El último ataque contra Siria, ejecutado por las tres potencias más poderosas de occidente, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, con el apoyo explícito de naciones como Alemania, Holanda, Canadá, obviamente Israel, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y otro cumulo de países, anhelantes de salir en la foto, de un club […]
El último ataque contra Siria, ejecutado por las tres potencias más poderosas de occidente, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, con el apoyo explícito de naciones como Alemania, Holanda, Canadá, obviamente Israel, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y otro cumulo de países, anhelantes de salir en la foto, de un club del que no son socios, ni lo serán nunca por pobres y descastados como España, elevó el número de muertos en algunos cientos o unos pocos miles, no se sabe, ni se sabrá nunca, (¿qué importa?) si ya son tantos que el número exacto de nuevos muertos ni siquiera agregará más horror a la vergüenza de una guerra que ya lleva poco más de siete años y donde se han sucedido una cadena de crímenes, que ni las más afiebradas testas de nazismo las podría haber imaginado. Una guerra donde episodios como los de Niza, Manchester, Paris, Londres o Barcelona, no tendrían siquiera entidad para ser noticia.
Ya son muchas las veces que Washington, amparándose en acusaciones que nunca fueron comprobadas, ataca a naciones díscolas o pergeña atentados de falsa bandera para justificar una invasión. Quizás la más flagrante fue la de Irak de 2003, con motivo de las armas de destrucción masivas que Sadam Hussein almacenaba en arsenales que a 15 años de aquella invasión y tras una guerra civil que todavía no se resuelve y que ha provocado cientos de miles de muertos. A lo que habría que sumar las muertes por cáncer provocadas por la contaminación de las napas de agua con uranio empobrecido provenientes de las camisas que recubren los misiles y bombas lanzadas por la coalición occidental, lo que ha elevado los casos de cáncer de manera exponencial.
Por entonces, un comité de investigadores que había viajado a Irak negó la existencia de dicho arsenal. Aunque claro, no podrá atestiguar David Kelly, el jefe de esa misión, que realizó más de 40 viajes a Irak entre 1991 y 2003, que tras su rotunda negativa de avalar la excusa de la invasión, fue suicidado el 18 de julio de 2003, en un bosque Oxfordshire a siete kilómetros de su casa. Kelly, candidato al Nobel de la Paz, experto en armas biológicas, trabajaba para el Ministerio de Defensa del Reino Unido y de esta manera desautorizaba al Primer Ministro Tony Blair, uno de los responsables del holocausto iraquí.
Tampoco hubo evidencias de que el gobierno sirio fuera el responsable de los ataques con armas químicas en agosto de 2013, contra población civil del barrio damasquino de al-Ghutta, que dejaron más de 1700 muertos y provocó la ira del entonces presidente Barack Obama, quien amenazó con arrasar Siria, tan sin pruebas que por primera vez, desde que los Estados Unidos es potencia hegemónica, su más íntimo aliado, el Reino Unido, no se sumó a sus planes.
Frente a la decisiva negativa rusa de permitirlo, Obama debió recular, anotándose para sí el más grande papelón internacional de un presidente norteamericano, desde la humillante derrota de Vietnam. En aquel caliente agosto Donald Trump fue uno de los más encendidos críticos a la oscura amenaza del nobel de la paz 2009, de lo que supo sacar importantes réditos poco más de dos años después.
Los bombardeos de este último viernes se producen, para demorar la inminente victoria del pueblo sirio conducido por el presidente Bashar al-Assad, a la entente más extraordinaria jamás vista contra un país que no estaba en guerra con nadie y además estaba en una apertura democrática, inédita en la larga historia siria. De concretarse esta victoria el presidente al-Assad emergería como un factor de la tan postergada unidad musulmana que no beneficiaria para nada los planes de occidente.
La guerra por delegación que Estados Unidos planeó contra Siria, se ha convertido en un desastre político para los propios norteamericanos, sus aliados occidentales y regionales.
El surgimiento del Daesh, la aparición de más de un centenar de grupos armados integristas, tributarios tanto del Daesh como al-Qaeda a lo largo del Islam desde la Nigeria de Boko Haram a la Filipinas de Abu Sayyaf. Lo larga lista de atentados en Europa y los Estados Unidos; el resurgimiento del Talibán en Afganistán que también afecta a Pakistán. Los sueños neo-otomanista de Recep Erdogan, que lo impulsa a capturar territorios tanto en Siria como en Irak, que más temprano que tarde desembocarán en nuevos conflictos. La debacle egipcia, en que naufraga a diario el presidente al-Sisi, que no sabe cómo resolver la crisis económica, donde el país ha encallado, tras la alambicada ecuación de corrupción faraónica, Hermanos Musulmanes y terrorismo wahabita. El cisma entre Arabia Saudita y Qatar, donde además de sus convulsiones internas, que obligó a las dos monarquías a profundas restructuraciones «administrativas», que llevó a muchos funcionarios y allegados a las cortes a prisión por corrupción y provocó el cambio de monarcas en el caso de Doha y de línea sucesoria en el caso de Riad. Sin olvidar la guerra que ha empantanado a los sauditas en Yemen, que a más de tres años de comenzada y la inconmensurable diferencia de fuego a favor de los Saud, están sufriendo una derrota vergonzosa. De este apretado resumen regional, los únicos beneficiados hasta ahora han sido el enclave sionista de Palestina, incombustible por su poder de lobby en Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, sumado al anillo de protección mediática de la prensa pro occidental, y su contendiente más acérrimo en la región, Irán, que junto a Rusia y Hezbollah y el Ejercito Árabe Sirio (EAS) han conjurado los siniestros planes del Pentágono, que entrenaron y armaron a más de 150 mil terroristas wahabitas y mercenarios occidentales, que desde 2011 llegaron a Siria, desde todas las cloacas del mundo.
Quizás mucho de lo expuesto más arriba tenga que ver con la extraña muerte de Yves Shandelon, Auditor General de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en diciembre 2016, encontrado en su auto, con un disparo en la cabeza, al costado de un camino en las cercanías de la ciudad belga de Andenne. Shandelon lideraba un equipo responsable de la contabilidad interna en la Agencia de Apoyo y Contratación de la OTAN (NSPA), y de las investigaciones externas sobre actividades de lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo.
Tras los ataques
Tanto Rusia como Siria han denunciado los últimos ataques, contra tres presuntas plantas de fabricación y almacenamiento de armas químicas, a toda vista acto ilegal e ilegitimo. A pesar de ello este último sábado, solo tres de los 15 miembros del consejo de seguridad de la ONU apoyaron la moción rusa de tratar el bombardeo como un acto ilegal de agresión. Cuando se esperaban a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) llegaran a Siria para realizar una investigación, sobre la existencia de arsenales químicos.
Por otra parte las tres potencias agresoras han declarado que el bombardeo fue preventivo y de volverse a producir un nuevo ataque por parte de al-Assad con «armas químicas» volverían los bombardeos, dando la oportunidad que alguno de los grupos terroristas que todavía operan en Siria pudiera realizando sin que el gobierno del presidente al-Assad tenga oportunidad a descargo y agravar todavía mucho más la posición del gobierno sirio y sus aliados, particularmente Rusia, que se encuentra en una verdadera encrucijada, entre seguir sosteniendo a su aliado o lisa y llanamente mantener un conflicto que podría rápidamente derivar en una guerra nuclear con consecuencias desconocidas.
Por su parte, pocos días antes el general James Mattis, secretario del Departamento de Defensa, había reconocido que no tenían indicios de que en alguna oportunidad Damasco hubiera utilizado armas químicas desde el inicio del conflicto en 2011, por lo que los últimos ataques y las amenazas solo se pueden atribuir a las razones del diablo.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.