Tres monarquías han sido objeto de las anteriores entregas de esta serie de artículos, Arabia Saudita, Marruecos y Jordania. Pero estaríamos equivocados si pensamos que sólo estas formas de organización estatal, como herederas directas del ordenamiento colonial, pueden hermanarse naturalmente con los intereses sionistas en la región. Países con otras formas de gobierno, que se […]
Tres monarquías han sido objeto de las anteriores entregas de esta serie de artículos, Arabia Saudita, Marruecos y Jordania. Pero estaríamos equivocados si pensamos que sólo estas formas de organización estatal, como herederas directas del ordenamiento colonial, pueden hermanarse naturalmente con los intereses sionistas en la región. Países con otras formas de gobierno, que se pretenden republicanas, no han encontrado inconvenientes mayores para establecer una compacta red de relaciones con el estado sionista en detrimento del pueblo palestino. El caso más claro de lo que estamos sosteniendo lo constituye la «República» Árabe de Egipto, sobre cuyas alianzas con Israel intentaremos dar cuenta en las líneas que siguen.
Egipto
Como las demás monarquías árabes de las que nos hemos ocupado, la egipcia debía su existencia a la decisión colonial (británica en este caso) de crear, bajo su estricta supervisión, el Reino de Egipto en 1922. Para 1948 el rey Faruk gobernaba en el país africano, aun totalmente dependiente de las directrices emanadas por Gran Bretaña. El comportamiento del «Ladrón del Cairo» (como se conocía al monarca), al momento de producirse la creación del estado sionista, no podía ser sino lamentable.
«No puedo olvidarlo. Yo estaba en Gaza. Un oficial egipcio vino hacia mi grupo y ordenó que entregáramos nuestras armas. Al principio no podía creer lo que oía. Preguntamos por qué y el oficial respondió que era una orden de la Liga Árabe. Protestamos en vano. El oficial me dio un recibo por mi fusil. Dijo que me lo devolverían cuando terminara la guerra»1. Así recordaba Yassir Arafat la primera medida tomada por el gobierno egipcio durante la guerra de 1948 contra el estado sionista. Estas medidas se refuerzan con el alto el fuego de treinta días aceptado por la Liga Árabe el 10 de junio de 1948 y cuya única consecuencia sería la consolidación de las posiciones sionistas en el terreno. El propio secretario general de la Liga reconocía que «(…) el pueblo árabe jamás nos perdonará lo que hemos hecho»2. Como afirma Remí Favret «(…) a la luz de esta humillación los palestinos descubren que sus peores enemigos, después de los sionistas, son los árabes»3.
La corrupción, el lujo obsceno en el que vivía el monarca y la derrota árabe en la guerra de 1948, dio la legitimidad necesaria al golpe que el Movimiento de Oficiales Libres llevó a cabo en 1952, con Gamal Abdel Nasser como uno de sus máximos referentes. Para 1953 la monarquía había sido abolida. Dan Raviv y Yossi Melman sugieren que miembros del movimiento se habrían contactado con altos funcionarios de la CIA antes del golpe y que incluso, una vez en el poder, habrían recibido adiestramiento de esta agencia norteamericana4, sin embargo estas afirmaciones parecen poco probables si tenemos en cuenta la amplia preocupación que esta acción revolucionaria desencadenó en los gobiernos afines a los Estados Unidos en la región y a las medidas que tomó el gobierno norteamericano para evitar que se extendiera el modelo egipcio. Estos autores sostienen que Estados Unidos no se opuso al golpe a Faruk y que pretendía mantener buenas relaciones con el gobierno revolucionario; este habría sido el motivo por el cual la potencia norteamericana no acompaño la fallida operación israelo-franco-británica sobre el Canal de Suez en 1956 tras la nacionalización anunciada por Nasser ese mismo año. La victoria egipcia sobre las antiguas potencias coloniales y su aliado sionista catapultó la figura de Nasser, convirtiéndole en el referente de las aspiraciones árabes frente a las ambiciones occidentales y a la voracidad imperialista de Israel. Raviv y Melman sostienen que es en este momento, y no antes, que Estados Unidos comprende el peligro que la figura de este líder árabe representa para sus proyectos sobre la región y toma la decisión de actuar contra él.
Los años siguientes se caracterizaron por los intentos europeo-norteamericano- israelí de establecer una serie de alianzas en el mundo árabe para contener la ola revolucionaria que podía desencadenar el modelo egipcio. Como viéramos en las entregas anteriores, las monarquías saudí, marroquí y jordana rápidamente se involucraron en la constitución de esta «barrera anti nasserista» en Oriente Medio. Las virtudes de Nasser son innegables en muchos aspectos. El reconocido periodista egipcio Mohamed Heikal destaca que durante su gobierno se llevaron a cabo: «(…) la reforma agraria, la nacionalización del canal de Suez y el resto de las empresas importantes – incluida la banca y los seguros -, la industrialización, la redistribución de las riquezas y la intervención de obreros y campesinos en todos los organismos democráticos, la construcción de la gran represa, la emancipación de las mujeres, la educación gratuita en todos los niveles y, por supuesto, su toma de liderazgo político del mundo árabe como conjunto»5. Sin embargo, esta obsesión por liderar toda representación árabe lo llevará a cometer grandes equivocaciones, sobre todo con respecto a la resistencia palestina. En este sentido, la Liga Árabe decide, en 1964, la creación de la Organización para la Liberación de Palestina, bajo la dirección implícita del gobierno egipcio y funcional así a los intereses de Nasser. Tampoco renuncia el presidente de Egipto a la administración de Gaza, no restituye este territorio a los líderes palestinos ni intenta establecer allí un gobierno palestino que lleve sus reclamos, como Estado, a los distintos escenarios internacionales. De todas maneras estas equivocaciones, no menores, no implicaron la connivencia ni la alianza con el estado sionista, sino que se trataron de errores políticos de Nasser.
La guerra que Israel desata en 1967 procuró, además de extender sus fronteras ocupando la totalidad del suelo palestino, destruir de raíz cualquier intento de unidad árabe, y para ello debía primero humillar a Nasser. La victoria israelí no sólo arrebató a Egipto toda la península del Sinaí sino que además echó por tierra definitivamente los planes de Nasser de constituirse en el representante de un mundo árabe unido. Tres años después, en 1970, Gamal Abdel Nasser muere sin haber podido resolver sus dos grandes escollos políticos: la auténtica democratización del sistema egipcio y un Israel cuyas fronteras llegaban ahora hasta el canal de Suez.
Si la muerte de Nasser fue un golpe durísimo para los sectores del mundo árabe que pretendían quitarles el poder a las monarquía y los regímenes pro norteamericanos en la región, la llegada a la presidencia de Egipto de Anwar Al Sadat fue una verdadera catástrofe. Mohamed Heikal fue testigo de los contactos que, ya en 1971, mantuvo la CIA y Al Sadat, vía Arabia Saudita, para coordinar acciones de inteligencia6. El reposicionamiento estratégico egipcio quedó claro con la expulsión de los asesores militares soviéticos y la incorporación de Egipto a lo que se conoció como el Safari Club. Con este nombre se hacía referencia a la alianza entre los servicios secretos norteamericanos, franceses, saudíes, iraníes, marroquíes y egipcios para llevar a cabo actividades conjuntas en África y Oriente Medio7.
Por todos estos gestos políticos pro norteamericanos, Al Sadat esperaba importantes muestras de reciprocidad por parte de de Estados Unidos, creía ser merecedor de una de una recompensa que no se limitara, como hasta entonces, a garantizar su seguridad personal; pero ese respaldo contundente que le permitiera legitimarse frente al pueblo no llegó y Al Sadat decidió jugar su carta más peligrosa. Tomando totalmente de sorpresa a sus aliados occidentales, Egipto encabeza la guerra contra Israel en 1973, conocida como «de Yom Kippur» por los israelíes y «de Ramadán» por los árabes. El conflicto dejó al descubierto las enormes debilidades defensivas israelíes, cuya infraestructura militar las autoridades sionistas habían sobredimensionado propagandísticamente después de 1967, y permitió a Al Sadat presionar a los norteamericanos para que aceleraran la devolución israelí de la península del Sinaí mediante un acuerdo diplomático entre las partes. La intención de Sadat nunca fue más allá de reposicionar a Egipto en una mesa de negociaciones con Israel con la mediación estadounidense, aunque los llamamientos por la unidad árabe y la causa palestina hallan encendido los discursos belicistas del presidente egipcio. De hecho, con esta guerra Siria no pudo recuperar las Alturas del Golán, arrebatadas por los israelíes en 1967, y los palestinos no dieron paso alguno hacia la liberación de su territorio, pero Al Sadat le hizo saber a Estados Unidos que él, en tanto aliado estratégico, le ofrecía una oportunidad de negociación que no podían desaprovechar.
Apenas un par de años después de finalizada la Guerra de Ramadán, y con la colaboración de Marruecos, se iniciaron los contactos entre Egipto e Israel que darían como resultado los Acuerdos de Camp David de 1978 y la firma del Tratado de Paz en 1979. El éxito israelí fue completo, devolviendo la península del Sinaí consiguió: la garantía de que la misma estaría desmilitarizada; la anulación de la frontera sur como espacio potencial de conflicto; el debilitamiento del bloque árabe al negociar por separado la paz (algo a lo que se habían opuesto desde 1948 todos los países árabes); la marginación de la voz palestina en los acuerdos, la limitación de la demanda sobre los territorios ocupados en 1967 a una vaga promesa de autonomía y la garantía por parte de Egipto de suministrarle dos millones de toneladas anuales de petróleo8. El resultado de los coqueteos de Al Sadat con sus aliados israelíes y norteamericanos fue la descomposición del frente árabe incluso en el plano de lo discursivo. A las innumerables críticas que cayeron sobre Al Sadat por esta claudicación desde todos los rincones del mundo árabe e islámico, el presidente egipcio sumó las crecientes manifestaciones populares opositoras dentro de su propio país. La paupérrima situación económica en la que estaba sumergido Egipto contrastaba con las celebraciones faraónicas que llevaba a cabo Al Sadat y el despilfarro con el que agasajaba a personajes de la política y la farándula de Occidente. Finalmente Al Sadat caerá muerto por las balas de un militante islámico en 1981.
Como bien sostiene Edward Said «(…) cada sucesor de un predecesor importante ha sido una versión reducida de lo que había antes. A Abdel Nasser le siguió Anwar Al Sadat, y a éste Hosni Mubarak, una figura militar tras otra, con menos dotes y carisma a medida que la línea avanzaba»9. Mubarak, que sobrevivió al ataque en el que muriera Al Sadat, no dudó en continuar y profundizar las alianzas establecidas por el gobierno anterior. Así, lo primero que garantizó el nuevo presidente fue la continuidad de un proyecto iniciado en 1979, que incluía al gobierno sudanés encabezado por Gaafar Numeiri, destinado a trasladar a Israel a la importante comunidad judía de Etiopía y garantizar con ella la rápida colonización del territorio palestino. En 1985 este operativo salió a la luz, Numeiri fue depuesto y juzgado in absentia por recibir sobornos del Mossad y la CIA y por colaborar con Israel; pero el ex presidente sudanés encontró asilo y protección en el Egipto de Mubarak, actor imprescindible para las operaciones israelíes y norteamericanas en el continente10. Esto mismo sostuvo el presidente libio Muammar Gadafi en una entrevista que mantuvo con David Yallop en 1987. «Gadafi habló – sostiene Yallop – de la ‘Operación Ramadán’, una conspiración de los Estados Unidos y Egipto, en 1985, en que intervenían bombarderos americanos B52 y fuerzas terrestres egipcias. Objetivo: matar a Gadafi»11.
La Guerra del Golfo de 1991 le permitió a Mubarak afianzar aun más su posición de socio indiscutido de Israel y los Estados Unidos. Egipto no sólo condenó inmediatamente la invasión a Kuwait sino que decidió presuroso enviar un gran contingente militar a la región. «A cambio de su firme actitud contra Irak, El Cairo logró la condonación de la deuda externa contraída con las monarquías del Golfo, calculada en más de 7.000 millones de dólares, y el perdón de la deuda militar que tenía pendiente con EE.UU., que ascendía a 6.800 millones de dólares»12.Pero Mubarak fue, incluso, más allá una vez iniciado el ataque contra Irak y afirmó que la posición egipcia no variaría «(…) aun si Israel contestaba el ataque de los Scud que caían sobre su territorio»13. Es menester recordar, como bien lo hace Gema Martín Muñoz, que Egipto es «(…) el segundo receptor, después de Israel, de asistencia norteamericana (entre ambos países se llevan el 92 % del total de la ayuda exterior estadounidense), Egipto recibe anualmente 2,1 billones de dólares en ayuda a la seguridad, 1,3 billones en ayuda militar (lo que cubre más del 50 % del presupuesto egipcio de defensa) y 815 millones en ayuda económica»14.
La construcción por parte de Egipto del muro subterráneo que convierte a Gaza en un campo de exterminio a merced de las fuerzas armadas sionistas constituye la última acción conjunta entre Israel y Egipto que se conoce. Sobre la misma nos hemos manifestado ya en otro artículo15, señalando la connivencia de las autoridades religiosas de la universidad egipcia de Al Azhar con los intereses sionistas al legitimar, en nombre del Islam, las acciones de Mubarak16.
Tras incapacidad de Faruk llegaron los errores políticos de Nasser, y a éstos le siguieron las decisiones concientes de Al Sadat, primero, y Mubarak, después, en apoyar abiertamente a los israelíes y a los norteamericanos en sus proyectos para la región. La descomposición del frente árabe, el fortalecimiento del estado sionista y los cada vez más duros ataques contra la resistencia palestina contaron con la colaboración activa de los gobiernos egipcios desde 1970. La resistencia palestina, en tanto, pagó caro la acción de los sucesivos gobiernos egipcios.
NOTAS
[1] FAVRET, R . Arafat, un destino para un pueblo . Espasa – Calpe, Madrid, 1991. Página 36.
[2] Ibid. Página 37.
[3] Ibid. Pagina 36.
[4] Cfr. RAVIV, D. y MELMAN, Y. Todo espía un elegido . Editorial Planeta, Buenos Aires, 1991. Página 65.
[5] HEIKAL, M. Otoño de furia . Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1983. Página. 66.
[6] Ibid. Página 51.
[7] Cfr. HEIKAL, M. Otoño de furia . Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1983.
[8] Cfr. Ibid. Página 199.
[9] SAID, E. Crónicas palestinas . Ed. Grijalbo, Barcelona, 2001. Página 110.
[10] Cfr. RAVIV, D. y MELMAN, Y. Todo espía un elegido . Editorial Planeta, Buenos Aires, 1991.
[11] YALLOP, D. A la caza del chacal . Editorial Planeta. Bs. As. 1993. Página 193.
[12] AA. VV. Después de la Tormenta. Ediciones B, Barcelona, 1991. Página 250.
[13] Ibid. Página 267.
[14] MARTÍN MUÑOZ, G. El estado árabe . Edicions Bellaterra. Barcelona. 1999. Pagina 212.
[15] Ver: http://oidislam.blogspot.com/2010/01/las-mismas-viejas-traiciones.html
[16] Sobre la relación entre las autoridades de Al Azhar y el poder ver: http://oidislam.blogspot.com/2010/02/guardianes-del-islam.html
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