Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Hace un tiempo, viajé con un conductor de taxi ocasional. Igual que yo, nació en el año 1966, pero en Teherán. Cuando tenía 13 años, ocurrió la revolución de Jomeini; a los 20 años emigró a Israel solamente porque no quería enrolarse en el ejército iraní en tiempos de la guerra Irak-Irán. Sus padres quedaron en Irán. Hace dos años su padre visitó Israel por un período de seis meses, en el verano. Cuando la visita llegó a su fin, el papá decidió que estaba mejor en Teherán y se volvió a Irán.
El conductor me describió la situación en Teherán, que es distinta a lo que muchos imaginan. Antes de la revolución, pasaron muchos meses de intranquilidad, redadas nocturnas y problemas con la tienda familiar; pero inmediatamente después de la revolución volvieron el orden y la quietud. Numerosas restricciones de la vida económica fueron derogadas, los judíos ganaron la protección del gobierno y el comercio familiar floreció.
Por cierto, surgieron leyes religiosas y restricciones en el orden público que debían respetarse estrictamente. No podían andar por las calles hombres con mujeres. Tampoco hombres con su madre o hermanas. En realidad esto último era posible en principio, pero eran investigadas de manera tan violenta por las milicias Basic para verificar si realmente se trataba de la madre, que no valía la pena asumir el riesgo. También nuestro conductor fue golpeado en las calles porque llevaba el cabello un poco más largo de lo permitido.
No obstante, cada jueves se hacía una fiesta en la ciudad. Muchos hombres y mujeres jóvenes se encontraban en una casa privada, amplia. Una habitación especial estaba destinada a los velos y burkas, en todas sus variedades. Los jóvenes se despojaban de sus vestimentas religiosas en cuanto estallaba la música del momento; el alcohol prohibido y el sexo ocupaban el recinto.
Hacía rato que habíamos llegado a nuestro destino, pero mi amigo seguía aún con su relato, rememorando a todos sus amigos y amigas, sin encontrar a ninguno, ya fuera judío o musulmán, que no disfrutara de una larga relación íntima, sin estar casado por supuesto. Su vida en Teherán era muy buena.
La historia del conductor incluía otros detalles, por supuesto, y por supuesto más historias diferentes. Pero básicamente una certeza: la gente es la gente donde quiera esté. La vida continúa bullendo aún bajo regímenes fascistas. Incluso en la Alemania nazi, hasta en los terribles años 1944-1945, mucha gente llevaba buena vida. Y en Irán hablamos de una variedad de fascismo religioso, especialmente intrusivo en el área privada.
Pero nuestro imaginario sobre la terrible vida bajo regímenes fascistas produjo una densa cortina que nos impide ver que el fascismo ya está acá, dentro de nuestros salones y con profundas raíces. Es cierto, la vida en Tel Aviv es dulce, para jóvenes de ambos sexos -un poco cara ciertamente-. Parecería que nadie interfiere en su fiesta, que continúa como siempre en esa ciudad, donde siempre es jueves. Pero se trata de los jueves en Teherán.
La realidad que los circunda está gobernada por pautas totalmente diferentes que modifican la percepción de la realidad. Desde los comienzos, Israel abandonó las promesas de su Declaración de Independencia donde se aseguraba «la completa igualdad de derechos, independientemente de la religión, raza o sexo». Desde el principio Israel prohibió -por ejemplo- el casamiento entre judíos y no judíos, una ley que trae reminiscencias de aquel otro país. Desde el principio, una persona que carece de vehículo propio esta imposibilitada para viajar el día «libre» de la semana.
En el 70% de los años de existencia de Israel, o 43 años y medio largos, hubo grandes porciones de tierra en las que judíos son sus ciudadanos, mientras que sus vecinos no judíos permanecen sin la ciudadanía. Esto también es cierto para Jerusalén, la capital «unificada» del Estado. Jerusalén también es una ciudad donde, en el transporte público, hombres y mujeres tienen frecuentemente prohibido permanecer en el mismo lugar del vehículo, y un país en el cual, en el primer grado de la escuela, los niños registrados como judíos reciben educación religiosa ortodoxa subsidiada por el Estado donde se conceptualiza que los no judíos no son seres humanos y nunca hay que concederles el derecho a la ciudadanía, sólo son súbditos.
En la realidad, el ministro de Defensa sube a los estrados oficiales del mundo y en nombre del Estado de Israel anuncia su intención de «trasladar» a aquéllos que no poseen los orígenes étnicos correctos y quitarles la ciudadanía. En realidad, un primer ministro que fue elegido en dos oportunidades, en la primera de ellas fue elegido solamente siete meses después de que encabezó las manifestaciones provocativas con el lema «con sangre y fuego Rabin será desplazado», manifestaciones que desembocaron en el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin.
En la realidad, en la ciudad de Safed se hacen pogromos con el objetivo de hacer una limpieza étnica de la población árabe. En realidad, la prohibición de vender o rentar apartamentos a los no judíos está motorizada por dirigentes oficialistas, desde el líder del partido mayoritario que controla el ministerio del Interior, el rabino Ovadia Yosef, quien decretó específicamente esa prohibición, hasta el rabino principal de Safed, Shmuel Eliyahu.
Ésta es la naturaleza del espíritu humano, en su necesidad de vivir, dispone del poder de represión. También tenemos siempre a nuestro alcance, y como consecuencia de querer una vida que merezca celebrarse, mostrar cierta preocupación por el posible advenimiento de un Apocalipsis que, en realidad, hace ya rato está aquí.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-