Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
El 18 y 19 de julio de este año, asistí a un taller en Estambul sobre el diálogo entre islamistas y laicos organizado por el centro Jusoor («Puentes»), de tendencia islamista, junto con más de otros veinte participantes, en su mayoría hombres. Este era el segundo de los tres talleres organizados por el centro; había asistido también al primero, en mayo, pero no pude asistir al tercero, en septiembre, con motivo de un viaje.
La cuestión aquí no es lo que sucedió en los talleres, sobre los cuales sólo diré que era la primera vez que me sentaba con islamistas sirios e intercambiaba puntos de vista sobre algunos temas, lo cual encontré de utilidad intelectualmente. Escribí sobre ellos en Al Hayat y Al-Quds al-Arabi, respectivamente, subrayando en el último artículo algunas de las ideas que desarrollé durante el segundo taller.
En el folleto en el que se presentaba el contenido del taller y el nombre de los participantes aparecían -a petición mía- las siguientes líneas sobre mí: «[…] y es el marido de Samira al-Khalil, secuestrada en Duma junto con Razan Zaitouneh, Wael Hamade y Nazem Hamadi desde diciembre de 2013, y todos los indicios sugieren que el responsable [del delito] fue la organización ‘Yaish al-Islam’. Y es también el hermano de Firas al-Haj Saleh, secuestrado desde julio de 2013 por el autoproclamado ‘Estado Islámico’, o Dáesh, en Raqqa».
Quería que se supiera, en ese «diálogo laico-islamista’, que soy alguien cuya esposa ha sido secuestrada por islamistas, y cuyo hermano ha sido también secuestrado por otros islamistas. Y esto era para exponer que no íbamos a dialogar como meros titulares de ideas sobre religión y Estado y el sistema político, social y jurídico, sino más bien como personas con pasados e historias particulares; con experiencias y desgracias detrás de nosotros; todo lo cual nos define y determina nuestras posiciones y formula nuestros pensamientos y políticas. El secuestro llevado a cabo por islamistas de Samira y Firas, y de muchos otros amigos, es un determinante esencial de mi actual identidad.
Quienes me invitaron ya sabían que soy un escritor de izquierdas y expreso político. Entre los presentes -algunos de ellos islamistas haraki («activistas», en oposición a independientes)-, creo que era la persona que más daño había sufrido a manos asadistas, así como el mayor daño a manos islamistas. En ambos talleres, hablé con la ira de alguien a quien los islamistas se habían esforzado en perseguir, no de alguien a quien había que calmar con tópicos vacíos. En el segundo taller, uno de los oradores islamistas no haraki pudo decir que le gustaba el estilo del discurso y participación de los «hermanos laicos», mencionando tres o cuatro nombres; pero que no le había gustado el de algunos de los otros. Y era yo el único «hermano laico» que formaba parte de ese segundo grupo.
Al inicio del primer día del segundo taller, distribuí entre todos los presentes un amplio texto impreso que contenía los hechos verificados que tenemos sobre el secuestro, incluyendo detalles, fechas y nombres; lo que nos lleva a creer con seguridad que es Yaish al-Islam quien está tras el delito (puede disponerse del texto en árabe aquí). Y al final del día siguiente, cuando todo el mundo se estaba levantando para marcharse, pedí hablar un par de minutos. Dije que esperaba que los participantes islamistas pudieran emitir un comunicado condenando el secuestro de Samira, Razan, Wael y Nazem con un lenguaje claro. Dije que comprendía totalmente que no se unieran a mí para acusar a Yaish al-Islam, pero que confiaba que mencionaran en su comunicado que las familias de los cuatro tenían indicios suficientes para sustanciar la acusación contra esta entidad que lleva la palabra «Islam» en su nombre, y que exigieran la liberación inmediata de los cuatro. Dije que los islamistas tenían una especial responsabilidad moral a este respecto, dado que los presuntos culpables estaban entre sus filas. Y me pareció que el grupo, compuesto por doce o trece personas, incluidas dos o tres mujeres, estaba de acuerdo con lo que dije, y me prometieron que escribirían pronto ese texto y que incluso me lo mostrarían para que lo revisara. Y, en efecto, me enviaron un texto pocos días después, sobre el que no comenté nada. Consideré que estaba bien.
Han pasado ya más de cinco meses y el comunicado de solidaridad con los secuestrados, pidiendo su liberación y la revelación de su destino no se ha publicado, tampoco me han comunicado por qué no lo han hecho. Por mi parte, no he buscado explicación alguna. Imagino que el grupo cambió de opinión después de haber hecho una promesa pública frente a ellos mismos y otras diez personas más, sin oposición por parte de ninguno de ellos en aquel tiempo. No quiero especular acerca de lo que haya podido causar este cambio de opinión o la razón de que no me hayan explicado por qué rompieron la promesa que me hicieron. Sólo deseo registrar el hecho de que pedí la solidaridad y apoyo, cara a cara y en público, de los islamistas, tanto activistas como independientes, respecto al secuestro por islamistas de mi mujer y otros revolucionarios, y no recibí nada.
No fue esa la primera vez en que se ha pedido ayuda a los islamistas en relación con el secuestro de los cuatro de Duma, que incluso se han abstenido de una mera manifestación de apoyo moral o de un comunicado público de solidaridad con los secuestrados y sus familiares, denunciando a los criminales, sean quienes sean.
Un amigo mío entregó una carta al Consejo Islámico Sirio en Estambul en junio de 2016, en el que, nosotros, los amigos de los Cuatro de Duma, pedíamos la ayuda de sus clérigos para una causa humanitaria y patriótica. En una parte de la carta se leía: «Buscamos su apoyo firme para esta causa justa que tanto está prolongándose. Y renovamos nuestra disposición a visitarles en cualquier momento que estimen apropiado para presentar el caso ante Vds. y contestar a cualquier pregunta que deseen formular». La referencia a «renovar» nuestra disposición era un recordatorio de una anterior visita que hicimos a la oficina del director del Consejo, el Sheij Usama al-Rifai, en Estambul, en mayo de 2015, para solicitar su ayuda en el mismo sentido. El entonces comandante de Yaish al-Islam, Zahran Alloush, estaba visitando Estambul en aquel tiempo, y pudimos ver entonces la cálida acogida que le dispensaron los clérigos del Consejo, incluido el Sheij al-Rifai. Se nos dijo en aquel momento que el Sheij no estaba por allí, pero el gerente de la oficina, con quien nos reunimos, nos prometió que le informaría y nos contactaría para acordar una cita posterior. Más de dos años y medio después, ese contacto sigue sin producirse. Recordé esto en una correspondencia pública con la Sra. Nawal Sibai, la islamista siria que reside en España.
Y con anterioridad a estos tres incidentes, en enero de 2016, dirigimos una carta abierta en nombre de los «Amigos de los Cuatro Secuestrados de Duma» al mismo liderazgo de Yaish al-Islam, solicitando que respondieran a la petición de arbitraje que les habíamos hecho anteriormente en mayo de 2015; es decir, cuando Zahran Alloush estaba en Estambul. La carta se entregó en mano a Muhammad Mustafa, a.k.a. Abu Maan, jefe de politburó de Yaish al-Islam, que prometió una respuesta, promesa que rompió. En cuanto al llamamiento de arbitraje, tampoco recibimos respuesta alguna.
Creo, por tanto, que estos repetidos incidentes nos dan derecho a llegar a la conclusión de que los islamistas han perpetrado crímenes atroces contra los revolucionarios sirios anti-Asad, y que la abstención por parte de otros islamistas de tomar la iniciativa para condenar esos crímenes y solidarizarse con las familias de los secuestrados, o su negativa a tender una mano a esas familias, aunque esa petición de ayuda se les haya hecho repetidamente, hacen que tengamos derecho a concluir que esas personas no son capaces de distanciarse abiertamente de los crímenes perpetrados por sus compañeros, que quizá se identifican con organizaciones corruptas y criminales como el Dáesh, Yaish al-Islam y Yabhat al-Nusra, y que no encuentran nada ni en sí mismos ni en sus convicciones que no sea extrañamiento e indiferencia hacia nosotros.
Puede que no todos ellos. Me refiero aquí al repetido latiguillo en el discurso de los islamistas de no hacer generalizaciones sobre ellos. Es justo, aunque rara vez esto trata de significar que hay excepciones, que hay hombres y mujeres islamistas con disposiciones altruistas, de lo cual no dudo. Con mucha mayor frecuencia, la intención es vaciar de crítica de contenido la conducta de los islamistas y afirmar una generalización opuesta: en realidad, todos los islamistas, con raras excepciones, son justos, razonables y leales. Sin duda, las prácticas de los islamistas no son homogéneas, pero parecen ciertamente similares en lo referente al trato con los no islamistas, donde demuestran una falta casi total de altruismo; y su beneficencia se limita a los pertenecientes al grupo. Esto hace que cualquier potencial justicia islamista respecto a los demás sea una mera autojusticia, egocéntrica, sin posibilidad alguna de que a través de ella se consiga una justicia verdadera.
Se les ha dado tiempo suficiente -cuatro años- para que digan la verdad; para que expresen un sentido de justicia, y no lo han hecho. Los islamistas de tendencias diversas no han tomado iniciativa alguna para condenar los actos de agresión y se han abstenido de ofrecerse a ayudar a enfrentar esos actos a pesar de nuestras repetidas peticiones; y han roto sus promesas una y otra vez. Su innoble comportamiento no es digno de respeto. En mi opinión, esta hostilidad repetida y el desprecio por la justicia mostrado por diversos grupos de islamistas son suficientes para que pueda hablarse de un patrón injusto y lleno de prejuicios en su conducta general, que se deriva de su composición, autoconciencia y cosmovisión. Examinaré las raíces de ese modelo en otra ocasión, con la esperanza de ir más allá de las disputas sobre generalizaciones y excepciones.
El hecho de que hayan pasado cuatro años desde el secuestro y desaparición de Samira es, para mí, un hito simbólico decisivo, porque se acerca al tiempo que pasó encarcelada por Hafez al-Asad (cuatro años, un mes y once días). La lucha por el cambio político en Siria fue la lucha decisiva para Samira y para mí; la lucha sobre cuya base construimos nuestras identidades. Algo muy evidente en el libro de Samira «Diario del Asedio de Duma, 2013«, y también en mi propia obra. Los islamistas hicieron desaparecer a Samira, y su liberación -junto a Razan, Wael y Nazem- y la lucha contra los culpables islamistas, se ha convertido para mí en una lucha decisiva. Hubiera preferido una sola lucha, pero dos no son demasiadas.
Aunque, por desgracia, hay ya otras luchas.
(Traducido del árabe original al inglés por Alex Rowell.)
Yassin al-Haj Saleh (nacido en Raqqa en 1961) es un destacado escritor e intelectual sirio. En 1980, cuando estudiaba Medicina en Alepo fue encarcelado por sus actividades políticas permaneciendo tras las rejas hasta 1996. Escribe sobre temas políticos, sociales y culturales relacionados con Siria y el mundo árabe para varios periódicos y revistas árabes fuera de Siria. Es miembro fundador de la página Al-Jumjuriya.net (en árabe e inglés).
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/islamists-and-douma-four
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