Los cubanos y Cuba han debido soportar los más despreciables epítetos de sus inveterados enemigos, grandes y pequeños. Enemigos colosales, a lo largo de su historia, jamás le perdonaron ni le han perdonado el espíritu rebelde ni el gesto digno de este pueblo. En la defensa de sus sueños, de sus aspiraciones legítimas, de sus […]
Los cubanos y Cuba han debido soportar los más despreciables epítetos de sus inveterados enemigos, grandes y pequeños. Enemigos colosales, a lo largo de su historia, jamás le perdonaron ni le han perdonado el espíritu rebelde ni el gesto digno de este pueblo. En la defensa de sus sueños, de sus aspiraciones legítimas, de sus derechos inalienables, los mejores de sus hijos han sabido sacrificar riquezas, familias, vidas y han soportado todos los rigores y sacrificios que las circunstancias y los enemigos le han impuesto. Y como parte de esas reservas inagotables de resistencia heroica ha estado, salvadora, su cultura nacional, forjada a lo largo de siglos y nutrida por una pléyade inmensa de hombres ilustres y del pueblo grandioso que la ha sustentado.
Es significativo, paradigmático y simbólico que el Día de la Cultura Nacional esté ligada al instante supremo en que se entonara, por la población insurrecta de Bayamo, el 20 de Octubre de 1868, el himno la Bayamesa, devenido más tarde en Himno Nacional.
La historia recoge los hechos de esta forma esencial. El día 18 de octubre, la columna libertadora que había iniciado la revolución por la independencia el 10 de Octubre de 1868 liderada por Carlos Manuel de Céspedes, llegó a Bayamo, y le puso sitio. Las tropas fueron penetrando en la ciudad. El pueblo bayamés fue saliendo con vítores al encuentro de las tropas que sitiaban y avanzaban hacia la ciudad. Con la entrada en las callejuelas de la ciudad, se rompieron los primeros fuegos.
Dentro de la ciudad, los militares españoles continuaban su resistencia refugiados en el cuartel. Las tropas cubanas, en su mayor parte a caballo, recorrían las calles y plazas agitando la rendición.
Las bayamesas, hijas de aquel heroico pueblo, adornaban las puertas y ventanas. Aplaudían y vitoreaban a familiares y amigos incorporados a las tropas revolucionarias. Algunas colocaban flores en los ojales de los hombres. Fue en aquel ambiente de fiesta y de combate que Pedro Figueredo, conocido por todos como Perucho, cantó por primera vez, el 20 de octubre, su himno La Bayamesa, que pasaría, muchos años después, a ser el Himno Nacional de la República que estaba surgiendo al fragor de aquella batalla.
Como diría más tarde José Martí, en 1892, «para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares, para que corran de pena y amor las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez, para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra Patria, se alzó el coro dormido en el pecho de los hombres».
El himno es un grito de combate, una proclama en la defensa de la Patria a cualquier precio, un canto a vivir en libertad y no en sumisión, una exhortación a la acción y al valor de los cubanos combatientes. Sus estrofas expresan:
Al combate, corred bayameses / que la Patria os contempla orgullosa, / no temáis una muerte gloriosa, / que morir por la Patria es vivir.
En cadena vivir es vivir / en afrenta y oprobio sumidos, / del clarín escuchad el sonido, / a las armas, valientes, corred.
Hermoso legado y tradición tienen los cubanos, que merecieron en 1872 del periodistas irlandés James O¨Kelly, estas valoraciones:
«Parece increíble que los cubanos soporten voluntariamente tantas privaciones y fatigas; pero eso prueba elocuentemente la constancia del pueblo cubano…posee un valor latente y una constancia jamás superada por ningún pueblo de la tierra…; y de cuánta constancia nos da pruebas este pueblo en su lucha por la libertad. Los cubanos han sostenido una lucha tan gloriosa que habría materia bastante para una historia homérica…pero la sociedad moderna está constituida de tal suerte, que no puede ver nada grande en los esfuerzos de un pueblo débil luchando contra terribles enemigos; sacrificando fortunas, familias, vidas, pereciendo bajo el sable, las balas o las enfermedades; viendo cazados a sus esposas e hijos cual si fueran animales del bosque; cayendo exánimes de fatiga y hambre, o muriendo miserablemente en la espesura de los montes; y en medio de todos esos sufrimientos y amarguras, permaneciendo inquebrantables en su resolución de vencer o morir.
Toda la historia humana no puede suministrar un ejemplo más elocuente de propósito heroico…Las Térmópilas no fueron sino el esfuerzo pasajero de una hora; mientras que el heroísmo de los cubanos ha sido constante y se ha desplegado en cien campos de batalla.»
¡Qué temprano y que lejos en el tiempo fue capaz de ver la esencia del espíritu y el temple de los cubanos aquel ilustre irlandés!
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