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Los israelíes no quieren enfrentar la cruda realidad sobre la ocupación

Fuentes: Haaretz

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

 

Soldados israelíes hacen guardia en una parada de autobús en Cisjordania, cerca de la ciudad palestina de Nablús, 8 de noviembre de 2015.AP

Durante el caso Dreyfus, cuando la desesperación roía a los partidarios del malogrado capitán judío, Georges Clemenceau, el editor del periódico que publicó el «J’ accuse» de Emile Zola y luego sería el primer ministro que llevaría a Francia a la victoria en la Primera Guerra Mundial, escribió «La gente no sabe. Esa es la mayor tragedia en la tierra». Esta dura realidad se sigue repitiendo en otros lugares. Esta verdad socava los cimientos de la democracia y pone en duda su razón de ser. La gente no quiere hacer frente a la horrible verdad. Tan inmenso coraje e interminable devoción y amor por este país, a pesar de todos sus males, obliga a Rompiendo el Silencio a continuar la misión emprendida.

Estas personas merecen un gran respeto, al igual que sus partidarios como el comandante general (reserva) Amiram Levin, quien alguna vez dirigió la unidad de comando de élite Sayeret Matkal. Otro ejemplo de reflexión ética durante la guerra fue proporcionada por el coronel Eli Geva, un comandante de una brigada de tanques que dimitió durante la primera guerra del Líbano en lugar de abrir fuego sobre una zona civil.

Si hay algo de lo que me arrepiento como ciudadano es que yo y mi generación, así como la que nos precedió, la generación de la Guerra de la Independencia, fuimos parte de una conspiración de silencio en torno al ejército de Israel en los primeros 20 años de este país. Si sólo hubiéramos hablado entonces, cuando escuchamos por primera vez los rumores sobre el asesinato de prisioneros egipcios -por primera vez en la campaña del Sinaí y luego en la Guerra de los Seis Días- y si sólo hubiéramos obligado al Estado Mayor General a investigar y enjuiciar a los responsables, habríamos tenido un ejército diferente cuando la ocupación se estableció.

Si alguien hubiera roto el silencio tras el ataque de venganza y la masacre en la aldea de Qibya en 1953 se habrían establecido otras normas de combate, así como otras normas de comportamiento entre nuestras élites políticas.

Si sólo David Ben-Gurión hubiera aprendido del mal trago en el año 1953 de que mentir y engañar a la gente tiene un precio. Si tan sólo se hubiera enterado de que hay un precio a pagar por fomentar un culto engañoso acerca de que nuestras armas son siempre «puras» (el término utilizado antes de que se pusiera en boga «el ejército más moral del mundo»), tal vez a Israel le habría resultado más difícil escapar con subterfugios, después de 1967, del robo de tierras y el envío de sus jóvenes soldados a hostigar a la población ocupada.

En ninguno de los casos los informes y testimonios recogidos por Rompiendo el Silencio se ha demostrado erróneos. La persecución a esta organización y a otras como B’Tselem y Paz Ahora que ejerce Im Tirtzu, un grupo cuya ideología se parece a un incipiente movimiento fascista, sólo suma credibilidad a los informes de Rompiendo el Silencio.

 Un reservista israelí, Ido Even Paz, centro, guía a los visitantes en la exposición de «Rompiendo el Silencio» en el Kulturhaus Helferei en Zurich, 8 de junio de 2015. Reuters

En cuanto al argumento de lavar nuestra ropa sucia en el extranjero. Hoy en día no hay más lavanderías herméticas; la ropa sucia ondea al descubierto. Por lo tanto hacer la muestra frente a los judíos de América y a la opinión pública europea, incluidas las instituciones de la Unión Europea, es inevitable y legítimo por otras dos razones.

En primer lugar el ejército israelí castiga a los soldados si se quejan de una mínima conducta del ejército, haciendo caso omiso de la mayoría. En segundo lugar es actualmente imposible de alcanzar resultados tangibles en cualquier cuestión relacionada con la ocupación y el apartheid en los territorios sin intervención externa. El ejército sería aún más violento si no fuera por el temor a las sanciones internacionales.

De hecho, desde el momento en que la nación no quiere saber y sus líderes o se adecúan a la opresión o son demasiado pusilánime -Isaac Herzog y Yair Lapid lideran este campo- sólo las sanciones impuestas desde el exterior romperán su atonía. Se trata de un papel histórico desempeñado por todos los grupos que se oponen a la ocupación y por eso se merecen nuestro respeto y un fuerte apoyo.

 Zeev Sternhell es israelí originario de Polonia, historiador, politólogo, comentarista del conflicto palestino-israelí y escritor. Es uno de los principales expertos del mundo sobre el fascismo.

 Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.693744