Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Se había anunciado como un discurso de paz, pero el primer ministro israelí Benyamin Netanyahu utilizó la retórica de un conquistador colonial cuando pronunció su muy esperado discurso político en la Universidad de Bar Illan. Dijo a los palestinos sin ambigüedad alguna que su existencia y futuro depende de su aquiescencia, de su renuncia a su propia historia, a sus derechos y a sus aspiraciones. En efecto, Netanyahu apeló a los palestinos para que aceptaran una derrota total. Fue un discurso recordando a los vencidos que no tenían derechos más allá de aceptar los términos de su derrota.En la tradición de los colonialistas victoriosos, la visón del futuro de Netanyahu emanaba de un derecho que se había otorgado a sí mismo a reescribir la historia y a determinar el destino las personas a las que ha vencido.
El discurso de Netanyahu supone un golpe para una solución al conflicto basada en la justicia, no sólo porque sólo ofrece una entidad carente poder sujeta al control israelí de facto, sino porque, lo que es más importante, la visión del dirigente israelí se basa en un discurso sionista extremista que promueve la idea de que la tierra histórica de Palestina – reconocida como Israel y Cisjordania – es la patria del pueblo judío.
Historia revisionista
Esta versión niega categóricamente la historia palestina y las raíces árabes en Palestina, y, por consiguiente no reconoce la desposesión de los palestinos en 1948 ni la ocupación de Cisjordania, incluyendo Jerusalén, en 1967. En vez de ello, lo que hay son las «indiscutibles tierras de Israel»: «El Estado de Israel es la patria nacional del pueblo judío y seguirá siéndolo», dijo Netanyahu a su audiencia. «La conexión del pueblo judío con la tierra ha existido desde hace mas de 3.500 años. Judea y Samaria [Cisjordania, en la «terminología» israelí, n. de la t.] [son] los lugares en los que anduvieron nuestros antepasados Abraham, Isaac y Jacob, nuestros antepasados David, Solomon, Isaiah y Jeremiah. No es una tierra extranjera, es la tierra de nuestros antepasados», dijo enfáticamente hasta recibir un fuerte aplauso.
En todo el discurso Netanyahu nunca se refirió ni por lo más remoto a una ocupación ni al fin de ésta. En vez de ello, se refirió a la ocupación israelí de Cisjordania en la guerra de 1967 como «cuando los soldados entraron en Judea y Samaria»:
La presencia de palestinos «en al tierra de Israel», como la denomina Netanyahu, es un problema al que Israel ha tenido que hacer frente para garantizar su seguridad en vez de ser una ocupación y desposesión de un pueblo originario: «Pero, amigos, debemos decir toda la verdad aquí. La verdad es que el área de nuestra patria, en el corazón de la patria judía, ahora vive una gran población de palestinos», dijo Netanyahu.
En otras palabras, se describe la presencia de palestinos en sus tierras como un accidente de la historia, con lo que se anula su historia y se les despoja de sus derechos legales y, para qué hablar, de sus derechos nacionales.
«Patria judía»
Las exigencia propuestas por Netanyahu sólo se deberían entender y evaluar en el contexto de la denegación de la historia e identidad palestinas.
Las dos condiciones previas para la paz de Netanyahu son una consecuencia lógica de su flagrante y distorsionada historia revisionista.
Exigir a árabes y a palestinos que reconozcan que Israel es «la patria judía» histórica equivale a exigir que los propios árabes, musulmanes y palestinos se retracten de su propia historia, de sus raíces y de su identidad. Así, al denegarles sus propios derechos los palestinos son reducidos a una comunidad extranjera que se encontró por accidente en la tierra de otro pueblo y que debe aceptar los términos de su «anfitrión». Comunidades así no ejercen el derecho a la autodeterminación ni los derechos nacionales. Por consiguiente, siguiendo la línea de pensamiento de Netanyahu lo único natural es que se acepte un Estado palestino si está privado de autentica soberanía o independencia.
El Estado palestino
Es erróneo interpretar las condiciones de Netanyahu como una aceptación de la solución de los dos Estados. La visión que presentó Netanyahu despoja a los palestinos de su derecho a la autodeterminación y lo sustituye por el «derecho» de Israel a seguir con su dominio de las tierras y vidas palestinas. Quiere ocupación sin el peso y responsabilidad de dirigirla.
Presentó una visión de una entidad palestina aislada y asediada que no tendría control sobre la tierra bajo sus pies ni sobre los cielos encima de ella: «El territorio en manos palestinas debe estar desmilitarizado, en otras palabras, sin un ejército, sin control del espacio aéreo y con salvaguardas de seguridad efectivas», afirmó.
Así, su exigencia de un «Estado desmilitarizado» es una exigencia lógica ya que, ¿cómo si no pueden Netanyahu, Israel y sus futuros dirigentes asegurar la subordinación total de las futuras generaciones palestinas que estarán recluidas en una prisión perpetua disfrazada de Estado? Visto desde esta perspectiva, desde un punto de vista palestino Netanyahu no solo está tratando de privar a los palestinos de sus aspiraciones presentes sino que está negando a las generaciones futuras el derecho a soñar con la libertad.
Desmoronamiento espiritual
En la lógica de los conquistadores, la total sumisión de los vencidos sólo es posible si se niega a los derrotados el derecho y la capacidad de resistir.
Desarmar a una población encarcelada para garantizar su control en nombre de la condición de Estado es una condición previa para garantizar que las generaciones futuras no se rebelarán contra el control israelí.
Pero éste no es el aspecto más peligroso de las condiciones que pone Netanyahu a la capitulación palestina. Lo que Netanyahu busca es un desmoronamiento moral y psicológico del espíritu palestino. Quebrar el espíritu de una nación no sólo se consigue privando a los palestinos del derecho a resistir o de su derecho a defenderse, sino obligándolos a renunciar a su memoria. La memoria es el elemento clave aquí.
Es sorprendente que Washington y los gobiernos occidentales se hayan precipitado a aplaudir el llamamiento de Netanyahu a reconocer Israel como un Estado judío, que equivale a un evidente llamamiento a borrar la historia palestina.
En su discurso Netanyahu reescribió la historia del conflicto borrando toda mención al derecho de los palestinos a sus tierra ancestral, denegando la identidad palestina y la historia de la desposesión impuesta por Israel al pueblo palestino y su ocupación de la tierra palestina.
«Simple verdad»
La retórica de Netanyahu, ampliamente difundida por la derecha israelí y los sionistas extremistas, es que el establecimiento de Israel fue un ejercicio del derecho del pueblo judío a su tierra natural; Israel no es responsable de los refugiados palestinos y, finalmente, nunca ha habido un problema de desposesión y de ocupación: «La simple verdad es que la raíz del conflicto ha sido y sigue siendo la negativa a reconocer el derecho del pueblo judío a su propio Estado en su patria histórica» dijo Netanyahu.
La retórica de Netanyahu es coherente con su largo historial político y refleja la ideología que prevalece en la clase dirigente israelí. Lo que es más preocupante es la bienvenida que ha dado Washington al discurso como un paso positivo hacia la paz. En el discurso que el presidente de Estados Unidos Barack Obama pronunció El Cairo ofreció un nuevo comienzo con los mundos árabe y musulmán basado en «el entendimiento y respeto mutuos». Al aclamar el discurso politico racista de Netanyahu Obama está echando a perder cualquier impulso que quisiera construir ya que perpetúa el refrendo estadounidense de la superioridad israelí.
El ex-presidente estadounidense Bill Clinton cometió el mismo error cuando apoyó incondicionalmente similares «ofertas generosas» del entonces primer ministro israelí Ehud Barak, que propuso establecer una entidad fragmentada y sin poder en partes de Cisjordania y Gaza disfrazada de Estado palestino. Yasser Arafat, el difunto dirigente palestino, rechazó la oferta y los desilusionados palestinos se levantaron contra Israel en los que se conoció como la segunda Intifada.
Parece que ni los dirigentes israelíes ni los estadounidenses han aprendido de la historia. Ningún dirigente palestino, moderado o extremista, aceptará semejante subordinación. Para los palestinos es tanto traicionar su historia como traicionar a las generaciones futuras.
Enlace con el original: http://english.aljazeera.net/