinciden en la necesidad de lo que llaman austeridad o en las concepciones de política económica o internacional las saludan como políticas de Estado. Griñán fue claro y expedito al declarar que no estaba de acuerdo con el simple apoyo a su investidura; desde su óptica la posición era impecable pero ¿y desde la de IU-CA? Su dilema estribaba en usar su capacidad decisoria en beneficio de políticas simplemente democráticas o en entrar a formar parte de una entidad hipotecada por determinados escándalos e imputaciones, con poco poder decisorio sobre la política general y con principios de política económica, europea e internacional compartidos en la centralidad de sus respectivas direcciones nacionales. Optó por la peor, por la dilapidación del apoyo recibido en las urnas ¿Se ha hecho eco la dirección de IU-CA del malestar entre sus militantes y votantes?

¿Temió IU-CA que Griñán al no recibir nada más que el apoyo a la investidura amenazase con dejar gobernar al PP acusándola de ser la responsable de ello y, en consecuencia, cedió ante la amenaza? Si ello es así, estaríamos ante una fuerza política que no está preparada en absoluto para ejercer con dignidad su pregonada soberanía.

La segunda razón posible podría estribar en la atadura que IU-CA se auto-impuso cuando criticó con desmesura la decisión de los compañeros de Extremadura. Si esto fuera el caso, sería el más absurdo y ridículo ejemplo del sostenella y no enmendalla. Sobre todo cuando los compañeros extremeños aumentaron de votos en las últimas Elecciones Generales realizadas con posterioridad a su «crimen». Los electores de Extremadura si han entendido lo que IU-CA no quiere entender.

La tercera razón, y que es la más extendida por los mentideros de rumores, consiste en la debilidad ante la tentación institucional y sus dádivas, atenciones y clientelismos. No quiero creerla. Los errores, incluso los disparates como éste, tienen remedio, lo otro es ya una segunda naturaleza que va desposeyendo y suplantando a la primera. La corrección es prácticamente imposible.

La sociedad española, los trabajadores de todo tipo y los que están en una inacabable espera de serlo, necesitan de un ejemplo, de una garantía de solvencia, dignidad y firmeza. El proceso de concienciación organizada para el cambio profundo que necesitamos todos debe visualizarse con otras formas de hacer política en las instituciones y en la calle. Si IU quiere ser ese referente, asumir esa tarea y constituirse en estímulo para una sociedad necesitada de valores encarnados en personas y en colectivos debe, además de abordar con decisión su nunca empezada refundación, corregir errores como éste y prepararse para explicitar con su práctica aquel ejemplo de «fantasía concreta que dinamiza y estimula a un pueblo para abordar la tarea de su propia redención» que dijera Antonio Gramsci.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.