Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Ahora debe comenzar una nueva ola de lucha por la igualdad de derechos en un único Estado que ocupe todo el territorio histórico de Palestina
Unos palestinos protestan frente a soldados israelíes por el plan de paz de Trump en la Cisjordania ocupada el 29 de enero (Reuters)
Hace años que un obstáculo interfiere en los planes mesiánicos del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu para establecer el Estado de Israel en todo el territorio comprendido entre el río Jordán y el mar Mediterráneo.
El obstáculo es la realidad demográfica de que en dicho espacio viven más palestinos que judíos. Según las cifras proporcionadas por la Oficina de Estadística Israelí al comité de asuntos exteriores y defensa del Knéset (parlamento israelí), entre el río Jordán y el mar Mediterráneo viven 6,5 millones de musulmanes y 6,44 millones de judíos, aunque esas cifras están desfasadas. El comité hablaba de musulmanes, en lugar de palestinos, excluyendo así a los palestinos cristianos.
Esto significa que el plan de anexión de Netanyahu no puede funcionar por sí solo. Las inmensas infraestructuras de hormigón con las que Israel ha consolidado su ocupación de Cisjordania -asentamientos, muros, carreteras y túneles- y su Estado de apartheid, tan cruel y absoluto como el de Sudáfrica, son solo paliativos, que mitigan el dolor de un Estado de mayoría judía, pero no logran sus fines.
Una nueva Nakba
Se puede anunciar tantas veces como se quiera (y el presidente estadounidense Donald Trump lo hizo el pasado martes) que Israel se apoderará del valle del Jordán y con él del 30 por ciento de Cisjordania y que impondrá la ley israelí en los asentamientos. Pero si no deporta físicamente a miles y miles de palestinos fuera del Estado ampliado de Israel, nada cambiará. La anexión se convierte simplemente en otra forma de ocupación.
El traslado masivo de población (es decir, una nueva Nakba, o Catástrofe) es parte fundamental de la supuesta propuesta de «paz» de Trump y Netanyahu.
Si es que se puede llamar paz al silencio que se escuchaba en las aldeas palestinas en 1948, en Beit Hanoun en 2014, cuando Israel bombardeó una escuela de la ONU en el norte de Gaza repleta de civiles matando a 15 personas e hiriendo a otras 200, o en Alepo o Mosul, después de que hubieran sido reducidas a escombros por los bombardeos. Es la paz creada mediante la derrota total y absoluta de la lucha palestina por conseguir un Estado en la tierra que les pertenece.
El plan oculto
Así que, en mi opinión, el meollo de la visión apocalíptica no reside en los discursos supremacistas de Trump o Netanyahu, en los que dan la misión por cumplida y proclaman la victoria absoluta del movimiento sionista sobre el pueblo palestino. Reside concretamente en un párrafo oculto en el interior del prolijo documento de 180 páginas, del que Trump alardea de ser el más detallado de los producidos sobre el conflicto.
Se trata del párrafo que menciona que las permutas de tierras que realice Israel pueden incluir «zonas pobladas o no pobladas». El documento es preciso en cuanto a qué población hace referencia: la población palestina de 1948 del llamado triángulo septentrional de Israel: Kafr Qara, Baqa-al-Gharbiyye, Umm al-Fahm, Qalansawe, Tayibe, Kafr Qasim, Tira, Kafr Bara y Jaljulia.
Nuevas fronteras proyectadas para Israel según el plan de Trump
El documento continúa: «La visión contempla la posibilidad, sujeta al acuerdo entre las partes, de redibujar las fronteras de Israel para que las comunidades incluidas en el Triángulo se conviertan en parte del Estado palestino. En dicho acuerdo, los derechos civiles de los residentes en las comunidades del triángulo estarían sometidos a las leyes y resoluciones judiciales de las autoridades relevantes».
Esta es la parte oculta y más peligrosa del plan. Ese triángulo es el hogar de unos 350.000 palestinos -todos ellos ciudadanos de Israel- situados junto a la frontera noroccidental de Cisjordania. Umm al Fahm, su ciudad más importante, es el hogar de algunos de los defensores más activos de Al Aqsa.
Yusef Jabareen, parlamentario árabe del Knéset, me dijo en una ocasión: «Umm al-Fahm es mi ciudad natal, Wadi Ara es mi alma. El Triángulo es el hogar de cientos de miles de ciudadanos árabe-palestinos que viven donde han nacido. El programa de anexión y reubicación de Trump y Netanyahu nos expulsa del lugar donde hemos nacido y revoca nuestra ciudadanía; es un peligro para la existencia de todos los ciudadanos de la minoría árabe. Ahora es el momento de que árabes y judíos que valoran la democracia y la igualdad se alcen y trabajen juntos contra este peligroso plan».
Una «limpieza étnica» oficial
Durante años, dirigentes del centro y la derecha israelíes han estado jugando con la idea de esta «transferencia» de población e intercambio de tierras, que ya fue mencionada por los antiguos primeros ministros Ehud Barak y Ariel Sharon. Pero fue Avigdor Lieberman quien convirtió en causa la expulsión de los palestinos.
Su propuesta era despojar de su nacionalidad israelí a 350.000 palestinos residentes en el Triángulo y obligar al 20 por ciento restante de población israelí no judía a prestar un «juramento de lealtad» a Israel como «Estado judío sionista», o afrontar su expulsión a un Estado palestino.
Hace dos años, Netanyahu propuso a Trump que Israel debería deshacerse del Triángulo. Hoy esos planes de limpieza étnica han quedado sellados en un documento oficial de la Casa Blanca.
Según un tuit del miembro palestino de la Knéset, Ayman Odeh, el anuncio de Trump «permitiría despojar de su nacionalidad a cientos de miles de árabes palestinos que viven en el norte de Israel».
Apoyo a Trump
La presencia de los embajadores de los Emiratos Árabes, Bahréin y Omán en la Casa Blanca cuando se realizó el anuncio el pasado martes fue otro hecho relevante. Arabia Saudí, Egipto y los Emiratos Árabes acogieron sin reservas el plan. Lo mismo hizo Qatar, si bien añadió que el Estado palestino debería negociarse a partir de las fronteras de 1967 y que los palestinos deberían conservar su derecho al retorno.
Trump dijo estar asombrado por la cantidad de llamadas de líderes mundiales apoyando su plan, incluyendo la del primer ministro británico Boris Johnson.
Deshaciéndose de cuatro décadas de política exterior basada en la solución justa y equitativa de dos estados, Johnson apoyó con todo el poder de Reino Unido el plan de Trump. El secretario de Estado para asuntos exteriores británico, Dominic Raab emitió a su vez un comunicado dando la bienvenida al plan: «Se trata claramente de una propuesta seria, que refleja una gran cantidad de esfuerzos y tiempo dedicados».
«No puedo creer todo el apoyo que he recibido esta mañana», alardeó Trump. «He recibido llamadas de líderes, Boris [Johnson] llamó, y muchos otros. Todos se ofrecen para `hacer lo que esté en su mano´».
No obstante, otros son conscientes del peligro de este plan. El senador Chris Murphy es uno de ellos. En un tuit, afirmaba: «La anexión unilateral del valle del río Jordán y de los asentamientos existentes, considerados ilegales según la legislación estadounidense y el derecho internacional, entorpecerá décadas de proceso de paz. Y corre el riesgo de provocar violencia y una desestabilización masiva en lugares como el Jordán».
En absoluta soledad
Nadie debería subestimar la naturaleza histórica de la declaración que acaba de tener lugar. La solución de los dos estados o la idea de que es factible la creación de un Estado palestino junto a otro de mayoría judía está muerta. En realidad, estaba muerta antes de los Acuerdos de Oslo.
Ya los soviéticos (Yevgeny Primakov) y el entonces secretario de Estado de EE.UU., James Baker, habían afirmado al rey Hussein de Jordania, que actuó como mediador en los acuerdos de paz, que los palestinos nunca lograrían tener un Estado independiente. Esto incluso antes de que se celebrara la Conferencia de Madrid que precedió a los Acuerdos de Oslo. El rey no tuvo que asistir al funeral de su amigo Yitzhak Rabin, asesinado en 1995, para darse cuenta de ello. Ya lo sabía. Pero ahora el proceso de paz ha fenecido realmente.
Estados Unidos ha dado su visto bueno oficial a la frontera oriental del Estado de Israel. El mapa publicado por Middle East Eye ya lo dice todo. El Estado Palestino previsto por el plan parece una resonancia magnética del cerebro de una víctima de Alzheimer. El Estado Palestino ha sido devorado por completo.
El presidente de E.UU. Donald Trump y el primer ministro israelí Benjamin Natanyahu el pasado 28 de enero (Reuters)
Es evidente el mensaje que dicho mapa envía a los palestinos de cualquier facción. Olvidad vuestras divisiones, olvidad lo ocurrido entre Fatah y Hamás en Gaza en 2007, desechad acusaciones de golpe de Estado y uníos. Uníos frente a una amenaza existencial.
Los palestinos están verdaderamente solos. Todas las bases de su posición negociadora han desaparecido. No mantienen Jerusalén, ni el derecho al retorno, ni refugiados para regresar, ni los Altos del Golán y ahora se han quedado también sin el valle del Jordán. No les quedan aliados árabes. Siria está destrozada; Irak, dividido; Egipto y Arabia Saudí son ahora juguetes de Israel. Los palestinos han perdido el respaldo de las naciones árabes más pobladas y de la más rica.
No tienen ningún lugar a donde ir. Europa está cerrada ante cualquier gran migración futura. Solo tienen una opción: quedarse y pelear. Unidos pueden deshacer los planes supremacistas de limpieza étnica de Israel. Lo han hecho anteriormente y pueden volver a hacerlo.
Una nueva lucha
Los palestinos deben hacer frente a esta realidad. El reconocimiento de Israel que realizó en 1993 la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ha llegado al callejón sin salida al que se dirigió desde el primer momento. Ni Estados Unidos, ni el derecho internacional, ni las resoluciones de la ONU iban a acudir en su ayuda y, solo en ese aspecto, el brutal plan de Trump ha hecho un favor a los palestinos. Ha desintegrado décadas de fantasías.
Ahora debe comenzar una nueva ola de luchas por la igualdad de derechos en un único Estado que ocupe todo el territorio histórico de Palestina. Esto supondrá un enorme combate. Nadie debería subestimar lo que puede ocurrir si el pueblo palestino vuelve a levantarse. Pero tampoco debería haber ninguna duda de las consecuencias de consentir las pretensiones israelíes.
Es la primera vez desde 1948 que todos los palestinos pueden unirse con un mismo objetivo. Tienen que aprovechar la oportunidad si no desean marchitarse como una nota al pie de la historia.
David Hearst es editor jefe de Middle East Eye y anteriormente fue redactor jefe de internacional en The Guardian.
Fuente: https://www.middleeasteye.net/opinion/palestinians-have-only-one-option-left-stay-and-fight
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