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Entrevista a al-Assad, presidente de Siria

«Llevo una vida normal; es por ello que soy popular»

Fuentes: The Daily Telegraph

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Cuando uno va ver a un gobernante árabe se espera inmensos y suntuosos palacios, batallones de guardias, anillos y anillos de controles de seguridad y un protocolo exagerado y entumecido. Uno espera que tendrá que aguardar horas a cambio de unos pocos minutos forzados en una dorada sala de recepción, rodeado de funcionarios, lacayos y cámaras de la televisión estatal. Uno espera un monólogo, no una conversación. Bashar al-Assad, el presidente de Siria, resultó ser muy diferente.

La joven que organizó la reunión me recogió en su propio coche. Condujo durante 10 minutos, luego torció por lo que parecía un camino lateral de poco uso entre arbustos. No había seguridad visible, ni siquiera una puerta, solo un hombre vestido como un conserje, de pie, junto a una cabaña. Nos dirigimos directamente a un edificio de una planta del tamaño de un bungaló suburbano más bien grande. El presidente nos estaba esperando en el pasillo.

Nos sentamos, sólo nosotros tres, en los sofás de cuero del pequeño estudio de al-Assad. El presidente iba en vaqueros. Era viernes, el día principal de las protestas en Siria: el primer viernes después de que la muerte del coronel Gadafi hubiera trascendido. Pero el hombre que ocupaba el centro de todo, el hombre que querían destruir, parecía bastante relajado.

Él consideraba que las protestas estaban disminuyendo. Después de que comenzaran en marzo, «no seguimos el camino de un gobierno tozudo. Seis días después inicié la reforma. La gente se mostró escéptica por si las reformas eran un opio para el pueblo pero cuando empezamos a anunciarlas, los problemas empezaron a disminuir… Fue entonces cuando la marea empezó a cambiar. Cuando la gente empezó a apoyar al gobierno… [Pero] estar en el medio resulta muy difícil cuando se tiene esta fuerte polarización».

Pensaba que los problemas no eran principalmente políticos. «Se trata de toda la sociedad, del desarrollo de la sociedad. Han surgido diferentes problemas como una crisis única. Adoptamos la economía liberal. Si se abre la economía sin prepararse bien para ello se abren brechas entre estratos sociales. Si no se consigue el modelo económico justo no se puede superar el problema».

Para los críticos de al-Assad -que se han expandido de manera constante durante los últimos siete meses para incluir no sólo a los manifestantes, sino a Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Naciones Unidas y, ahora, la Liga Árabe- estas declaraciones son simplemente delirantes. «Ha estado hablando de la reforma desde que llegó al poder [en 2000] y nunca sucede nada serio», sostenía uno de los líderes de la protesta de Homs, la ciudad clave de la oposición. «Matar a la gente no es un acto de reforma. No estamos pidiendo una reforma económica ni siquiera política bajo al-Assad, sino la salida de este presidente manchado de sangre, y elecciones libres».

La oposición parece, después de un bajón, haberse activado por la desaparición de Gadafi. La cifra de muertos el viernes -dicen, 40- es la más alta desde abril. Tres mil manifestantes han sido asesinados por las fuerzas de seguridad de al-Assad desde marzo, según Naciones Unidas, una cifra que incluye 187 menores. Ayer se informó de que el ejército sirio estaba bombardeando zonas civiles de Homs.

Sin embargo, al-Assad todavía cuenta con varias cartas que el recientemente fallecido coronel libio nunca tuvo. A diferencia de Libia, el país no es homogéneo ni religiosa ni étnicamente. Por el momento, el régimen parece que todavía sigue convenciendo a muchos sirios cristianos y de la minoría alauí -junto a algunos miembros de la mayoría suní- de que es su mejor opción.

El jueves por la noche, en el comienzo del fin de semana musulmán, la Ciudad Vieja de Damasco estaba abarrotada de gente entreteniéndose. Hombres y mujeres se mezclaban libremente. Se podía encontrar alcohol sin problemas. Un par de sacerdotes ortodoxos cristianos, con sus largas sotanas, caminaban por las calles atestadas y por los pequeños santuarios cristianos escondidos en las esquinas. El régimen está impulsando con éxito el mensaje de que todo esto está en riesgo. «No me gusta al-Assad, pero me preocupa que lo que venga pueda ser peor», decía uno de los que estaban paseando. El miércoles, Damasco fue testigo de una concurrida manifestación a favor de al-Assad: los periodistas occidentales que la cubrieron dijeron que no parecía que los participantes hubieran sido coaccionados.

El propio al-Assad no podría estar más lejos de un excéntrico dictador árabe del tipo que era Gadafi. Su inglés es perfecto -vivió durante dos años en Londres, donde conoció a su esposa. En la conversación se mostró abierto, en momentos incluso franco. Admitió que las fuerzas de seguridad han cometido «muchos errores» sin que nadie, al parecer, haya sido llevado ante la justicia por ellos. Supo tanto hacer como admitir una broma. Como antiguo presidente de la Sociedad de Informática Siria, a veces explica las cosas en términos informáticos.

«Comparar la dirección siria con la de un país occidental», dijo, «es como comparar un Mac con un PC. Ambos ordenadores realizan la misma tarea pero no se entienden entre sí», dijo. «Hay que traducir. Si alguien quiere analizarme como oriental, no me pueden analiza a través del sistema operativo o cultural occidental. Tiene que traducirme de acuerdo con mi sistema operativo o cultural». Le dije: «Es su lado fanático [de los ordenadores] el que habla», y se rió en voz alta. No me puedo imaginar a muchos dirigentes árabes con los que uno pudiera salir airoso llamándoles fanáticos.

Al-Assad vive en una casa relativamente pequeña en una calle normal aunque vigilada. Cree que su estilo de vida modesto es otro componente de su atractivo. «Existe una legitimidad según las elecciones y existe la legitimidad popular», afirmó. «Si uno no tiene legitimidad popular, haya sido elegido o no, será destituido; mire todos los golpes de Estado que hemos tenido».

«El primer componente de la legitimidad popular de uno es su vida personal. Es muy importante cómo se vive. Yo vivo una vida normal. Conduzco mi propio coche, tenemos vecinos, llevo a mis hijos a la escuela… Es por eso que soy popular. Es muy importante vivir de esta manera, que es la forma de vida siria».

Esto puede que no cuente frente a la pila de cadáveres de Homs, Hama y otros sitios, pero según las conversaciones mantenidas con residentes de Damasco al menos, parece que de alguna manera eso hace que al-Assad sea más apreciado por su propio pueblo que lo que otros muchos gobernantes árabes por los suyos.

¿Hacia dónde se encamina Siria en la actualidad? Homs, al menos, puede salir del control del régimen. «A diferencia de cualquier otra gran ciudad, Homs está en rebelión completa», dijo Malik al-Abdeh, un dirigente de la oposición con sede en Londres que se mantiene en estrecho contacto con la ciudad. «Se ha demostrado que el régimen lo tiene muy difícil para controlarla».

Pero en otros lugares el régimen parece mantener un mayor control. «En general, el régimen ha sido muy aglutinante», dice el Sr. Al-Abdeh. «El ejército no ha visto deserciones a gran escala».

Kadri Yamil, una figura de la oposición de Damasco, dice: «Después de siete meses vemos que el gobierno no puede detener el movimiento popular, pero el movimiento popular no puede detener al gobierno».

No hay acuerdo sobre qué hacer a continuación. El Dr. Yamil y algunos de los que operan abiertamente en Siria, dicen que la respuesta pasa por un auténtico diálogo con el régimen y por la reforma desde el régimen. «El problema es que el diálogo es superficial y sólo una herramienta para ganar tiempo», sostiene Yamil. «El gobierno no está actuando con la suficiente celeridad. Cuenta con uno o dos meses antes de que llegue el punto de no retorno».

Malik al-Abdeh y otros implicados en las protestas callejeras descartan cualquier idea de hablar con el gobierno y dicen que sus muertes le han situado ya más allá del punto de no retorno. Señala que las primeras personas que solicitaron autorización bajo la nueva ley que supuestamente permite las manifestaciones fueron detenidas. Sobre lo que se dice de nuevos partidos, fuentes del régimen afirman que el Artículo 8 de la Constitución siria, que dice que el partido Baaz de Al-Assad debe ser el dirigente, es poco probable que se cambie de forma sustancial.

Por ello, el sector de la oposición que protesta habla cada vez más de algo sobre lo que se habían resistido: la intervención extranjera. «Están más dispuestos a aceptar la idea», dijo al-Abdeh. «La gente quiere, por lo menos, algún tipo de zona de exclusión aérea que legitime un levantamiento armado en contra de Bashar, o tal vez algún otro tipo de intervención que anime a la gente del régimen a abandonar el barco».

En las manifestaciones del viernes pasado se reclamó una zona de exclusión aérea.

La semana pasada, tras el éxito de la intervención militar en Libia, el ex candidato presidencial republicano, John McCain, se convirtió en la primera personalidad estadounidense en sondear la idea. Una sugerencia es que una fuerza aérea extranjera pudiera imponer una especie de enclave dentro de Siria que se convertiría en el «Bengasi» del país, una base de operaciones contra el gobierno.

La respuesta del régimen a este nuevo peligro aparece dos veces. La semana pasada, se permitió que algunos grupos de la oposición con sede en Damasco celebrasen una conferencia de prensa en la capital. Criticaron al gobierno y pidieron la liberación de los presos políticos y el fin de la violencia de las fuerzas de seguridad -pero también, de manera crucial, combatieron cualquier forma de intervención extranjera reclamando exclusivamente una «solución interna» a la crisis.

Kadri Yamil y otros son muy críticos con el Consejo Nacional Sirio, el nuevo grupo que da cobertura a la oposición, con base en Turquía.

Malik al-Abdeh y otras personas afines al CNS al que representan, afirman que «el 80%» de la oposición siria denuncia que personajes como Yamil son títeres del régimen. «La gente como él resulta muy útil para Bashar en este momento», dice al-Abdeh. «No creo que gocen de apoyo popular».

Otra táctica del régimen consiste en emitir advertencias a Occidente sobre los peligros de intervenir en un lugar tan complicado. Como el presidente al-Assad dijo a The Sunday Telegraph: «Siria es el epicentro de esta región en estos momentos. Es la falla geológica, y si se juega con el suelo se producirá un terremoto… ¿Quieren ver otro Afganistán o decenas de Afganistanes?».

Esos temores son reales, lo que podría explicar por qué hasta el momento ha habido tan poco entusiasmo por parte occidental por la opción militar, o hacia el CNS, que únicamente ha sido reconocido hasta la fecha por un país, Libia.

Las dificultades prácticas son asimismo enormes. Las fuerzas del régimen libio eran comparativamente débiles. Para moverse entre ciudades tenían que cruzar el vacio desierto en el que podía ser relativamente fácil que resultaran atacadas desde el aire.

Las fuerzas sirias son mucho más fuertes, y los centros de población están agrupados más estrechamente.

Sin embargo, existe una creciente preocupación respecto a que la violencia del régimen y el aumento de la contra-violencia por parte de algunos sectores de la oposición pudiera conducir, en cualquier caso, a una especie de «terremoto»: la guerra civil o sectaria, al menos en algunas partes del país. Parece, al menos desde Damasco, que todavía hay margen para que se lleve a cabo una verdadera reforma y un cambio. Pero tiene que hacerse rápidamente.

Fuente: http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/middleeast/8857883/Syrias-President-Assad-I-live-a-normal-life-its-why-Im-popular.html