Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Alexander Solzhenitsyn, Discurso del Premio Nobel, 1970
Uri Avnery lo llama «La violación de Rafah,» una analogía adecuada ya que es conducida por los tres vejestorios que capitanean esa sangrienta atrocidad en la prisión que es Gaza: Ariel Sharon, el arquitecto de la masacre de Sabra y Chatila, Shaul Mofaz, su Ministro de Defensa, y Moshe Ya’alon, el Jefe de Estado Mayor del ejército israelí. Esas tres carroñas de la muerte y la matanza deben «ser responsabilizadas», según Gideon Levy, «por el encarcelamiento virtual del pueblo palestino, el impedimento de la atención médica, los arrestos masivos, los asesinatos, las muertes innecesarias, el bombardeo de vecindarios residenciales». Han pasado unos 56 años, escribe Meron Benvenisti en Ha’aretz, desde que Moshe Dayan y su gente expulsaron a los palestinos de 418 ciudades y aldeas para que pudieran ser demolidas y reemplazadas por asentamientos israelíes. Ahora «la visión de Rafah es casi insoportable – caravanas de refugiados junto a carretas cargadas de ropa de cama y de los miserables contenidos de sus hogares; niños arrastrando maletas más grandes que ellos mismos; mujeres vestidas de negro arrodilladas en duelo ante montañas de escombros. Y en las memorias de algunos de nosotros se despiertan escenas similares que han formado parte de nuestras vidas, como una especie de refrán que apuñala el corazón y roe la conciencia: la procesión de refugiados de Lod a Ramala en el calor de julio de 1948». La limpieza étnica continúa, decenio tras decenio, mes tras mes, día tras día, una colonización forzada de la patria palestina por una población inmigrante, realizada a plena luz del día en esta época moderna de comunicación y de medios electrónicos.
¿Qué hacen nuestros líderes del mundo? ¡Aprueban una resolución más condenando a Israel!» Cuéntenlas, si pueden: 157 o 158, ¿o contamos sólo las que no han sido vetadas por EE.UU.? ¿Qué importa? ¿Impondrá la ONU el cumplimiento de una sola de ellas? ¿Se presentaría George W. Bush ante el Consejo de Seguridad de la ONU exhibiendo toda su indignación ante la conducta reprensible del estado canalla que desafía a la ONU y que convierte sus deliberaciones en un palabreo irrelevante? ¿ Exigirá que esta última resolución sea obedecida, la número 1544 (¡aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas 20 días después del comienzo de la masacre!), de que Israel «respete sus obligaciones según el Derecho Internacional Humanitario de no emprender más demoliciones de casas (191 casas sólo en Gaza el 20 de mayo)», que no continúe con la matanza de niños inocentes (28 asesinados al pasar la resolución de la ONU), y que no ignore desvergonzadamente los desventurados sufrimientos de los 2.500 que perdieron sus hogares en esta destrucción gratuita? ¿Aceptará George W. Bush la responsabilidad por la utilización del dinero de ciudadanos estadounidenses para pagar por esta matanza? ¿Reconocerá su responsabilidad por alinear a EE.UU. tras un régimen sadista dirigido por un satánico demente que aprovecha la preocupación del mundo por los crímenes perpetrados por las fuerzas estadounidenses en Abu Ghraib para asolar los escuálidos y abarrotados barrios de Rafah? ¿Comprende que Sharon perpetró esta masacre para desplazar de las primeras planas aún más noticias sobre su lavado ilegal de dinero y su pérdida de puntos en los sondeos por su «iniciativa de Gaza», un acto de represalias políticas que ha costado las vidas de más de 125 palestinos y ha causado cientos de heridos? ¿ Acepta sin discusión las mentiras de Sharon de que esta masiva invasión ha sido realizada por «razones de seguridad», cuando Gaza es responsable por sólo 12 de los 116 ataques perpetrados contra judíos desde septiembre de 2000? ¡Qué inmoralidad abyecta y cruel apoyamos!
¿Cómo llegar a describir la injustificable vileza de esta asolación de Rafah, esta «incursión militar» eufemísticamente encubierta como operación arco iris» que asegura, sin duda, el «pozo dorado» de Israel? – ¡la tierra que ocupa Rafah y Gaza, sólo tiene que ser limpiada de su chusma! ¡Si la operación arco iris hubiera sido impuesta a mi ciudad natal en las Montañas San Bernardino donde viven 8.700 residentes, hasta el último residente se encontraría ahora sin techo y esa cantidad representaría sólo la mitad de los sin techo en Gaza! Por suerte, los residentes de Crestline tienen casas dispersadas sobre kilómetros de montes con árboles y valles; no están apretujados en estructuras de hormigón y madera erigidas hace 50 años cuando fueron expulsados por primera vez de sus aldeas por el avance de las fuerzas israelíes. Es su segunda «limpieza étnica» que ha dejado una «franja de hormigón destrozado, de madera quebrada y de metal deformado de una milla de largo», los escombros ignominiosos dejados por el paso de los Caterpillar hechos en EE.UU. Por cierto merecen su suerte, después de todo Israel sólo ataca a «terroristas y a las estructuras que utilizan». Se podría esperar que esta franja de una milla de largo habrá destruido a todos los terroristas y los edificios que utilizan. La inteligencia israelí debe ser tan precisa como las informaciones de nuestra CIA para poder identificar a 17.504 terroristas, todos ubicados convenientemente en esta sección de Rafah, todos ahora sin techo, ¡gracias a Dios!
Pero dejemos de lado las burlas y consideremos la realidad. Pongamos a todos los residentes de Crestline en el centro de la ciudad, apretujados en casas de una planta apiñadas muro contra muro. Ahora, despiértenlos a las 2 de la mañana: Caterpillars penetran estruendosamente las calles, aplastan la primera casa de la manzana, la empujan contra la próxima, madres y padres con niños en sus brazos se precipitan gritando de las casas para evitar ser enterrados bajo la madera destrozada y las piedras. Reflectores taladran la oscuridad de la madrugada y proyectan fantasmagóricas sombras verde-negro por las calles, mientras masas de gente llenan los callejones; las palas de los helicópteros vibran en el aire mientras las torretas de los tanques apuntan amenazantes por las calles; sonidos estallan por todas partes: el trueno de las orugas, el aullido penetrante de acero que se desgarra, el estridente alarido del viento que se arremolina por los callejones y los gemidos de niños que lloran entre los muros derruidos. Repentinamente, en la barriga del helicóptero, aparecen fogonazos y misiles desgarran el aire y explotan contra los muros y las multitudes se dispersan dejando atrás, en los escombros, los cuerpos de los muertos. El miedo revienta en las calles, emerge de todos los poros como sudor, y el odio hacia los torturadores hierve en los corazones, ardiente como pan que se hincha en el horno. Es el arco iris que se alza por sobre los restos ennegrecidos de Rafah presagiando la profecía bien conocida por los judíos: «Dios dio a Noé el signo del arco iris, no más agua, la próxima vez será el fuego»
Esa conflagración arde ahora bajo la aversión y el odio alimentados por la desigualdad, tan obviamente visible en los masivos golpes militares de Israel contra una población indefensa. Impulsa la demencia que encuentra su recurso en el suicidio y en la fantasía del martirologio; es la semilla mítica que encuentra justicia en última instancia en un Dios desconocido, nunca visto, siempre justo. Sólo ella disipa la depresión que proviene del aislamiento y del abandono, la ausencia total de simpatía de parte del pueblo del mundo.
Nada cambia. Durante cincuenta años han esperado que el mundo reaccione ante sus sufrimientos. Durante cincuenta años han presenciado como la ONU es impotente para imponer alguna de sus resoluciones que exigen que Israel cumpla con sus reglas y el derecho internacional. Hace dos años escucharon que la Resolución 1435 del Consejo de Seguridad de la ONU reafirmó las resoluciones 242 (1967), 338 (1973), 1397 (2002), 1402 (2002), y 1403 (2003) reiterando su «grave preocupación por los recientes trágicos y violentos acontecimientos realizados por Israel y el continuo deterioro de la situación en Palestina», específicamente, el bombardeo de una escuela palestina en Hebrón, el bombardeo de civiles palestinos el 18 y 19 de septiembre de 2002, la reocupación de ciudades y pueblos palestinos por tropas israelíes, la imposición de restricciones a la libertad de movimiento de ciudadanos y bienes, la necesidad de respetar el Derecho Humanitario Internacional incluyendo el IV Convenio de la Convención de Ginebra para la protección de civiles en tiempos de guerra, y la destrucción de infraestructuras civiles palestinas, para sólo nombrar unos pocos.
Escucharon el 20 de mayo de 2004 cuando el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1539 sobre la responsabilidad por la seguridad de niños cuando tienen lugar violencia y conflictos armados. Estas resoluciones, incluyendo la 1544, exigen que Israel respete sus obligaciones humanitarias, que implemente de inmediato sus obligaciones según la Hoja de Ruta, y que se retire de TODO el territorio palestino más allá de la línea fronteriza de 1967, documentos firmados por todos los 15 miembros del Consejo de Seguridad, incluyendo a EE.UU. (Gains, Swindon, Reino Unido). Escucharon y esperan.
Esperan en Rafah, 120.000 en total, la más pobre de todas las ciudades palestinas, y esperan en el distrito Shaboura, el sector más pobre de Rafah en el que familias enteras «viven juntas en casuchas de una pieza, hechas de chapas de zinc con pisos de tierra y de planchas de metal, techos de cartón y lona. En ninguna parte de Palestina se encuentran condiciones tan miserables y pobres como en Rafah, cuyos ciudadanos han tenido que refugiarse en un 80% a veces en dos y tres ocasiones». (Jennifer Loewenstein, Counterpunch, 4 de enero) ¿Quién escuchará su súplica de justicia? ¿Quién les ofrecerá la libertad prometida a los iraquíes? ¿Quién alegará ante Naciones Unidas para que se respeten sus resoluciones, todas las 156, para que la paz pueda reinar por fin sobre el Infierno que es Palestina?
Arraigada en la premonición de Solzhenitsyn, la violencia destripada del derecho, se encuentra la verdad que predijo, no sólo sobre la implosión de la Unión Soviética, sino sobre la inevitable erosión de los valores inherentes en el judaísmo y la destrucción de la Democracia en EE.UU. mientras busca la dominación del mundo por la fuerza. Mientras Sharon y Bush aíslan a Israel y a EE.UU. de la comunidad de las naciones, mientras infunden miedo a los corazones de sus pueblos, hecho real por la presentación de amenazas indeterminadas contra objetivos indeterminados en ubicaciones indeterminadas; mientras emprenden una cruzada cada vez más obvia contra los pueblos musulmanes utilizando una mentira tras otra para justificar sus acciones contra Palestina, Irak, Siria e Irán, los pueblos de Israel y de EE.UU. viven la intrusión de sus respectivos regímenes en sus vidas diarias y la erosión de sus libertades al ser forzados a ocultarse en búnkeres hechos de miedo. Dos fuerzas impulsan a estas administraciones, ambas motivadas por la percepción de que el miedo elimina el sentido común e impone la lealtad a los que prometen la seguridad para todos: los fanáticos sionistas en Israel y aquellos de las filas de los cristianos evangélicos y de los simpatizantes neoconservadores del Likud que enyuntan los intereses de Israel con los de EE.UU. El miedo destruye la razón, dejando la conciencia del individuo en manos de los que infunden miedo. La derecha cristiana utiliza a Satanás (léase el miedo) contra los creyentes en Dios, mientras los neoconservadores presentan el espectro de los «terroristas» que amenazan por todas partes a los hombres libres. Así la violencia y la fuerza se desencadenan sobre el mundo.
1 de junio de 2004
* William Cook es profesor de inglés en la Universidad de La Verne en California del sur. Su nuevo libro, «Psalms for the 21st Century», acaba de ser publicado por Mellen Press. Su correo es: [email protected]