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Entrevista a Gilbert Achcar

«Le peuple veut» (El pueblo quiere): Una mirada radical

Fuentes: Viento Sur

-¿Porqué has titulado tu libro «Le peuple veut» (el pueblo quiere), sin más? -La fórmula de «el pueblo quiere» ha sido utilizada en las recientes movilizaciones para expresar todo tipo de reivindicaciones, desde las más elementales hasta el famoso «el pueblo quiere la caída del régimen», el eslogan más conocido de la sublevación general. En […]

-¿Porqué has titulado tu libro «Le peuple veut» (el pueblo quiere), sin más?

-La fórmula de «el pueblo quiere» ha sido utilizada en las recientes movilizaciones para expresar todo tipo de reivindicaciones, desde las más elementales hasta el famoso «el pueblo quiere la caída del régimen», el eslogan más conocido de la sublevación general. En su origen, se refiere a dos versos célebres de un poeta tunecino, que están en condicional, mientras que aquí la afirmación está en presente. Lo que revela el eslogan es la irrupción del pueblo como voluntad colectiva en la escena pública, al pueblo como sujeto político. Una gran masa de individuos que desde hacía decenios vivía en condiciones de despotismo entra hoy en una era revolucionaria que -como no dejo de subrayar- no está más que en sus comienzos. Se trata de un proceso revolucionario a largo plazo.

-Desarrollas ampliamente las «modalidades particulares del capitalismo en la región árabe»…

-Estamos ante una onda de choque revolucionario que abarca una región concreta, con factores comunes específicos propios, que son los que trato de analizar. Desde un punto de vista marxista, no hay que contentarse con explicaciones basadas en factores culturales o al hecho de que se trate de levantamientos contra regímenes despóticos. Esos factores existen, es cierto, pero no explican las razones por las que esta explosión se ha generalizado de esta forma en este momento histórico preciso.

Desde un planteamiento marxista es necesario explorar las raíces materiales de esta explosión, los factores socioeconómicos que subyacen en estos acontecimientos. Es el planteamiento que he adoptado y, efectivamente, muestro que un elemento común en la región hay es su situación socioeconómica lamentable, que le lleva a detentar el récord mundial de tasas de paro durante muchos decenios. No se trata de una crisis coyuntural como la que se da en Europa debida, en particular, a la política económica alemana. Esta situación perdura desde hace mucho y evidencia un bloqueo particular en el desarrollo de la región. Incluso cuando se la compara a las demás regiones del conjunto afro-asiático, como lo hago en el libro. La pregunta que se nos plantea es: ¿cuáles son las razones de ese bloqueo? Estas razones no residen en el capitalismo en general (que lo explica todo, pero no explica nada); las razones del bloqueo residen en las modalidades particulares del capitalismo, del modo de producción, de la relación entre lo económico y lo político en esta parte del mundo. Es eso lo que intento demostrar.

-Hablas de regímenes rentistas y clientelistas que han ahogado a esas sociedades…

-Se trata de estados rentistas y patrimoniales y de un capitalismo de amiguetes, políticamente determinado, cuya fracción dominante no es fruto de las «leyes del mercado» como lo querría el modelo ideal del capitalismo, sino más bien de las connivencias y de las conexiones con el poder. Todo esto produce un bloqueo que no ha dejado de agravarse desde hace decenios. Hace bastante tiempo que se sentía venir la explosión y que se hacía visible una ebullición social allí donde era posible, allí donde la represión no lograba evitarla. En los dos países en los que comenzó todo (Túnez y Egipto) asistíamos a un ascenso de las luchas sociales. Estos dos países, son países que, en los decenios que han precedido a la explosión actual, han conocido un ascenso evidente de las luchas sociales y en particular de las luchas obreras, que daban fe de este potencial explosivo que terminó por estallar. La inmolación del joven Bouazizi fue la chispa que hizo explotar la situación. situación altamente explosiva en el conjunto de la región.

-Está arraigando la idea, bastante compartida, según el cual las revoluciones tunecina y egipcia han sido ahogadas por las fuerzas islámicas reaccionarias…

-Es una percepción que ha prevalecido después de que las elecciones en Túnez y Egipto concluyeran con la llegada al poder de fuerzas integristas, de fuerzas que han hecho de la religión la base de su negocio. Ahora bien, ahora mismo creo que muchos de quienes pudieron ser seducidos por el discurso religioso están decepcionados. De ello da fe la amplitud de la resistencia a los nuevos gobiernos salidos de la corriente integrista y, también, la continuidad, e incluso el ascenso, del movimiento social en los dos países concernidos: Túnez y Egipto. Por otra parte, no hay que perder de vista Libia, donde las elecciones han sido proporcionalmente bastante más masivas y han concluido con una derrota de los integristas.

En Egipto y en Túnez, donde ha habido victorias de los integristas (que hay que relativizarlas, sobre todo en el caso tunecino), las poblaciones se dan cuenta muy rápidamente de la incapacidad de estos últimos para gestionar la situación, para aportar aunque solo sea un comienzo de solución a la crisis social que es el problema fundamental. Al contrario de lo que se pretende, la gente no ha derrocado esos regímenes sólo porque quería la democracia y la libertad: tanto en Túnez como en Egipto, el movimiento comenzó a partir de cuestiones sociales, con reivindicaciones sociales muy claras: sobre el empleo, la justicia social, la carestía de la vida. Las reivindicaciones eran muy claras, y es en ese terreno, que constituye el motor fundamental de la explosión en la región, en el que los integristas no tienen ninguna solución, ninguna respuesta que aportar. No hacen más que continuar con las políticas económicas y perpetuar las estructuras socioeconómicas que existían anteriormente. Guardan las mismas relaciones con las instituciones financieras internacionales. Aceptan las condiciones del FMI con tanto celo como los regímenes derrocados. Esto produce lo que se ve: tras esta primera etapa del proceso revolucionario regional, ya se ven dibujarse los contornos de su fracaso. La cuestión crucial que se plantea a partir de ahí es qué tipo de alternativa puede emerger.

-Sobre Libia y Siria muchos dicen que esos levantamientos han sido recuperados por el imperialismo y que han desembocado en el caos y la desesperación.

-Hablemos primero de Libia. A menudo se ha oído decir que tras la intervención de la OTAN el levantamiento había cambiado de naturaleza. Algunos incluso han sacado la conclusión de que había que apoyar a Gadafi. Sin embargo, el levantamiento libio ha dado pruebas de la aguda conciencia de su soberanía rechazando, desde el inicio, toda intervención terrestre de las tropas internacionales. Lo que derrocó al régimen de Gadafi fue la guerra civil en el país, la insurrección de Trípoli. Ciertamente, la OTAN contribuyó a la victoria militar de la insurrección, pero fue ésta la que logró la victoria. Cuando se produce el derrocamiento de una dictadura de tipo totalitario puesta en pie desde hacía más de cuarenta años, de una autocracia con un lado estrafalario pronunciado, cuando un régimen así se hunde bajo los golpes de un levantamiento de masas, siempre se crea una situación anárquica y caótica. Cada revolución pasa por ahí. Se puede salir de esa situación si hay una dirección centralizada del levantamiento revolucionario, o si el régimen es derrocado por un ejército revolucionario disciplinado. Evidentemente, ese no fue el caso de Libia. A falta de unas direcciones políticas que se correspondieran con lo que se pudiera anhelar desde un punto de vista progresista, en las condiciones actuales de subdesarrollo político de la sociedad libia a causa de lo que ha vivido desde hace cuarenta años, esa es la solución que se ha impuesto.

Hoy existe una formidable efervescencia en ese país por la que los medios de comunicación no se interesan lo más mínimo. Más allá de la situación caótica creada por las milicias armadas, que también se conoció en otras situaciones, en particular en Líbano en 1976 cuando el ejército se hundió en la primera fase de la guerra civil, la situación de caos es notablemente menor de lo que se podía haber temido. Se decía «eso va a ser como Somalia», pero se está muy lejos de esa situación. Hay un movimiento social que emerge, reivindicaciones políticas, protestas políticas de forma permanente, incluso contra los grupos armados, una verdadera explosión de periódicos, de medios de expresión, de manifestaciones públicas. Hay incluso un movimiento de mujeres, y una federación de sindicatos independientes que se ha creado en relación con la de Egipto. El balance es absolutamente interesante. Dicho esto, es difícil decir cómo van a evolucionar las cosas. Lo que es cierto, es que ha habido un desbloqueo fundamental de la situación en Libia.

-¿Y en el caso de Siria?

-La actitud de las potencias occidentales en el caso sirio es muy diferente. No hay más que comparar las gesticulaciones de Sarkozy sobre Libia, completamente hipócritas, y la ausencia de gesticulaciones por parte de Hollande sobre Siria. Y no es una cuestión de diferencia fundamental entre las políticas de unos y otros. Lo que está en juego no es lo mismo y los riesgos y costes tampoco. En ambos casos existe una voluntad de llegar a un acuerdo con el régimen actual por parte las potencias occidentales. Lo intentaron hasta los últimos días en Libia, negociando con el hijo de Gadafi. Es lo que intentan desde hace dos años en Siria. Es la razón por la que se niegan a dar armas.

Washington se ha negado hasta ahora a toda entrega de armas. Muy recientemente, y en respuesta a la obstinación de Bachar Al Assad, que continúa negándose a una solución negociada que tendría por condición primera su propia dimisión, parece que hay una luz verde americana para que los aliados de Washington en la región puedan enviar armas. El resultado está ahí. Esta actitud de las potencias occidentales, frente Rusia e Irán que apoyan plenamente al régimen, ha permitido al régimen estar masacrando a la población tranquilamente desde hace dos años. Se habla de 70.000 muertos. Muchos dicen que hay muchos más. El número de refugiados es extraordinario. La situación es absolutamente terrible. Cuando se habla de 70.000 muertos, se está diciendo que el número de heridos es mucho mayor. Es una situación absolutamente trágica y hay una complicidad criminal de las potencias occidentales dictada por sus propios intereses, sus propias consideraciones estratégicas. La misma desconfianza que tuvieron hacia el levantamiento libio, la tienen hacia el levantamiento sirio e, incluso, la desconfianza es bastante mayor dada la situación geográfica del país. Si se quiere ser antiimperialista hay que denunciar esta actitud criminal del imperialismo y no, como hacen algunos, denunciar la insurrección.

-Entonces, ¿qué esperanzas para este proceso a largo plazo?

-A partir del análisis que hago del levantamiento, la conclusión lógica es que la única salida positiva sería la emergencia de direcciones políticas que apoyándose en el movimiento obrero y popular y defiendan un programa progresista, centrado en la satisfacción de las necesidades sociales y capaz de meter a los países de la región en una vía de desarrollo que tenga en cuenta las múltiples dimensiones que ese término ha adquirido, un desarrollo en el que el Estado juegue un papel central, en contradicción absoluta con los dogmas neoliberales que dominan mundialmente.
La situación varía de un país a otro. Túnez es sin duda el país en el que, potencialmente al menos, este tipo de alternativa es más probable si se tiene en cuenta el papel de la UGTT y de su relación con el Frente Popular, la coalición de la izquierda en Túnez actualmente a la cabeza de la UGTT. La suma de ambas tiene el potencial de ser la fuerza dominante en lo que ocurra en el país. Es preciso que la izquierda trabaje por implicar al movimiento obrero en la batalla política y comprenda la necesidad de reforzar un polo de izquierdas independiente, basado en un programa social, sin mezclarse con oposiciones, ya sean liberales o, bastante peor, compuestas de miembros de los regímenes derrocados. Con tales aliados, no se podría definir un programa de ruptura con las políticas neoliberales.

El mismo problema se plantea en Egipto, donde este potencial es representado por la Corriente Popular que dirige Sabbahi, el candidato nasseriano que logró la tercera posición en la primera vuelta de las presidenciales, y el nuevo movimiento obrero, la Federación de Sindicatos Independientes. Se plantea el mismo problema: la afirmación de una alternativa de izquierdas, que luche en el terreno social, sin que esto sea contradictorio con alianzas más amplias por la defensa de las conquistas democráticas. Es importante presentar una identidad socioeconómica diferente al de las oposiciones liberales o las que representan al antiguo régimen, que tienen en común con los integristas en el gobierno el carecer de alternativas a las políticas socioeconómicas de antaño. Si no emergen alternativas progresistas, se corre el riesgo de que la crisis provoque regresiones reaccionarias.

-¿Tenemos responsabilidades en Europa en relación a todo esto?

-Efectivamente, el movimiento obrero, la izquierda radical en cualquier caso, la que defiende una alternativa al sistema, debe tejer lazos con las fuerzas correspondientes en el levantamiento regional. No es solo un deber internacionalista y altruista; la izquierda europea está interesada en que lo que ocurre al otro lado del Mediterráneo desemboque en una radicalización social. Actualmente se pueden establecer sinergias con la crisis que sacude Europa y la radicalización en curso en países como Grecia y España.

Jacques Babel. NPA (Nuevo Partido Anticapitalista), Francia
http://www.npa2009.org/
Traducción de Viento Sur
http://www.vientosur.info/