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Siria

Lecciones históricas de la revolución: una evaluación crítica

Fuentes: blogs.mediapart.fr

Es hora de evaluar las lecciones del levantamiento popular sirio, que en un principio pidió democracia, justicia social e igualdad y se opuso al racismo y el sectarismo. ¿Por qué el levantamiento popular no ha logrado estos objetivos iniciales? Ahora se pueden debatir algunas explicaciones y lecciones provisionales, aunque deben ser consideradas como reflexiones iniciales a desarrollar en el debate y diálogo con toda la gente interesada por la emancipación y liberación de las clases populares y pueblos oprimidos.

Más de 9 años después del inicio del levantamiento popular sirio, la situación es más que catastrófica para las clases populares del país. Siria se enfrenta a una profunda crisis humanitaria con 11,7 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria, mientras que más de 5,6 millones de personas sirias viven como refugiadas en Oriente Medio. La tasa de pobreza general superó el 85%, mientras que el costo de la reconstrucción se estima en alrededor de 500.000 millones de dólares.

El estallido de la crisis del Covid-19 a finales de marzo de 2020 intensificó aún más la crítica situación socioeconómica de la gran mayoría de las y los sirios. El régimen de Assad ha destruido innumerables hospitales, dejando un sistema de salud en ruinas y con financiación insuficiente, privado de medicamentos y suministros médicos por las sanciones internacionales.

El régimen sirio ahora reina en más del 70% del territorio sirio. Con la ayuda de Rusia, Irán y el Hezbolá libanés, aplastó el levantamiento popular inicial y ganó en gran medida lo que se ha convertido gradualmente a lo largo de los años en una guerra regional e internacional.

El proceso revolucionario

Debemos comenzar por comprender las raíces de la revuelta popular en Siria, Medio Oriente y África del Norte (MOAN). La región se encuentra al comienzo de un proceso revolucionario a largo plazo enraizado en la incapacidad de la economía política de la región para responder a las aspiraciones de su clase trabajadora y pueblos oprimidos.

Los Estados de la región están gobernados de diversas formas por oligarquías clánicas y dictaduras militares que supervisan una economía predominantemente rentista basada en combustibles fósiles y otros recursos. En los Estados patrimoniales rentistas, el poder está concentrado en manos de una familia y su camarilla como los Assad en Siria. Las familias dirigentes consideran al Estado como propiedad privada y han utilizado todo su poder represivo para proteger su poder.

Otros estados como Egipto, Argelia y Sudán son neopatrimoniales. En estos últimos, es el establishment militar el que tiene el poder, en lugar de una sola familia. Esto permitió a los militares, ante protestas masivas como en Egipto, reemplazar al dictador por otro y salvaguardar la estructura del régimen y su propio poder.

La diferencia en la naturaleza de estos regímenes es un aspecto clave para explicar los diferentes caminos tomados por los levantamientos populares en la región. Los regímenes patrimoniales eran menos flexibles y tuvieron que recurrir a la represión abierta como en Siria, mientras que los poderes neopatrimoniales, a la vez que usaban la fuerza, podían deshacerse de los despreciados gobernantes que estaban a la cabeza de los Estados y preservar el orden existente.

Estos regímenes y su papel en la economía global han alterado y distorsionado el desarrollo de la región, concentrándolo demasiado en la extracción de petróleo y gas natural, el subdesarrollo de los sectores productivos, el sobredesarrollo de los sectores de servicios y alimentando diversas formas de inversión especulativa, particularmente en el sector inmobiliario. Para las clases populares, excluidas de estos botines, esto se ha traducido en una migración de mano de obra calificada fuera de la región y tasas masivas de desempleo y subempleo, especialmente entre las y los jóvenes.

La economía política de la región creó así una situación prerrevolucionaria. La ausencia de democracia y el creciente empobrecimiento de las masas, en un clima de corrupción y crecientes desigualdades sociales, allanaron el camino para el levantamiento popular, que solo necesitaba una chispa.

Ésta fue proporcionada por las revueltas populares en Túnez y Egipto que inspiraron a las clases populares de otros países a levantarse. En Siria, amplios sectores de la población salieron a las calles con las mismas demandas que las planteadas por otras revueltas: libertad, dignidad, democracia, justicia social e igualdad.

Como sucede a menudo en un levantamiento popular, las y los sirios crearon instituciones alternativas al Estado existente. Las y los manifestantes crearon comités de coordinación y consejos locales, proporcionando servicios a la población local y coordinando el movimiento de protesta popular. En los territorios liberados, las y los revolucionarios crearon una situación cercana al doble poder que disputa el poder del régimen.

Por supuesto, al mismo tiempo no debemos idealizar esta fase, había límites; el sistema alternativo de autonomía democrática nunca se desarrolló plenamente y hubo problemas, en particular la subrepresentación de las mujeres y de las minorías étnicas y religiosas. Sin embargo, los comités y consejos lograron conformar una alternativa política que atrajo a grandes segmentos de la población.

Las fuerzas contrarrevolucionarias

Estos órganos democráticos han sido gradualmente socavados por varias fuerzas contrarrevolucionarias. La primera y más importante de estas fuerzas contrarrevolucionarias era, por supuesto, el régimen despótico de Assad, que tenía como objetivo aplastar militarmente el levantamiento popular.

Este régimen sigue siendo la amenaza más importante para las clases populares sirias. La resiliencia del régimen se basó en la movilización de su base popular a través de relaciones religiosas, tribales, regionales y clientelares, así como en el apoyo extranjero masivo de Rusia e Irán, y también de Hezbolá y otras milicias fundamentalistas islámicas chiítas iraquíes.

La segunda fuerza contrarrevolucionaria eran las organizaciones militares fundamentalistas islámicas y yihadistas. Estas organizaciones no tenían las mismas capacidades destructivas que el aparato estatal de Assad, pero se opusieron radicalmente a las demandas y objetivos originales del levantamiento popular, atacaron los elementos democráticos del movimiento de protesta y buscaron imponer un nuevo sistema político autoritario y excluyente.

Finalmente, las potencias regionales y los estados imperialistas internacionales constituyeron la tercera fuerza contrarrevolucionaria. La asistencia proporcionada por los aliados de Damasco, Rusia, Irán y Hezbolá, además de las milicias fundamentalistas islámicas chiítas extranjeras patrocinadas por Teherán, brindó al régimen un apoyo crucial -político, económico y militar- que le permitió sobrevivir.

Estas fuerzas regionales consideraban al movimiento de protesta popular en Siria y la posible caída del régimen de Assad como una amenaza para sus intereses geopolíticos. A medida que aumentaron su influencia sobre la sociedad y el Estado del país, Teherán y Moscú, en particular, se implicaron más en la supervivencia del régimen y la explotación de la reconstrucción del país, así como de sus recursos naturales.

Contra estos actores, los autodenominados “amigos de Siria” (Arabia Saudita, Qatar y Turquía) constituyeron otra fuerza internacional de la contrarrevolución. Apoyaron a la mayoría de los grupos fundamentalistas islámicos reaccionarios, contribuyendo a transformar el levantamiento popular en una guerra confesional o étnica, y en cada etapa se opusieron al levantamiento democrático por temor a que representara una amenaza potencial para sus propios regímenes autocráticos.

Los Estados occidentales bajo la dirección de los Estados Unidos tampoco estaban dispuestos a ver ningún cambio radical en Siria y rechazaron cualquier plan para ayudar a las fuerzas armadas democráticas que combatían para derrocar a Assad. La política estadounidense se ha centrado en estabilizar el régimen y lo que llamaron “War on Terror “, guerra contra el terrorismo, contra el Estado Islámico.

Durante un tiempo, Estados Unidos pidieron a Assad que dimitiera y buscaban un general receptivo al que pudieran controlar, pero cuando eso ya no parecía posible, abandonaron esa solicitud y aceptaron, junto con el resto de potencias regionales e internacionales, que continuara su reinado. A pesar de las divisiones entre diferentes actores regionales e internacionales, todos se unieron contra el levantamiento y todos intentaban evitar que se extendiera más allá de las fronteras del país.

Debilidades subjetivas de la izquierda

Todos los actores contrarrevolucionarios contribuyeron a aplastar el levantamiento popular sirio. Si bien no debemos dudar en señalar a estas fuerzas como responsables de la derrota, también debemos examinar y criticar los errores y las carencias de la oposición siria.

Uno de los problemas más importantes de la oposición fue la alianza errónea perseguida por las y los demócratas y algunas corrientes de la izquierda con el movimiento de los Hermanos Musulmanes y otros grupos fundamentalistas islámicos y sus patrocinadores internacionales, que se oponían a las demandas democráticas fundamentales del levantamiento, especialmente las de las mujeres, de las minorías religiosas y étnicas. Esta alianza equivocada ayudó a romper el carácter inclusivo del movimiento popular inicial en Siria. Este problema existía antes del levantamiento popular, pero se hizo más claro con su estallido.

Los diversos grupos de izquierda eran demasiado débiles después de décadas de represión del régimen para constituir un polo democrático y progresista organizado e independiente. Como resultado, la oposición al régimen de Assad no ha logrado presentar una alternativa política viable capaz de galvanizar a las clases populares y los grupos oprimidos.

La falta de respuesta a ciertas cuestiones fue particularmente evidente en dos temas principales: las mujeres y las reivindicaciones kurdas. En ambos casos, grandes sectores de la oposición siria reprodujeron políticas discriminatorias y excluyentes contra estos dos sectores, alienando fuerzas clave que habrían sido cruciales para la unidad contra el régimen.

Para ganar contra el régimen de Assad, la oposición habría tenido que combinar luchas contra la autocracia, la explotación y la opresión. Si hubiera desarrollado demandas democráticas, así como demandas para todas las y los trabajadores y para la autodeterminación kurda y la liberación de las mujeres, la oposición habría estado en posiciones mucho más sólidas para construir una solidaridad más profunda y amplia entre las diferentes fuerzas sociales en el seno de la revolución siria.

Otra debilidad de la oposición fue el débil desarrollo de la organización de clase y de organización política progresista de masas. Las revueltas populares en Túnez y Sudán demostraron la importancia de una organización sindical de masas como la UGTT de Túnez y las asociaciones profesionales sudanesas para permitir luchas de masas coordinadas con éxito.

Asimismo, las organizaciones feministas de masas desempeñaron un papel particularmente importante en Túnez y Sudán para la promoción de los derechos de las mujeres y el logro de los derechos democráticos y socioeconómicos, aunque éstos sigan siendo frágiles y no estén plenamente consolidados. Las y los revolucionarios sirios no tenían estas fuerzas organizadas en pie o al nivel de organizaciones de masas, lo que debilitó el movimiento, y su construcción será esencial para las luchas futuras.

La izquierda debe participar en la construcción y desarrollo de grandes estructuras políticas alternativas

La última debilidad clave que debe evaluarse y superarse es la debilidad de la izquierda regional y sus redes de colaboración. En estos momentos, la izquierda debe unirse para ayudar a forjar una alternativa a los diversos actores contrarrevolucionarios dentro de sus países, así como a nivel regional e internacional.

Estamos en medio de un proceso revolucionario en toda la región y necesitamos una izquierda que extraiga las lecciones y la inspiración de las luchas de cada país. Una derrota en un país de la región es una derrota para el conjunto, y la victoria en un país es una victoria para los demás.

Los regímenes despóticos comprenden esto. Nosotras y nosotros también deberíamos comprenderlo. Estos regímenes comparten las lecciones de estos levantamientos para defender su orden autoritario y neoliberal. Necesitamos más colaboración de nuestra parte, especialmente entre las fuerzas progresistas en la región y el mundo. No se puede encontrar una solución socialista en un solo país o en una sola región, especialmente en el Oriente Medio y África del Norte, que han sido un campo de batalla para las potencias regionales e imperialistas.

Por una izquierda internacionalista

Esta colaboración debe extenderse a la izquierda internacional, incluso dentro de las potencias imperialistas. Demasiados de estos sectores de izquierda han traicionado la revolución siria, negándose a desarrollar la solidaridad con las fuerzas populares progresistas.

Hay varias razones para esta traición, pero quizás la más importante es el abandono por parte de cierta izquierda del principio socialista de autoemancipación, de la idea de que solo las masas populares pueden liberarse por su propia lucha por reformas y por la revolución. En lugar de esta posición, que habría llevado a la izquierda a mostrar solidaridad con el levantamiento popular sirio, gran parte de la izquierda se ha puesto del lado del régimen de Assad contra el imperialismo estadounidense, en nombre de un supuesto “antiimperialismo ”.

Peor aún, parte de esta izquierda se ha alineado, en nombre de un autodenominado “mal menor”, con otras potencias imperiales y regionales, como Rusia e Irán, que intervinieron para salvar al régimen de los Assad. Han demostrado que su “antiimperialismo” no era más que retórica y que su práctica política no era más que ponerse del lado de un estado capitalista o un grupo de Estados capitalistas contra otros, ignorando, traicionando o, peor aún, difamando las luchas de las masas populares por su liberación y emancipación.

Esta posición también ha tenido un impacto en los movimientos contra la guerra, particularmente en los Estados Unidos y Gran Bretaña. En su mayor parte, estos movimientos se negaron a desarrollar la solidaridad con la revolución con el pretexto de que “el principal enemigo está en nuestro país”. Si bien esto es cierto, especialmente en el caso del Estado estadounidense, que sigue siendo el mayor oponente a un cambio social progresista en el mundo, esto no significa que los movimientos contra la guerra que se oponen a sus propios Estados no deban tener opinión por sí mismos hacia otros imperialismos internacionales y regionales o revoluciones populares.

En lugar de esto, en Estados Unidos y el Reino Unido, deberían haberse enfrentado a otros imperialismos menos poderosos y haber desarrollado la solidaridad con el levantamiento popular sirio. Esta es la única forma de que la izquierda construya un verdadero internacionalismo que se oponga a todos los imperialismos, forme vínculos entre las luchas de los pueblos por la revolución y la liberación nacional y construya una lucha mundial desde abajo por el socialismo.

Estamos en un entorno propicio para promover ese internacionalismo. Durante el año pasado, fuimos testigos de una nueva ola de levantamientos populares que ponen en cuestión al neoliberalismo y el autoritarismo en grandes partes del mundo, y aunque la pandemia y la recesión global puedan detener temporalmente estos levantamientos, el cuestionamiento del sistema se profundizará en los próximos años y provocará levantamientos populares aún más radicales. Debemos forjar una nueva izquierda internacionalmente dedicada a conducirlos a la victoria.

Procesos revolucionarios

Siria y la región de Oriente Medio y África del Norte no serán una excepción a esta dinámica. Se está gestando una nueva tormenta incluso en países como Siria, que han sufrido contrarrevoluciones catastróficas.

Por eso debemos tener la perspectiva de que procesos revolucionarios como el de la región de Oriente Medio y África del Norte constituyen una época que puede pasar por fases de revolución y derrota seguidas de nuevos levantamientos revolucionarios. En Siria, las condiciones que llevaron a los levantamientos populares siguen presentes y el régimen no solo ha sido incapaz de resolverlas, sino que las ha exacerbado.

Damasco y otras capitales regionales creen que pueden mantener su dominio despótico recurriendo continuamente a la violencia masiva contra sus poblaciones. Esto está condenado al fracaso y podemos esperar nuevos estallidos de protestas populares, como las que han estallado recientemente en Sudán, Argelia, Irak y Líbano.

El régimen de Assad, a pesar de todo el apoyo de sus aliados extranjeros, a pesar de toda su capacidad de resistencia, se enfrenta a problemas insolubles. Su incapacidad para resolver los graves problemas socioeconómicos del país, combinada con su implacable represión, ha provocado críticas y más protestas.

A mediados de enero de 2020, se llevaron a cabo varias protestas en la provincia de Sweida para oponerse al fracaso del régimen sirio en la lucha contra la pobreza y el desempleo. Más recientemente, las protestas contra el régimen han aumentado en las provincias de Sweida, Daraa y en las zonas periféricas de Damasco. Estas últimas manifestaciones denunciaron los problemas económicos y la carestía de la vida y exigieron la caída del régimen de Assad así como la salida de sus aliados, Rusia e Irán. El eslogan principal de las y los manifestantes es “Queremos vivir”, como un llamamiento a más justicia social y democracia.\1

Sin embargo, estas condiciones no se traducen automáticamente en oportunidades políticas, especialmente después de más de nueve años de guerra destructiva y criminal. La ausencia de una oposición política siria estructurada, independiente, democrática, progresista e inclusiva, que pudiera atraer a las clases más pobres, ha hecho difícil para varios sectores de la población unirse y desafiar al régimen de nuevo y a escala nacional.

Este es el principal desafío. Aunque en difíciles condiciones de represión, de intensa pauperización y de dislocación social, se debe organizar una alternativa política progresista que sea la expresión local de estas resistencias. Y debería inspirarse en algunas de las lecciones que he intentado describir, así como en los nuevos levantamientos en la región.

Cuando la revolución siria retome su curso, la izquierda internacional tendrá que reconocer los errores cometidos por tantos de sus sectores en respuesta a su primer levantamiento y no volver nunca más al lado del régimen o de las fuerzas regionales e internacionales de la contrarrevolución. La brújula política de las y los revolucionarios debe guiarse siempre por el principio de solidaridad con las luchas populares y progresistas.

Como dijo el Che Guevara, “si tiemblas de indignación ante cada injusticia, entonces eres uno de mis compañeros”. Nuestros destinos están vinculados.

https://blogs.mediapart.fr/jean-marc-b/blog/280720/syrie-lecons-historiques-de-la-revolution-un-bilan-critique-par-joseph-daher

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Joseph Daher es activista sirio, enseña en la Universidad de Lausana (Suiza) y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia). Es el fundador del sitio web Syria Freedom Forever, dedicado a construir una Siria secular y socialista. Acaba de publicar Le Hezbollah, un fondamentalisme religieux à l’épreuve du néolibéralisme (Éditions Syllepse, Paris 2019, 20,00 €). Este artículo apareció por primera vez en inglés en la revista Spectre: https://spectrejournal.com/historical-lessons-of-the-syrian-revolution/?fbclid=IwAR2iE-31bVv7Nbx4Cz_lJD35jvIz5XSPBq3rerJyM2RUPqFVRhzBk