De nuevo es la editorial Pepitas de Calabaza la que nos sorprende con otro de los grandes libros del escritor norteamericano Lewis Mumford: La ciudad en la historia, obra de la que ya se conocía una antigua traducción al castellano, pero que la editorial riojana se ha ocupado de actualizar y revisar para ponerla a […]
De nuevo es la editorial Pepitas de Calabaza la que nos sorprende con otro de los grandes libros del escritor norteamericano Lewis Mumford: La ciudad en la historia, obra de la que ya se conocía una antigua traducción al castellano, pero que la editorial riojana se ha ocupado de actualizar y revisar para ponerla a disposición del lector. Que un pequeño proyecto editorial siga insistiendo en editar lo mejor del legado de Mumford tiene su gracia, en un momento en que las universidades y los grandes bloques editoriales no parecen mostrar un particular interés en pensadores que escribieron su obra a contracorriente del siglo XX.
Mumford murió antes de poder asistir a la consolidación de la megalópolis informatizada en la que se ha convertido nuestro planeta. En las páginas finales de La ciudad en la historia, hablaba con inquietud e ironía de esa ciudad-oficina, gran centro burocratizado en torno al cual todos los restos de vida comunitaria y autónoma debían girar o ser aniquilados. En ese sentido, Mumford decepcionará a aquellos que en su libro busquen una confirmación para sus sueños de utopías urbanas. Ya a finales de los años 50 del pasado siglo Mumford constataba, en efecto, que las ciudades del occidente desarrollado habían emprendido un rumbo desbocado hacia la nada, empujando sus límites exteriores sin orden ni concierto, destruyendo la periferia y el ámbito rural y, por tanto, sembrando las semillas de su propia extinción.
En 1960, de forma serena, Mumford levanta el acta de defunción de la ciudad, no sólo como espacio físico, sino como proyecto de la modernidad. Porque Mumford no rechaza sin más la ciudad, no es un eremita que busca la salida al campo, el exilio, el retiro espiritual. La ciudad en la historia es tanto la condena de la ciudad industrial y postindustrial, como la apasionada defensa de lo que la ciudad pudo ser o hubiera podido ser si las ambiciones del Poder no hubieran actuado sobre el destino de la humanidad.
Pero Mumford no se deja llevar por un revisionismo al uso. Hay que recorrer las páginas de este libro para advertir su amor por las formas urbanas del pasado, viendo en ellas, como él pudo ver, la aspiración colectiva a una vida más bella y justa. Aspiración frustrada por las élites gobernantes, por el Estado naciente, por la Babilonia sin jardines, por la megalópolis amorfa de la era tecnológica… En el pasado de la ciudad, Mumford ve la realización de una idea y todas las dimensiones políticas y civiles de esta idea. En ese sentido, las páginas que dedica a Venecia son ejemplares. En especial cuando modula su comentario acompañándolo de la Utopía de Tomás Moro. En efecto, la hermosa y rica Venecia no puede ocultar los desmanes e intrigas del poder, la guerra y la conspiración. Como Mumford señala, Venecia no aspiraba a ser la ciudad ideal pero… ¿lo era la utopía de Moro? Si Venecia muestra un colorido, variedad y abundancia teñidas de sangre y despotismo, la justa y cívica utopía de Moro asusta por su tétrica regimentación y su orden cerrado. Mumford no se engaña. Nos muestra siempre la tensión entre la realidad y el ideal. No oculta los elementos de su descubierta, los deja a la vista para que podamos interpretarlos libremente.
Pero en la evolución de las formas urbanas Mumford no deja de advertir una evolución del culto al poder centralizador. Poder militar y financiero, burocrático y policial. Es esto lo que nos seduce de su libro. La ciudad, a través de la historia, se va consolidando como centro indiscutible de poder y, para lograrlo, es necesario que asfixie todas las otras posibilidades de vida colectiva que subsisten a su alrededor. Evidentemente, los avances técnicos, con su régimen de explotación cada vez más intensivo de energía, permitirán que la ciudad se expanda de una forma inédita. Las implicaciones estéticas que Mumford saca de estos cambios son fascinantes. El espacio urbano se amplia y traduce ese dominio que ahora ejercen las ciudades sobre el resto del orbe. Se rompen los límites, la perspectiva se dispara. A la abstracción en las formas estéticas seguirá la abstracción manifestada en las nuevas formas de acuñar moneda y medir el tiempo. Las líneas alargadas de las nuevas avenidas de la ciudad barroca mostrarán este gusto por el espacio sin límites.
En la historia narrada por Mumford, la ciudad avanza hacia la mecanización y la muerte de sus potencialidades más genuinas. Las páginas finales de su obra muestran una actualidad arrolladora porque la ciudad hipertrofiada e inhumana que describe es ya, en muchos aspectos, la ciudad misma en la que habitamos. Uno de los méritos de Mumford es el de permitirse hablar de la ciudad en términos «biológicos» o, como diríamos hoy, en términos de «sostenibilidad». Siendo Mumford un discípulo de Patrick Geddes, no se le escapa que la ciudad es como un gran organismo vivo que necesita reponerse, descansar y recuperarse. La gran burocracia, los sueños de papel, apenas ocultan ese metabolismo frenético y despilfarrador que supone la gran ciudad moderna. Evacuación de residuos, abastecimiento de agua y energía, servicios de transporte… el fulgor de la ciudad depende de todo ello si quiere existir. Sus gestores parecen haberlo olvidado al diseñar la megalópolis que va absorbiendo todo lo que no es ciudad… como dice Mumford: «Esto señala el cambio de un sistema orgánico a un sistema mecánico, de un crecimiento con sentido a una expansión sin finalidad.»
Las páginas finales del libro de Mumford, donde nos habla del mito de la megalópolis son por todo ello una llamada a la sensatez. Sobre todo cuando nos avisan de que la Megalópolis se presenta como un gran cerebro y nos recuerdan que el cerebro no puede crecer a costa del cuerpo sin anunciar la catástrofe. En la época de internet, de la sociedad de la información y de la «economía inmaterial», ¿no constituye todo ello un lúcido aviso que no deberíamos desoír?
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/lewis-mumford-ciudades.html