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Los silencios cómplices de la Comisión de Investigación Parlamentaria del 11-M

Fuentes: Rebelión

El día 11 de marzo se cometieron en Madrid dos gravísimos ataques: el atentado de los trenes, de Al Qaeda, y la gran mentira del gobierno de Aznar, que calumnió a la sociedad vasca y la involucró a conciencia, con voluntad criminal, en el primer episodio. La «Comisión de Investigación Parlamentaria del 11-M», se dedica […]

El día 11 de marzo se cometieron en Madrid dos gravísimos ataques: el atentado de los trenes, de Al Qaeda, y la gran mentira del gobierno de Aznar, que calumnió a la sociedad vasca y la involucró a conciencia, con voluntad criminal, en el primer episodio.

La «Comisión de Investigación Parlamentaria del 11-M», se dedica estos días a esclarecer el primer suceso. Bien sabemos cuál es el cometido de estas Comisiones al uso: reconducir las crisis sociales, imprevisibles en su desarrollo, a dimensiones controladas, institucionales, y someterlas a tratamiento protocolario. Lo curioso es que nadie parece tener el menor interés en dilucidar el segundo caso. ¿Por qué el Gobierno de Aznar dirigió sus acusaciones al tema vasco?

Que el entonces presidente Aznar mintió deliberadamente está a estas alturas meridianamente claro. Como publicaba en primera plana un destacado diario español de referencia, «El informe policial del 11-M prueba que las pistas nunca apuntaron a ETA». Primera noticia de portada (El País. 1 de julio de 2004). La mentira fue de escándalo.

Pero el alcance del fenómeno en sí es más complejo. ¿Por qué le resultaba rentable al Partido Popular enredar en un avispero como el de Al Qaeda el laberinto vasco?

El actual procedimiento de la Comisión Parlamentaria se detiene en la simple atribución del atentado a ETA, como si el subterfugio no fuera más lejos. Pero tras ETA el Gobierno español apuntaba sus tiros al conflicto, a la sociedad vasca en su conjunto. «Los han matado por ser españoles», proclamó el presidente Aznar al convocar su manifestación en defensa de la Constitución. Son postulados políticos netos, que intentaban tocar la fibra del nacionalismo español. Detrás de la acusación a ETA se apuntaba al «nacionalismo vasco», a sus reivindicaciones, a la «hidra separatista» (según sucesivos medios y escritores), al Plan Ibarretxe… Con ello involucraron a la sociedad vasca en un terrible episodio en el que no tenía arte ni parte. La apresurada intervención del lehendakari Ibarretxe o la trágica muerte de Angel Berrueta en Iruñea son dos expresiones patéticas, lamentables, irrefutables, de esta incriminación colectiva.

Por resumir un fenómeno extenso y complicado, expuesto ya en el libro publicado ad hoc (11-M. Tres días que engañaron al mundo), digamos que si ante el incendio de Roma Nerón culpó a los cristianos, Aznar recurrió a una similar cortina de humo. Los vascos, los culpables de las peores atrocidades en el imaginario español. Decía el escritor Joseba Sarrionandia que los españoles han fabricado un muñeco del vasco, un estereotipo ajustado a la medida de su ideario, y le zurran todos los días. Aunque poco tenga que ver con nosotros, sirve a los españoles para unificar criterios y espíritus patrios.

Aznar recurrió a la mentira que tenía más a mano. Una mentira que viene de lejos, construida durante años, alimentada con el odio, la difamación y el veneno de los medios de comunicación. Éste es el quid del segundo asunto del 11-M, el que pasará por la Comisión Parlamentaria en medio de un piadoso silencio. Veamos alguna de sus claves.

Estos días el escritor Javier Marías se queja del desairado papel que jugó el 11-M. Escribió desbocado, en medio del todo vale y con el lema «a por ellos». «No los creí capaces de semejante irresponsabilidad criminaloide»[1], dice ahora refiriéndose a los gobernantes del Partido Popular. «Nadie español se molestó en llamarme para darme noticias extraoficiales», añade, justificando el que patinara, que lo intoxicaran, que lo utilizaran para engañar, sobre su prestigio y su renombre, al mundo entero.

El mea culpa de Marías da una perspectiva -relativa- de lo que fue el fenómeno que crearon los políticos, con la inestimable ayuda de los medios de comunicación, periodistas y personalidades de todo el espectro social. Javier Marías compuso su artículo el día 11 y lo envió a La Repubblica (Italia), al Frankfurter Allgemeine Zeitung alemán, al New York Times (EEUU), a El País (España), y esa misma tarde concedió una entrevista sobre el mismo tema a la BBC (Gran Bretaña).

«Excepto curas, ETA ha matado a toda clase de gente (…) Que en el País Vasco no exista ninguna opresión desde hace más de veinticinco años…»[2]. Todos los tópicos y simplezas del tema vasco. Y lo escribió, por ejemplo, cuando se cumplen seis años del cierre y secuestro de Egin, o mientras dura la prisión de Iñaki Uria. ¡Qué periodismo es el español! ¡Qué sentido de la verdad, de la ética profesional, del derecho a la información en una sociedad democrática…!

¿Cómo se puede desbarrar de este modo, sin comprobar la versión que se divulga, y con semejante tribuna internacional?

«Es obvio que no pensaba a pies juntillas que ese partido y su Gobierno de Aznar pudieran mentir ilimitadamente. O callar la verdad u ocultarla, o retrasarla, que en según qué casos graves es exactamente lo mismo», insiste Marías. Sin embargo, tan puntilloso ante el mal lugar en que le han dejado, con el paso cambiado y la cara de Babieca, tampoco se cuestiona la calumnia que, con doscientos muertos en escena, colgaron sobre la sociedad vasca.

Un escritor en activo, intelectual célebre en Europa, habitual de los medios de prensa, se queja de la manipulación informativa a que le sometieron. Se lamenta del descrédito en que ha quedado ante sus lectores internacionales. Se revela indignado por esa información-trampa con que se la jugó la banda de Aznar. Y, en cambio, en ningún momento cae en la cuenta de que así se escribe habitualmente en este estado, sin que las informaciones se contrasten, dejando correr las mayores barbaridades sin comprobar la veracidad o la responsabilidad de lo que se transmite.

Narra que, tras aquel intento de «sacar provecho de doscientos muertos, aún calientes», los periódicos europeos se llenaron de viñetas de Aznar con la nariz de Pinocho. ¿Y a él, cómo le ven los diarios a los que coló aquella versión infumable, criminalizada, fraudulenta, de los vascos?



[1] Javier Marías, «Informe no solicitado sobre el jueves negro», 11 de julio de 2004. El País Semanal.

[2] Javier Marías, «De buena mañana», 12 de marzo de 2004. La Repubblica, Frankfurter Allgemeine Zeitung, New York Times, El País.