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Los fundamentalismos y los valores morales

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

El 29 de junio (de 2014) se anunció el nacimiento del Estado Islámico, y se rindió pleitesía a Abu Bakr al-Bagdadi, como primer califa de los musulmanes tras la desaparición del califato Otomano el 29 de octubre de 1923. El nuevo Califa inauguró su era con un célebre discurso en la mezquita Nur al-Din al-Zangui […]

El 29 de junio (de 2014) se anunció el nacimiento del Estado Islámico, y se rindió pleitesía a Abu Bakr al-Bagdadi, como primer califa de los musulmanes tras la desaparición del califato Otomano el 29 de octubre de 1923. El nuevo Califa inauguró su era con un célebre discurso en la mezquita Nur al-Din al-Zangui de Mosul en que comenzaron a perfilarse los rasgos del nuevo Estado, que recuperaba «un legado» resucitado de entre los escombros de la historia y que nos ha devuelto a los días del cautiverio, la crucifixión y la decapitación, donde la sangre se mezcla con la jurisprudencia del matrimonio y el concubinato, y donde dominan nuevas costumbres, como la prohibición de fumar o la lapidación de adúlteras.

El Estado Islámico apenas tiene seis meses, pero nos parece que existe desde hace mucho. Es una de las pocas veces en que el tiempo de detiene y reduce su velocidad hasta el punto de desvanecerse. Y es así donde reside el atractivo del Estado de Al-Bagdadi: se trata de un Estado capaz de surcar el tiempo hasta el punto de que el pasado se convierte en presente, un presente que recupera un pasado que no pasa.

El Estado de Al-Bagdadi se enmarca en un contexto de expansión torrencial del fundamentalismo que comenzó con la guerra de los muyahidines afganos y su aliado estadounidense contra la ocupación soviética. Un fundamentalismo que llegó a uno de sus cúlmenes con la revolución iraní de Jomeini antes de asesinar los levantamientos populares árabes y vaciarlos de su sentido, para convertirse con sus dos ramas suní y chií en un instrumento de guerra abierta entre esos dos grupos, una guerra que aún está en sus terribles inicios.

Pero, ¿de dónde viene esa ‘magia’ que se inició con la conocida imagen de Osama Bin Laden sobre su caballo después de la matanza de las torres del World Trade Center en Nueva York, y que terminó con la imagen de Abu Bakr dando un discurso en el mihrab de la mezquita, con un reloj de Rolex? ¿Qué relación hay entre el caballo y los aviones que provocaron el derrumbe de las dos torres estadounidenses, y entre el Rolex y la imagen de la esclavización de las mujeres yazidíes?

En la compleja relación entre el caballo y los aviones, o entre los beduinos y la tecnología, se esconde solo la mitad de la historia, la historia del salto a un tiempo posmoderno, un tiempo en que se destruyen los valores y los significados, y donde la tecnología moderna se convierte en un mero instrumento vacío de significados. En este sentido, podemos entender la serie de imágenes hollywoodienses de las películas propagandísticas que emite el Estado Islámico en el tiempo de la «administración del salvajismo» que están instaurando según los principios de Abu Bakr al-Nayi [1]. O también podemos entender esta obsesión sexual que mezcla la violencia de la decapitación y el derramamiento de sangre con la violencia de la violación, el cautiverio y la esclavitud femenina, como si estuviéramos ante una película pornográfica que cambia el desnudo por el niqab, y da rienda suelta a la obsesión sexual en medio de la violencia.

La destrucción de los significados es resultado del desplome del Estado civil que el despotismo convirtió en un Estado salvaje, como resultado de un neoliberalismo descontrolado que destruyó las clases medias y empobreció a la sociedad. Ello hizo que el nuevo conjunto de valores que domina en esta terrible y salvaje situación sea el recurso a una explicación más retrógrada de la religión, que mezcla a Ibn Taymiyya con un wahabismo renovado, bajo el manto del Califa, la otra cara del despotismo.

La otra mitad de la historia es la total decadencia del Estado securitario, al haber eliminado el Estado despótico los valores éticos y sociales en el festival de locura colectiva iniciado con el delirio de Gaddafi al declararse escritor y filósofo, pasando por la fuerza y crueldad dementes de Saddam -que además publicó novelas-, hasta desembocar en la obsesión asadiana con las estatuas del dictador que permanecerá «más allá de la eternidad». Esto ha venido acompañado de la libertad de la que gozan las bandas relacionadas con el poder, carentes de escrúpulos morales, y que hacen que la ley pierda todo su sentido: las cárceles se han convertido en cementerios, y la sociedad en su conjunto ha sido violada: hombres y mujeres. Un vacío ético, y un empobrecimiento total que empujaron a los sirios y las sirias al inicio de su revolución a elevar el lema «Soy un ser humano, no un animal».

Los nuevos fundamentalismos han llegado en la era de la posmodernidad y han vuelto a instaurar el vacío y el empobrecimiento en la forma de una hegemonía religiosa erigida sobre la idea de la erradicación total, pero que se enmarca en un imaginario que supone la resurrección del pasado de su largo letargo, considerando que las sociedades árabes son sociedades descreídas o herejes.

Cuando unimos ambas mitades de la historia, comenzamos a comprender esta trayectoria de decadencia absoluta que vive el Levante árabe hoy en la oscuridad de esta noche que solo ilumina un leve halo de luz tunecino, que ojalá no se apague, para que los árabes no se ahoguen en la oscuridad más absoluta. Pero el unir ambas mitades no exime a las élites culturales árabes de su responsabilidad en esta decadencia. Es cierto que la máquina de represión despótica ha golpeado a la sociedad civil sin piedad, y que ha logrado, por medio de la conjunción del despotismo y los petrodólares, dominar el ámbito mediático, antes de alargar su dominio hoy sobre el ámbito cultural. No obstante, también es cierto que las élites árabes, especialmente las de izquierdas y las democráticas, no han sido conscientes de la magnitud del peligro de esta etapa y no han podido desarrollar nuevos valores sociales, políticos y éticos.

Qué ingenua parece hoy la ola literaria que pretendía difundir la literatura de lo obsceno y el retorno al legado pornográfico árabe, insistiendo en la «ideología del cuerpo», y a defender un erotismo tradicional, sin horizonte alguno de pensamiento o moralidad. Qué ingenuos parecen también los apresurados intentos de arraigar las artes visuales, cuyo objetivo era deslumbrar al público y a uno mismo. Al-Bagdadi ha traído en un único molde la violencia, el sexo y la religión, y los vídeos de asesinatos, decapitaciones, cautiverio y destrucción se parecen hoy a una serie de televisión que atemoriza y deslumbra, ofreciendo un aumento espiritual de los instintos.

La pregunta que me atormenta es cómo la gente puede soportar esta realidad que les ha sobrevenido. Algo increíble pero cierto: una vida insoportable que se soporta, y una humillación sin clemencia que se aguanta. Eso es lo que sucede cuando la historia se vuelve contra los pueblos y se ríe de ellos, pues la realidad es un monstruo que necesita quien lo eduque, porque si no, acaba con nosotros. Hoy nos acecha, y debemos despertar del letargo del miedo y la impotencia, antes de que nos acostumbremos a esta oscuridad.

Nota

[1] Véase este artículo para comprender el significado de esta expresión.

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