Cuando el Ejército se retira, detrás han quedado 4 muertos y 35 heridos. Han matado a cuatro personas, en menos de una hora, por tirar piedras, por defender lo que es suyo, por defender la poca dignidad que les queda. Ayer tuve la oportunidad de vivir y sentir más intensamente la impotencia de ser palestino. […]
Cuando el Ejército se retira, detrás han quedado 4 muertos y 35 heridos. Han matado a cuatro personas, en menos de una hora, por tirar piedras, por defender lo que es suyo, por defender la poca dignidad que les queda.
Ayer tuve la oportunidad de vivir y sentir más intensamente la impotencia de ser palestino. Ayer no fue más que otro ejemplo de lo que sucede cada día en las distintas ciudades y pueblos de Gaza y Cisjordania. Sin embargo ayer sucedió en Ramallah donde hacía 3 años que algo similar no sucedía y yo estaba presente por casualidad.
Ramallah es esa burbuja Palestina en la que pocas veces se manifiesta la ocupación a la luz del día y en donde se concentran consulados y embajadas, organizaciones (no)-gubernamentales, instancias de la Autoridad-sin-Autoridad Palestina, sedes de las grandes instituciones internacionales -ONU, el BM, UE…-, sedes de las empresas más importantes de este país-no-país,… Ramallah es la capital forzada de esa Autoridad-sin-Autoridad Palestina, un experimento e intento pre-meditado de convertir a esta pequeña ciudad en la substituta vitalicia de Jerusalem para palestinos y comunidad internacional.
Ayer alrededor de las 17h -hora punta en cualquiera de las ciudades Palestinas- las Fuerzas de Defensa Israelí -véase Ejército de Ataque- hacían una incursión en el corazón de la ciudad apoyados por una quincena de jeeps y hoovers. Se trataba de rescatar a un escuadrón de la muerte del ejercito de israelí -militares disfrazados de civil- cuya misión era apresar-asesinar a un miembro de la Yihad Islámica que había sido descubierto en un Internet café, en el décimo piso de un importante edificio comercial que preside la plaza de al-Manara -centro neurálgico de la ciudad.
La entrada de los vehículos en el la plaza se produce sin previo aviso y con disparos por parte del ejercito israelí. Inmediatamente los jóvenes y no tan jóvenes, trabajadores en los alrededores de la plaza o peatones que circulaban en ese momento por la vía comienzan a lanzar piedras contra los vehículos. En ningún momento habrá soldados sobre el terreno, toda la operación tiene lugar desde el interior de los vehículos desde donde los soldados israelíes disparan a diestro y siniestro. Disparan bombas de shock, de gas y de sonido así como enormes ráfagas de disparos de balas reales y tiros con balas de caucho -véanse balas de metal forradas de caucho. Acto seguido comienzan a escucharse disparos desde algunos edificios de viviendas palestinas del centro. La verdad es que no se sabe muy bien donde disparaban ya que los soldados se encontraban instalados en una plaza contigua a al-Manara. Dos helicópteros apache sobrevolaron la zona sin acercarse demasiado durante toda la operación. Los vehículos del ejército serán objetivo durante toda la operación de una avalancha de piedras y otros objetos que llueven desde los altos de los edificios.
Cuando el Ejército se retira, detrás han quedado 4 muertos y 35 heridos. Todo el centro esta lleno de escombros, alguna papelera ardiendo, algún radiador que otro, varios depósitos viejos de agua, tuberías… El panorama no es ni mucho menos de completa destrucción, pero resulta grotesco a los ojos de un recién llegado.
Tan rápido como el Ejército hubo abandonado la zona la vida volvió a una especie de normalidad que asustaba. Las gentes se agrupaban en pequeños grupos para discutir sobre lo que había sucedido, algunos ayudaban a retirar los escombros que habían quedado en la carretera, los coches comenzaban a circular por las vías todavía llenas de millones de fragmentos de rocas y piedras, las tiendas donde se habían producido los incidentes limpiaban los cristales rotos y cerraban en señal de protesta. La gente se miraba en los ojos de los demás con indignación y rabia. La vida continúa para los palestinos. Esta es una vez más, simplemente una más de todas las ocasiones en las que los palestinos se ven expuestos a violaciones sistemáticas de sus derechos y libertades. Uno se planta en mitad de la carretera mientras todo esto sucede, sin entender muy bien como es posible que haya sucedido algo así. Las ambulancias no han parado de pasar frente a nosotros. Han matado a cuatro personas, en menos de una hora, por tirar piedras, por defender lo que es suyo, por defender la poca dignidad que les queda. Es un sentimiento terrible que se traduce en rabia al comprender la impunidad con la que los Israelíes cada día violan a cada uno de los palestinos y palestinas que residen en Gaza o Cisjordania, en sus desplazamientos, en sus casas, en sus trabajos, en sus pueblos y ciudades.
Esta mañana en un análisis no muy exhaustivo de las portadas de algunos periódicos ibéricos -El País, El mundo, ABC, El Periódico, La Vanguardia, El Punt, Gara-, solo he encontrado dos referencias a lo que aquí ha ocurrido en el periódico galego Vieiros y en diario vasco Gara. En el País algo escondido, tras pasar por sección internacional, oriente medio, y hacer un scroll hasta el fondo de la página, también he encontrado una referencia sobre los hechos en un artículo de Juan Miguel Muñoz.
Mientras todo esto sucedía en Ramallah, en el Senado de los Estados Unidos de América el presidente Israelí Ehud Olmert era calurosamente acogido por Republicanos y Demócratas que cada dos minutos se levantaban para aplaudir efusivamente mientras deleitaba a su audiencia con los futuros planes para acabar con la resistencia palestina y definir unilateralmente las legítimas fronteras del nuevo estado palestino. Un estado palestino que se constituye de tres cantones-bantustanes-guettos o mejor dicho prisiones que siguen el modelo de la franja de Gaza y que representan el 40% del territorio que les corresponde legalmente a los palestinos.
Genocidio silenciado, sin prisa pero sin pausa.