Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Los primeros investigadores en documentar de forma sistemática las enfermedades del ganado, de los animales domésticos y de la gente que vive cerca de los lugares donde se están llevando a cabo fracturas hidráulicas fueron Michelle Bamberger y Robert Oswald. Bamberger, veterinaria, y Oswald, profesor de medicina molecular en la Universidad Cornell, se sirvieron de un enfoque de estudio de caso -en hogares individuales- para buscar los posibles efectos (Bamberger and Oswald 2012).
Se sabe ya que muchas de las substancias químicas utilizadas en las perforaciones son carcinógenas, son interruptores endocrinos o contienen otras clases de toxinas (Colborn et al. 2011). Los estudios de Bamberger y Oswald, desarrollados durante el actual boom de las fracturas hidráulicas, descubrieron graves efectos adversos, entre ellos problemas respiratorios, reproductivos y relacionados con el crecimiento de los animales y todo un espectro de síntomas en los seres humanos que denominaron «síndrome del gas de esquisto». En última instancia, su investigación les llevó a considerar implicaciones más amplias de las fracturas hidráulicas en la agricultura y en el sistema alimentario (Bamberger and Oswald 2012 y 2014).
Su nuevo libro, «The Real Cost of Fracking: How America’s Shale Gas Boom is Threatening Our Families, Pets and Food«, describe los resultados de esta investigación. Sin embargo, es mostrando la capacidad de penetración de los nocivos efectos de las perforaciones en las vidas de las personas donde Bamberger y Oswald trasmiten mejor sus verdaderos costes.
¿Por qué incluir animales?
La estrategia de incluir animales en su investigación se basó en la suposición de que los ciclos de vida más cortos y la mayor exposición de los animales a los contaminantes les convierte en «sistemas de alerta temprana» frente a los riesgos medioambientales (Reif 2011, Rabinowitz et al. 2010, Van der Schalie et al. 1999). Además, al ser a menudo animales utilizados para la alimentación, los animales expuestos o enfermos podrían convertirse directamente en un riesgo para el sistema alimentario humano.
Estudios detallados de caso
En su publicación de 2012, Bamberger y Oswald recopilaron los resultados de 24 estudios de caso realizados en seis estados de EEUU donde se estaban realizando fracturas hidráulicas intentando encontrar gas. Documentaron las incidencias en la salud que experimentaron las personas y los animales que vivían cerca de los lugares fracturados e identificaron también las posibles vías de exposición a los elementos químicos utilizados en las perforaciones. Publicaron estos datos y desde entonces vienen discutiendo en revistas científicas acerca de sus implicaciones (Bamberger and Oswald 2012; Bamberger and Oswald 2014a).
The Real Cost of Fracking describe claramente esos hallazgos. Sin embargo, el libro se organiza alrededor de experiencias de primera mano con los animales y personas implicadas en siete de esos estudios de caso. Esas experiencias se refieren a la muerte de terneros y a la imposición de cuarentena a los rebaños tras un derrame de las aguas residuales; los toros y los perros de Terranova presentaban continuos problemas reproductivos; uso de esteroides con los caballos al presentar problemas respiratorios. Los autores hallaron que los niños padecían elevados niveles de arsénico, los adultos sufrían pérdidas de peso espectaculares y familias enteras sufrían el «síndrome del gas de esquisto» (quemazón en los ojos, dolor de garganta, dolor de cabeza, hemorragias nasales, vómitos, diarrea, sarpullidos en la piel). Algunos residentes no podían entrar en sus hogares sin ponerse gravemente enfermos y otros perdieron sus medios de vida basados en la agricultura y la ganadería.
Durante su investigación, Bamberger y Oswald comprobaron asimismo la indiferencia exhibida por el gobierno y cómo las tácticas utilizadas por la industria perjudicaban la salud de las personas y les creaban problemas financieros. Esas tácticas incluyen el secretismo acerca de los agentes químicos utilizados en las fracturas, lo que dificulta un tratamiento médico eficaz (McDermott-Levy et al. 2003). Otras incluyen acoso e intimidación a los residentes que protestan.
Obstáculos a la investigación científica y a las «pruebas de nocividad»
Al exponer estas historias, Bamberger y Oswald describieron las complejidades de tener que desarrollar una investigación en lugares industriales activos operados por una industria secreta. Por ejemplo, los acuerdos no divulgados ocultan datos potencialmente útiles. Cuando las víctimas de las fracturas hidráulicas son financieramente indemnizadas por sus pérdidas, a menudo se ven obligadas a firmar tal tipo de acuerdos, que les impiden revelar al público las enfermedades u otras pérdidas que estén sufriendo y que están relacionadas con las fracturas hidráulicas.
En el terreno de lo ideal, como prueba de nocividad, los investigadores podrían vincular determinados productos químicos con determinados síntomas de enfermedades. Esto requeriría realizar pruebas químicas para demostrar que una substancia química estaba ausente antes de que empezaran a realizarse las fracturas hidráulicas y que, sin embargo, apareció tras haber iniciado las mismas. Los investigadores necesitarían entonces establecer una vía probable de exposición (i.e., beber agua contaminada con la sustancia química). Y por último, controles independientes de salud para confirmar que los síntomas de las enfermedades no existían antes de la exposición sino que han aparecido después.
Además de la existencia de los acuerdos no divulgados, The Real Cost of Fracking subraya otras barreras al establecer tales vínculos. En primer lugar, no hay disposiciones para que se puedan llevar a cabo pruebas químicas sistemáticas del aire, suelo o el agua en los lugares de perforación y sus alrededores. Ni tampoco un control sistemático de la salud de ningún tipo. Además, al no revelarse los productos químicos utilizados en cada lugar específico de perforación, los investigadores, veterinarios y doctores no pueden saber con seguridad qué productos químicos o efectos sobre la salud son con los que tienen que trabajar.
Las necesarias pruebas sistemáticas medioambientales y de salud a gran escala sólo pueden llevarse a cabo con el apoyo de gobiernos y reguladores. A fin de servir al interés público, deben ser realizadas por una fuente de confianza y los resultados deben estar a libre disposición. Contra toda lógica, al no requerirse que se lleven a cabo esas pruebas, los funcionarios y reguladores del gobierno se unen a la industria para proclamar que no se ha demostrado que exista una «prueba de nocividad» en la fractura hidráulica.
Correlaciones de la fractura hidráulica con una mala salud
A pesar de esos obstáculos, los resultados de Barberger y Oswald mostraron que los vecinos locales sufrían daños nuevos y graves en su salud, bienestar y medios de vida tras haberse iniciado la fractura hidráulica. Pudieron documentar que «animales y humanos tienen síntomas que se relacionan en el tiempo con las operaciones de fractura para encontrar gas y petróleo». En muchos de los casos, pudieron también identificar probables vías de exposición a las toxinas de las perforaciones. El agua de los pozos es una posible vía y los autores señalan la investigación de Osborn et al. (2011) que halló que «los pozos de agua en las áreas cercanas a los lugares donde se estaba operando con gas de esquisto estaban contaminados de metano, que tiene la firma isotópica del gas de esquisto». Estos resultados sugieren que, además del metano liberado por las perforaciones, los pozos podían estar contaminados con otros productos químicos tóxicos.
Reforzando la correlación entre fractura hidráulica y mala salud, Bamberger y Oswald encontraron que en algunas clínicas de salud de Pensilvania y Colorado habían informado que algunos pacientes que vivían cerca de los lugares de fractura habían sufrido también el «síndrome del gas de esquisto». Además, desde la publicación de sus resultados, otros investigadores han informado de la aparición de problemas de salud relacionados con la fractura (Bamberger y Oswald 2014b; Macey et al. 2014; McDermott-Levy et al. 2013); Hill 2013; Food and Water Watch Report 2013). Sin embargo, es probable que estos estudios no identifiquen todos los efectos nocivos de la fractura. En particular, los problemas reproductivos de los animales documentados por Bamberger y Oswald sugieren que es necesario que la gente que vive y trabaja cerca de las perforaciones se someta a una serie de pruebas para ver las consecuencias que produce en la reproducción, así como otros efectos a largo plazo en la salud.
Campos agrícolas, alimentos y fractura hidráulica
Bamberger y Oswald destacan por trasmitir los nocivos efectos de la fractura hidráulica en los habitantes locales. Sin embargo, la síntesis de sus datos con la de otros investigadores les lleva a preocuparse mucho más. Su análisis sugiere que si la fractura hidráulica se sigue extendiendo provocará un impacto negativo grave en los campos agrícolas y en la calidad de los alimentos en EEUU y quizá en el mundo entero.
Las operaciones de fractura hidráulica se localizan a menudo en granjas, o cerca de ellas. Por tanto, los pastos, las tierras de cultivo, los arroyos, los estanques y los pozos corren riesgo de contaminarse con las toxinas utilizadas o liberadas durante la fractura hidráulica. Es bien sabido que pueden producirse filtraciones y derrames durante las perforaciones de pozos, la fractura hidráulica a alta presión o el traslado de los deshechos. Las vías de exposición incluyen también las fugas de tuberías y el almacenamiento intencionado de residuos agrícolas. Los animales pueden beber agua contaminada y pacer en pastos contaminados. Las cosechas pueden crecer en suelo contaminado. Además, la mala calidad del aire puede impactar en la salud de los animales. La calidad del aire se ha deteriorado también a causa del aumento del tráfico rodado, de lagunas de aguas residuales a cielo abierto, de productos químicos liberados durante la quema intencionada de gases y por la continua presencia de benceno en los lugares donde se están haciendo perforaciones.
Estas amenazas al sistema alimentario se mezclan con la acumulación de productos que emanan del actual sistema alimentario industrial y con la ausencia de pruebas adecuadas y de regulación de los suministros alimentarios. Además, las presiones financieras animan a los granjeros a permitir que los animales enfermos entren en el sistema alimentario. Al tener impacto en las cosechas y en el ganado a través de la tierra, el aire y el agua, Bamberger y Oswald hicieron hincapié en que la fractura hidráulica incide tanto en la agricultura industrial como en la agricultura a pequeña escala.
Una advertencia poderosa
Michelle Bamberger y Robert Oswald se unen a otros importantes científicos y escritores que se sienten obligados a hablar de forma clara y directa a la gente. Su libro, al igual que «Silent Spring» de Rachel Carson, «Living Downstream: An Ecologist’s Personal Investigation of Cancer and the Environment», de Sandra Steingraber, y «The China Study», de Colin Campbell, advierte acerca de una crisis medioambiental y sanitaria completamente evitable que está en cambio ignorándose, o escondiéndose, por parte de quienes detentan el poder. Esos libros tienen un valor especial, debido en parte a la calidad de su escritura y en parte a la autoridad e integridad de los autores y a la profundidad de sus conocimientos.
Como documentan las nuevas investigaciones, está muy claro que la contribución del boom de la fractura hidráulica al cambio climático global es mucho mayor de lo que originalmente se afirmó (Howart 2014; Schneising et al. 2014). Ahora, con The Real Cost of Fracking, Bamberger y Oswald dan voz a todos aquellos cuyas vidas y salud están sufriendo ya las consecuencias de ese boom, al tiempo que lanzan una advertencia para el resto de nosotros.
Allison Wilson es directora científica del The Bioscience Resource Project.
Referencias:
Adams M.B. (2011) «Land application of hydrofracturing fluids damages a deciduous forest stand in West Virginia.» Journal of Environmental Quality 40.4:1340-1344.
Bamberger M. and R.E. Oswald (2012) «Impacts of gas drilling on human and animal health.» New solutions: a journal of environmental and occupational health policy 22.1: 51-77.
Bamberger M. and R.E. Oswald (2014a) «Unconventional oil and gas extraction and animal health.» Environmental Science: Processes and Impacts 16:1860-1865.
Bamberger M. and R.E. Oswald (2014b) «The Shale Gas Revolution from the Viewpoint of a Former Industry Insider.» New Solutions: A Journal of Environmental and Occupational Health Policy 1.1:1-16.
Colborn T., Kwiatkowski C., Schultz K., and M. Bachran (2011) «Natural gas operations from a public health perspective.» Human and Ecological Risk Assessment: An International Journal 17.5:1039-1056.
Food & Water Watch Report: The Social Costs of Fracking, September 24th, 2013. El informe documenta la relación entre el aumento en los accidentes con vehículos de motor y los graves problemas en la salud pública.
Hill E.L. (2013) «Shale Gas Development and Infant Health: Evidence from Pennsylvania.» Charles H. Dyson School of Applied Economics and Management, Cornell University, Working Paper. Available at
Howarth R.W. (2014) «A bridge to nowhere: methane emissions and the greenhouse gas footprint of natural gas.» Energy Science & Engineering 2.2:47-60.
McDermott-Levy R., Kaktins N., and B. Sattler (2013) «Fracking, the environment, and health.» The American Journal of Nursing 113.6: 45-51.
Macey G.P., Breech R., Chernaik M., Cox C., Larson D., Thomas D., and D.O. Carpenter (2014) «Air concentrations of volatile compounds near oil and gas production: a community-based exploratory study.» Environmental Health 13:82. doi: 10.1186/1476-069X-13-82.
Osborn S.G., Vengosh A., Warner N.R., and R.B. Jackson (2011) «Methane contamination of drinking water accompanying gas-well drilling and hydraulic fracturing.» Proceedings of the National Academy of Sciences 108.20: 8172-8176.
Rabinowitz, P.M., Scotch M.L., and L.A. Conti (2010) «Animals as sentinels: using comparative medicine to move beyond the laboratory.» ILAR journal 51.3: 262-267.
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Sang, W., Stoof C.R., Zhang W., Morales V.L., Gao B., Kay R.W., Liu L., Zhang Y., and T.S. Steenhuis (2014) «Effect of Hydrofracking fluid on colloid transport in the unsaturated zone.» Environmental Science & Technology 48:8266-8274.
Schneising O., Burrows J.P., Dickerson R.R., Buchwitz M., Reuter M. and H. Bovensmann (2014) Remote sensing of fugitive methane emissions from oil and gas production in North American tight geologic formations. Earth’s Future. doi: 10.1002/2014EF000265.
Van der Schalie W.H., Gardner Jr. H.S., Bantle J.A., De Rosa C.T., Finch R.A., Reif J.S., and R.H. Reuter et al. (1999) «Animals as sentinels of human health hazards of environmental chemicals.» Environmental health perspectives 107. 4: 309-315.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/11/28/the-real-costs-of-fracking/