Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Israel tiene una decisión estratégica que tomar: Continuar como Estado securitario o llegar a un acuerdo con el pueblo que ha expulsado y oprime.
Primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (AFP)
Si Benjamín Netanyahu necesita descansar y recuperarse de las tribulaciones de ser el primer ministro en funciones de Israel, si hay un espacio donde que pueda ocultarse de cualquiera de las cinco investigaciones policiales que lo amenazan, ese lugar de relativa comodidad debe ser seguramente «el hoyo».
Ese es el nombre que recibe el bunker instalado varias plantas por debajo de la base de Kirya en Tel Aviv que sirve como centro neurálgico de operaciones del ejército israelí. Es el lugar donde los primeros ministros, los ministros de defensa, los jefes del Mossad y del Shin Bet descienden regularmente cuando una operación militar está en marcha.
Y es desde ahí desde donde Netanyahu puede inspeccionar la tarea de su vida: el control absoluto e incuestionable por Israel de todo lo que vigila.
Los señores de la tierra
La Fuerza Aérea israelí puede organizar repetidos ataques contra objetivos iraníes en Siria sin que la población de Israel tenga que apresurarse a buscar refugios antiaéreos. Sus poderes de identificación visual son tales que el ejército israelí puede reconocer a los palestinos desarmados que se acercan a la valla en Gaza, dispararles y mutilarles a voluntad.
Los manifestantes son atacados deliberadamente con balas que les destrozan las extremidades inferiores y van a requerir de cirugías el resto de su vida, cirugías que no pueden conseguir. Esto es lo que significa ser los señores de la tierra en 2019, como expresara de forma memorable en una ocasión el historiador israelí Avi Shlaim.
El ejército de Israel está clasificado como el octavo más poderoso del mundo. Israel puede optar por no participar en los tratados y organizaciones internacionales que considere inconvenientes y acosar a las élites políticas de Washington, Londres, París y Berlín para mantener la impunidad de sus acciones. Los activistas palestinos aparecen etiquetados como terroristas en las bases de datos, como es el caso de World-Check, y tienen sus cuentas bancarias clausuradas por el sistema bancario.
La reputación de políticos como el líder propalestino del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, puede verse empañada. Los políticos sin conocimientos o interés en la región se hallan en estado de terror ante la posibilidad de que puedan considerarles antisemitas.
Israel ha venido intimidando a la comunidad internacional para que vincule el antisionismo con el antisemitismo, ampliando los límites de la definición histórica exactamente en el momento en que se produce un aumento de los ataques contra judíos en Europa.
Como Gideon Levy escribió en Ha’aretz: «Es difícil pensar que otro país que no sea Estados Unidos, Rusia o China se atreviera a actuar así. Pero Israel puede hacerlo».
Cuenta con dirigentes de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Bahréin y Omán que comen de su mano. Los Emiratos Árabes Unidos están incluso dispuestos a sacudirse la hoja de parra de que se dotan respecto a Israel y utilizar a Amman, la capital de Jordania, para programar vuelos directos a través de esa ciudad hacia algún Estado musulmán que aún no ha reconocido a Israel formalmente.
Netanyahu escribe la política exterior de los aliados internacionales de Israel y tiene, en Donald Trump y en su yerno Jared Kushner, a dos majaderos bien dispuestos. Los dos enviados de Estados Unidos, su embajador David Friedman y su asesor de seguridad nacional John Bolton sienten posiblemente mucho más apego hacia Israel que hacia su propio país.
Esto no significa que Israel y EE. UU. sigan caminando pegados. En Washington está percibiéndose un creciente resentimiento y rechazo contra la influencia encubierta que Kushner ejerce sobre áreas tradicionales de la política exterior estadounidense.
Israel está perdiendo el apoyo de la comunidad judía estadounidense liberal, por la misma razón que Netanyahu ha trasladado sus lealtades a la base sionista cristiana de Trump. Si Kushner se fuera, Netanyahu podría encontrarse con un Trump que podría ponerse a reflexionar sobre todo el dinero que Israel le está costando en ayuda militar.
El término medio
La ocupación es más férrea ahora y los palestinos son más débiles y están más divididos que nunca. Con Mahmud Abbas, cuya presidencia expiró hace mucho tiempo, Palestina carece de liderazgo y Fatah está dividido en clanes enfrentados. Eso es precisamente lo que a Israel le conviene. Abbas está más ansioso por prolongar el asedio de Gaza que por llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional.
No es de extrañar que a Trump le resultara tan fácil retirar de la mesa las cartas del jefe de las negociaciones de Abbas: Jerusalén Este, el derecho al retorno y el estatus de los propios refugiados fuera de la mesa.
Con más de 600.000 colonos en Cisjordania y Jerusalén oriental, un Estado palestino independiente, contiguo y autónomo es un sueño cada vez más lejano. Este es otro desenlace del que Netanyahu puede sentirse orgulloso. Tildado en alguna ocasión de extremista por los sionistas liberales, Netanyahu ocupa hoy el término medio del discurso político en Israel.
No hay nadie más carismático que Netanyahu en el espectro político actual. La izquierda israelí se ha desvanecido y el único debate se da entre los que defienden la separación y los que promueven la anexión.
Si hay una voz que explique el abismo entre un israelí que vive dentro del alcance de los cohetes y los propios palestinos en Gaza, debería dársele a la mujer entrevistada recientemente por la BBC: «Por supuesto que están bajo asedio, pero hay una razón para ello: Los palestinos están disparando contra mi casa. Tuve que regalar mi perro porque no podía llevarlo a pasear. No podía hacerlo. Estaba aterrada. Ellos se lo buscaron. Tuvieron elecciones. Y eligieron a Hamas».
¿Fin de la partida?
Netanyahu tiene todas las razones para sentarse en su hoyo claustrofóbico, tomarse otro cono de su helado favorito de vainilla y pistacho y declarar que el juego ha terminado.
Resulta interesante ver que, en esta coyuntura del conflicto de 70 años de duración, se están escuchando voces israelíes que advierten que la victoria no puede durar, que el proyecto de establecer el Estado de Israel en la Tierra bíblica de Israel desde el río Jordán hasta el mar, acabará consumiéndose y desmoronándose desde el interior.
Benny Morris, uno de los principales historiadores de Israel, es la última personalidad en dar voz a la fatalidad.
Morris se describió a sí mismo hace tiempo como «nuevo historiador» por su trabajo para descubrir la verdad sobre el origen de Israel, una verdad que aquellos que participaron en tal inicio pasaron tiempo y energía tratando de ocultar. Su libro «The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949» detalla las expulsiones masivas, la limpieza étnica y los crímenes de guerra perpetrados. Como reservista, Morris se negó a servir en los territorios ocupados durante la Primera Intifada.
Desde entonces, Morris se ha unido a las filas de los historiadores que amontonan engaño sobre engaño, pateando las huellas de las evidencias que él mismo descubrió. Cuando afirmó que el «profundo y básico negacionismo palestino» era el núcleo del conflicto, y que los asentamientos pueden «manipularse con delicadeza», estaba dando lo que Daniel Levy denominó una apariencia de respetabilidad intelectual a una mentira bien ensayada.
Morris es conocido por disculpar los crímenes israelíes contra los palestinos (Universidad Ben Gurion)
Como Levy señaló cuando respondió a Morris en 2012, los asentamientos en Cisjordania cubrían el 42% del área bajo planificación municipal y regional. Los trece asentamientos establecidos más allá de la línea del armisticio internacional en Jerusalén Este eran entonces el hogar de 187.000 judíos, una cuarta parte de la población del municipio de Jerusalén. Todas estas cifras se han transformado radicalmente.
Morris ha definido desde entonces el expolio del pueblo palestino como un mal necesario. Dijo que Ben-Gurion no había llegado lo suficientemente lejos al expulsar a todo el pueblo palestino al otro lado del río Jordán en 1948, y propuso encarcelar a los palestinos en jaulas porque «allí hay animales salvajes».
«Si la guerra de independencia hubiera terminado con una separación total de las poblaciones: los árabes de la Tierra de Israel en el lado este del Jordán y los judíos en el lado derecho del río, Oriente Medio sería una región menos inestable y el sufrimiento de los dos pueblos en los últimos setenta años hubiera sido mucho menor. Se habrían sentido satisfechos con un Estado -en cierto modo [en el actual Reino de Jordania]-, aunque no fuera exactamente lo que querían, y hubiéramos recibido toda la Tierra de Israel», se lamentaba Morris en Ha’aretz.
En sus últimas manifestaciones, Morris ha declarado que Israel no perdurará.
«No veo cómo vamos a salir de esta», dice Morris. «Hoy hay ya más árabes que judíos entre el Mediterráneo y el Jordán. El territorio entero se está convirtiendo inevitablemente en un Estado en el que hay una mayoría árabe. Israel todavía se llama a sí mismo Estado judío, pero una situación en la que dominamos a un pueblo ocupado que no tiene derechos no va a poder persistir en el siglo XXI, en el mundo moderno. Y lo segundo es que tienen derechos: el Estado no será judío».
Morris piensa que los árabes son congénitamente violentos, hostiles y están decididos a destruir a Israel, aunque sigue afirmando que es deseable un Estado palestino separado en su debido momento, no ahora. Oriente Medio, en el léxico de Morris, es un código de retroceso y ahí representa completamente lo que piensa su pueblo
Dos palestinos convertidos en refugiados tras ser expulsados de su hogar en 1948 (Wikimedia)
De la realidad actual de un solo Estado, Morris dice: «Este lugar degenerará convirtiéndose en un Estado de Oriente Medio con una mayoría árabe. La violencia continuará aumentando entre las diversas poblaciones dentro del Estado. Los árabes exigirán el retorno de los refugiados. Los judíos permanecerán como una pequeña minoría en un gran mar árabe de palestinos, como una minoría perseguida o una minoría masacrada, como sucedía cuando vivían en los países árabes. Los judíos que puedan huirán a Estados Unidos y Occidente».
La última intervención de Morris encendió un vigoroso debate en las columnas del periódico israelí de tendencia liberal Haaretz. Gideon Levy, columnista y colaborador de Middle East Eye, le lanzó: «Según Morris y sus semejantes, los árabes nacen para matar. Todos los palestinos se levantan por la mañana y se preguntan a sí mismos ‘¿A qué judío mataré hoy? ¿Y a quién expulsaré hasta el mar?’ Es como un pasatiempo. Y si es así, no hay nada de qué hablar y nadie con quien hablar».
«Esta falsa escuela de pensamiento libera al sionismo de toda culpa y a Israel de toda responsabilidad. En todo caso, cualquier cosa que Israel haga provocará una masacre; es solo cuestión de tiempo.»
«Sin embargo, el historiador que describió cómo comenzó todo, que comprendió que ese inicio entrañó un terrible pecado original -desposeer y expulsar a cientos de miles de personas, y luego evitar que regresaran por la fuerza, como detallaba en su siguiente libro, no está dispuesto a vincular la causa con el efecto», escribió Levy.
Ningún Estado palestino
Hay un pequeño resquicio de luz entre tantos nubarrones. Al despojar a Israel de un propósito moral, al declarar de manera llana que el proyecto de mantener un Estado de mayoría judía supera todas las demás consideraciones y, en particular, los derechos humanos de los palestinos que allí viven, el debate ha atrasado el reloj hasta 1948.
Esto es, al menos, más honesto que todas las palabras que se escribieron durante décadas sobre el denominado «proceso de paz», todas las críticas para despistar alegando que Israel deseaba un acuerdo pero que no tenía con quién hablar y que los palestinos rechazaban cualquier oferta que se les hubiera ofrecido.
Conseguí un relato de primera mano sobre la duplicidad involucrada en las promesas hechas en los Acuerdos de Oslo de alguien que invirtió su carrera en intentar hacer que funcionara una solución de dos Estados, y en un plan para compartir a Jerusalén como un centro religioso internacional. Adnan Abu Odeh, ministro de Información del rey Hussein y su asesor sobre Palestina, me recordó un incidente de marzo de 1991, que ocurrió poco antes de la Conferencia de Madrid y dos años antes de los Acuerdos de Oslo.
Había llegado a oídos del rey cierta información acerca de un esfuerzo estadounidense por la paz en Palestina y quería saber qué estaba pasando. Abu Odeh fue enviado a Washington para averiguar qué tenía en mente EE. UU. Para librarse de la prensa, Odeh acompañó a un miembro de la Corte Real de Jordania a una reunión del Consejo de Asuntos Exteriores en San Francisco, y luego regresó a Washington sin que nadie se diera cuenta.
Así fue como Odeh se encontró sentado en la oficina de James Baker, que en aquel momento era el secretario de Estado de EE. UU. Odeh se percató de que había un reloj en la pared que estaba conectado con el del despacho de su secretaria. Sonaba cada quince minutos. Esta era la señal para que la secretaria entrara y acompañara fuera al invitado.
Baker habló sin cortapisas sobre los planes para la próxima conferencia internacional. Después de quince minutos, el reloj sonó y la sesión terminó: «¿Se lo he dejado claro?», preguntó Baker levantándose de su asiento. «No», respondió Odeh. Baker suspiró y volvió a sentarse. Asintió y la secretaria desapareció. Después de otros quince minutos, el reloj sonó y la asistente volvió a aparecer. Odeh se negó a moverse: «¿Para qué vamos a ir a esta conferencia?» preguntó.
Baker le dijo de nuevo a su secretaria que se marchara.
«Mire, Sr. Odeh, le voy a decir algo como secretario de Estado. No habrá un Estado palestino. Habrá una entidad, menos que un Estado y más que una autonomía. ¿OK ahora?
Eso es todo lo que podemos conseguir de los israelíes», dijo Baker.
Una solución de dos Estados: una ficción conveniente
El palestino obtuvo la respuesta que había venido a buscar. Había oído lo mismo ya de los soviéticos diez años antes, y fueron los primeros patrocinadores de los palestinos. Yevgeny Primakov, el principal arabista soviético, le dijo en 1981: «Adnan, olvídalo. No habrá Estado palestino».
Desde entonces, el concepto de una «solución de dos Estados» ha sido una ficción conveniente para los sionistas liberales. Para otros historiadores israelíes, como Ilan Pappe, en Oslo, nunca hubo una verdadera intención israelí de crear un Estado palestino.
El sionismo liberal, que Pappe define como movimiento colonizador clásico de asentamientos, siempre tuvo un problema para equiparar la geografía con la demografía: «¿Cómo puedo conseguir la mayor cantidad posible de Palestina, con la menor cantidad posible de palestinos, sin socavar mi reputación como la única democracia en Oriente Medio?», decía Pappe imitando a un sionista.
Oslo ayudó en esta empresa al proporcionar una pantalla. «La mayor de las mentiras de Oslo fue la fórmula: ‘Tengamos paz y si la paz tiene éxito, Israel dejará de arrestar a personas sin juicio, demoler casas, detener los asesinatos y las expulsiones'», dijo Pappe.
«Incluso los palestinos que apoyaban una solución de dos Estados dijeron: ‘No, es al revés. Detén la ocupación, saca a tus soldados y entonces podemos tener la oportunidad de dialogar en pie de igualdad'».
Al menos, la niebla ha desaparecido sobre lo que ha estado realmente sucediendo y todos pueden verlo ya con claridad.
Una opción clara
Esta no es la primera vez en la historia que esta zona de Oriente Medio ha sido colonizada por los europeos. Tampoco es la primera vez que un proyecto de colonización saca su legitimidad de los textos bíblicos. Tampoco es la primera vez que se diseñó específicamente para desislamizar a Jerusalén.
«Las cruzadas vistas por los árabes», de Amin Maalouf, es un relato con resonancias increíblemente modernas. Una ciudad tras otra cayó ante los ejércitos francos cuando sus comandantes se enfrentaron entre sí. Como en los Estados del Golfo de hoy.
La historia está llena de ironía. El líder de la resistencia árabe ante los invasores francos era cualquier cosa menos árabe. Saladino, el héroe, era kurdo. Zangi, Nur al-Din, Qutuz, Baybars y Qalawun eran turcos. Algunos comandantes de campo necesitaban traductores para entenderse entre ellos.
Los resistentes se consideraban más civilizados que sus atacantes. Ciertamente, eran más avanzados en higiene y medicina, y posiblemente eran menos bárbaros que los francos que saquearon la ciudad de Ma’arra en 1098. El cronista Radulf de Caen registró: «Nuestras tropas hirvieron en ollas a los adultos paganos; empalaron a los niños en espetones y los devoraron a la parrilla».
Se ha invocado con frecuencia a Saladino como un modelo a seguir por los líderes árabes modernos. A Nasser le encantaba la comparación. Dos de las tres divisiones del Ejército de Liberación de Palestina fueron nombradas, tras decisivas batallas contra los francos, Hittin y Ayn Jalut.
Lamentablemente, ahí es donde termina la comparación. La reconquista de Saladino comenzó uniendo las fuerzas contra el invasor europeo. Logró crear un Estado árabe fuerte, poniendo fin a la fragmentación de las ciudades-Estado. Pero aún fueron necesarios otros 98 años después de la muerte de Saladino para poner fin a dos siglos de presencia franca en Oriente. Pero al final se consiguió.
Las Cruzadas fracasaron porque se trataba de un proyecto para reemplazar a los pueblos de la región, en lugar de integrarse con ellos. Los cruzados establecieron instituciones duraderas. La ley pasaba de una generación a otra sin sangrientas guerras civiles. Sabían cómo usar las alianzas con emires musulmanes en su lucha con otros príncipes. Pero no pudieron integrarse con la región.
Un castillo cruzado gigantesco
Israel se rodea hoy de muros. Es un gigantesco castillo cruzado, cuyas alianzas se establecen con los emires de otras ciudades árabes. Pero a la menor oportunidad que tiene de expresarse, la calle árabe expresa una hostilidad eterna.
Las embajadas de Israel en Egipto y Jordania fueron asaltadas. Después de décadas de conflicto, Israel debería reflexionar sobre esto. Porque es incapaz de compartir Jerusalén como centro religioso internacional.
La población cristiana de Jerusalén está desapareciendo. ¿Qué mayor grito de guerra podría darse ante el mundo árabe? Aceptar lo que hacen los sucesivos primeros ministros israelíes, utilizar el statu quo de divide y vencerás, depender de la desunión árabe, hablar solo con dictadores cuya legitimidad es tan fina como el papel y que temen y reprimen a la opinión pública, tratar su existencia como una realidad permanente en un mundo dramáticamente cambiante (aunque, por supuesto, lamentando el hecho de tener que vivir en un «vecindario difícil»), es estar asumiendo un verdadero reto.
Gideon Levy escribió: «En vísperas de año nuevo, Israel no se está enfrentando a desafíos que puedan poner en peligro su estatus de superpotencia beligerante. Parece probable que pueda seguir haciendo lo que está haciendo, en los territorios ocupados, en Oriente Medio y en el mundo entero. Solo la historia misma insiste en recordarnos de vez en cuando que esas desenfrenadas exhibiciones de embriaguez de poder terminan por lo general mal. Muy mal».
Hay una forma de salir de este conflicto que se autoinflama y autoperpetúa, y aquí se debe hacer una clara elección estratégica.
Israel puede cavar más y más su fosa. Puede continuar como un acto de fuerza, un Estado securitario, cuya única seguridad se basa en niveles cada vez más profundos de represión y confinamiento. Se considera normal que el 40% de la población masculina palestina pase por las cárceles israelíes. O puede hacer lo que nunca ha intentado. Puede llegar a un acuerdo con el pueblo y la cultura que ha expulsado y somete. Puede tratarlos como iguales, como personas con los mismos derechos a disponer de las propiedades, las tierras, las aldeas que Israel se ha adjudicado. Puede atreverse a pronunciar su nombre y a reconocer su identidad. Puede tratarlos como pueblo con historia y memoria.
El único camino
Sostener, como hace Morris, que en el momento en que Israel «devuelva» a los palestinos sus derechos, Israel dejará de ser un Estado judío es revelar la verdadera naturaleza de la empresa.
Sí, para que esto suceda, los descendientes israelíes de los judíos de Europa, Rusia y los Estados árabes tendrían que cerrar la puerta a esa historia colectiva suya que les grita que solo pueden disfrutar de seguridad y autodeterminación en un Estado de mayoría judía.
También los palestinos tendrían que enterrar su historia, una historia de limpieza étnica, desposesión y encarcelamiento, un fuego que arde con la misma intensidad. Pero este recuerdo es indeleble y no hay nada que Israel pueda hacer para borrarlo. A ningún palestino tienen que enseñarle su historia. No es preciso instigar a ningún escolar palestino. La conocen, la respiran, viven su desposesión cada día de sus vidas.
Y no, no habría garantía de seguridad para una minoría judía en un Estado de mayoría musulmana y cristiana que no fuera otra que la garantía proporcionada por la paz, por la seguridad compartida, por la justicia compartida y por el gobierno compartido.
Este es el camino que emprendieron Sudáfrica e Irlanda del Norte. Es ahora el único camino hacia la paz y la legitimidad y es la única estrategia que puede perdurar. ¡Por supuesto que puede ponerse fin a los conflictos!
David Hearst es redactor jefe del Middle East Eye. Con anterioridad trabajó en The Guardian y The Scotsman.
Fuente: https://www.middleeasteye.net/opinion/lords-land-why-israels-victory-wont-last
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