«El sistema que tenemos no funciona», dice un joven sin camiseta con un altavoz. «Aquí no hay partidos políticos, estamos nosotros». «Que desaparezcan los que mandan», afirma otro activista, a quien le contesta una mujer de edad avanzada que participa en la asamblea: «No han de desaparecer, pero sí hacer lo que nosotros digamos». Un […]
«El sistema que tenemos no funciona», dice un joven sin camiseta con un altavoz. «Aquí no hay partidos políticos, estamos nosotros». «Que desaparezcan los que mandan», afirma otro activista, a quien le contesta una mujer de edad avanzada que participa en la asamblea: «No han de desaparecer, pero sí hacer lo que nosotros digamos». Un helicóptero de la policía sobrevuela la zona… Son imágenes en blanco y negro de la plaza del Ayuntamiento de Valencia con las que comienza el documental «50 días de mayo. Ensayo para una revolución», presentado por el autor, Alfonso Amador (Madrid, 1968), en la librería Ramón Llull de Valencia.
Una multitud ciudadana se congregó en la principal plaza de Valencia el 19 de mayo de 2011, como recoge el audiovisual de 93 minutos producido en 2012 por Lover Films. Son los primeros días de euforia, reflejados en las palabras de los activistas. «Me tengo que remontar a 1976 para ver una asamblea verdaderamente democrática», asegura un veterano luchador. La gente agita las manos en señal de aprobación. Se trata de un nuevo código inventado por el 15-M. Los ciudadanos reivindican ante la asamblea el derecho a la vivienda, de los animales, la constitución de cooperativas integrales, al tiempo que se apela al movimiento vecinal y de los barrios. «¡No votéis!», exclama otro activista, pensando en los comicios municipales y autonómicos previstos para una semana después. Hay quien pide vivir en comunas y pueblos «de una manera ecológica».
¿Qué punto de vista propone el documental? Según Alfonso Amador, «cuando empezamos a grabar el trabajo avanzaba al mismo ritmo que la asamblea». Inicialmente tenía la idea de «filmar la revolución», pero pasaban los días y se modificó el primer planteamiento. Se trata entonces de contar lo que está ocurriendo en la plaza, «cómo se está organizando el caos entre gente tan heterogénea». Precisamente «ése es el hilo conductor del filme», asegura el director y guionista, realizador de «cortos» como «El presente», «9,8 m/s2» y «Todo lo que necesitas para hacer una película», además de un largometraje titulado «Enxaneta».
La película «50 días de mayo» no muestra una visión idílica ni hagiográfica del 15-M, sino que también expone las contradicciones y las dificultades con las que se topa cualquier movimiento incipiente. En el montaje, que duró un año, el autor pensó que señalar las contradicciones podía entenderse como «poner palos en la rueda», pero lo hizo «por mucho dolor que eso supusiera». Por ejemplo, el documental incluye las imágenes de un empujón en una disputa por el turno de palabra. Mientras el director realizaba su trabajo de grabación, un joven le espetó: «No grabes esto». «Pero está ocurriendo», respondió Alfonso Amador.
«50 días de mayo» recibió el Premio Caracola al mejor documental en la 44 Muestra Cinematográfica del Atlántico Alcances y ha sido proyectado en ciudades como Madrid, Valencia, Cádiz o Rentería. Recoge imágenes, sin texto ni voz en off, de las actividades culturales programadas en los primeros días, «a poder ser sin propaganda política». La proximidad de las elecciones municipales suscitó un debate sobre si convocar o no las primeras asambleas, por si «aparecen los de siempre». En la efervescencia inicial se podían escuchar en la plaza consignas como «En Egipto no tuvieron miedo a las balas del ejército» o «Hemos creado una zona autónoma, pero ha de ser así de manera permanente». Una cadena humana en movimiento rodeaba la Playa del Ayuntamiento de Valencia (rebautizada, aún hoy, como del 15-M), además se estampaban camisetas con el logotipo «15-M Revolució» y en las paradas había carteles con la leyenda «Otro mayo es posible».
Las imágenes de las asambleas son pura espontaneidad y emoción, el magma de la calle. Una mujer anuncia que ha creado en Facebook la página de las «Madres Coraje» (su hijo, con síndrome de Down, no recibe de la Administración el apoyo requerido). Una joven rompe a llorar: «En mi vida no he hecho sino consumir, vosotros me habéis enseñado a sentir». Una «indignada» de la UGT se pregunta por qué los sindicatos obreros han firmado el «pensionazo». «¿Dónde están los míos?», se pregunta. «Están aquí». Hay quien reconociendo el valor de la asamblea insta a crear una gestora que dé lugar a un movimiento político. Pero «no un partido, sino un entero», matiza. La concurrencia responde con algunos abucheos, y el activista se defiende: «Yo he dicho mi opinión». Aplausos.
Alfonso Amador explica en la librería Ramón Llull que tras los pases del filme, algunas personas han valorado sobre todo el rigor, mientras que en otros casos activistas del 15-M quedaron algo «chafados». Sin embargo, lo que más le sorprendió fue las críticas de una parte de la izquierda tradicional -sobre todo «antiguos rojos y luchadores antifranquistas»- que juzgaban el documental como demasiado complaciente respecto a los «indignados». Afirmaban que no se ponía de manifiesto en el audiovisual el «caos» y el «vacío ideológico» de los jóvenes. Pero en comisiones de barrio del 15-M en Valencia, que hoy continúan reuniéndose, y en las proyecciones del País Vasco «les ha encantado», recuerda Margarita Quintás, productora del audiovisual. «Es tal cual lo vivimos», valoraban.
Las diferencias de criterio vienen motivadas por el realismo de la película, que graba sin embozos las discusiones de las asambleas. «Esto parece a veces una feria alternativa, hace falta crear grupos de trabajo y ello no implica burocratización», propone uno de los oradores. «Hemos de buscar consensos de mínimos», agrega otro, «es lo que está ocurriendo en todas las plazas». Es el duro periodo de aprendizaje, de construcción del movimiento. Una reunión informativa con la Subdelegación del Gobierno genera discusiones que se dilatan, sobre si es el representante institucional quien ha de acudir a la plaza, o si son los activistas quienes deben dirigirse a la institución. Se debate sobre la relación de la asamblea general con los grupos de trabajo, el horario de las reuniones de coordinación y las cuestiones de operatividad. La pregunta de un joven activista resume lo que está ocurriendo: «¿Cómo construimos un consenso de mínimos para un movimiento tan grande?». Otra de las voces se lamenta. «Cada día somos menos, a veces la mitad, y no pasa nada, pero la cosa puede continuar de ese modo si no nos organizamos».
Aparece la crispación. «Yo estoy asustado porque veo aquí muy mala leche, y esto es como un bebé, que necesita muy buena leche». Además, «cuando se juzga a alguien sin escuchar, hacemos como en el Parlamento; hemos de ir sin prisas». También surgen las discrepancias políticas, sobre las identidades y la representación. «Aquí hay comunistas, anarquistas, hippies, ¿de verdad queréis que nos vayamos?». En tono resignado, se queja ante la asamblea un activista de avanzada edad: «Se ha aprobado un decálogo en el que no se toca ni un euro a la burguesía, queréis cambiar el mundo pero sin tocar la propiedad privada… Hablemos en serio». Otro veterano luchador intenta compensar la intervención anterior loando al 15-M y a la juventud «porque me están haciendo sentir joven».
A mediados de junio se abre uno de los principales debates, cuando miembros del 15-M de Valencia plantean, al igual que en ciudades como Madrid o Granada, desmantelar las acampadas y llevar la lucha a los barrios. Algunos defienden esta opción porque entienden la plaza como un punto de partida, y un espacio que en un futuro puede ocuparse de nuevo. «El objetivo es transformar el mundo». Otros se inclinan por hacer «lo que más moleste», es decir, mantener los campamentos. Quedarse en la plaza porque el movimiento «está siendo un punto de referencia para el mundo». La discusión llega a uno de los puntos más ásperos cuando uno de los activistas defiende el «curro en la calle, arrimando el hombro, limpiando y cocinando», y lo antepone a las «tesis universitarias de Master en Sociología». Una joven estudiante responde que su dedicación no es menor, y alega las horas de esfuerzo en las comisiones de trabajo.
«50 días de mayo» recoge el punto de ebullición inicial del 15-M, la alegría de primera hora, pero también una segunda fase de organización y conflicto. Se incluye, por ejemplo, un bloque titulado «La cizaña», en la que se muestra la fractura en la asamblea por cuestiones como una reunión con la Subdelegación del Gobierno. Alfonso Amador hace hincapié en su intención de captar la esencia de lo que aconteció en la plaza durante un mes y medio, a partir de unas cien horas de grabación. «La historia se cuenta ella sola», afirma, «el hilo narrativo del documental son las personas hablando».
Tal vez con este enfoque -la gente tomando la palabra- se diferencie de otros audiovisuales producidos sobre el 15-M, que ponen el foco en los planos de las asambleas, los talleres, las manifestaciones y la parte más lúdica. El realizador ha elegido el formato del blanco y negro, por lo que evoca a los documentales clásicos y porque ayuda a sugerir una idea de atemporalidad -«la dimensión épica del ágora y la asamblea»-, que trascienda al mismo 15-M. Se trata, en suma, «de gente que se intenta organizar y esto puede pasar en cualquier lugar del mundo», apunta el director y guionista. Contaba con material fílmico de las asambleas de Madrid y Alicante, pero prefirió condensar: «Gran parte del trabajo ha consistido en ir reduciendo». Pero sí se incluyen en el documental los golpes de porra y los disparos de los mossos d’esquadra durante el desalojo de la plaza de Cataluña, en Barcelona, el 27 de mayo de 2011.
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