No convendría lanzar las campanas al vuelo porque, al fin, los gobiernos de los principales países europeos se hayan decidido a intervenir en el Líbano con una fuerza militar bajo el patrocinio de Naciones Unidas, para dar por concluido el último enfrentamiento entre Israel y el mundo árabe, en este caso representado por Hezbolá. Aunque […]
No convendría lanzar las campanas al vuelo porque, al fin, los gobiernos de los principales países europeos se hayan decidido a intervenir en el Líbano con una fuerza militar bajo el patrocinio de Naciones Unidas, para dar por concluido el último enfrentamiento entre Israel y el mundo árabe, en este caso representado por Hezbolá. Aunque se muestra así una cierta voluntad europea de participar de modo positivo y coordinado en el apaciguamiento de los conflictos que más de cerca afectan a la UE, basta con leer entre líneas algunas declaraciones oficiales publicadas estos días para no hacerse demasiadas ilusiones sobre lo que allí está ocurriendo.
Tras la reunión de Bruselas donde se decidió la participación europea en Finul (Fuerza interina de Naciones Unidas en Líbano), el secretario general de la ONU declaró que «confiaba mucho en que Europa asumiría su responsabilidad y mostraría solidaridad con el pueblo libanés». Es presumible que este pueblo sólo con muchas dificultades pueda creer que Europa se siente solidaria con él, pues ésta asistió impávida -aunque oficialmente algo molesta- al bombardeo que durante 33 días destrozó sus infraestructuras y mató a sus hombres, mujeres y niños. Tras dudas y vacilaciones sin cuento, la UE ha esperado a que callasen las armas para empezar a mostrarse activa a favor de ese desventurado país.
Kofi Annan añadió: «Ahora podemos empezar a establecer juntos una fuerza creíble». ¿Creíble para quién? ¿Para Israel, que no vaciló en atacar una posición de la ONU en Líbano y matar a su guarnición, cuando le pareció necesario? ¿Para Hezbolá, que ha hecho frente, sin rendirse, al que se tenía como el mejor ejército de la zona y está decidida a liberar a Líbano de toda fuerza de ocupación? ¿Para la opinión pública europea, que olvida muy pronto algunas lamentables actuaciones anteriores de los cascos azules de la ONU en los territorios balcánicos? Será creíble, por supuesto, para los gobernantes europeos que valoran su peso y su influencia, en este caótico conglomerado de 25 países que llamamos Unión Europea, en función del número de soldados que envíen ahora a Líbano y de los cargos que ostenten sus generales en los diversos escalones del mando militar que se organice para esta misión.
Tampoco estuvo muy acertado Kofi Annan al afirmar que la fuerza europea ofrecía ahora la posibilidad de un «alto el fuego duradero y de una solución a largo plazo a la crisis de Oriente Próximo». Él sabe muy bien que no va a ser así. Sabe que esta crisis, de muy larga trayectoria, está originada por el conflicto palestino-israelí, cuyas raíces se remontan a la guerra de 1948, tras la creación del Estado de Israel. Lo que la fuerza multinacional va a hacer en Líbano, en el mejor de los casos, será poner un parche transitorio en una herida emponzoñada; curar sólo uno de los síntomas de una enfermedad, grave, crónica y contagiosa, cuya verdadera naturaleza pocos se atreven a reconocer y, mucho menos, a exigir la aplicación de los remedios que podrían sanarla. Porque esto obligaría a ir contra gran parte de los designios expresados por el actual Gobierno israelí y por su poderoso protector, EEUU.
La resolución del conflicto palestino-israelí, convertido pronto en conflicto árabe-israelí, y extendido después hasta los confines del mundo musulmán, es lo único que acabaría con el Hezbolá de hoy y con los que vinieran a reemplazarle si fuese aniquilado; desactivaría la peligrosidad de las decisiones políticas de Siria o Irán; y cortaría el fluido que mantiene activo a la mayor parte del terrorismo internacional. Apaciguar transitoriamente el Líbano es una medida que no apunta en la dirección correcta para un arreglo definitivo entre los intereses hoy enfrentados, aunque sea mejor que no hacer nada.
El director del diario beirutí Daily Star escribía el pasado lunes en Middle East Online: «Los políticos y dirigentes gubernamentales que dominan esta región (Oriente Próximo) o que intervienen en ella desde las capitales occidentales parecen todos unos puros aficionados o unos brutos inmoderados cuando atacan los síntomas en vez de afrontar el problema esencial que ha hecho que esta región se multiplique en espirales de violencia cada vez mayores, desde los años setenta». No se puede hablar más claro. ¿Por qué no escuchar, de vez en cuando, a los que viven dentro de los problemas, en vez de seguir a ciegas la opinión de los que viven a costa de esos problemas?
Bienvenida sea, a pesar de todo, esa fuerza multinacional que va a contribuir a pacificar el Líbano, y deseemos lo mejor a las unidades de los ejércitos españoles que en ella participarán. Pero ni unos ni otros van a facilitar, con su intervención, un avance significativo en la resolución del grave problema que ha provocado la situación que ahora se intenta arreglar. Israel, por la fuerza de las armas, no ha logrado en varios decenios disfrutar de una seguridad a la que tiene derecho. Ni los palestinos han establecido el Estado soberano que nadie puede negarles. Sólo un acuerdo de paz, de muy amplia envergadura, entre Israel y el conjunto del mundo árabe y musulmán, podrá abrir horizontes de concordia en una de las más peligrosas zonas del mundo actual.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)