Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Por cada egipcio que se quedó en casa, otros 10.000 esperaban alguna respuesta, no la revolución. Pero nada fue lo que encontraron.
«Nunca había rezado con tal cantidad de armas alrededor», me dijo Haitham el-Tabei, corresponsal de AFP en El Cairo. «La cifra del personal de seguridad que rezaba superaba la de los fieles civiles».
Tal era el temor del gobierno respecto a las manifestaciones convocadas para el 11-11. En el Egipto del presidente Abdel Fatah al-Sisi, puede que la ira esté creciendo cada día pero aún está lejos de alcanzar el punto de ebullición.
Ya ves, cuando la rabia y el miedo se mezclan, en un Estado con puño de hierro como el de Sisi, suele ser el miedo el que gana hasta que llega un momento en que el hervidor empieza a pitar.
Aunque las consecuencias de una reciente devaluación han tenido efectos devastadores sobre millones de egipcios, la desorganizada oposición no estaba tras el llamamiento para un día de la ira cuyas fuentes eran, cuando menos, misteriosas.
Por qué las manifestaciones fueron en gran medida invisibles no es menos importante para comprender que hubo sin embargo cientos de miles que rompieron la barrera del miedo e hicieron oír sus voces.
Desde hace varias semanas ya, había aparecido un mensaje en voz alta, aunque imperceptible, de un hombre llamado Yaser Omda, fundador del Partido Revolucionario de Tahrir y portavoz de la revolución de los pobres, convocando manifestaciones para el 11-11.
A pesar de los llamamientos a la protesta, la plaza Tahrir de El Cairo aparecía vacía el 11 de noviembre de 2016 (Twitter/@beram2011)
Muchos de los integrantes de círculos revolucionarios y activistas, incluido este analista, tenían sus dudas acerca del hombre, el partido y los objetivos declarados de las manifestaciones.
Sin embargo, el momento elegido para las previstas manifestaciones, ocho días después de que la libra egipcia fuera devaluada en un 48% frente al dólar USA, centró los microscopios en ese día.
Hubo más preguntas que respuestas. ¿De qué partido se trata? ¿Quién es esa persona? Si es real, ¿por qué los principales partidos de la oposición no se han incorporado a la organización? ¿Deberían responder los muy «pobres», a los que parece dedicarse el día?
¿Y acaso no será algo organizado por las agencias egipcias de seguridad en un intento de dar un golpe mortal a lo poco que queda de una posición hecha trizas?
El retumbar de los susurros
Algunos podrían razonablemente argumentar que las revoluciones no se anuncian a sí mismas.
Del mismo modo, muchos observadores lógicos podrían indicar que la revolución del 25 de enero se organizó y anunció, en efecto, con muchos días de anticipación en Facebook, Twitter y YouTube.
Al igual que las agencias de inteligencia hacen su trabajo entre la gente para averiguar «el estado de ánimo de la calle», lo mismo hacen los activistas, periodistas y analistas.
Protestas en la Plaza Tahrir, 25 de enero de 2011 (AFP)
Y esa semana, unos susurros claramente audibles regresaron con respuestas que iban desde «Esto es una trampa de la seguridad» a «La gente está furiosa y conozco a muchos de mi círculo que van a salir a las calles«.
Cinco días antes del 11-11, había un sentimiento aumentado de urgencia, me dijeron fuentes de El Cairo. Nada era definitivo pero la ira se expresaba fuera de los prototípicos puntos de inflamación islamista.
Incluso en círculos típicamente progubernamentales, circulaban historias de mujeres en una cola en el ministerio de gobernación hablando abiertamente y muy indignadas del aumento de precios provocado por el Fondo Monetario Internacional. Eso, en sí mismo, era un hecho muy revelador.
El sufrimiento se extiende
Un titular de Reuters de esta semana captaba la atmósfera política y económica tras la devaluación: «Egipto hace frente al sufrimiento tras conseguir una devaluación masiva de la moneda».
Esas historias de dolor llenaban las conversaciones diarias y, preocupantemente, no sólo golpeaban a los vulnerables millones de seres que viven en la pobreza sino también el corazón de las clases media y media alta.
Empezando por los informes de que el precio del pan ha aumentado en 25 piastras (33%) en algunos barrios, a las medicinas desaparecidas debido al enorme aumento en el precio del dólar, extendiéndose al inimaginable aumento en el precio de la educación.
El hecho de ser uno de los lugares más caros para la educación de todo Oriente Medio no detuvo a la Universidad Americana de El Cairo (AUC, por sus siglas en inglés) a la hora de aumentar sus tasas de 110.000 libras egipcias a la monstruosa cifra de 200.000 (12.100$). «Mi padre no es un ladrón… tú eres el ladrón«, gritaban los estudiantes mientras se manifestaban contra la administración de la universidad.
Ahora imaginen a una población que vive un poco más al norte con una media de sólo 2$ diarios y después intenten conceptualizar el grado de «sufrimiento» por el que están pasando.
Cuando se produzca la explosión -y no es una cuestión de si, sino de cuándo, cómo y por quién-, el motivo será la economía.
¿Quién tiene más miedo?
Así pues, ¿por qué las manifestaciones no llegaron a materializarse si la indignación está hirviendo en tantos barrios?
Para empezar, el 11-11 no es y no era un movimiento orgánico. Los pobres, en su gran mayoría, en una nación como Egipto en sus duras circunstancias actuales, ni están organizados ni han recibido educación. Su objetivo no es rebelarse sino sobrevivir. Decir lo contrario es autoengañarse.
Este importante hecho no es un secreto para los activistas y revolucionarios egipcios; por esta misma razón aumentaron las sospechas alrededor del día de las manifestaciones previstas, fijadas al parecer por quienes están en el mismo punto de mira de unas medidas económicas monstruosamente injustas.
Las calles vacías de El Cairo y la mezquita con más armas que fieles nos ofrecen una segunda razón del fracaso del 11-11. El temor a las armas del régimen es una razón sólida y concreta del fracaso de las manifestaciones.
Otra imagen de un Cairo vacío el 11 de noviembre de 2016 (Twitter/@beram20)
Si Egipto es tan estable y la indignación tan escasa como pretende el gobierno, ¿por qué había más vehículos blindados y furgones de policía que gente el viernes pasado en las calles, un día en el que los egipcios no tienen que trabajar?
Las diversas informaciones elaboradas por periodistas occidentales y egipcios retransmitían la imagen de una capital silenciosa y vacía, y las cámaras daban testimonio del visible temor. Las escasas almas valientes que se aventuraron hasta el centro de El Cairo tras los rezos fueron paradas y registradas.
Las pocas manifestaciones que consiguieron arrancar en Behira, en el norte, Minya, en el sur, y Daqhlia y Alejandría se encontraron con balas de goma, arrestos y fueron rápidamente sofocadas. No hubo nada que pudiera compararse a los viernes del año siguiente al golpe de 2013.
El pasado viernes, una singularidad numérica de cuatro unos fracasó debido a que la inquietud y la falta de confianza dominaron el día. El 11-11 se evaporó porque la gente tenía miedo de la verdadera intención de los organizadores y de un régimen despiadado, tan inquieto que se atrincheró en posición de guerra en las principales vías públicas.
Ese territorio vacío instiga una pregunta: ¿tiene miedo el gobierno o trata de imponer el terror? En un Egipto siempre confuso, la respuesta es: ambas cosas.
Por cada «ausencia» del pasado viernes, hay 10.000 más esperando el momento oportuno
Con 27 millones ya bajo el umbral de la pobreza y otros cuatro millones que potencialmente van de cabeza a la misma situación como consecuencia directa de las políticas mandatadas del FMI, este no va a ser el final de la historia.
El 11-11 fue sólo otro día en la vida de una nación que se tambalea al borde una montaña de dificultades.
El problema es que si la oposición egipcia continúa dividida -una situación natural si se tiene en cuenta que 60.000 presos políticos languidecen en las cárceles de Sisi-, es probable que cuando se produzca el estallido, lo que sobrevenga sea el caos en las calles en vez de una agenda que pueda ofrecer soluciones. La historia ha demostrado que la ira desatada es un fuego que pueda quemar a los inocentes junto a los culpables.
Con los precios por las nubes, las redes de seguridad aniquiladas por la corrupción rampante, una visión de la economía local dictada por un FMI que tiene todo un historial a la hora de ahogar países en vez de rescatarlos, una indignación creciente pero que aún no se ha desbordado, la situación en Egipto es hoy más compleja e inestable que nunca.
Si el gobierno decide ver en las manifestaciones de ausentes un signo de aceptación de una devaluación que ha aplastado a casi todos los sectores, se encontrará con una sorpresa de las que no son fáciles de manejar.
Por cada «ausencia» del viernes, hay 10.000 que esperan el momento adecuado. La gente no busca revolución sino respuestas. Y en estos momentos no están encontrando ninguna.
En ocasiones, el silencio grita.
Amr Khalifa es un periodista y analista independiente que publica sus trabajos en Ahram Online, Mada Masr, The New Arab, Muftah y Daily News Egypt. Su Twitter es @cairo67unedited.
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/1111-egypt-invisible-demonstrations-1438901447
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