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Las víctimas de violación del régimen de Asad rompen su silencio

Fuentes: Middle East Monitor

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.


 

 Yvonne Ridley entrevista a Aishah, una de las víctimas de la inteligencia militar de Damasco

La víctima de la tortura se alzaba ante su torturador preguntándose a qué tipo de abuso la someterían esta vez en la infame Agencia 215, conocida también como la Brigada de Asalto, bajo la dirección de la inteligencia militar en Damasco. ¿Se trataría de una paliza despiadada o de otro ataque sexual contra su cuerpo ya destrozado?

El inicio del interrogatorio se interrumpió repentinamente ante una llamada telefónica y la víctima observó y escuchó con incredulidad cómo la voz reidora que se percibía en la línea hacía que el torturador mostrara una cálida sonrisa. El hombre suavizó el tono de su voz automáticamente, porque ese es el efecto que la mayoría de las hijas consiguen de sus padres.

En los pocos segundos que había apartado la mirada de su víctima de tortura se había transformado de un monstruo brutal en un padre cálido y afectuoso. Este era uno de los aspectos más llamativos que aparecían en las historias que escuché de las mujeres sirias que se habían visto devastadas y arrojadas a las prisiones de Bashar al-Asad desde que la guerra se inició en 2011. La fría realidad es que las violaciones masivas, los ataques sexuales, las palizas de castigo y las torturas psicológicas se infligen rutinariamente a las mujeres sirias por hombres que son padres, maridos e incluso abuelos de alguien.

Cuando termina su turno de trabajo, esos hombres vuelven a sus hogares y a la normalidad con sus familias tras haber destrozado completamente las vidas y las almas de las mujeres y muchachas que tienen en su poder. La dura realidad es que si tu marido trabaja en la Agencia 215, es muy probable que sea un violador en serie o espectador de los delitos más odiosos e inimaginables perpetrados contra mujeres y niñas prisioneras.

Me pregunto cómo este monstruo particular responderá cuando llegue a casa y le pregunten: «¿Qué has hecho hoy, papá?». Obviamente, no va a hablarle a su hija de los dientes que arrancó, de los huesos que rompió, ni de la fuerza empleada en los actos sexuales contra sus víctimas.

Mientras trataba de arrojar luz sobre el oscuro vientre del régimen de Asad, me reuní con varias mujeres que habían acabado en la Agencia 215, o en otras prisiones y cárceles fantasmas igualmente terroríficas de ese régimen. En cada ocasión, la imagen de Bashar al-Asad se alzaba imponente en los retratos que colgaban de las paredes o en las camisetas que vestían los autores de las brutales violaciones.

Sí, lo han leído perfectamente. Aunque parezca increíble, el rostro del líder sirio aparece estampado en las camisetas vestidas por los violadores mientras realizan su tarea, como si estuviera profanando a las mujeres sirias por poderes. Esos labios pequeños y delgados y la mirada penetrante deben producirles escalofríos cada vez que ven su imagen.

 El presidente sirio Bashar al-Asad en Sochi, Rusia, el 21 noviembre 2017 (Kremlin Press Office/Anadolu Agency)

«Algunos días consigo olvidar lo que me ha sucedido», me decía Nur, «y entonces, de repente, veo a alguien haciendo en cierta forma una mueca o un gesto de desprecio y eso actúa como un detonante dentro de mí: me veo de nuevo en la 215 reviviéndolo todo con un sentimiento de terror y ansiedad». Tres años después de esa experiencia, trata de ponerle buena cara al mundo exterior pero en los momentos más oscuros vuelve a hundirse en sus pesadillas.

Badria no es tan afortunada; para ella, la pesadilla continúa cinco años después de que ella y cuarenta mujeres más de Homs fueran detenidas y trasladadas a un apartamento en la derrotada capital de la revolución siria. Cuando la arrestaron iba vestida de negro y llevaba un velo que le cubría toda la cara, lo que la convirtió en un objetivo para sus captores alauíes, que se burlaron, vejándola y abusando de ella por su actitud piadosa.

Cuando sus captores abandonaron la habitación grande y espartana, empezó a realizar el tayammum utilizando el suelo de piedra porque no era posible llevar a cabo el wudu   normal -el ritual islámico de lavarse antes de la oración-. Sin que ella lo se diera cuenta, unas cámaras en circuito cerrado grabaron sus acciones y tan pronto como intentó prepararse para la oración, los hombres volvieron y la golpearon con bastones.  

Le ataron los pies y las muñecas y la colgaron de estas de un gancho que había en el techo. La golpeaban cada vez que mencionaba el nombre de Dios o alguna referencia al Islam. Con las manos temblándole, me miró y abrió la boca despacio antes de quitarse la dentadura postiza. Le habían destrozado los dientes, de arriba y abajo, al golpearla con los bastones en el rostro con gran precisión. Le fracturaron también los huesos de las mejillas.

«Tenía los pechos firmes», dijo levantándose la blusa, «pero mira ahora». Los doctores le habían dicho que los golpes en los pechos habían sido tan graves que el tejido estaba destruido y era muy difícil que pudiera recuperarlo. Es probable que cuando la arrestaron tuviera una talla inglesa 14, entre media y grande, pero cuando se sentó delante de mí parecía como si tuviera una talla 6, un esqueleto envuelto en piel que llevaría de por vida las cicatrices de su cautiverio. Con la ayuda de una traductora, me contó que las mujeres de su grupo eran conducidas a una habitación más pequeña donde eran violadas y humilladas por dos o más de los agentes de la inteligencia militar. Allí, encima de los catres, mirándolas desde arriba, estaban los retratos de Asad y de su hermano Maher. Al lado, había una mesita con varias botellas de alcohol de las que aquellos hombres bebían.

Para combatir su estado de embriaguez, explicó Badria, tomaban píldoras azules antes de lanzarse de nuevo sobre sus presas. También describió que algunos se ponían una píldora naranja bajo la lengua. Después de alguna averiguación, llegué a la conclusión de que las drogas que describía eran la Viagra azul en forma de diamante y que la de color naranja era Levitra, que actúa cuatro veces más rápido en algunos hombres, surtiendo efecto en sólo quince minutos.

No hubo necesidad de preguntarle a Badria si también había sido sexualmente atacada; los detalles que aportó sobre el interior de la habitación de las violaciones, las píldoras y el alcohol y los retratos de Asad y su hermano mirando maliciosamente me dijeron todo lo que necesitaba saber. Había sido violada numerosas veces en esa habitación, donde se habían instalado también varias cámaras, induciendo a las mujeres a creer que se habían tomado imágenes y fotos de ellas.

Me dijo que una de las mujeres «había sido violada en grupo hasta que la mataron» y que otra se había vuelto loca. La libertad de Badria tuvo un precio: 17.000$ fue el rescate pagado por su familia para sacarla de la prisión. Si pensó que la pesadilla había acabado entonces, se equivocó. Su marido no pudo sobrevivir a la prisión militar en Homs en la que estaba detenido; varios testigos le contaron a Badria que murió después de que sus captores le sacaran los ojos.

 La periodista Yvonne Ridley con Badria

Su padre y uno de sus hermanos murieron combatiendo en el Ejército Libre Sirio, el hermano que pidió prestado tanto dinero para conseguir liberarla se encuentra ahora en prisión, sin poder pagar la deuda. Mientras tanto, también han arrestado y encerrado a su hermana, y los familiares que aún quedan están intentando desesperadamente conseguir los 1.000$ exigidos para liberarla. Así pues, no sólo el régimen de Asad está abusando de las mujeres a escala industrial, sino que está haciendo dinero a costa de su miseria al frente de lo que equivale a una sórdida trata de esclavas.

El hijo de Badria, de unos siete años, se queda sentado en silencio mientras su madre cuenta su historia; algunas veces, cuando los detalles son demasiado duros, le envía a hacer algún recado. Parece tan traumatizado como su madre, que se ha ido encogiendo ante sus ojos en estatura y salud. Parecía tan frágil cuando me levanté para marcharme que resultaba complicado darle un abrazo fraternal; francamente, sentí que podría romperse.

En otra de las casas a las que me llevaron, me reuní con una madre de cinco niñas de nombre Aisah, que fue arrestada en los primeros días de la guerra porque había participado en las manifestaciones callejeras. Fue conducida a la Agencia 215 donde fue golpeada de «forma humillante». Después la estuvieron trasladando a diversas dependencias de la inteligencia y a otras tres agencias, incluida una en Adra.

Durante su encarcelamiento, vio detenidas a niñas de hasta siete años, ancianas y mujeres de todas las edades, violadas y sometidas a todo tipo de abusos. Habló de cinco militares que llevaban camisetas con el retrato de Asad antes de violar en grupo a una mujer. «Declararon que Asad era su dios», dijo.

Ahora vive a salvo en la frontera turca, cerca de Hatay, con sus cinco niñas de edades comprendidas entre los 3 y los 17 años. Aishah ha enviudado. Su marido, que también fue arrestado y sometidos a torturas, pudo sobrevivir a la dura experiencia de la prisión sólo para acabar asesinado en un ataque aéreo sobre Ghuta oriental hace tres años, justo tras el nacimiento de su quinta niña.

Las mujeres con las que me reuní querían todas justicia. Querían que los hombres que las habían torturado, violado y sometido a abusos fueran procesados por los crímenes de guerra que sin duda han cometido. Me gustaría poder informar que ahora están seguras y a salvo, pero no estoy muy convencida de que puedan recuperarse del todo. Una me dijo que en el momento en que cerraba los ojos volvía a entrar en aquella prisión infernal, temiendo que los hombres de Asad se abalanzaran sobre ella.

Lo que agrava tanto todo esto es que se cree que hay todavía alrededor de 7.000 mujeres y 400 niños en las cárceles del régimen sirio. Ese era el objetivo del Convoy de la Conciencia que la pasada semana llegó hasta la frontera turco-siria: 10.000 mujeres de 55 naciones se unieron para exigir la liberación de las prisioneras.

No me interesa tanto que se necesite dinero para sacarlas de las garras de esos monstruos, pero, tras hablar con ellas, no me cabe duda de que Asad no puede nunca ser parte de la solución de Siria. En más de cuarenta años como periodista, he entrevistado a presos de Abu Ghraib, en Iraq, de Bagram en Afganistán, de Guantánamo, de Abu Salim en Trípoli y de la prisión Toulal 2 en Mequinez, Marruecos, pero nunca he encontrado pruebas de tanta depravación y de comportamiento tan inhumano a una escala tan grande como lo que está produciéndose justo ahora -incluso cuando lean estas líneas- en las prisiones de Asad.

En Damasco hay un régimen brutal, dirigido por monstruos que se disfrazan de esposos y padres cariñosos cuando llegan a casa mientras perpetran por toda Siria los crímenes más abyectos. «¿Qué hizo papá en el trabajo hoy?» Confía en mí, habibi, no quieras saberlo; hay que impedir que papá y sus abominables socios sigan actuando.

 

Siria: Contra las mujeres y los niños

– En Siria han muerto asesinadas 24.746 mujeres y niñas (13.344 adultas y 11.402 niñas) a manos de todas las partes en el conflicto, aunque el 85% de esos asesinatos han sido perpetrados por el régimen sirio.

– 8.289 mujeres han sido arbitrariamente arrestadas o están desaparecidas (en el 81% de los casos, responsabilidad del régimen sirio), 56 han muerto cuando estaban detenidas.

– Las fuerzas del régimen sirio han matado a 21.631 niños.

– Las fuerzas del régimen sirio han arrestado a 12.007 niños.

– 3.007 siguen bajo arresto. 

 

Yvonne Ridley es una periodista británica que formó parte del desaparecido partido Respect Party, una coalición de izquierda. Ha trabajado para The Sunday Times, The Independent on Sunday, The Observer, The Daily Mirror, etc. Es una gran defensora, entre otras, de la causa palestina. Recientemente, ha sido una de las organizadoras del Conscience Convoy que el día 8 de marzo alcanzó la frontera entre Turquía y Siria en apoyo de las prisioneras sirias.

 

Fuente: https://www.middleeastmonitor.com/20180312-assads-rape-victims-break-their-silence/

 

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.