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Las niñas y jóvenes sirias se enfrentan a la pobreza y la tradición al intentar reeducarse en Turquía

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Como sus familias sufren graves problemas económicos, muchas niñas sirias refugiadas acaban mendigando en la calle o trabajando para ayudar a llegar a fin de mes (AFP)

Cada mañana, Maya entra a trabajar en una pequeña peluquería situada en la histórica barriada de Eyub, en Estambul. Desde las nueve de la mañana a las seis de la tarde, se encarga de llevar a las peluqueras los utensilios que necesitan, de barrer el suelo y de ofrecer agua o café a las clientas, ningun a de las cuales se da cuenta de que la niña de 12 años es siria.

Maya ha aprendido el turco rápidamente desde que empezó a trabajar en la peluquería hace tres años, tras pasar un año mendigando por la calle.

Miles de niñas sirias en Turquía no van tampoco a la escuela porque han empezado a trabajar o porque se han visto forzadas a contraer matrimonio a una edad temprana.

Mientras los estudiantes turcos vuelven al colegio esta semana, según un informe de UNICEF sobre la situación humanitaria, alrededor de 350.000 niños y jóvenes sirios de entre seis y dieciocho años están sin escolarizar en Turquía, señalando que la pobreza endémica, las barreras del idioma y el trauma son solo algunos de los o bstáculos que se alzan entre los niños sirios y las escuelas turcas.

De Alepo a las calles de Estambul

Turquía acoge al mayor número de refugiados, migrantes y solicitantes de asilo del mundo, con una cifra que en abril de 2018 llegaba casi a los cuatro millones. Casi 3,6 millones son refugiados sirios y, de ellos, 1,7 millones son niños.

 Entre ellos están Maya y su familia -siete hermanos, su padre y sus dos esposas-, que huyeron de la norteña ciudad siria de Alepo hacia Turquía en 2014, mudándose con una tía a un apartamento de Eyup.

Los dos hermanos mayores de la niña quedaron atrás en Siria para unirse a los grupos de la oposición que combatían contra las fuerzas partidarias de Bashar al-Asad. Posteriormente llegó a Estambul la noticia de que habían matado a los dos hermanos.

Después de arribar a Turquía, la madrastra de Maya enfermó gravemente, por lo que su madre tuvo que cuidar de todos los niños mientras su padre y su hermano trabajaban en la construcción. El dinero era escaso porque la familia luchaba para alimentar a once personas con dos magros salarios.

Fue entonces cuando Maya, de ocho años en aquel momento, y su hermana Nur, de doce, empezaron a mendigar por las calles de Estambul confiando en poder aportar algo al mantenimiento de la familia.

Después de un año viendo a las dos niñas mendigando frente a la mezquita del barrio, Buket Erisik, de 60 años, la dueña turca de la peluquería, intervino.

«Paso siempre por delante de la mezquita cuando cierro la tienda para ir a casa por la noche, y allí veía a estas dos niñas cada día», dijo Erisik a Middle East Eye . «No quería entrometerme en sus asuntos familiares, pero me sentía muy triste cada vez que las veía: dos niñitas solas en la calle, Dios sabe qué podía sucederles.

 «Una noche estaba nevando y hacía tanto frío que iba medio congelada dentro de mi abrigo ¡y aún seguían allí! Ese fue el momento en el que decidí no esperar más», recuerda.

Erisik metió en su tienda a Maya y Nur, las calentó dándoles una sopa caliente, les preguntó por su situación y decidió dar un empleo a ambas niñas para sacarlas de las calles.

Escasas posibilidades de ir a la escuela

 Cuando se reunió por primera vez con los padres de Maya y Nur, Erisik le preguntó a su padre por qué sus hijas estaban mendigando en lugar de estudiar.

«No querían que ninguno de sus hijos asistiera a la escuela, habían puesto sobre sus hombros la carga de ganar algún dinero», dijo la dueña del salón. «Y cuando llegan a cierta edad, obligan a sus hijas a casarse».

 Niña siria en una escuela de la provincia de Sanliurfa, Turquía, en diciembre de 2015 (AFP)

«Tras hablar con su padre, cuando vi que no había forma de que las niñas fueran al colegio, le pregunté cuánto dinero quería por su trabajo. Estoy pagándoles la cantidad que él me dijo», añadió.

«Pero estoy muy segura de que pronto van a obligar a Nur a casarse. Tiene ya 16 años, y la única razón de que no lo hayan hecho aún es porque aquí gana un buen dinero.»

Nur declinó hablar en profundidad con MEE sobre su situación.

Aunque la adolescente dijo que no se sentía muy atraída por la idea de continuar sus estudios, su hermana menor, Maya, todavía sueña con volver al colegio.

Cuando planteó el tema ante su familia, la madre de Maya le dijo que podría asistir a clase si continuaba trabajando después de la escuela, una condición con la que la niña estuvo de acuerdo.

Pero Maya se enfrentó a una desagradable sorpresa cuando intentó inscribirse por primera vez en Turquía en 2014. Le dijeron que, debido a que tenía 13 años de edad, tenía que matricularse en séptimo grado.

El problema es que la niña siria tenía solo ocho años y lo que debía comenzar era el tercer grado. Pero sus protestas fueron en vano.

«No se pudo hacer nada, así que empecé el séptimo grado», dijo Maya a MEE. «Pero estaban enseñando unas matemáticas muy complejas y algo de historia que yo desconocía. Solo pude seguir las clases durante tres meses.

«A la mañana siguiente, volví a las calles.»

La razón por la que las autoridades turcas creían erróneamente que era cinco años mayor de su edad real era confusa, explicó Erisik a MEE.

La mujer turca descubrió que, al entrar en el país, los padres de Maya habían dicho a los funcionarios que todas sus hijas menores eran mayores que su edad real. Sospecha que este engaño pudo responder a un intento de eludir las leyes turcas, que prohíben el matrimonio de menores de 17 años.

Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el matrimonio precoz se convierte a menudo en un «mecanismo económico de enfrentamiento» para las familias de refugiados en una situación financiera desesperada, aunque con graves consecuencias para las niñas, que son más vulnerables a los abusos, enfrentan mayores riesgos durante el embarazo y, a menudo, se ven privadas de la escolarización.

Si bien el alcance del fenómeno del matrimonio precoz en Turquía no se conoce todavía bien, a principios de este año el país se vio sacudido por la revelación de que en un hospital en Estambul se habían atendido más de 100 embarazos de adolescentes, incluidas al menos 39 niñas sirias, en el lapso de solo unos pocos meses. Y esto, después de todo, en una región en la que el parto fuera del matrimonio sigue siendo raro.

La lucha por llegar a la universidad

Aunque Maya sigue estando decidida a proseguir algún día sus estudios desde el tercer grado, algunas jóvenes y mujeres sirias refugiadas han podido seguir con su educación en Turquía hasta el nivel universitario, a pesar de los numerosos contratiempos. Fatima Abdulrezaq, de 22 años, es una de ellas.

En 2012 abandonó la ciudad siria de Lataquia con su madre y sus dos hermanas, quedando su padre atrás hasta 2015, en que se reunió con su familia en la ciudad fronteriza turca de Gaziantep.

«Gaziantep era la ciudad con mayores oportunidades en 2012 para que los sirios ganaran dinero», dijo Abdulrezaq a MEE. «Sabía que tenía que ir al instituto porque había completado ya la mitad de la enseñanza secundaria en Siria. Pero no podíamos pensar en nada porque ni siquiera sabíamos si nos quedaríamos en Turquía o volveríamos pronto a casa.»

Abdulrezaq contó que a los 16 años trabajaba doce horas al día como dependienta en una tienda. Tras un año en Gaziantep, su familia fue consciente del hecho de que la guerra en Siria no iba a terminar pronto.

«Como mi madre y hermanas continuaban trabajando, insistí en ir al instituto», dijo la joven.

En aquella época no se admitía a los sirios es los colegios públicos turcos. Abdulrezak se incorporó a un instituto abierto recientemente en Gaziantep que seguía el programa educativo sirio, en el cual se graduó.

Como siria turcomana, conocía ya el nivel básico de la lengua turca, pero necesitó aprender el alfabeto y la gramática para alcanzar el nivel de fluidez necesario para poder ingresar en la universidad.

Tras seguir los cursos turcos, Abdulrezaq fue admitida con una beca en la universidad de Selcuk, en la ciudad de Konya, en la Anatolia central.

 

Fátima en la universidad de Selcuk tras su graduación el pasado mes de junio (AFP)

A principios de este año, Abdulrezaq se licenció en periodismo y ahora trabaja como facilitadora independiente para medios de comunicación extranjeros en Siria y Turquía, y agradece mucho el apoyo de su familia por haberlo conseguido.

«Si hubieran actuado conmigo como muchos sirios hacen con sus hijas, probablemente seguiría trabajando en la misma tienda por un salario escaso», dijo. «Pero ahora puedo apoyar la causa de los sirios. Puedo ser la voz de los sirios y defender nuestros derechos por todo el mundo. Estudiar fue la única opción que tuve para poder sobrevivir fuera de mi país y poder volver en cuanto sea posible».

«El mayor problema para las niñas sirias en Turquía es la educación», añadió Abdulrezaq. «Las familias no creen que sea una prioridad a causa de la pobreza en la que viven y prefieren que sus hijas se casen a una edad temprana, incluso antes de los 17 años. Pero si realmente quieres conseguirlo, hay muchas oportunidades para poder ir al colegio».

«La educación es nuestra arma»

Nurhan Alo es otra joven siria que tuvo la suerte de contar con el apoyo de sus padres para continuar con sus estudios tras escapar de Afrin en 2013 a través de la provincia fronteriza turca de Hatay.

Al abandonar en 2012 la universidad de Alepo -donde estudiaba Económicas- a causa de la guerra, Alo se unió a una ONG extranjera en Hatay que proporcionaba ayuda a los niños sirios.

En 2014, al comprender de que no podría regresar pronto a su hogar, Alo decidió continuar con sus estudios.

La Universidad Técnica de Oriente Medio (METU, por sus siglas en inglés) en Ankara, una de las mejores universidades de Turquía, la aceptó finalmente, siendo una del pequeño grupo de mujeres entre los 30 estudiantes sirios que estudiaban allí.

«Mis padres me dijeron siempre que la educación es lo más importante en nuestra vida», dijo a MEE. «Fue tan injusto tener que dejar la universidad y a mis amigos a causa de la guerra. Algunos se fueron también, otros murieron.

«La universidad debería ser la época más interesante y relajada de la vida de alguien, pero no ha sido así para nosotros. Nos han cortado la vida por la mitad», dijo. «Por eso quise siempre continuar y licenciarme y me sentí muy feliz cuando pude ingresar en la universidad en Turquía».

Mediante su trabajo con la ONG en Hatay, Alo vivió de primera mano los obstáculos con que tropezaban muchas de los jóvenes y niñas sirias que intentaban seguir con su educación.

«Veo a muchas niñas sirias que trabajan o se han casado muy jóvenes, ¡un montón! Cuando veía a las niñas sirias a las que ayudábamos en la ONG -embarazadas con 14 o 15 años-, me sentía muy mal.

«Desde luego que los matrimonios tempranos también se daban en Siria, pero al llegar a Turquía, sus situaciones económicas eran tan malas que las niñas se han visto forzadas a casarse antes. Para las niñas sirias, incluso las normas sociales que eran ya difíciles en Siria se endurecen aún más ahora en Turquía al ser extranjeras.»

 Nurhan Alo envía un mensaje a las niñas sirias («Si yo puedo… cualquier niña siria puede») durante su ceremonia de graduación en METU, Ankara (Foto cortesía de Gazete Duvar)

Alo dijo que creía fervientemente en el poder de la educación para las niñas sirias. «Creo que si eres una niña y consigues educarte, esto te empodera, te protege de los matrimonios prematuros y de que utilicen. Incluso te protege de tí misma porque te convierte en una persona de mente abierta», dijo. «Es tu arma».

Fuente: https://www.middleeasteye.net/news/syrian-refugee-girls-who-cant-go-school-early-marriage-work-turkey-47666467

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora , a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.