Ardua labor, donde las haya, atinar con el adverbio debido. Y es que son tan impredecibles los adverbios, tan dados a enredarse y confundirnos que cualquiera los yerra, hasta los periodistas. Y si un botón vale la muestra, El País nos ofrecía ayer un buen ejemplo de la dificultad que entraña la elección del adverbio […]
Ardua labor, donde las haya, atinar con el adverbio debido. Y es que son tan impredecibles los adverbios, tan dados a enredarse y confundirnos que cualquiera los yerra, hasta los periodistas.
Y si un botón vale la muestra, El País nos ofrecía ayer un buen ejemplo de la dificultad que entraña la elección del adverbio correcto.
En una semblanza de Raúl Rivero, uno de esos que cuando son cubanos son llamados «disidentes», o partisanos (Posada Carriles), el periodista escribía: » …y se refugió en España con su familia, después de ser condenado a 20 años de cárcel, de los que llegó a cumplir casi dos».
¡Casi dos…! ¡Tuvo que cumplir casi dos años de una condena de veinte!
Como que el adverbio «casi», parece un poco precipitado. Tal vez otro adverbio, por ejemplo: «apenas», hubiera sido más prudente. «…Después de ser condenado a 20 años de cárcel, de los que llegó a cumplir apenas dos».
Y no voy a entrar en simples detalles… si debió haber sido absuelto, si nunca debió ser detenido o si la condena es la que lo tiene ahora en España, donde un artículo de prensa puede salirte por 10 años de prisión o una huelga de hambre, y en la que todo un ministro de Justicia se propone y confiesa «buscar nuevas imputaciones» a los presos que hayan cumplido sus condenas, porque más que esos detalles, lo que a mi me ha llamado la atención ha sido el «casi» que bien pudo ser «apenas». Sé que puede parecer una frivolidad entretenerse con el uso de los adverbios en vez de reparar en la gravedad de la denuncia, pero así soy yo de obtuso y así de corta mi mira.
Al poeta, estrecho colaborador de Alberto Montaner, cuya ficha, coincidencialmente, también es la de escritor y disidente, le preocupa la censura. «Para un periodista lo peor es la censura».
Pues enhorabuena, ha llegado usted al país indicado. Aquí, al margen de los habituales sobornos, amenazas y listas negras, casi no se han cerrado revistas ni periódicos, tampoco emisoras, apenas se han llevado periodistas a la cárcel, y ni siquiera se sabe de la existencia de torturas para las excepciones. Está usted en el país indicado, incluso, si decide residir en el País Vasco.
Y estoy convencido, al margen de las dificultades que tuvo el periodista para acertar con el adverbio y su escaso éxito, que la sensibilidad que Rivero manifiesta por la situación de los 300 disidentes presos en Cuba va a poder alimentarla aún con más generosos argumentos en su actual «refugio». Sólo en el País Vasco, apenas una cuarta parte de la población que tiene Cuba, va a tener ocasión el laureado de interesarse por el doble de presos vascos. Presos que ni siquiera cumplen condena en su lugar de origen, como manda la ley, sino que han sido desperdigados, alejados cientos, miles de kilómetros de sus familias, de su entorno, sujetos, además, a las gracias que improvise la justicia y a la impunidad con que se ejerce la tortura. Hay algunas diferencias, es verdad, pero sutiles. En el País Vasco, «las damas» no son de blanco sino de negro, no se ven, aunque existan; no se nombran, aunque sean, y en ningún caso cuentan con un periodista que las convierta en noticia y con un agasajado poeta que las reconforte.
Rivero sigue estando en el lugar indicado porque, adverbios al margen, su otra inquietud, esa ignorancia que afirma en los cubanos de no saber que «Cabrera Infante ganó el Cervantes, de que no se ha caído el muro de Berlín, ni ha sucedido nada en la plaza de Tiananmen», no parece haya tenido tan funestas consecuencias para la isla. Ahí sigue estando Cuba, más acompañada que nunca.
De los dos últimos episodios que Rivero cita han pasado ya bastantes años y, al decir del poeta, no hay en los cubanos ignorancias más recientes de las que dolerse. Apenas dos viejos capítulos de una historia que no ha dejado de ir acumulando páginas, esas que Rivero parece ignorar en su memorístico alarde.
Y en cuanto a las desgracias que para los cubanos suponga ignorar que Cabrera Infante ganó el premio Cervantes, reconozco que es también mi ignorancia y mi desgracia, y todavía respiro. El problema es que paso demasiado tiempo entretenido con los usos que damos a los adverbios y casi nunca me entero, casi apenas, de la vocinglería de los escaparates.
Por deducción, si lo que falta es lo que se sabe, casi estoy por envidiar a los cubanos sus lagunas, porque peor que no saber que cayó el muro de Berlín, es saber y callar que se levanta el muro de Israel en territorio palestino, que se extiende el muro de Estados Unidos en la frontera mexicana, que amplia sus muros de alambradas el estado español en sus colonias africanas, que Wall Strett, la «Calle del Muro» sigue dirigiendo los destinos del mundo…
Por eso vuelvo siempre a los adverbios y sigo pensando que «casi» bien pudo ser «apenas». Yo no sé si los cubanos ignoran lo ocurrido en la plaza de Tiananmen, pero apostaría que los españoles sí lo saben y eso no ha sido impedimento moral alguno para sostener fraternales relaciones con la China «comunista» y, sobre todo, jugosas y prósperas empresas, aunque su «cifra de negocio» esté todavía muy lejos de la magnitud de la estadounidense y la europea que, por cierto, tampoco desconocen la triste historia de la plaza china.
En fin que, de lo que «casi» pudo ser un argumento, hemos pasado a lo que «apenas» si califica como pretexto, tan subvencionado, por cierto, como el error del periodista en el uso del adverbio.