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Las ventajas del Estado Islámico

Fuentes: Público

Hace cosa de un año, un analista de seguridad israelí, Ron Ben Yshai, confesaba el peligro que supone tener tan cerca a una caterva apocalíptica como el Daesh, el artista anteriormente conocido como Estado Islámico. La ingenuidad del hombre resultaba conmovedora, por no decir otra cosa. A esas alturas ya era de dominio público que […]

Hace cosa de un año, un analista de seguridad israelí, Ron Ben Yshai, confesaba el peligro que supone tener tan cerca a una caterva apocalíptica como el Daesh, el artista anteriormente conocido como Estado Islámico. La ingenuidad del hombre resultaba conmovedora, por no decir otra cosa. A esas alturas ya era de dominio público que el animalito del Daesh había sido incubado en una cárcel de Irak, bajo supervisión de la CIA y del Mossad, y alimentado pacientemente con donaciones de Turquía y de Arabia Saudí.

Supongamos que no se tratase de un ardid -que es lo más probable. Fuese tontería, ceguera o una maniobra de distracción, lo que revelaba esa confesión era empatía, la compasión por las incontables víctimas de la salvaje banda de asesinos que primero había empozoñado la rebelión contra Assad y luego ha inundado de sangre medio mundo.

Para dejar las cosas claras, esta misma semana el profesor Efraim Inbar, director del centro de estudios estratégicos de la Universidad ortodoxa Bar-Ilan de Tel Aviv, asesor del ejército israelí, de la OTAN y del presidente Netanhayu, ha desvelado las muchas ventajas que les reporta la existencia del Daesh al estado de Israel: «Permitir a los malos que maten a los malos es muy cínico, pero es útil e incluso moral hacerlo, si mantienen a los malos ocupados y menos capaces de dañar a los buenos».

Inbar ha ido incluso más lejos en su estriptis genocida al señalar dos detalles particularmente suculentos: que a Israel le interesa que siga el conflicto y que Obama simplemente está maquillando la intervención militar estadounidense para justificar su acuerdo con Irán. Son dos ecuaciones que se resuelven mucho mejor al traducirlas al peso: cuantos más muertos, mejor. Cuantos más muertos musulmanes y occidentales, mucho mejor para Israel.

La redacción, con esa retórica de buenos y malos que resuena con ecos de la era Reagan, es digna de un tertuliano de Sálvame, el razonamiento también, pero para encontrar algo semejante al pozo ético que se esconde detrás de estas palabras hay que descender al nivel del virus del Ébola. Es decir, que los millones de desplazados, los cientos de miles de refugiados, las docenas de miles de sirios y kurdos muertos han caído a mayor gloria del estado de Israel, un país que se edificó sobre los huesos sagrados de los millones de víctimas del Holocausto y que necesita periódicamente un baño de sangre para seguir creciendo y expandiendo sus fronteras. No lo digo yo, ojo, lo dice el profesor Inbar con sintaxis impecable: «La existencia continuada del Estado Islámico sirve a nuestros intereses estratégicos». Que se alegren también, por tanto, los familiares y amigos del más de millar y medio de víctimas en los atentados de Niza, París, Yemen, Nigeria y Arabia Saudí: a lo mejor, con el tiempo, le dan a cada uno un arbolito en la Avenida de los Justos en Jerusalén. Abono no les va a faltar.