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Los alauíes también tienen una historia que contar

Fuentes: Indian Punchline

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Hay una excelente expresión que Lawrence Durrell utiliza en su clásica obra autobiográfica Limones amargos, para referirse a los tiempos difíciles a principios de los años cincuenta cuando Chipre perdió su inocencia y comenzó a desintegrarse en los primeros días de una brutal guerra civil. Durrell lo llamó «fiesta de la sinrazón» en la cual «arraigados tan profundamente en el compost medieval de los odios religiosos, los aldeanos actuaron torpemente en las aguas turbias del odio indiferenciado como hombres que se ahogan».

El comienzo de la guerra civil es el mismo en todas partes. Primero sentí a la bestia arrastrándose en Sri Lanka una lánguida tarde dominical después de conducir a Colombo al terminar un espléndido fin de semana con un dueño de plantación de té en «el interior» cerca de Kandy. A mitad de camino hacia Colombo cuando el abrupto descenso estaba a punto de terminar y se veían las llanuras, solía haber un grupo de salas de té donde uno podía estirar las piernas, fumar un cigarrillo, sorber un vaso de té. Ese día, sin embargo, al ver el número de patente diplomática del coche del Alto Comisionado de India y sintiendo nuestra etnia, el vendedor de té se mostró inamistoso. Nos intrigó, pero no investigamos y recién al llegar a casa, llegamos a saber que antes ese día en una emboscada en Thirunelveli en Jaffna, los ‘tigres’ habían matado a 13 soldados esrilanqueses y que había comenzado el pogromo étnico de Julio Negro en Colombo.

Fue el 23 de julio de 1983. La guerra civil que continuó durante las siguientes dos décadas llegó subrepticiamente a la idílica isla. Ya habíamos estado viviendo allí durante más de un año, pero desde ese día, hasta que partimos hacia Alemania Occidental dos años después, vimos un país enteramente diferente, en el cual la guerra civil se intensificaba implacablemente. Durrell describe en su libro la rapidez con la cual la incitación sectaria puede desgarrar comunidades que han estado viviendo juntas durante generaciones.

Lo mismo está ocurriendo en Siria, aunque pocas veces se ve su impacto en vidas comunes y corrientes. Solo leemos sobre la política -y la geopolítica- del asunto. La narrativa es que los alauíes son la clase gobernante y que los suníes buscan empoderamiento. Pero es una historia mucho más complicada. La mayoría de los alauíes son gente pobre que vive en comunidades rurales y que tiene dificultades para no pasar hambre. Tampoco han estado persiguiendo exactamente a los suníes. En todo caso, no se asemejan a una «clase gobernante».

De hecho, durante gran parte de su historia, los alauíes fueron perseguidos, especialmente durante el régimen otomano, debido a su actitud relajada ante la religión. Las cosas se calmaron un poco después del mandato francés en 1920.

El virus sectario del salafismo que está siendo inyectado a Siria por saudíes y turcos, es un acto deliberado de interpolación política – como en Afganistán en los años ochenta. El punto es que pocos alauíes están familiarizados aunque sea con los dogmas de su religión, ya que son conocidos solo por iniciados. En su creencia en la reencarnación del alma, no tienen similitud con el Islam de la línea dominante – suní o chií por igual. Para ellos, la religión es más una expresión cultural que un asunto de fe.

Por eso los kurdos suníes sirios, los cristianos, drusos, chiíes no alauíes, e ismaelitas, se unen alrededor del régimen de Bashar al-Asad y se suman a los alauíes porque comparten su complejo minoritario y su temor atávico a la dominación suní. La memoria colectiva de la opresión los une.

¿Por qué tienen los alauíes una memoria colectiva sobre los turcos? El historiador palestino Hanna Batatu escribió: «La suerte de los alauíes nunca fue envidiable. Bajo los otomanos fueron abusados, denigrados y avasallados por exacciones y, ocasionalmente, sus mujeres y niños fueron llevados al cautiverio y vendidos.»

A pesar de ello, las aldeas alauíes vivían lado a lado con su vecindario suní. Pero actualmente los autobuses que transportan alauíes toman desvíos para evitar el paso a través de esas aldeas suníes; las comunidades no se mezclan; albergan sombríos temores sobre las intenciones del otro y se acusan mutuamente de horribles crímenes. Y todo esto en cosa de meses.

Por cierto, Siria no es Sri Lanka. Los suníes no pueden decir que fueron perseguidos por los alauíes, pero es solo porque sucede que son la comunidad mayoritaria y reclaman sus prerrogativas. Por otra parte, los alauíes y otras minorías que representan hasta un 40% de la población temen un baño de sangre y persecución si hay una supremacía suní. El Estado sirio se ha convertido en el bastión de la identidad alauí incluso cuando se graduaron de ser una comunidad marginada a convertirse en protegidos del Estado durante las últimas 4 décadas.

El embajador M. K. Bhadrakumar fue diplomático de carrera del Servicio Exterior de la India. Ejerció sus funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.

Fuente original: http://blogs.rediff.com/mkbhadrakumar/2012/09/20/the-alawites-toohave-a-story-to-tell/