Intervención en Foro Debate «Los crímenes del franquismo: Impunes en España, denunciados en Argentina». Realizado en Facultad de Filosofía y Letras-UBA, el 4 de mayo de 2018
En primer lugar, saludamos el trabajo de los querellantes argentinos, que se enfrentan a la búsqueda de clausurar la memoria de la República, de la revolución proletaria y campesina acaecida en la España de 1936, y la criminal represión que se encargó de segar todo el movimiento hacia las transformaciones sociales radicales. La política de supresión de la memoria tuvo inicio desde los comienzos de la dictadura de Franco, y después de su muerte continuó con los gobiernos de la transición española, que pergeñaron una supuesta reconciliación basada en el olvido, sin excluir en absoluto a los gobiernos socialistas.
Quizás, para comenzar a hablar de la represión bajo la dictadura franquista, convenga transcribir un fragmento escrito por José María Pemán, uno de sus ideólogos:
«La guerra, con su luz de fusilería, nos ha abierto los ojos a todos. La idea de turno o juego político, ha sido sustituida para siempre, por la idea de exterminio y expulsión, única salida válida frente a un enemigo que está haciendo de España un destrozo que jamás en la historia nos lo causó ninguna nación extranjera. 24 de julio de 1936.
Por su parte, el general Emilio Mola, durante la preparación del alzamiento llamó a «eliminar sin escrúpulos ni vacilación alguna a todos los que no piensen como nosotros.»
La acción represiva del franquismo responde a un plan sistemático que es puesto en obra desde el mismo alzamiento del 17 de julio de 1936. Escribe Paul Preston: «En el caso de los militares rebeldes, el programa de terror y aniquilación constituía el eje central de su plan y de los preparativos para llevarlo a cabo.» Tuvo un propósito de exterminio no circunscripto al campo militar, sino extendido al plano social e ideológico. Se buscó arrasar con los miembros más activos de las clases subalternas en primer lugar, pero también se actuó sobre los menos destacados, para sembrar el terror en la generalidad de la población. En muchos casos los considerados «marxistas convictos y confesos» fueron asesinados sin más trámite o después de parodias judiciales. Seguidores menos activos y hasta algunos indiferentes terminaron igual ejecutados o enviados a la cárcel o represaliados de diversas maneras. ¡A la cárcel con el neutral¡ escribió un periodista falangista. Los familiares eran asimismo represaliados, empezando por las mujeres, en muchos casos viudas de «rojos», y los bebés y niños pequeños, que fueron robados por millares.
Se asesina en masa cuando hay una amenaza militar, una seria resistencia contra el avance golpista; pero también se lo hace cuando hay poca o ninguna lucha para imponer el alzamiento militar, como en Logroño, Jerez de la Frontera, Pamplona, Valladolid, amplias zonas de Galicia y decenas o centenares de pequeñas ciudades, pueblos y aldeas que cayeron inermes frente a los facciosos. Buena parte de los crímenes franquistas durante la guerra civil se produjeron con independencia de las acciones bélicas.
Un elemento para entender el carácter de la acción represiva es que en la primera etapa del conflicto todavía no se había configurado una guerra civil propiamente dicha. La resistencia obrera y campesina, junto con militares leales, había detenido el golpe en buena parte de España, pero el ejército de la República había dejado de existir. Así lo analiza Francisco Espinosa Maestre, un experto en las acciones represivas, sobre todo en el sur: «…salvo excepciones, a un lado hubo fuerzas militares y paramilitares fuera de la ley y al otro la población civil. …no estamos ante lo que habitualmente entendemos por una guerra sino simplemente ante un golpe militar, no estamos ante batallas sino ante vulgares matanzas.» Recién será un tiempo después, en particular cuando se logra configurar una defensa organizada y con armamento y equipo razonable ante el ataque a Madrid, cuando se den los presupuestos de una guerra civil en el sentido estricto del término.
A veces se tiende a asimilar la violencia ejercida por fuerzas republicanas con la producida por las fuerzas franquistas. No hay tal cosa, la violencia de los «nacionales» fue dirigida desde la cúspide, se extendió a lo largo de toda la guerra y aún después. Fue una política de venganza social, destinada al castigo de quienes habían osado cuestionar el orden social existente. Dios, la familia y la propiedad requerían una reparación. Desde su punto de vista, al impulso revolucionario de masas inficionadas por el marxismo, cabía oponer la espada vengadora de la reacción.
Una vez terminada la guerra, la política de la venganza continúa. Se ha estimado que hubo 50.000 ejecutados en la posguerra. La diferencia era que las ejecuciones «por bando de guerra» o «ley de fugas», los «paseos» que terminaban en tiros en la nuca fueron progresivamente reemplazadas por consejos de guerra, que realizaban verdaderas parodias de juicios en las que la condena solía estar predeterminada, dando lugar a verdaderos asesinatos judiciales. Se aplicaba también la ley de «responsabilidades políticas», que inculpaba a todos aquello que «con actos concretos o pasividad grave» se habían opuesto al triunfo del movimiento nacional. En las cárceles se hacinaban presos en número diez o veinte veces mayor que la capacidad de esas prisiones, muchos millares hacían trabajo esclavo como parte del sistema de «redención de penas por el trabajo», que dio lugar a la versión española de los campos.
No hay que olvidar el papel de la Iglesia, a la vez legitimadora y beneficiaria de las políticas de exterminio. La institución eclesiástica vivió «una larga época de felicidad, con una dictadura que la protegió, la cubrió de privilegios, defendió sus doctrinas y machacó a sus enemigos.» (J. Casanova)
Se ha dicho que el conflicto español ha sido guerra de clases, de ideología, de religión, de nacionalidades. Fue todo eso, pero hay que prestar mucha atención al primero de los términos. Propietarios rurales y patrones de fábrica se vengaban de quienes habían puesto en duda su derecho de propiedad y sus privilegios, lo que constituía una falta imperdonable, de la que había que impedir la menor posibilidad de que se repitiera.
El triunfo franquista proyecta su sombra hasta el día de hoy. España ha vuelto a ser una monarquía, y no cualquiera: La que instauró el propio Caudillo poniendo al frente a un príncipe escogido por él y educado bajo su tutela. Son herederos de Franco los que hoy gobiernan España, por medio de un partido que fue conformado por dirigentes de la dictadura, convertidos por conveniencia a los ideales democráticos.
Desde Argentina hacemos votos por una España diferente, en la que el poder salga de una vez de manos de quiénes, en más de un sentido, herederos de Franco y pueda constituirse un efectivo poder popular, al modo que soñaron los mejores luchadores de la República.
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