Traducido del árabe por Antonio Martínez Castro
Los grupos de la oposición siria cometen un grave error al encomendarse a la Liga Árabe y a sus ministros de exteriores para que los ayuden a derrocar al régimen sirio y sustituirlo por otro democrático moderno. No porque éstos no quieran, sino porque no pueden; esperan a que EEUU y la OTAN les den la luz verde antes de dar cualquier paso en Siria.
Es cierto que la Liga Árabe, con su anterior secretario general Amro Musa, jugó un papel decisivo proporcionando cobertura árabe «legítima» para que la OTAN interviniese militarmente en Libia bajo el pretexto de asegurar una zona de exclusión aérea que protegiese a la población civil. Con el paso del tiempo acabaron bombardeando todo lugar en el que hubiera fuerzas de Gaddafi tras haber destrozado completamente su fuerza aérea y antiaérea. La situación en Siria es diferente,porque la OTAN no tiene la misma determinación a la hora de intervenir para cambiar el régimen político a pesar de que el número de víctimas de las fuerzas de seguridad roza ya las 4.000.
El mayor problema al que se enfrenta la oposición siria está en las diferencias profundas que se dan en su interior y en el lenguaje inaceptable y grosero al que recurren sus portavoces en el momento de repartirse el pastel de la representación de la revolución siria, y de cuyos calificativos, el más considerado es el de «traidor» y el de «comprado por el régimen».
Con toda certeza las autoridades sirias se alegraron mucho viendo la escena a las puertas de la Liga Árabe del peor capítulo de la larga serie de discrepancias dentro de la oposición cuando un grupo de la comunidad siria residente en El Cairo (algunos de ellos afiliados al Consejo Nacional Sirio) impidieron a los representantes del Comité Nacional de Coordinación para el Cambio Democrático, compuesto de una heterodoxa mezcla de líderes de la oposición del interior y del extranjero, acceder a la sede de la Liga Árabe para entrevistarse con su secretario general, el doctor Nabil al-Arabí, con el fin de coordinar, en vísperas de la reunión ministerial del próximo sábado (hoy), la evaluación del cumplimiento por parte siria de la hoja de ruta árabe y determinar los próximos pasos a dar y las sanciones previstas.
Ha sido muy triste ver cómo han insultado, han tirado huevos podridos y han acusado de traición y de agentes del régimen a los enviados de un Comité entre cuyas filas hay gente que ha estado en la cárcel, como estuvo Michel Kilo y varios miembros de su familia, o que ha sido asesinada como le pasó a Haizam Mannaa.
Si la oposición siria de verdad quiere un cambio democrático -de lo que no dudamos en absoluto y creemos que está en su derecho-, no puede comportarse de la forma que lo han hecho sus hombres en el Cairo, porque la primera condición de la democracia es respetar las libertades y el derecho de los demás a expresarse y a dar su punto de vista.
Sabemos que el odio que el CNS profesa al Comité Nacional de Coordinación para el Cambio Democrático, que agrupa a personalidades de la oposición del interior, se debe a que estos últimos dialogan con el régimen y se oponen tajantemente a cualquier intervención militar internacional en Siria para derrocar el régimen y poner fin a sus sangrientas masacres. ¿Quién dice que la oposición debe ser homogénea como las púas de un cepillo? ¿Por qué no coordinan esfuerzos, discuten e intercambian puntos de vista?
No viene mal recordar que el CNS, en el comunicado fundacional que hizo público en Estambul, se oponía con firmeza a cualquier intervención militar extranjera y a que la revolución tomara las armas. Y esencialmente esta postura es la que propició un lugar de encuentro y coincidencia con la oposición del interior en los primeros meses de la revolución.
No estamos defendiendo la postura de los opositores del interior a favor de negociar con un régimen dictatorial que insiste en buscar soluciones sangrientas y militares. No obstante entendemos la situación en la que viven bajo ese régimen represor y valoramos su tenacidad por quedarse en el país aguantando humillaciones e incluso jugándose la vida en todo momento.
Los árabes han cometido muchos errores, los palestinos especialmente, al acusar de traición a los hermanos que se quedaron en el interior, en su tierra, que se negaron a abandonarla y optaron por resistir como una espina clavada en la garganta la ocupación israelí. Los países árabes les cerraron las puertas en las narices y las fronteras y ahora descubren, a la vuelta de decenios, cuánta razón tenían los que no abandonaron su tierra pese al terrorismo sionista pasado y presente.
Insistimos en que no estamos comparando ambos modelos, son los sirios quienes deben elegir cómo gobernarse aunque discrepemos con ellos. No obstante es preciso llamar la atención sobre los prejuicios y las acusaciones de traición que, por desgracia, corren actualmente como lo más elegante que se dicen los distintos grupos que integran la oposición siria.
No queremos que los grupos de la oposición que lideran el proyecto de cambio democrático en Siria repitan el mismo error en el que cayeron las facciones de la resistencia palestina cuando fueron víctimas de las luchas internas árabes, llegando algunas de ellas a combatir contra países y contra otras facciones palestinas bajo la bandera y siguiendo la agenda política de otros países.
Antes de que los distintos grupos de la oposición compitan entre sí para ver a quién se reconoce sustituto del régimen sirio tienen que unir filas y organizarse bajo un mismo techo democrático, igual que hicieron las facciones palestinas al formar la OLP y sus instituciones como el Consejo Nacional, el Consejo Central o el Comité Ejecutivo. Y antes aún, la oposición en el extranjero debe reconocer que no goza del apoyo de «todo» el pueblo sirio y que un porcentaje, mayor o menor, de ese pueblo está a favor del régimen y se mantiene en su trinchera, bien porque lo teman, bien porque desconfíen del futuro incierto que les espera.
La oposición siria, al igual que la Liga Árabe, está dividida. Huelga decir que la gran mayoría de los países que integran la Liga Árabe no son en absoluto democráticos y algunos de sus ciudadanos padecen un sufrimiento similar al del pueblo sirio. Estos regímenes no están interesados en que la revolución se propague a sus países. ¿Por qué los ministros árabes de exteriores no estudian el caso de la revolución yemení? Es un simple ejemplo que pone de manifiesto al mismo tiempo la hipocresía árabe y la de Occidente.
Tenemos una pregunta para los representantes del CNS: ¿Aceptar la hoja de ruta árabe que en uno de sus puntos establece iniciar los encuentros entre la oposición y el régimen en la sede de la Liga Árabe en el Cairo no supone un reconocimiento del régimen? ¿Qué diferencia hay entre negociar en Damasco o en El Cairo? ¿Es que negociar en Damasco, en su terreno, y condenar su represión, sus asesinatos, su expropiación de libertades y el robo de la dignidad nacional y humana no representa el modelo más valiente de oposición?
No pretendemos dar clases a los camaradas de la oposición siria pues entre ellos hay profesores y personalidades con larga experiencia política; ya sean los que han sido encarcelados y torturados en las cárceles sirias (las peores del mundo), ya sean aquéllos que se han tenido que dispersarse en el exilio lejos de su gente, su tierra y su país.
Pedimos sabiduría y cordura, dominar los impulsos personales y convivir con los demás como ejercicio democrático previo y necesario en un país tan diverso desde el punto de vista étnico, confesional y político.
Porque, si no son capaces de estar juntos y son sólo unas decenas, ¿cómo gobernarán a los millones que tal vez no compartan su opinión dentro de Siria?