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La ley al servicio de la discriminación

Los judíos de la diáspora deben pronunciarse

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Naces en un país, digamos EE.UU. Por ese hecho, te conviertes en ciudadano de ese país. Te dan un pasaporte de tu país de ciudadanía que te permite viajar a otros países como turista, como extranjero. Por cierto, puedes solicitar la residencia o la ciudadanía en un país extranjero sobre la base de sus leyes de inmigración y, si te aceptan, puedes obtener una segunda ciudadanía. Las leyes de inmigración son complicadas, no uniformes, y, en el caso de países democráticos, se esfuerzan por ser no discriminatorias, es decir, a menos que seas judío.

Si eres judío, se aplica una ley muy discriminatoria en un país extranjero, sin pedir tu consentimiento y sin vínculos formales entre tu persona y ese país. No importa si eres ciudadano de EE.UU., Argentina, o Austria: mientras seas judío, tienes un país extranjero que pretende hablar en tu nombre desde el momento de tu nacimiento. Puedes ser un judío de Alaska de sexta generación o un judío de Brooklyn de décima generación; no importa. Tú, y toda tu familia hasta dónde puedas rastrearla, podrían no conocer otro lugar que tu ciudad natal de EE.UU. y, a pesar de todo, ser «representado» por un país extranjero, un país cuyo lenguaje ni siquiera hablas. Ese país extranjero es Israel.

La ley al servicio de la discriminación

Sobra decir que para los palestinos, el país sobre cuyas ruinas se estableció Israel, esta ley de inmigración israelí, perfeccionada al estilo orwelliano, llamada Ley del Retorno, es una desgracia y una mancha sobre el manto de la humanidad. Después de todo, la Ley del Retorno israelí solo se aplica a judíos. Los palestinos que se convirtieron en refugiados debido a la creación de Israel, o los palestinos que por casualidad estaban en el extranjero cuando Israel ocupó militarmente sus casas, como mi padre, o incluso los palestinos que actualmente viven como «residentes» en Cisjordania y la Franja de Gaza, están totalmente excluidos de ese derecho al retorno a sus casas y a obtener una ciudadanía automática. Irónicamente, la palabra «retorno» se aplica directamente a los palestinos ya que nacieron aquí, vivieron aquí, araron la tierra aquí y fueron los sujetos a los que Israel trató de aplicar la limpieza étnica con el fin de crear un nuevo Estado que da a los judíos la exclusividad a ambos lados de la Línea de Armisticio de 1949, a la que se refieren como «Línea Verde».

En su mayoría, los judíos del mundo guardan silencio sobre esta realidad de tener una ciudadanía israelí guardada a perpetuidad solo para los judíos y para toda su vida. Todo lo que tienen que hacer para reivindicarla es visitar Israel y solicitarla. En parte debido a ese estado deformado de cosas, se lleva a todo judío en el mundo a pensar que tiene que abrazar fuertemente a Israel, no importa si Israel está involucrado en crímenes de guerra o en un racismo flagrante.

Amira Hass, la periodista israelí judía que cubre este conflicto desde hace décadas mientras vive entre palestinos bajo la ocupación, frecuentemente da conferencias públicas. Cuando su audiencia es judía comienza religiosamente diciendo: «Cualquier judío en cualquier parte del mundo tiene derechos en Eretz-Yisrael/Palestina [desde el Mar Mediterráneo hasta el río Jordán] que se niegan, total o parcialmente, a todos los palestinos».

A continuación, Amira pasa a presentar algunos ejemplos concretos: solo los judíos tienen derecho a visitar el país (algo que no es evidente para la mayoría de los palestinos que nacieron fuera del país, o que nacieron en él pero viven en la diáspora), solo los judíos tienen derecho a residir y trabajar en cualquier sitio del país, solo los judíos tienen derecho a una naturalización inmediata, solo los judíos tienen derecho a residir o comprar propiedades en Jerusalén (los residentes palestinos de Cisjordania y Gaza están privados de ese derecho), la lista podría continuar…

El «conflicto» palestino-israelí, como lo llaman frecuentemente, tiene muchos aspectos. Para comprender este conflicto aparentemente intratable, es imposible apartarse de un entendimiento histórico de Medio Oriente, en general, y de la tragedia que acaeció a los judíos (y a toda la humanidad) en Europa desde la Primera Guerra Mundial. Sin embargo ninguna tragedia, no importa cuán severa, puede utilizarse como pretexto para discriminar no solamente a losa musulmanes y cristianos del país, sino tampoco a judíos que también están inherentemente vinculados al mismo país. De la misma manera ninguna democracia, en el mundo actual, debería tener el «derecho» a hablar en nombre de personas que no son sus ciudadanos, que viven a miles de kilómetros de distancia y que no han dado su consentimiento directo para que hablen en su nombre o los «representen».

El presidente Obama entra en juego

«Poneos en sus zapatos [de los palestinos]». Es lo que dijo el presidente Barack Obama a un grupo de estudiantes israelíes reunidos en una sala de conferencias en Jerusalén durante su reciente visita a Israel y a Cisjordania ocupada. En un contexto israelí es una declaración atrevida que no están acostumbrados a escuchar. El presidente hizo varias declaraciones atrevidas en ese discurso, refiriéndose repetidamente a la necesidad de que los palestinos sean libres de la ocupación militar israelí. Los estudiantes aplaudieron, varias veces, ante esas propuestas con peso político del presidente.

La dirigencia derechista israelí dirigida por Benjamin Netanyahu, que no fue invitado al evento, seguramente estaba furiosa por la forma en que el presidente Obama se dirigió directamente al público israelí y obtuvo aplausos respecto a temas relacionados con la injusta supresión israelí de los derechos palestinos. Por alentadores que esos aplausos pudieran sonara los oídos poco informados, un hecho sigue estando claro: sería difícil obtener un aplauso semejante de las comunidades judías tal como están representadas por organizaciones dominantes como AIPAC y ADL (Liga contra la Difamación).

Si el presidente Obama fuera sincero en su deseo de ver el conflicto desde una perspectiva palestina, en lugar de elogiar a Israel por ser un país exitoso de inmigrantes, debería haber utilizado su atractivo y su habilidad oratoria para mostrar al público israelí lo injusto que es que un judío nacido en cualquier parte del mundo tenga más derechos en Palestina/Israel que los propios palestinos.

La realidad de que el Estado de Israel carece de fronteras definidas, o sea uno de los requerimientos claves para la condición de Estado tal como la define el derecho internacional que articula claramente el trato preferencial que Israel ha recibido de la comunidad internacional desde su establecimiento. Cuando semejantes actitudes preferenciales se arraigan en el ADN de una nación, la exclusividad puede reinar suprema en cada ámbito del Estado. Como en la Sudáfrica del apartheid, semejante exclusividad es una receta que pone en peligro cualquier proyecto de nación-Estado, incluyendo el de Israel. Las comunidades judías de todo el mundo pueden poner fin al daño que Israel se inflige a sí mismo.

Sin embargo, si los judíos de la diáspora pueden aceptar que la ciudadanía israelí les sea reservada ‘eternamente’ mientras a los palestinos se les niega no solo la ciudadanía, sino derechos humanos básicos, ellos también participan directamente en el continuo apartheid contra los palestinos.

Sam Bahour es un consultor comercial palestino-estadounidense de Youngstown que vive en Al-Bireh/Ramala, Palestina.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/04/24/diaspora-jews-must-speak-out/

rCR