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Las matanzas de los golpistas egipcios, terrorismo de estado

Fuentes: Rebelión

Escuchad, lo que se oye es el aullido de los chacales. Nâzim Hikmet   Los peores augurios acerca de la represión de los golpistas egipcios se han cumplido. Los desalmados generales y el gobierno títere han convertido las calles y plazas de El Cairo y de otras ciudades en un baño de sangre. Miles de […]

Escuchad, lo que se oye es el aullido de los chacales. Nâzim Hikmet

 

Los peores augurios acerca de la represión de los golpistas egipcios se han cumplido. Los desalmados generales y el gobierno títere han convertido las calles y plazas de El Cairo y de otras ciudades en un baño de sangre. Miles de soldados a pie y a bordo de tanques, vehículos acorazados, excavadoras y helicópteros han agredido sin piedad a los pacíficos manifestantes que pedían la puesta en libertad del presidente Mohamed Morsi y la vuelta a la legalidad constitucional, disparándoles con fuego real a la cabeza y al pecho. Más de mil muertos, varios miles de heridos y otros miles de detenidos es el balance provisional de la violencia criminal ejecutada a sangre fría por la camarilla de traidores que, envueltos en la bandera, intentan presentarse como salvadores de la patria.

Impotentes para contener la protesta popular, han acudido al viejo arsenal del fascismo: decretaron el estado de excepcion mediante el cual ha desaparecido toda apariencia de salvaguarda de los derechos civiles, impusieron el toque de queda para encerrar a la gente en sus casas, apostaron a tiradores de élite en las terrazas de los altos edificios para asesinar con más precisión a los manifestantes, mataron a varios periodistas que reflejaban lo que veían, quemaron vivos a algunos de los acampados en ciudad Nasser, cada día realizan redadas masivas de oponentes políticos, han creado bandas de paramilitares y policías de paisano que se encargan de controlar las calles, jalear a los soldados y de apalear a los detenidos…

En el colmo de la barbarie estos golpistas ni siquiera respetan ya la milenaria tradición de inviolabilidad de los templos y lugares de culto: como antes habían hecho en la mezquita de Rabaa al-Adauiya, ayer, después de acosar con gases lacrimógenos y granadas a los encerrados en la mezquita al-Fatah en la cairota plaza de Ramsés, soldados armados hasta los dientes entraron a sangre y fuego en su interior, eso sí, con el rostro cubierto para no ser identificados. Y este terror colectivo pretenden llamarlo «lucha contra el terrorismo», siguiendo así la manipulación del lenguaje aprendida de sus amos y maestros de ultramar. Pero no los creen ni la prensa internacional, ni los senadores republicanos de EEUU que han visitado El Cairo [1] y ni siquiera el mismísimo presidente Obama que ha denunciado que «nuestra cooperación tradicional [con Egipto] no puede perdurar como siempre mientras se asesinan a civiles en las calles«. Les guste o no a los encubridores del golpismo, debemos llamar por su nombre a esta insolente represión: terrorismo de estado.

La respuesta internacional ante este terrorismo estatal ofrece una variada gama. Desde la abierta condena de los gobiernos de Turquía e Irán y del presidente Evo Morales de Bolivia, a la comedida y vergonzosa palabrería de la ONU y de la Unión Europea cuyos portavoces lamentan la violencia (como si hubiera caido del cielo) y piden contención «a las dos partes» (?), es decir, colocan en el mismo plano a los verdugos y a sus víctimas. La crítica del gobierno de los EEUU es correcta pero, como en ocasiones anteriores, de las palabras no se pasa a los hechos, lo que convierte en vana la retórica del presidente. ¿Cuáles son los motivos de fondo de esta esquizofrenia política? Los intereses militares, estratégicos y económicos de los EEUU en esa región que llevan a no llamar «golpe de Estado» al golpe de Estado egipcio y a no tomar tampoco ninguna medida eficaz contra los militares que dirigen las matanzas.

Reflejando con objetividad algunos de esos intereses estratégicos, el general norteamericano James N. Mattis, hasta fecha reciente jefe del Comando Central del ejército, ha declarado lo siguiente: «los necesitamos para [atravesar] el Canal de Suez, los necesitamos para el tratado de paz con Israel, los necesitamos para los sobrevuelos de su territorio, y los necesitamos para la lucha continua contra los extremistas violentos que representan una amenaza tanto para la transición a la democracia de Egipto como para los intereses americanos». En un explicativo artículo que detalla las razones apuntadas por el general Mattis, el diario The New York Times recuerda la valiosa ayuda de Egipto a la invasión anglosajona de Iraq, la preeminencia de que gozan los buques de guerra norteamericanos a la hora de cruzar la congestionada ruta del Canal y su papel decisivo para la protección de la seguridad de Israel [2]. Como apunta un especialista en el tema, el profesor Robert Springborg, «durante décadas los egipcios han ayudado a los militares norteamericanos en formas que son ampliamente desconocidas para el público estadounidense». Bien valen, pues, los 1.500 millones de dólares de ayuda anual a Egipto, cuyo destino final es la compra de armas a los propios donantes y el enriquecimiento personal de la cúpula militar egipcia. Por supuesto, seguirá concediéndose aunque los derechos humanos sean pisoteados sin pudor alguno en el país del Nilo.

En un comentario inteligente aunque lleno de prejuicios, Nick Cohen admitía a su pesar en las páginas de The Observer [3] algunas verdades de Perogrullo, comenzando por reconocer que los Hermanos Musulmanes ni abolieron la democracia ni ilegalizaron a la oposición. Pero añadir al golpe una masacre de civiles implica la imposibilidad de un compromiso. Lejos de preocuparse por ello, los militares egipcios han adoptado, según él, la actitud chulesca de los gánsters: les trae sin cuidado la opinión de la gente. Su recomendación a los gobiernos occidentales (que, por supuesto, no tendrán en cuenta) consiste en partir de unos principios democráticos y llamar golpe al golpe militar egipcio. Y su conclusión, pesimista y realista al mismo tiempo, que no gustará a los neoliberales ni a algunos progresistas a la violeta, es ésta: «la noción de una buena sociedad construida sobre la base de un gobierno dominado por los militares es siempre improbable. En el caso de los militares egipcios no es improbable, es imposible».

En España, mientras tanto, el gobierno repite la pantomima de la UE. El PSOE critica la represión con su habitual lenguaje diplomático. Izquierda Unida, por su parte, en un duro comunicado que honra a la coalición de izquierdas [4], expresa «su enérgica condena y repulsa» por la masacre en Egipto y reclama el «cese inmediato de estas criminales actuaciones represivas, ante el creciente peligro de que el conflicto iniciado a consecuencia del golpe de Estado derive en una guerra civil. Además, los responsables e instigadores de la masacre deben ser puestos a disposición de la Justicia de forma rápida». A los sindicatos y a tantos intelectuales de salón ni se les oye (debe ser por el calor).

La protesta por los crímenes de los golpistas egipcios debe hacer oir su voz en la vida pública, a pesar de que para muchos no entre todavía en su conciencia moral el preocuparse por los derechos humanos de millones de ciudadanos árabes, sobre todo si estos son musulmanes. Y aunque según el propio Vaticano el islam se ha convertido en la primera religión del mundo con 1.322 millones de fieles, es decir, el 19% de la población mundial, los mismos que abarrotan procesiones y se pelean por tocar una imagen miran con desprecio a los que creen en un dios único, no tienen sacerdotes y ayunan en el Ramadán. No digamos de nuestra extrema derecha, siempre fascistoide en el fondo y en las formas. Reproduzco para concluir una atinada reflexión al respecto escrita por Carlos Boyero, crítico de cine y televisión en El País: «Muestran en el programa Al rojo vivo imágenes de las masacres que perpetra el ejército egipcio con esos Hermanos Musulmanes que ganaron democráticamente las elecciones y a los que además de balearlos, los van a ilegalizar. El templado Marhuenda [director del diario de derechas La Razón] afirma vehementemente: «El ejército egipcio es muchísimo más democrático que Morsi y sus seguidores». Con dos cojones. ¿Fascismo sin complejos, embriaguez o sólo cinismo?» [5] .

Notas

[1] Los senadores John McCain y Lindsey Graham comprobaron personalmente la negativa a todo diálogo por parte de los dirigentes golpistas. L. Graham comentó por su parte que el primer ministro Hazem el-Beblaui «era un desastre» y que el general al-Sisi, cerebro del golpe, estaba «un poco intoxicado por el poder».

[2] http://www.nytimes.com/2013/08/17/world/middleeast/us-officials-fear-losing-an-eager-ally-in-the-egyptian-military.html?hp&_r=0

[3] http://www.theguardian.com/commentisfree/2013/aug/17/egypt-unrest-west-response

[4] http://www.izquierda-unida.es/node/12583

[5] http://cultura.elpais.com/cultura/2013/08/17/television/1376764285_850071.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.