Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
En marzo de 2011, las protestas se originaron en la provincia siria sureña de Daraa, propagándose rápidamente a los gobernorados de Lataquia, Homs, Idlib y Deir al-Zor, antes de extenderse finalmente por todo el país. A pesar de producirse en el contexto de la Primavera Árabe, la revolución siria se desarrolló de forma diferente de sus precursoras egipcia y tunecina; evolucionando desde las pacíficas protestas iniciales a una violenta represión por parte del régimen de Asad, lo que provocó a su vez la militarización de la revolución y las posteriores intervenciones extranjeras.
En los debates sobre los factores que llevaron a Siria a incorporarse a la oleada de levantamientos masivos que se produjeron por toda la región en 2011, se ha pasado a menudo por alto el papel desempeñado por las fuerzas socioeconómicas. Sin embargo, si no se tienen en cuenta una serie de elementos -el modelo de desarrollo y crecimiento económico aplicado desde el golpe que en 1970 llevó a Hafez al-Asad al poder y la acelerada liberalización económica bajo el posterior gobierno de su hijo, Bashar-, ningún relato que se plantee sobre las raíces del levantamiento sirio podrá estar completo.
El crecimiento económico de Siria bajo el Partido Baaz de Hafez al-Asad
El filósofo libanés marxista Gilbert Achcar ha sostenido que el levantamiento sirio tiene profundas raíces en las diferentes condiciones socioeconómicas que, junto con factores políticos, históricos y geopolíticos, llevaron a las explosiones revolucionarias de 2011.
Desde el punto de vista del desarrollo, la región de Oriente Medio y Norte de África (MENA, por sus siglas en inglés) ha sufrido en su totalidad una crisis de proporciones considerables. Entre 1970 y 1990, la mayor parte del Producto Interior Bruto (PIB) per capita de la región se estancaba, y la mayoría de los países MENA obtuvieron puestos relativamente bajos en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en relación con sus ingresos per capita. Siria presenta las principales dinámicas regionales en términos de economía política, formación estatal y de clase en el país, además de unas peculiares dinámicas específicas del país.
En otras palabras, las raíces de la revolución siria no se hallan en las divisiones sectarias del país ni en las teorías de la conspiración occidentales promovidas por la propaganda del régimen, sino en el empeoramiento de las condiciones sociales y económicas en Siria, que fueron consecuencia directa del proceso de neoliberalización y privatización que se inició bajo Hafez al-Asad, acelerado considerablemente tras el ascenso de Bashar al poder en 2000.
El resultado de estas políticas neoliberales fue el aumento de la pobreza entre los estratos sociales más bajos y la rápida aparición de una nueva burguesía, que consiguió su fortuna por sus estrechos vínculos con el régimen de Asad. Esto, citando a Raymond Hinnebusch y Tiza Zintz, significó que el coste de la estabilización del Estado que Hafez inició supuso «un deterioro gradual al gobernar de forma neopatrimonialista».
Tras el golpe de Estado del Partido Baaz en 1963, la mayor parte de la campaña de desarrollo del país se centró en las reformas de la tierra y en el desarrollo dirigido por el Estado. El Partido, inspirado en la agenda de Gamal Abdel Naser en Egipto, puso a la economía estatal bajo presiones extremas al tratar de proporcionar educación gratuita, emprender grandes proyectos industriales y promover el intervencionismo estatal en la economía de Estado sin resolver los problemas de la baja productividad y alta corrupción, además del esfuerzo de tener que hacer frente al crecimiento de la población. A pesar de todo, la estructura neopatrimonial del régimen sirio mantuvo la corrupción en niveles muy altos durante varias décadas, y según los datos de Transparencia Internacional, en 2010, Siria ocupaba el puesto 127 de 178 países en el Índice de Percepción de la Corrupción.
De forma gradual, se fue abandonando la Industrialización Sustitución-Importación (ISI) -es decir, la sustitución de las importaciones extranjeras por la producción interior- en favor de la liberalización impulsada por el mercado. La retirada del Estado de la economía se produjo en dos oleadas principales : la primera, en los primeros años de la década de 1970, y la segunda, a mediados de la década de 1980. Durante la década de los setenta, las reformas agrarias habían sido una política clave que se acabó abandonando, pasándose a privatizar la tierra, un aspecto destacado del gobierno de Asad. Por otra parte, en los ochenta -en un intento de contener el descontento interno y volver a poner en marcha el motor económico del país-, Hafez al-Asad promovió una apertura neoliberal al capital extranjero y «liberó» la economía del dominio del sector público, manteniendo no obstante un amplio aparato burocrático. En la década de 1980, sólo el sector público y burocrático empleaba aproximadamente al 20% de la fuerza total de trabajo del país.
Este movimiento estratégico intentaba compensar el agotamiento de la renta externa en lo que Volker Perthes definió como «ajuste autoritario», a fin de garantizar la estabilidad del régimen. De esta forma, Hafez al-Asad trató de conseguir, citando el libro Burning Country: Syrians in Revolution and War de Robin Yassin-Kassab y Leila al-Shami, el consentimiento de un «electorado campesino intersectario redistribuyendo la tierra y mejorando las condiciones de vida rurales […] Grupos anteriormente marginados, especialmente los alauíes, encontraron empleo en el nuevo ejército y servicios de seguridad, mientras que los trabajadores urbanos y las clases medias se beneficiaban de bienes subvencionados y puestos de trabajo en la burocracia».
El surgimiento de la burguesía estatal
Estas políticas neoliberales beneficiaron sólo a una pequeña porción de la sociedad. Bajo Hafez al-Asad, el Partido Baaz se convirtió en su principal vehículo de influencia para el patronazgo. La corrupción y la baja productividad se extendieron y cuando se encontraron con medidas de privatización se produjo la consolidación de una nueva clase capitalista de compinches compuesta por una pequeña elite fuertemente vinculada con la familia gobernante. Un ejemplo notorio es la familia Makhluf, en la que, según relatan Yassin-Kassab y al-Shami, se estima que Rami Makhluf, primo de Bashar «controla alrededor del 60% de la economía». Citando de nuevo a Achcar: «Con una fortuna personal valorada en 6.000 millones de dólares, Makhluf posee o controla una lista impresionantes de empresas en una amplia gama de sectores: banca, seguros, petróleo, industria, inmobiliarias, turismo, medios de comunicación, etc.
El modelo promovido por Hafez produjo el aplastamiento total de los sindicatos independientes de obreros y campesinos, de los movimientos de mujeres y de jóvenes, todos los cuales, en los últimos años de su gobierno, en palabras de Yassin-Kassab y al-Shami, fueron «totalmente absorbidos por la maquinaria estatal».
El régimen de Bashar
Cuando Bashar, hijo de Hafez, subió al poder a la muerte de este en 2000, aceleró las reformas neoliberales que su padre había iniciado. En la década de 2000, se impulsó un proceso de liberalización de mercado como parte de la transición de Siria a una economía de mercado social, y el sector privado, que en 2000 representaba el 52% del PIB, alcanzaba el 61% en 2007.
Aunque el aumento de la inversión extranjera «impulsó el auge en el comercio, la banca, la vivienda, la construcción y el turismo en los últimos años del decenio», la porción de la agricultura en el PIB descendió del 7,8% al 2,2% entre 2005 y 2010. Esto implicó que no sólo la mayoría de los sirios estaban reprimidos a nivel político, sino que cada vez más personas estaban sufriendo también económicamente. Según un informe del PNUD, la pobreza subió del 30,1% de la población siria que vivía bajo el «umbral» alto de la pobreza en 2004, al 33,6% en 2007. Esto significó que casi siete millones de sirios eran considerados pobres, incluido el 56% de los que vivían en las zonas rurales.
Los indicadores sociales nos muestran que, a pesar el aumento del PIB per capita en la paridad de poder adquisitivo (PPP, por sus siglas en inglés), este crecimiento no se redistribuía entre la población sino que se produjo un incremento de la pobreza, el desempleo y las desigualdades sociales. La creciente pobreza, especialmente entre la clase trabajadora rural, se exacerbó cuando el Estado canceló sus subsidios en 2005, lo que tuvo efectos especialmente negativos en el noreste sirio durante la grave sequía que sobrevino entre 2006 y 2010. Según un informe de 2009 del Centro Sirio para Investigaciones Políticas (SCPR, por sus siglas en inglés), las regiones norteñas y orientales presentaban las tasas de pobreza más altas en el país.
Un estudio de la periodista Francesca de Châtel sobre esta sequía en el noreste entre 2006 y 2010, hace hincapié en el papel crucial que desempeñó para hacer que una de las partes más pobres y desfavorecidas de Siria se uniera al levantamiento. La región «era también el granero del país y una fuente de petróleo […] Desde 2000, esta región ha ido hundiéndose rápidamente en la pobreza al agotarse las reservas de los acuíferos y a causa de una serie de proyectos de desarrollo agrícola excesivamente ambiciosos que esquilmaron tanto la tierra como los recursos hídricos».
Una y otra vez vemos una estrecha correlación entre el estado de abandono de las zonas rurales y el estallido periférico de la revolución siria.
A diferencia de la revolución siria, donde las masas se reunieron en la ya simbólica plaza Tahrir en El Cairo para pedir libertad, la revolución se originó en Siria en la periferia -a partir de la región de Daraa- y fue rápidamente extendiéndose hasta llegar a las dos ciudades más grandes: la capital, Damasco, y Alepo. Esto no se debió a que las ciudades urbanas no compartieran las mismas aspiraciones, sino debido al férreo control del régimen de Asad sobre las ciudades importantes. Debería también señalarse que las ciudades importantes como Damasco, Alepo y Homs habían crecido velozmente en la década anterior en el intento de absorber las oleadas de migraciones causadas por la pauperización de las zonas rurales.
En relación con las turbulencias periféricas vividas en Siria en marzo de 2011, es importante mencionar brevemente el papel del complejo militar y su desarrollo. En el núcleo del férreo control que la familia Asad desarrolló sobre Siria está el fortalecimiento de los aparatos militar y de seguridad.
Este desarrollo estratégico de una extensa red de mujabarat (inteligencia) proporcionó al régimen un intenso y extendido control de la población, especialmente en las zonas urbanas más grandes. El desarrollo de un complejo militar fuerte fue fundamental en la estratificación de la sociedad. Al situar a miembros de la familia Asad en puestos altos, especialmente en la Guardia Pretoriana, el régimen fue desarrollando a lo largo de cuatro décadas un fuerte complejo militar-sectario estrechamente vinculado a la familia Asad y, por tanto, «dispuesto a ir a la guerra contra la mayoría de la población de su país con tal de defender al régimen». La distinción sectaria hizo posible que la elite alauí retuviera el control total del aparato político y militar del Estado, mientras que las elites sunníes, que prosperaron bajo Hafez y obtuvieron un gran poder económico, se vieron marginadas bajo Bashar a la vez que la familia gobernante reforzaba sus vínculos con el clan alauí.
Desempleo y educación
La agudización de los cismas sociales en el país se exacerbó también al aumentar el desempleo juvenil. Altas tasas de nacimiento, combinadas con la educación gratuita, habían creado un gran número de jóvenes sirios educados que el mercado laboral no podía absorber. Con más de la mitad de la población con menos de 25 años, se estimaba que alrededor de 250.000 personas estaban entrando cada año en el mercado laboral antes de la revolución. Las tasas de alfabetización y de gastos sanitarios habían aumentado rápidamente a pesar de la profundización de la brecha social, ya experimentada durante el período socialista bajo el Baaz, como demostraba el aumento en el índice GINI de desigualdad, que subió de 33,7 en 1997 a 37,4 en 2004.
La mala gestión de los recursos, la corrupción, el aumento veloz del desempleo -especialmente alto entre los jóvenes- están entre los rasgos más comunes de la oleada neoliberal que golpeó la región MENA tras la guerra de junio de 1967. En efecto, se considera a menudo que esa guerra marcó en los países árabes un cambio a favor de las políticas neoliberales para contrarrestar el descontento interno tras la derrota de los ejércitos árabes. Esta derrota fue especialmente dura en Siria debido a la pesada carga de los esfuerzos bélicos y a la humillante pérdida de los Altos Golán tras el Comunicado nº 66 de Asad.
Daraa, la ciudad más grande del valle de Hawran, situada a tan sólo pocos kilómetros de la frontera jordana, se hallaba ya inmersa en una situación de profunda pobreza debido al agotamiento de los recursos hídricos, lo que obligó a algunos campesinos a abandonar el sector agrícola y abrir granjas avícolas. A principios de marzo de 2011, pocos días antes de que estallaran las protestas, un equipo del International Crisis Group informaba de que «los residentes locales advertían de una situación explosiva, que cualquier chispa podía hacer estallar».
Represión de la libertad
Por supuesto que para explicar el levantamiento sirio no son suficientes únicamente los factores económicos, porque fue también una reacción a décadas de represión política, a menudo muy sangrienta.
En el período que llevó a los acontecimientos de 2011, la región había venido experimentando un incremento de las luchas sociales. Ya fuera en Túnez o en Egipto, los sindicatos y movimientos de trabajadores jugaron un papel fundamental en el estallido de las revoluciones, pero en Siria, a lo largo de varias décadas y como consecuencia de la política del régimen, no había existido ningún sindicato independiente. El régimen controlaba enteramente cada aspecto de la sociedad. Las cadenas de radio y televisión eran casi enteramente de propiedad estatal. Resulta revelador que el país fuera conocido en el mundo árabe como «el reino del silencio».
En torno al cambio de siglo, con la llegada de Bashar al poder, muchos sirios y observadores externos se creyeron el discurso democrático liberal del líder. Prometió mejorar la transparencia y rendición de cuentas, luchar contra la corrupción y el amiguismo y, en sus primeros seis meses de gobierno, concedió la amnistía a un grupo de presos políticos y disidentes exiliados. Yassin Kassab y al-Shami escriben que: «Entre los optimistas que creyeron que ahora sería posible reavivar el sofocado espacio público hubo un pequeño número de intelectuales, profesionales y personalidades del mundo de la cultura». Esto llevó a la denominada Primavera de Damasco, que, junto con la Declaración de Damasco de 2005, representaría la movilización más importante de la sociedad civil con anterioridad al levantamiento de 2011.
Sin embargo, la apertura del espacio público no duró mucho y el país volvió pronto al «silencio». Un informe de Freedom House de 2010 colocaba a Siria en el puesto nº 178 de los países a nivel mundial en términos de libertades, con una valoración de la represión de las mismas del 83%, a la par con Arabia Saudí. En la región, sólo Israel/Palestina, Túnez y Libia se clasificaron más bajo.
Conclusión: una erupción inevitable
Cuando a finales de 2010, estalló la agitación popular de la Primavera Árabe, la creencia de que Siria no iba a verse afectada era generalizada. Esto se debía al hecho de que la familia Asad había logrado con éxito una sucesión dinástica en 2000, y a la expansión del complejo militar y su papel en la consolidación de la estabilidad del régimen. En realidad, sin embargo, las condiciones previas para que se diera una revuelta importante se habían formado rápidamente y consolidado durante décadas. Teniendo en cuenta la combinación de los factores señalados con anterioridad -el empobrecimiento de las zonas rurales, el surgimiento de una burguesía estatal y la consolidación de un capitalismo de compinches mediante las políticas neoliberales adoptadas durante los cuarenta años de dominio de la familia Asad-, junto con otras diversas fuerzas geopolíticas, históricas y políticas que escapan del ámbito de este ensayo, la erupción de la sociedad siria en 2011 había sido siempre menos una cuestión de «si» que de «cuándo».
Alice Bonfatti ha cursado un máster de Estudios de Palestina y Oriente Medio y estudios intensivos de árabe en la Escuela de Estudios Orientales y de África de la Universidad de Londres. Es también intérprete y traductora de español y árabe.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/socio-economic-roots-syria%E2%80%99s-uprising
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