Para mantener el equilibrio síquico y aguantar la devastación emocional que nos causa la sostenida bestialidad de Israel y Washington en Líbano y Palestina se requiere de mucha fe, serenidad y honestidad. El Holocausto judío quedó atrás. El Holocausto árabe acaba de empezar. Fe: hay muchas versiones. Las de Washington y Tel Aviv combinan una […]
Fe: hay muchas versiones. Las de Washington y Tel Aviv combinan una extraña mezcla de sionismo terrorista y hostilidad a toda forma de tolerancia y ecumenismo. Fundamentalismo religioso que resulta totalmente funcional a los intereses económicos de Occidente en los países del Levante. ¿Y el de «los otros», el «islamismo radical»? Bueno, en Arabia Saudita, aliado medular de Occidente, goza de excelente salud.
Serenidad: cosa de sabios. Hace unos meses, un monero de este periódico dibujó la estrella de David en un avión de guerra que arrojaba caricaturas islamófobas. Alguien muy puro de alma señaló entonces que se estaba acusando «… sin ningún tipo de pruebas y de manera dolosa a un país que en lugar de beneficiarse con ello corre el riesgo de ser borrado de la faz de la Tierra».
Honestidad: ¿el país que guarda en su arsenal 300 bombas atómicas «para defenderse» (el único de Medio Oriente que no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear) corre tal riesgo? Sugiero, entonces, que el monero dibuje el mismo avión arrojando los cadáveres de los niños paralíticos libaneses calcinados en estos días por Israel. Y que no se me diga que «… a la menor provocación (sic) se producen reacciones antisemitas».
Por momentos me gustaría creer en Dios. Porque mire usted: hoy por hoy, para tener fe, serenidad y honestidad hay que adherirse a una (digamos) «idea superior», algún Dios. Hablo de Dios en su estricto sentido etimológico: luz. Alguna luz que nos permita luchar con eficacia contra el Dios de ellos.
Yo creí encontrar a Dios siendo adolescente, leyendo un artículo de El correo de la UNESCO que hablaba de la luz que iluminó a los firmantes de la Carta de Naciones Unidas (ONU). Personas muy entendidas y, al parecer, «… resueltas a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestras vidas ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles…»
«Y con tales finalidades -remataban en el preámbulo- a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos…» (Carta de San Francisco, 26 de junio de 1945).
Yo confié en la Carta y en esas personas. Pero luego supe que, seis semanas después, el Dios de ellos lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Y luego, cuando los países del Levante se hallaban en plena lucha anticolonial (Irán, Egipto, Líbano, Siria e Irak), de una costilla de Palestina engendró un Estado que el día de su nacimiento advirtió que la política de buen vecino era cosa de soñadores.
A su modo, los creadores del Estado de Israel también eran soñadores. No se trata de si tenía o no derecho a existir. Se trata de entender lo que pasó ayer (y de lo que un jefe de Estado naciente advirtió ayer) para entender lo que pasa hoy. El primer jefe de gobierno de Israel, David Ben Gurion, dijo el 12 de diciembre de 1948: «El sionismo ha alcanzado su meta el 14 de mayo de 1948 con la creación del Estado judío… Este, sin embargo, no es el fin de nuestra lucha, sino que empezamos hoy y tenemos que seguir hasta crear un Estado desde el Eufrates al Nilo. Tenemos intención de conquistar más y más».
Adelantándose medio siglo a la doctrina de guerra preventiva, Ben Gurion y el «pueblo elegido de Dios» se convirtieron en el ángel exterminador del pueblo palestino. Y a propósito, vale la pena meditar en dos cosas: 1) la curiosa asociación del patriarca (sionismo = Estado judío); 2) la patética aseveración de que «no todos los judíos» apoyan el genocidio en curso del Líbano. En efecto, no todos. En Israel, apenas 92 por ciento apoya el holocausto del país árabe (Euronews, 31/7/06).
Tras realizar el ejercicio de meditación, sugiero revisar la intervención de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, ante 18 mil delegados que el 14 de junio pasado asistieron a la convención anual de los bautistas del sur, celebrada en Greensboro (Carolina del Sur). Los Bautistas del Sur representan la principal reserva electoral de George W. Bush.
No preguntemos qué hacía Condoleezza entre las víboras racistas que enarbolan la bandera de la Confederación contra la que lucharon sus antepasados. Detengámonos en lo dicho por la señorita: «… la dignidad humana no es un don del gobierno a sus ciudadanos ni un don que los hombres se otorgan entre sí. Es una gracia divina para toda la humanidad». Según la mamá, Condoleezza sería una derivación ítalo-musical: «con dulzura». ¡Ay!
Conviene, entonces, tener algún Dios. Pero uno bien misericordioso, que se apoye en el artículo 51 del capítulo VII de la Carta ONU: «… ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho de legítima defensa». Es lo que justamente está haciendo Hezbollah, el «Partido de Dios», en defensa del pueblo y la soberanía nacional del Líbano.