Traducido para Rebelión por Caty R.
Lejos de mi intención cualquier polémica, pero guardémonos de una lectura «occidentalista» de los levantamientos populares del mundo árabe.
Si la crítica es necesaria para el buen funcionamiento de la democracia, una pedagogía política de los pueblos exige que la crítica se haga sobre todos los aspectos del problema, ya que una lectura fraccionada incluirá inevitablemente las tortuosidades del discurso dominante occidental.
Primero: Más allá de las fuertes críticas basadas en los defectos del poder sirio, la desestabilización de Siria tiene los objetivos de compensar la inclinación de Egipto al campo de la protesta árabe y de romper la continuidad estratégica entre los diversos componentes del eje de la resistencia a la hegemonía israelí-estadounidense cortando las vías de suministro de Hizbulá en el sur de Líbano.
El efecto secundario es desviar la atención de la fagocitosis de Palestina por parte de Israel con la complicidad de los Estados occidentales. Israel y Siria no comparten los mismos intereses. El Estado hebreo pretende constituir un cinturón de estados vasallos a su alrededor y Siria busca librarse de la soga deslizada alrededor de su cuello para obligarla a rendirse.
Segundo: Siria e Irak constituyen los dos únicos Estados del mundo árabe impulsados por una ideología laica. Irak ha sido desmantelado por los estadounidenses con el resultado de la constitución de un enclave autónomo pro israelí en el Kurdistán iraquí, el esquema que preludió el desmembramiento de Sudán con la constitución de un enclave pro israelí en el sur de Sudán en el curso del Nilo. Después será más fácil denunciar la intolerancia de los países árabes debida a su presunto integrismo.
Tercero: La libre determinación de los pueblos es un derecho sagrado inalienable. Eso debe aplicarse tanto en Siria como en Palestina. Avalar en julio en París con Bernard Henri Lévy, punta de lanza de la campaña mediática pro israelí en Europa, una conferencia de la oposición siria, desacredita a los participantes y arroja un velo de sospecha sobre sus objetivos, igual que la alianza del partido islamista «Al-Tharir» en el norte de Líbano con el líder de las milicias cristianas libanesas, Samir Geagea, el aliado más sólido de los israelíes en Líbano.
Cuarto: debería prohibirse la sucesión dinástica. Pero ese principio debe aplicarse sin excepción a Bachar Al-Assad, por supuestos, pero también a Saad Hariri, que sucedió a su padre Rafic Hariri, sin la menor preparación, a la cabeza de un país situado en el epicentro de Oriente Próximo. A Alí Bongo, por quien Francia amañó las elecciones para favorecer su propulsión al frente del Estado gabonés. A Amine Gemayel, elegido al amparo de los tanques israelíes en sustitución de su hermano asesinado Bachir quien, a su vez, también resultó elegido a la sombra de los tanques de Israel. A Nicolas Sarkozy, que se cuidó de propulsar a su hijo Jean a la cabeza del EPAD (Consejo General de Defensa, llamado también de los Hauts de Seine). A Hosni Mubarak, que se disponía a pasar el poder a su hijo Jamal con la bendición de los occidentales, y de quien Sarlozy alabó la valentía de su retirada, sin la más mínima palabra por la valiente lucha del pueblo palestino.
Quinto: Enjuiciar por la pérdida del Golán al régimen sirio es un argumento de una indigencia patética, un juicio de mala fe. La patente desproporción de fuerzas entre Israel, primera potencia nuclear del Tercer Mundo que además goza del apoyo incondicional de Estados Unidos, la primera potencia militar de la época contemporánea, frente a un país, Siria, objeto de repetidos intentos de desestabilización, en particular por parte de sus hermanos árabes (el golpe de Estado del coronel Salim Hatoum, en Siria, financiado por Arabia Saudí, tuvo lugar en 1966, en plena fase de desvío de las aguas del Jordán por parte de Israel; y la revuelta de Hamás ocurrió en 1982, a cinco meses de la invasión israelí de Líbano, una operación destinada a propulsar a los hermanos Gemayel al poder supremo libanés.
Sexto: Ubicarse bajo la égida de Turquía demuestra un trágico desconocimiento de las realidades regionales cuando sabemos que Turquía ha sido el principal aliado de Israel durante medio siglo, paralizando al mundo árabe mediante una alianza bajo cuerda con el Estado hebreo.
Para acabar, el dignatario religioso sirio que se sorprende de las filtraciones de armas debería leer más asiduamente la prensa libanesa para inventariar el desmantelamiento, en dos meses, de cuatro redes de contrabando de armas de Líbano a través de Siria, por mar o por tierra, por las redes de las milicias cristianas, o de los partidarios del partido Al Mostaqbal, el partido de Saad Hariri.
Estamos seguros de que si suscribiera un acuerdo de paz con Israel en las condiciones degradantes que este último pretende, Siria recobraría la gracia a los ojos de los occidentales, en particular de Nicolas Sarkozy, en camino a su carbonización, y de Barak Obama, en camino de convertirse en un fantoche.